martes, 18 de diciembre de 2012

LA EDUCACIÓN, ENTRE LO URGENTE Y LO IMPORTANTE


Ricardo Montes Pérez
Licenciado en Educación
Magister en Ética Social y Desarrollo Humano
Doctor en Filosofía


¿Puede un filósofo impedir filosofar? Se preguntaba Nietzsche en su primera conferencia sobre el provenir de la educación. Nosotros podríamos preguntarnos siguiendo la misma inspiración si puede un concepto de hombre, de sociedad y de educación impedirnos educar. Tal vez sea necesario, y eso creo hace falta resaltar lo medular que resulta clarificar aquello para poder comprender si la disyuntiva a la que nos vemos enfrentados puede ser de algún modo resuelta o vislumbrada.

Nietzsche nos señala en el mismo texto que se dan en nuestra educación dos grandes tendencias: Unas que favorecen la ampliación y difusión lo más posible de la cultura y otras que optan por restringir lo más posible el acceso a ellas. La primera, exige que la cultura sea accesible a la mayor cantidad de personas posibles y la otra, que pretende que ésta abandone tan nobles ideales y se ponga al servicio de otras formas de vida cualquiera.

1.       LA EDUCACIÓN ENTRE EL TENER Y LA UTILIDAD

Toda educación es una conjunción de los tres tiempos que conforman la vida de las personas. Es esencialmente una confluencia del pasado, presente y futuro. En relación con el pasado, en ella, los educandos recepcionan los conocimientos adquiridos por la experiencia humana, es decir, la historia juega un rol fundamental en el introducir a la persona a la experiencia de lo humano. Este bagaje adquiere sentido en la medida en que hace que estos sujetos se encuentren capacitados para vivir en sociedad, para manejar los elementos fundamentales de la cultura a la que acceden y de las cuales se sienten pertenecientes. Toda cultura, por definición, hace del ser humano un ex animal, es decir, hace que éste deje de ser uno más en la biósfera y se constituya como un ser humano miembro de la especie de los humanos.

El carácter más general y fundamental de una cultura es que debe ser aprendida, o sea, transmitida en alguna forma. Como sin su cultura un grupo humano no puede sobrevivir (a menos que asuma una cultura diversa, más o igualmente eficaz, caso en el que mutará concomitamente su naturaleza toda) es en interés del grupo que dicha cultura no se disperse ni se olvide, sino que transmita de las generaciones adultas a las más jóvenes a fin de que éstas se vuelvan igualmente hábiles para manejar los instrumentos culturales y hagan así posible que continúe la vida del grupo. Esta transmisión es la educación.

La educación es pues un fenómeno que puede asumir las formas y las modalidades más diversas, según sean diversos grupos humanos y su correspondiente grado de desarrollo; pero en esencia es siempre la misma cosa, esto es, la transmisión de la cultura del grupo de una generación a la otra, merced a lo cual las nuevas generaciones adquieren la habilidad necesaria para manejar las técnicas que condicionan la supervivencia del grupo. Desde este punto de vista, la educación se llama educación cultural en cuanto es precisamente trasmisión de la cultura del grupo, o bien educación institucional, en cuanto tiene como fin llevar las nuevas generaciones al nivel de las constituciones, o sea, de los modos de vida o las técnicas propias del grupo.

            Visto desde aquí podemos decir que la educación juega un rol no menor en la configuración de nuestra cultura. Pero la pregunta que nos surge es ¿De qué cultura la educación se hace regenadora? ¿Qué énfasis promueve nuestra cultura que reproduce nuestra educación? Me permito señalar sólo dos, a parte de la que ya se han enunciado; El tener y la utilidad.

a)       El tener:          No nos referimos aquí al tener como cualidad antropológica del ser humano, en cuanto que es ante toda definición que podamos hacer de él primeramente, un poseedor de esa definición (por ejemplo, cuando decimos que el hombre es un animal racional lo que decimos antes que ello es que el ser humano tiene racionalidad) sino que nos referimos al tener socioeconómico como condición indispensable para ser en nuestra cultura. Como dice Fromm, la gran promesa del hombre moderno es el progreso. Entiéndase por progreso aquella posibilidad humana de poseer una mayor y mejor calidad de vida, a la posibilidad de dominar la naturaleza, de la abundancia material y de alcanzar la felicidad para el mayor número de personas, entendida como la satisfacción indiscriminada de deseos materiales. Una cultura que privilegia el egoísmo a tal punto de hacer de éste el pilar de un modo de ser, de una ética, de un modo de concebir la vida  que reduce todo a la esfera de lo productivo, de la posesión individual de ciertos bienes que a su vez, son inventados por el comercio y promovidos por la publicidad.

 Vivimos en una cultura donde el tener configura a la persona en un eterno competidor y a los otros como rivales. Se da una necesidad de tener y quien carece parece esfumarse en el profundo espacio de la frustración existencial; es un perdedor, un indigente, un enfermo, un desadaptado social. Esta experiencia del egoísmo permite permear todas las realidades humanas, desde la más personal hasta la política y demás está  decir la económica. Egoísmo, o centralidad del tener, que hace que los gobernantes antepongan sus intereses personales a su responsabilidad social. Que hace que las personas se vean sometidas al capricho del endeudamiento que los aliena; consumir viene a ser el nuevo nombre de la paz, hasta que no puedas seguir solventando ese consumo. Quien no tiene no merece un trato digno, una educación digna, una salud digna. Merece, desde esta lectura, ser invisibilizado.

Vemos con patética indiferencia los rostros de millones de personas  a quienes les falta lo mínimo para sobrevivir. El egoísmo individualista, propiciado por una ideología economicista, que nos condena a privatizar los espacios de encuentro y colaboración mutua que necesitamos para reconocernos miembros de una gran familia; la familia humana. Hemos preferido la seguridad ciudadana  a la convivencia comunitaria, el miedo, expresado en detalles tan obvios como la proliferación de alarmas y sistemas de seguridad en nuestras casas) al diálogo, la policía a la mesa de diálogo para no dañar mis intereses, el engaño a la verdad, etc. Los datos estadísticos son patéticos y no podemos abstraernos de ellos; se hace urgente propiciar una nueva cultura, una nueva economía, una nueva manera de concebir un ethos, ajeno a la indiferencia e individualismo que nos acecha. Se hace necesario reconstruir lo más original que hay en el hombre, sus fundamentos últimos que nos devuelva la confianza y por sobre todo, la empatía y la simpatía, ante y frente al otro. Sólo si somos capaces de recuperar ese “Ser junto a otro”, propio de la condición humana,  podremos llamar al corazón humano sin el miedo a no ser escuchados.

b)      La Utilidad:    La cultura que nos asiste es una cultura que ha puesto de relieve un determinado ethos, es decir, un determinado modo de ser en el mundo. Este ethos está centrado en la obtención de ganancias. Toda la actividad humana está traspasada por la lógica de la opulencia.

Estamos en presencia de una mentalidad utilitarista que reconoce en el esfuerzo individual el único sentido de la acción humana. Lo especial de la situación actual radica en que se multiplican las señales que indican que esta marcada estimación utilitaria no ha hecho más que acentuarse en un sistema-mundo que se articula en lógica economicista, que integra todo en clave precio-ganancia-utilidad, que erosiona el bien intrínseco de las actividades humanas[1] y que amenaza con convertirlo todo en negocio, (de eso el fútbol nos da la mejor señal, lo que es por esencia un deporte se ha transformado en una maquinaria monopólica que entrega excedentes insospechados aún y de los cuales de seguro,  más adelante nos avergonzarán), apuntando a promover un sujeto con incapacidad crítica y falta de iniciativa moral[2] frente a un orden que en el privilegio de la mera funcionalidad no propicia, verdaderamente, ni la una ni la otra. Un orden que nos invita a sentirnos atraídos por el ethos de un modo de vida armonizado con el mercado mundial, que espera que cada ciudadano consiga, por ejemplo,  la educación necesaria para convertirse en un empresario que gestiona su propio capital humano. Resulta desaconsejable hablar de solidaridad en un contexto socio cultural y económico, y por lo mismo político, donde reside la ausencia de la centralidad del otro. Esto se evidencia, por poner sólo un ejemplo, en el mundo de la política donde  todo se transforma en ganancia, es decir, todo lo que se hace se hace con pretensión de satisfacer los deseos propios que se han propuesto como finalidad de algún determinado sujeto.[3] Una sociedad midástrica que desea y busca que todo aquello que toque se convierta en oro, pero que con ello pierde el sentido de la cercanía y la proximidad

Paradójicamente, la vigencia de los cánones económico-utilitarios aparece, en los hechos, fortaleciendo la desigualdad en el acceso y en la calidad de la educación que reciben los individuos, al menos en países como el nuestro. De esta manera, se hace inevitable que esta retórica que vincula educación y desarrollo resulte sospechosa al no reflejar, al mismo tiempo, impulsos efectivos hacia la inclusión y equidad en el sistema educativo. Quizás no hay accidente en esto, sino la evidencia de un proceso que no logra inscribirse en un proyecto de desarrollo con auténtica irrigación ética, que simplemente no tiene la justicia social como meta que decide y anima su impulso.

¿Cómo educar en una cultura que favorece estos ideales? ¿Qué es lo urgente hoy que habrá que educar o señalar como digno de resaltar; la competencia, la eficiencia, la economía, la supeditación de lo público a lo privado, la forja de un sujeto unidimensional, inseguro, incapacitado para la convivencia, enamorado de su propio porvenir?

2.              OTRO MODO DE HACER EDUCACIÓN

Partamos de una constatación kantiana fundamental: sólo mediante la educación podemos dar forma a la existencia humana. Estamos convencidos de que la persona tiene en sí misma un germen de bien y que la educación es la herramienta propicia y única mediante la cual éste puede desarrollar este bien, de pasar del ser al deber ser. La educación hace al hombre, sin educación, nos señala Kant, el hombre no es nada. La educación representa la estructura constitutiva y constituyente de la comprensión y despliegue de la moralidad, ni más ni menos, que el proceso en el que se articulan los esfuerzos y cuidados dirigidos a la habilitación del ser humano como tal.

Siguiendo a Kant podríamos decir que la única forma de responder  a la urgencia por los cambios que necesitamos como sociedad para forjar una nueva cultura pasan necesariamente por un nuevo modo de educar. Pasan por una comprensión del ser humano esencialmente distinta. A modo de propuesta podríamos decir:

a)       La comprensión del hombre como un ser Social: Esto no es nuevo y todos lo tenemos intelectualmente interiorizado. El hombre es un ser social, quien por medio del lenguaje, es capaz de entablar relaciones significativas con el otro.

b)      Educar en la autonomía: Educar para la autonomía: sentido ético más profundo de la educación (habilitar para la adultez, poner los cimientos de la persona adulta) Su desarrollo implica un proceso (desde que el niño arme por sí mismo su mochila hasta el joven que diseña su proyecto de vida) La educación es un  proceso de niño a joven. Formar para la autonomía: es formar para la libertad. Libre: el que sabe quien es. La educación ha de propiciar que el estudiante SE CONOZCA, SE RESPETE, SE AME…en lo que verdaderamente es y quiere.

La educación debiera fomentar el sentido de la singularidad, el valor de la individualidad: ¡Que tú existas hace una diferencia! Así la educación honra el milagro del nacimiento, la llegada de lo nuevo al mundo. Celebración de la vida nueva. Todo nacimiento representa en el mundo la posibilidad de un nuevo comienzo.


c)       Recuperación de la memoria, valorización del pasado con vistas al futuro y en intimo encuentro con el presente: El hombre, heredero de la modernidad, se ha visto desarraigado de sus fundamentos más íntimos. Ha visto perdido sus raíces y ha roto sus vínculos que lo religaban con la tradición, las instituciones, los demás y con lo sagrado. Esto se ve graficado en la despreocupación de las herencias con el pasado; el hombre moderno vive un proceso continuo de olvido  de la riqueza del pasado, en un permanente descuido de lo que ha dado lugar a su ethos, de lo que ha llegado a ser. Esta ruptura con el pasado, si bien ha traído progreso y bienestar, lo ha vuelto hacia fuera, lo ha trasplantado y condenado a ser un hombre que no tiene origen y que se esconde de todo; un constante fugitivo de sí mismo.  Esto lo expresa Heidegger al afirmar la preeminencia de un pensamiento calculador. El hombre vive sometido al predominio de un cálculo “que se deja leer en esa búsqueda de usufructos y funcionalidad, de objetivación y de control, de rendimiento y de utilidad, que se verifica en casi todos los frentes de la sociedad contemporánea.”  Olvidando que el hombre vive su historia en diálogo con la realidad histórica ya existente, y que no puede hacerse sin historia, se ve continuamente afectado por ella.  Zubiri ha hecho notar la importancia del pasado: “Somos el pasado, porque somos el conjunto de posibilidades de ser que nos otorgó al pasar de la realidad a la no realidad. Por esto, estudiar el presente es estudiar el pasado, no porque éste prolongue su existencia en aquél, sino porque el presente es el conjunto de posibilidades a que se redujo el pasado al desrealizarse.”

d)      Educar en humanidad que no es lo mismo que educar en humanidades:    Educar en humanidad implica comprender que no hay educación sin otros, que son los otros los que me dan la humanidad. Nadie se hace humano sólo

e)       Educar a sujetos reflexivos: Estamos en presencia de la huida del hombre de sí mismo que lo ha hecho carente de interioridad, se verifica en la cultura de la vorágine y del  ruido, que no deja espacio al silencio, a la meditación y a la comprensión de sí mismo. La sentencia dada a Sócrates en Delfos sigue siendo un desafío del hombre moderno para consigo mismo. Una deuda que sólo puede saldar si recupera los espacios de meditación, de recogimiento y de admiración hacia sí mismo.

Lo anterior va acompañado de una creciente homogeneidad del ser humano; el hombre vive arrojado en el anonimato que lo disgrega entre la impersonalidad y la masividad.  Este carácter masivo de la persona ya ha sido planteada por varios filósofos, baste citar a J. Ortega y Gasset en su libro “La rebelión de las Masas” o el ya citado M. Heidegger, quien se ha apurado en señalar que el hombre moderno vive en el “se impersonale”. Este olvido de la identidad personal y el arrojo al consumo y el “destape” de aquellas manifestaciones que los hacen sentir libres no siéndolo.

f)        Educar con sentido: El hombre moderno es un sujeto mediatizado, donde el fin ya no es buscado en sí mismo; casi ni siquiera importa. El ritmo acelerado de la vida no permite la búsqueda de un sentido más utópico que el mero bienestar económico. La sobreabundancia de algunos deja una senda de tristeza en el corazón. Así lo expresa Juan Pablo II en su encíclica Fides et Ratio “Se ha de tener presente que uno de los elementos más importantes de nuestra condición actual es la crisis de sentido.”  “El tiempo de las certezas ha pasado irremediablemente; el hombre (moderno) debería ya aprender a vivir en una perspectiva de carencia total de sentido, caracterizada por lo provisional y fugaz” Lo  que puede ser verdad para unos para otros puede que no exista.  O lo que Victor Frankl señala en su texto el hombre en busca  de sentido. “hoy ya no vivimos en una época de frus­tración sexual, como en lo tiempos de Freud, sino en una época de frustración existencial. La psiconeurosis -piensa él - es, en última instancia, un sufrimiento del alma que no ha encontrado su senti­do. El fracaso del "para qué" de la vida, del "sentido", ha engen­drado el hastío, ese "hastío de civilización" que, en las sociedades de consumo, corroe como un ácido todos los momentos de lucidez. Se nota sobre todo en los países en que se ha resuelto el problema económico y el hombre tiene tiempo para encontrarse a solas con­sigo mismos

Muchas Gracias!



[1] En ética profesional hablamos que las profesiones están traspasadas por dos tipos de bienes: los intrínsecos, que son propios e inherentes de una profesión y mediante los cuales ésta adquiere legitimización y racionalidad y los bienes extrínsecos que se derivan de los bienes intrínsecos y que son posibilitados por éstos que son el dinero, el prestigio y el poder. Lo incorrecto, desde mi manera de ver, es que hemos invertido el grado de importancia de valores.
[2] Notemos que en nuestros sistemas educativos, no solamente el chileno sino que en varios países latinoamericanos e incluso europeos, hay un énfasis en la privatización cada vez más acentuado del curriculum escolar. Como padres enseñamos a nuestros hijos que, para triunfar en la vida, tener éxito, tendrá que elegir una profesión que resulte económicamente rentable, tal vez un ingeniero, un médico, informático. Les decimos que deben ser cuidadosos de no juntarse con aquellos que malgastan su vida. Hemos dejado de lado las artes, la música y la filosofía y hemos transformado nuestras escuelas en espacios de cultivo de conocimientos técnicos que nos sirvan en la vida. Hemos despreciado la religión porque nos invita a dar sin esperar recompensa y hemos dado espacio al deporte porque es un ejemplo lúcido del modo en cómo debemos conducirnos en la vida; competir, derrotar y ganar.
[3] Los casos de corrupción recientemente dados a conocer son la punta del iceberg de una cultura que tiene una creciente y cada vez marcada concepción de que lo público está al servicio de los bienes privados.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

LA FILOSOFÍA CRISTIANA COMO ACONTECIMIENTO

(texto presentado en el  XVII Coloquio filosofía  educación y sociedad, del Departamento de Teología de la Universidad Católica del Norte)

Ricardo Montes Pérez
Profesor de Filosofía y Religión
Magister en Ética Social y Desarrollo Humano
Doctor en Filosofía

He querido plantear en este coloquio una reflexión no ajena al quehacer mismo de este departamento; la cuestión del cómo hablar de una filosofía cristiana hoy Pero me permito una reflexión inconclusa hecha desde la vivencia que no tiene nada por acabado, citando, sólo cuando sea el caso, a aquellos que me siguen el juego de la reflexión o mejor dicho, a aquellos que llenan de pretexto esta improvisada exposición que se vuelve pretenciosa e insensata al decir algo del hecho cristiano sólo aconteciendo en mi lo cristiano de manera particular. Me perdonarán mis amigos filósofos por intentar  decir filosofía, desde mi perspectiva particular siempre insospechada y hasta ilógica , y que pueda herir sus más profundas convicciones o investigaciones,  y mis amigos teólogos que diga en términos extraños algo que no es tan evidente o que incluso pueda ser acusado de herejía.

He querido plantear esta problemática de hablar de una filosofía cristiana hoy. Asunto medular en el contexto de una sociedad secularizada, traspasada por la afirmación Nietzscheana de la muerte de Dios  ubicándola como uno de los orígenes del declive de occidente y  ciertas corrientes racionalistas que señalan la. que la noción de filosofía cristiana resulta en sí misma contradictoria y suponen una incongruencia de alguna reflexión filosófica  que dice relación con otra dimensión que es la de la dimensión religiosa  O de aquellos que dicen que afirmar la mera posibilidad de una filosofía cristiana no es otra cosa que un fin meramente apologético que usa a la filosofía para poder defender el dogma cristiano.  Ese fue por ejemplo, el intento tomista de construir una filosofía que utilice a la vez la razón natural y la fe como dos fuentes de conocimiento, o la realidad histórica de la filosofía desarrollada en la edad media en cuanto reflexión con supuestos cristianos. Gilson ha mostrado que la expresión “filosofía cristiana”  no ha estado excenta de críticas en primer lugar, desde la perspectiva de los historiadores, entendiendo que nunca ha habido algo de tal naturaleza sino una mezcla disonante de doctrinas griegas con teología, la cual no ha enriquecido el patrimonio filosófico de la humanidad. O la postura de Stein que afirma que la fe cristiana no es otra cosa que una obra de la razón, pero que reconoce y acoge las verdades de la revelación cristiana como necesarias para una comprensión profunda y cabal del ser y de los entes.  En fin, comencemos:

1.                  ¿PUEDE UN FILÓSOFO SER CRISTIANO?

Hablar de la filosofía cristiana es, en primer lugar, unir dos dimensiones y realidades humanas que desde el pensamiento moderno deben ser relegadas a reflexiones casi antagónicas, la fe y la razón.  ¿Puede un filósofo ser cristiano? Me preguntaba en una ocasión un alumno de una de las facultades de esta Universidad,  como queriendo invalidar la vivencia cristiana de todo esfuerzo de pensar la realidad y la misma fe desde los reductos de la razón. Estoy cierto que una de las condiciones especiales de toda filosofía es no quedarse con explicaciones provisorias de la realidad, sino como bien dice, Pamela Chávez, profesora de ética de la Universidad de Chile “aspira a la claridad última y hasta el último elemento comprensible, hasta el ser mismo y la estructura del ente”.  Es la labor que en su momento hizo Aristóteles para la filosofía primera, que se complementa con los sectores de la filosofía que tratan diversos aspectos del ente.  La filosofía cristiana, creo, no niega este aspecto, al contrario, lo profundiza, lo hace patente. Tampoco podemos negar que no hay vivencia humana que no sea un intento por encontrar la verdad y tratar de vivirla, errada o no, pero se esfuerza en ello. Ya decía Sócrates que nadie podía vivir su vida, con algo de sentido, sin previo examen acerca de ella. La existencia humana está tejida de acciones, que siempre vienen a ser consecuencias de opciones generales, las cuales, a su vez, derivan de actitudes globales ante sectores de la vida y, finalmente, de un modo básico de hallarse el hombre instalado en ésta. Una opción o el adoptar una actitud, una acción o una postura general que tomemos ante la vida son, además, acciones y procesos, afirmaciones o tesis. Porque creemos determinada presunta verdad es por lo que decimos hacer lo que hacemos. En el fondo de las actitudes hay creencias y los contenidos de las creencias son siempre susceptibles de verdad o falsedad. En palabras más sencillas, sin verdad no hay existencia humana y el filósofo que es Cristiano ha dado fe en su postura de una ellas por las cuales da sentido a su existencia.

2.                  LA EXPERIENCIA CRISTIANA COMO AQUELLO QUE SE DA, COMO ACONTECER

La experiencia cristiana es la experiencia de un acontecimiento. El acontecimiento en la vida de las personas que se llama Jesucristo. Es decir, la experiencia cristiana es la experiencia de un encuentro personal con una persona. Hemos dicho un acontecimiento que, siguiendo a Heidegger,  podríamos señalar como aquel darse fundamental de aquello que está por pensar. Es una tentativa a pensar aquello que está en lo originario, en aquello que rebalsa las expectativas de la razón y se recubre de misterio. Decimos misterio en el sentido aquí, no como aquel artículo que se considera como algo indemostrable o como un problema que se considera insoluble. El misterio lo entiendo como aquella manifestación que sobrepasa toda aquella mostración empírica y nos conecta con aquello que no tiene posibilidad de decirse; el Misterio se contempla, se vivencia, se puede justificar como aquello más íntimo que recubre de sentido la existencia. El misterio que, ajeno a las visiones mistéricas propias de la antigüedad, no es susceptible de recubrirse de un aura de oscurantismo y hermetismo. El misterio para el  cristiano es una vivencia inefable que se abre en el acontecer.

Dicho lo anterior, volvamos al acontecer. Cuando en la vida cotidiana hablamos de que algo ha acontecido o algo está por acontecer o está aconteciendo. Estamos dando cuentas de que hay algo que se dio, se ha dado o se dará y que no está acabado por completo. Así cuando hacemos referencia que el acontecimiento de la revolución francesa abrió nuevas posibilidades para una nueva vivencia de lo político en la modernidad, por ejemplo,  estamos diciendo que aquello sucedido (revolución francesa) sigue siendo en la medida en que ha posibilitado por ella, o a partir de ella, aspectos o situaciones nuevas que se están desenvolviendo. Es algo que se ha dado y que sigue dándose de manera “misteriosa” en aquello que consideramos su consecuencia. Por lo tanto, el acontecer es algo de lo cual no nos hemos apropiado, es decir, no es algo propio que nos permita sostener que lo manejamos con incruenta autoridad. Lo acontecido no se posee, se da. Lo que se da no puede ser necesariamente algo que alguien pueda poseer en su origen. Sólo puede ser, en términos Heideggerianos, a-propiado. Lo acontecido no puede describirse, ni explicarse, ni enseñarse, tal vez proclamarse, si se me permite el término. ¿Qué se proclama cuando se proclama? Algo acontecido. Algo que ha sido y que merece ser conocido (misterio), algo que se recubre de sentido y que está traspasado de lo  “invisto” como gusta decir a Jean Luc Marión. Lo invisto no es lo invisble sino algo que estando en la esfera de lo invisible está en íntima relación con lo visible, incluso lo explica y le otorga significación. Se proclama una paradoja, es decir, una indicación de lo visible pero separándose de él, discreta pero radicalmente. Si el cristianismo dejase de ser esencialmente algo que se da tendríamos la lamentable experiencia, ya varias veces repetida en la historia, de quedarnos prisionero de una imagen de éste determinando un modo específico de hacerse y ser cristiano que hegemónicamente pretende constituirse en molde explicativo de todos los modos de ser cristiano y de pensar la fe cristiana.

Como afirma Hans Küng en su libro;  El cristianismo, esencia e historia, “Estamos ciertos  que cada época tiene su propia imagen del cristianismo, nacida de una determinada situación, vivida y configurada por unas concretas fuerzas sociales y comunidades eclesiales, preformada o pos formada en el plano conceptual por figuras y teologías concretas que dejan huella en el plano mental” (pág. 23) Es decir, podemos decir que la experiencia cristiana acontece en cada época acogiendo de ella lo más originario, pero que tiende a escaparse de una conceptualización que la haga definible, per se. La experiencia cristiana se piensa a cada instante, en cada época acontece de manera distinta pero sin perder su identidad, es más, en cada cristiano acontece de manera distinta; lo que se da en cada vivencia de lo cristiano es una vivencia que excede lo que se ha visto anteriormente y lo que se verá posteriormente, es decir, siguiendo nuevamente a Marión, cada creyente tendrá su propia perspectiva de lo cristiano que cruza lo visible; la Iglesia, la trasciende.

3.              ¿CÓMO HACER FILOSOFIA DESDE EL ACONTECER DE LO CRISTIANO?

Llegados aquí es preciso decir que para el filósofo cristiano, la filosofía acontece en la reflexión de lo que se da. Lo que se da es el modo originario y personal de mostrarse el misterio en la persona de Jesucristo. Lo que se da es la constatación de que la premisa del Dios cristiano es la de un Dios que se da a sí mismo, la vivencia de Dios como don, como rebajamiento, como vivencia. El Dios que proclama el cristianismo es la de un Dios que deja de ser para que otros (sus criaturas) sean. Es desde aquí desde donde se puede y se debe hacer filosofía. Se debe reflexionar en el cómo se puede dar razón de ese don que la excede, en cómo se manifiesta coherentemente esta absoluta donación en la experiencia viva de una comunidad que se sabe en constante donación. Es lo que mis amigos teólogos presentes denominarán “la presencia del Espíritu”.  Implica una mirada abierta a la diversidad y a la posibilidad de que acontezca en la comunidad aquello de lo cual no podremos reducir a mera explicación, lo nuevo que siempre saca ronchas por ser nuevo. La donación, como emergencia de lo que me sobrepasa, es un apostar por dejarse amar por aquel que nos ha amado primero y que se ha donado en totalidad sin perder por ello su ser esencialmente donado. El filósofo que, trae tras de si todo el peso de ser cristiano, es capaz de abrirse a lo que Stein denominaba “la luz oscura de la fe”, es decir, extender sus reflexiones más allá de lo que es accesible a la razón natural. El quehacer del filósofo se enriquece en la vivencia del acontecer de lo divino en la realidad, pero es bien sabido, por aquel que hace filosofía desde esta condición especial, y desde todas las condiciones, que habrá espacio siempre para decir algo del acontecimiento llamado cristianismo que no esté agotado en las formulaciones dogmáticas. En esto quiero  sostener que pensar el devenir cristiano es pensar en aquello que no está dicho y que malamente puede ser dicho desde la cárcel de los conceptos. Creo que es uno de los secretos por los cuales el cristianismo no ha muerto; El acontecimiento cristiano está siempre dándose de manera completamente nueva en la experiencia y perspectiva particular del cristiano que dibuja, a la luz de lo invisto, que busca responder a la manifestación de lo  visible. Es la experiencia del pintor que en su pintura siquiera puede retratar los miles de motivos, las perspectivas variables, los juegos de luces, los trazos, las miradas.

¿Cómo puede la filosofía cristiana resguardar esta cualidad fundamental de pensar el acontecimiento? Será cuestión del filósofo que se debe plantar en el acontecer no sellando lo acontecido. ¿Cómo podemos hacer filosofía del misterio cristiano que se revela en Jesucristo? ¿Cómo pensar la ética desde la reflexión del cristianismo como acontecimiento? Preguntas que, deberán ser respondidas en otro momento o que tal vez hayan sido respondidas quizás desde qué perspectivas, de las muchas que llenan los estantes de las bibliotecas de los filósofos. Preguntas que un ensayo como este no puede pretender responder.

¿Qué es lo que acontece hoy y que es digno de tomar en consideración para el cristiano?


1.      Lo primero que acontece es el otro, debemos rescatar este acontecer de lo cristiano, en la filosofía, pero especialmente en la ética, volviendo nuestras miradas “al otro”. Eso implica, y lo enuncio con algo de cautela, pensar lo cristiano como un regalo que se da en todos de manera particular que la experiencia comunitaria sólo puede flanquear de manera parcial. El acontecer cristiano implica sobrepasar las barreras conceptuales de la ética aristotélica del ser que subsiste y que es motor inmóvil  y especialmente la  kantiana de la autonomía. Implica pasar del ego trascendental moderno que no puede salir del yo, y por lo tanto, no puede abrirse a la intersubjetividad. Debemos dar el salto a la heteronomía que reconoce en el otro a un legítimo otro, Es lo que Gadamer decía, el otro no es una analogón, algo analógico a mi, semejante. El otro es constante apertura y su reconocimiento implica estar dispuesto a dejar de valer  en mi algo en contra mi, aunque no haya ningún otro que lo vaya a ser valer contra mí” La fe cristiana y particularmente ética cristiana debe entenderse a sí misma como un constante estar en camino al otro, ir al encuentro, señalar, sólo eso, señalar.

2.      Implica pensar la filosofía, como dice Heidegger, desde otro inicio, este otro inicio es el de la inapropiación, ya que el mismo Dios cristiano es el totalmente otro, que resiste a ser idolatrado y que se esconde en lo invisto. El Dios cristiano es el Dios de la donación por el otro, aquel que incluso sufre la experiencia de la muerte, absoluta negación de uno mismo, para poder redimir. El otro inicio es romper con las miradas miopes y empequeñecedoras de los que pretenden religiosamente desde la filosofía negarle a la misma experiencia cristiana condiciones mínimas de racionalidad como si la filosofía que religiosamente profesan es la única digna de ser considerada.

3.      La fe cristiana no debe renunciar nunca a ser un testimonio de la Verdad. Una verdad que está en el corazón de todo hombre  que anhela esperanzado alguna vez poseerla en plenitud. Pero también implica la mirada crítica a sellar conceptualmente cierto modo de mirar lo cristiano. Debe seguir el camino de la fenomenología de volver a las cosas mismas que Husserl entendía como un método genuinamente filosófico. Este  volver a las cosas mismas que nos permita volver al sentido originario del quehacer filosófico y no descansar en las opiniones filosóficas que se han dado, sino más bien, retomar como punto de partida la realidad misma, es decir, ver en la experiencia misma, accesible a todos, rasgos de inteligibilidad, no quedarse en las visiones de mundo que terminan por dar razones interpretativas de la realidad.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA A LA REALIDAD HUMANA COMO REALIDAD CORPORAL


(Ponencia presentada en el Seminario de Educación física inclusiva, Universidad Central de Chile, Sede La Serena, 10 de Septiembre de 2012)
Dr. Ricardo Montes Pérez
Profesor de Filosofía y Religión
Magister en Ética Social y Desarrollo Humano
Doctor en Filosofía


Agradezco la invitación a este seminario donde se me ha encomendado la difícil misión de hablarles de los fundamentos filosóficos y sociales de la educación física. Tarea ardua que resulta imposible retratar en unos minutos. Sin embargo, pienso necesario hacer esta reflexión desde la humildad que debe presidir todo ambicioso proyecto.

Quisiera hacerme cargo de esta problemática. Sabiendo que es un asunto del que podríamos abordarlo desde diversas perspectivas y ninguna de ellas resultaría tan completa como la otra. También estoy cierto que muchos de los aquí presentes estarán interiorizados sobre los aspectos eminentemente necesarios que implican comprender a la persona como alguien que es cuerpo y que posee cuerpo.

EL PROBELMA DEL CUERPO EN LA FILOSOFIA

            La reflexión filosófica, especialmente la platónica y la cristiana han considerado la realidad corpórea del hombre como un destierro de su realización moral, personal y religiosa.  Visiones dualistas que contraponían las realidades del cuerpo y del alma y daban a esta última una importancia superior donde la dimensión espiritual del hombre no daba cabida al reconocimiento de la corporalidad, relegándolo a una mera expresión de lo más bajo y hasta dañino para la vivencia humana. El cuerpo tenía en esta concepción una comprensión negativa que fue recogida por occidente y potenciada por el desprecio del cuerpo en la experiencia cristiana.

            Mientras que en Aristóteles y Tomás de Aquino, se pone más bien el acento en la estructura ontológica del ser humano; el hombre es una unidad que resulta de dos principios correlativos; materia y forma, aunque ello implica que se le da un trato diferente al tema del cuerpo del que le dan las corrientes idealistas, sin embargo, no se parecía en ellos la atención necesaria para esta dimensión.

            Por otro lado, Descartes, introduce un nuevo dualismo y, por lo mismo, una división muy radical entre el cuerpo y la conciencia. El problema del significado del cuerpo no se examina explícitamente. Para él el hombre es identificado con la conciencia aunque ésta esté íntimamente unida a la realidad corpórea. Aquí lo que importa es que el hombre es, ante todo, un ser pensante y una realidad subjetiva evidente en sí misma de la que derivan otras realidades. Hay mayor preocupación por los fundamentos de la ciencia. El dualismo pretende dar respuesta tanto a la filosofía como a la física y a las explicaciones científicas del cuerpo. Según Descartes; el cuerpo, es radicalmente diverso del alma, es una realidad que existe y funciona en virtud de unos principios organizativos propios y puramente materiales. No se necesita ningún alma para explicar el funcionamiento del cuerpo. Aún reconociendo que el cuerpo humano es mucho más que un simple mecanismo. El cuerpo humano, como cualquier otro cuerpo, se explica sin el alma, sobre la base del movimiento mecánico de los átomos. El cuerpo en el fondo no es más que realidad atómica, física, extensa.

            Las interpretaciones mecanicistas y materialistas por su parte son reducciones que si bien, pretenden otorgar cierto nivel de importancia a la materia, sin embargo, no pueden responder a la problemática acerca de cómo entender el cuerpo, si como algo propio del ser humano o como algo distinto de él.

Casados estamos con una forma de hacer filosofía que, heredera de los griegos clásicos (Sócrates en adelante), nos ha acostumbrado a quedarnos en lo figurativo. En cambio, debemos dar paso a una  filosofía que  nos mueva a romper nuestros esquemas y conceptos y adentrarnos en una manera distinta de ser. Distinta porque exige pensar distinto, desde lo original hasta lo más propio de lo humano; nuestro cuerpo. Ya no corporalidad porque ello admite no haber saltado la barrera de lo figurativo, de lo fenomenológico, de lo abstracto.

HACIA UNA FILOSOFIA DEL CUERPO

            El problema central de la reflexión filosófica sobre el cuerpo está profundamente ligada al hecho de que la persona concreta no se deja definir más que como una unidad vivida en la que la persona se descubre a si misma como un sujeto de acciones espirituales y corporales. En resumidas cuentas si puedo decir yo pienso, yo amo, yo quiero, puedo de la misma forma decir yo como, yo oigo música, yo aspiro el perfume de los campos. Los antiguos lo afirmaban muy bien cuando decían: “ídem ipse homo est qui percipit se sensire et inteligere”. El hombre que crece, come, camina.. es también el hombre que piensa y reflexiona. El pensar, el reflexionar, etc. No pueden atribuirse a ningún otro ser que sea distinto de ese hombre de carne y hueso.

            La unidad en el hombre impide comprenderlo como una realidad en la que conviven vivencias que por un lado guardan relación con lo corpóreo y por otro con lo espiritual, es imposible. El hombre, al decir de Zubiri, es una realidad una y única: es unidad. No es una unión de dos realidades, lo que suele llamarse «alma» y «cuerpo». Ambas expresiones son inadecuadas porque lo que con ellas pretende designarse depende esencialmente de la manera como se entienda la unidad de la realidad humana.

a)     El significado humano del cuerpo:

            El ser humano expresa indudablemente muchos significados a  través del cuerpo y le atribuye muchos valores. La antropología se ha encargado de descubrir y leer en medio de esta gran diversidad y multiplicidad de significados los que son fundamentales y los que permiten ordenar e iluminar a los demás. En primer lugar, no podemos entender que el significado humano del cuerpo no puede comprenderse solamente en clave de sus estructuras biológicas y fisiológicas del cuerpo objetivo. Esto no significa que el cuerpo (la mano, la cabeza, la sexualidad, los sentidos, etc.) sea neutro respecto al significado humano. Sino más bien que el significado humano no está inscrito meramente en las dimensiones biológicas y fisiológicas como una etiqueta o una indicación para su uso. El significado humano del cuerpo radica en el hecho de que es el cuerpo de una persona y está por tanto asumido y unido a ka persona, que comparte su suerte con la del propio organismo. ¿Qué quiero decir con esto?  Simplemente que la realidad del cuerpo se puede apreciar en toda su riqueza si lo entendemos a la luz de la totalidad de la persona. Sólo a la luz de la totalidad de la persona es posible comprender y valorar el significado humano del cuerpo y de las acciones corporales. A esta luz podrá leerse y descubrirse la humanidad inicial de las estructuras biológicas y fisiológicas

            Estas consideraciones acerca del significado humano del cuerpo nos deben llevar a consignar que debemos atender sustancialmente a tres aspectos fundamentales de este significado:

a)      El Respeto a la persona concreta que tiene que vivir su propia existencia en el cuerpo y a través del cuerpo, el significado humano fundamental del cuerpo es el de ser el campo expresivo del ser humano y el lugar primero donde el hombre tiene que realizar su propia existencia.

b)      El respeto a las demás personas hacia los cuales estamos constitutivamente orientados. El cuerpo tiene como significado fundamental el ser para los demás. Y esto desde un triple punto de vista: el cuerpo es fundamentalmente presencia en el mundo, es lugar de la comunicación con los otros y es medio de reconocimiento del otro.

c)      Respecto al medio material y humano, al que pertenece toda persona, el cuerpo es fundamentalmente la fuente de intervención humanizante en el mundo, el origen de la instrumentalidad y la cultura.

b)                El cuerpo como expresión:

            Habíamos dicho que el cuerpo es un medio de expresión de lo humano, es más es el ámbito por excelencia en el que se expresa la interioridad humana y el lugar donde se realiza de forma concreta todas aquellas potencialidades humanas, pues en todos los aspectos el cuerpo participa de la realización humana, es mas, sin él es muy extraño que éste alcance dicha plenitud.; a través de múltiples actos sucesivos que pertenecen al mundo corpóreo es que vemos concretarse dicha potencialidad. Esto es contrario a lo que piensan las filosofías de corte dualistas que consideran que la realización humana sólo se puede alcanzar en la conciencia.

            Esto nos lleva a entender que sin la participación del cuerpo no puede forjarse un pensamiento, por ejemplo, sin el uso de la palabra sería muy difícil la comunicación y expresión de determinadas teorías o maneras de pensar. O sin la sonrisa no podríamos expresar estados de alegría y así muchas cosas por el estilo.

c)     El cuerpo como presencia:

En las relaciones con los demás el cuerpo es ante todo “presencia”, una presencia temporal (‘asado, presente, futuro) La presencia se refiere sola y exclusivamente a los seres humanos. Las cosas no están presentes. Están simplemente allí. Las cosas tampoco están ausentes, sino que están o no están. El mismo uso lingüístico revela por tanto la percepción del carácter específico de la presencia humana.

La forma más elemental de presencia humana está constituida por el hecho de que toda persona pertenece al género humano y se encuentra de este modo inserto en un marco fundamental de comunicabilidad y de reconocimiento necesario. Tiene derecho a ser tratado como ser humano y no como cosa. Es un interlocutor posible de todos los demás hombres. Para una mejor comprensión de la presencia hay que confrontarla con la ausencia correspondiente; la muerte. La muerte significa la ausencia fundamental ya que el individuo deja de estar en el mundo y se encuentra radicalmente separado de la comunicación y de las relaciones interpersonales en el mismo mundo.

d)     El cuerpo como lenguaje:

El hecho de que haya lenguajes y de que el ser humano sea constitutivamente un ser de palabra y lenguaje, tiene su raíz en el cuerpo en cuanto orientado hacia los demás. El cuerpo se expresa necesariamente en algún lenguaje, aunque sea en el lenguaje del silencio. En el fondo todos los lenguajes no hacen más que desarrollar y especificar el lenguaje fundamental que es el propio cuerpo.

Las distintas partes del cuerpo participan de forma diversa en el lenguaje. Se constituyen así diversos lenguajes característicos, que pueden estar más o menos desarrollados en la vida del hombre y reciben acentos característicos según las culturas. En todos los pueblos el rostro humano ocupa un papel privilegiado. Los jos, la boca, las expresiones faciales, la desnudez del rostro, la palabra articulada, el discurso, etc. Forman parte de la riqueza dek lenguaje facial. La risa y el llanto, la admiración, la extrañeza, el despecho, la preocupación, el escepticismo, el dolor, la paz, la alegría, etc. Se expresan en el rostro incluso sin una palabra articulada con la boca. Esta extraordinaria expresividad y comunicabilidad se identifica hasta el punto con el mismo cuerpo que la mayoría de las veces pasa sin que se ponga explícitamente la atención en ello. El papel tan importante de esta forma de lenguaje se comprende fácilmente por el desconcierto que se siente ante un ciego de nacimiento en el que no se ha desarrollado este lenguaje.

En medio de tanta diversidad de expresiones el lenguaje del rostro tiene, sin embargo, una matriz común, la desnudez del rostro expresa inmediatamente la presencia y la igualdad de todos los hombres. El rostro es verdaderamente la manifestación del otro, su epifanía. Así lo dice E. Levinás:

“El rostro es la identidad misma de un ser. Allí se manifiesta en persona, sin conceptos. La presencia sensible de ese casto trozo de piel con la frente, la naríz, los ojos, la boca, no es un signo que permita a la realidad significada ni una máscara que esconda la realidad. La presencia sensible se desensibiliza aquí para dejar que aparezca directamente aquel que se refiere solamente a si mismo, a aquel que es idéntico consigo mismo.”

Mientras que Heschel afirma:

“El ser humano no tiene solamente cuerpo, sino también un rostro. Es un rostro que no puede ser trasplantado o cambiado. Un rostro es un mensaje, muchas veces sin que lo sepa la misma persona ¿No es quizás el rostro humano una mezcla viviente de misterio y de significado? Todos lo vemos  y nadie logra describirlo ¿no es quizás un milagro extraordinario el que entre tantos centenares de millones de rostros no haya dos iguales?¿Y de ningún rostro permanezca perfectamente igual durante más de un minuto?”

LA EDUCACIÓN FÍSICA COMO FILOSOFIA DEL CUERPO

            ¿Qué relación tiene todo lo que hemos dicho sobre la educación física como educación inclusiva? Creo necesario simplemente dar a conocer algunos criterios que se derivan de lo planteado:
1°        Que la educación física debe abarcar la unidad de la persona. Una educación llamada a la integralidad.
2°        Debemos recuperar la experiencia del otro como sujeto que me sobreviene, como alguien y no como algo.
3°        Debemos educar en la responsabilidad del rostro humano. Educar en el respeto irrestricto del otro en su dimensión unitaria. No basta con atender al cuerpo sino que atendiendo al cuerpo debemos estar ciertos que estamos atendiendo al alma.
4°        Al pensar en el cuerpo desde la educación física debemos ir más allá de las regulaciones y conceptualizaciones que encierran a las personas en una estructura: Un cuerpo sin órganos[1] es un intento por dejar de lado la explicación ontológica tradicional y dar paso a las sensaciones. Lo más originario y central del ser humano, una lógica vertida en el cuerpo y posibilitada por su descubrimiento. Si hemos de recurrir a esta nueva lógica es porque uno de los aspectos centrales nos permite explicar lo fundamental en el arte; arte como exposición de lo vivo, lo más vivo que hay en nosotros; la brutalidad, la fuerza y la pasión. El arte como vector de lo nuevo y de lo antiguo, de lo sencillo y lo más complejo. El arte nos permite introducirnos a las impresiones más detalladas del sin pensamiento. Una pintura, por ejemplo,  es, ante todo, la sin tesis de aquello que no trasciende, que es pura inmanencia. “Algo que no se presenta a nadie, es decir, que no remite a ningún ojo.”[2]

5°        Vivimos en una cultura centrada en el consumo, partiendo por el consumo más básico hasta la invención de magníficas necesidades para justificar magníficos consumos. La salud, la Educación y la Vida giran en torno a la maquiavélica dictadura de la lógica utilidad – ganancia – consumo. Sin lugar a dudas, todo aquello que somos ha dado paso al todo aquello que tenemos, como queriendo sostener con ello la supremacía de un concepto de persona y sociedad en la cual sólo es digno de una vida digna aquel que puede sobrevivir. Así la preocupación central de nuestras familias es el modo en cómo sobrevivimos adecuadamente ante un sistema despiadado que si no posees los recursos necesarios para ello, lo más seguro, es que la muerte se adelante o la vida se transforme en un querer desear la muerte angustiosamente. Lo externo es, para nuestras sociedades, ontológicamente más decidor que lo interno. Y si lo interior fuese importante es porque hay algunos que han colmado tanto lo externo que tienen tiempo (y dinero) para ocuparse de lo interno. Tal vez, por ello, la filosofía ya no sirva en estas sociedades porque ella es esencialmente una preocupación por lo interno que, por estar volcados hacia fuera, no hay cabida a tan inútil expresión de la realidad.
       
6°        Hablar de educación inclusiva implica repensar las relaciones humanas en clave de intersubjetividad. Esto quiere decir que la educación exige pensar más allá de la soledad existencial y redescubrir la experiencia del otro;  El otro es, podríamos decir , otro yo concreto con el cual entro en relación, en la medida en que este otro yo es diferente de mi. El otro es siempre un yo diferente de mí que siempre está en relación conmigo, y de esta relación, de la cual, de algún modo, tenemos experiencia. Debemos establecer, entonces, que el yo es, de algún modo, constituido por el tú.  Esto quiere decir que el tú es siempre igual que el yo, es decir, el otro es siempre alguien, o sea, otro yo[3]. El otro, por tanto, no es un conocimiento categorial sino la experiencia concreta de la humanidad. “otro ser humano es prójimo no sólo en base a un genérico sentimiento de humanidad, sino primariamente en base a ser otro yo.”[4] Esto quiere decir que la persona no sólo puede ser comprendida conceptualmente sino que esencialmente en mi relación con otros entes concretos como yo, con los cuales actúo conjuntamente. Este ser-con de la persona le es connatural a su existencia y mediante esta relación el hombre, como ya lo veníamos afirmando, logra ser lo que es. Esta relación de participación que se da con los otros es consciente y experiencial en la que nos aproximamos a los otros desde nuestro propio yo.




[1] Esta idea de “Cuerpo sin órganos” es una expresión tomada de Artau y hace referencia a la idea de cuerpo sin organización.
[2] http://www.uam.es/ra/sin/pensamiento/deleuze/martes.htm

[4] Ibíd. Pág. 117.

miércoles, 20 de junio de 2012

FE CRISTIANA Y SENTIDO DE LA VIDA


(Texto de estudio Evaluación Antropología Cristiana 27/06)

La religión sólo existe en la persona que se interroga. No sólo determinados acontecimientos de la vida, como la muerte, el dolor, o el ansia de la felicidad, sino la misma existencia humana provoca una interrogación que necesita ir más allá de las posibilidades de lo demostrable y que, en cierta medida, abre al misterio.

Esa trascendencia posible. ese misterio, aparece en la vida del que se interroga en profundidad. Con mayor o menor intensidad, la persona experimenta la presencia de esa alteridad sobrenatural. Un encuentro, una persona, un lugar, un sentimiento, un acontecimiento de la vida, un fuerte deseo de bondad, un rito... cualquier motivo puede ser válido para iniciar la relación con el absoluto.

En este encuentro del hombre con el poder misterioso reside la salvación proclamada por las religiones. El sentido de la vida viene dado por la nueva relación que se establece. La persona religiosa determina su conducta o la modifica en virtud de su experiencia con el poder misterioso trascendente.

A la luz de esta relación no sólo se modifica la conducta moral, sino que se responden los porqués y para quién que la vida misma personal va planteando. La vida se ilumina y adquiere sentido gracias a la relación con la divinidad.

III:      LA FE CRISTIANA

A)           DISTINCIÓN ENTRE FE Y CREENCIA

Llamamos “creencia” a la adhesión de un conjunto de principios, de valores y de ideas que la persona acepta como expresión de la verdad, de su vida. Pertenece sobre todo, al terreno del conocimiento. Por ejemplo, cuando uno lee un libro de un autor o grupo de autores, afirmo que esta idea me identifica, me ha convencido. Esta adhesión se produce porque lo que se ha encontrado razonable e importante para la vida. Y se mantendrá la adhesión hasta que yo o alguien me convenza de lo contrario o de su falsedad. Esta forma de sentirse identificado por algo se llama “Creer”.

Llamamos “FE”  a la adhesión personal a alguien en el cual confiamos por su modo de ser y de comportarse con nosotros y a la aceptación de su comunicación personal y verbal con nosotros. Pertenece al terreno de las relaciones interpersonales.  Yo tengo un amigo íntimo. Me inspira toda la confianza, sé que no me va a fallar y me fío de él. Entonces digo, yo creo a mi amigo. No sólo digo creo esto o aquello sino creo en él. Esta adhesión se debe a la amistad, a la intimidad y a la seguridad que me proporciona el amigo. No es una adhesión con cautelas, a veces no entenderé del todo al amigo, pero sé que su fidelidad no me fallará. Por eso tampoco falla mi adhesión a él. A esta forma de sentirse identificado con el otro y de adherir al otro.

¿Demostrar la fe?

La experiencia de fiarse de y confiar en que supone la fe cristiana tiene muchos paralelismos con otras experiencias humanas que realizamos las personas casi sin darnos cuenta. Cuando confiamos en alguien, más allá de sus opiniones, y no sabríamos explicar muy bien por qué. Cuando nos adherimos casi inmediatamente a lo que diga o haga tal otra persona, porque confiamos en ella plenamente, estamos viviendo experiencias muy similares a las que vive el creyente respecto a la llamada de Dios.

Así pues, la experiencia de la fe no es una experiencia ni antihumana ni sobrehumana sino que está al alcance de nuestras posibilidades porque en nuestra vida constantemente ponemos en juego nuestra fe en otras personas, cercanas o lejanas, y vivimos de su confianza.

Estas constataciones no prueban ni demuestran la fe. Pero son muy útiles para percatarse de que creer no es irracional.

“La libertad tiene en la fe un papel que no lo tiene en la ciencia. Cuando ésta ha superado la fase de las investigaciones y ha llegado a unos resultados ciertos, presenta sus conclusiones como necesarias. Se las justifica por medio de una exposición de sus constataciones y deducciones Cada uno puede entonces recorrer nuevamente la cadena de demostraciones y verificar su valor. Si se las reconoce justas uno se ve obligado a la adhesión. En cuanto a la fe, jamás ocurre de la misma manera, un hombre dotado de un Espíritu vigoroso y sano puede siempre negarse a franquear la última etapa y saltar de la credibilidad a la fe. Jamás la exposición de una doctrina puede forzar el asentimiento. Por eso, resulta imposible dar la fe a alguien mediante la vía meramente demostrativa, multiplicando las exposiciones y los razonamientos. No se puede forzar a los espíritus a pasar de una serie de argumentos al Dios Vivo ¿Puede decirse entonces que la fe es irracional? No, pero posee un tipo de racionalidad diferente al de las ciencias. Para comprenderlo, es necesario referirse a la manera que tenemos de referirnos a las personas. Toda reflexión sobre Dios  se hace por analogía.

Creer es razonable. Razonable es aquello a favor de lo cual encontramos múltiples razones, pero sin que ninguna de ellas llegue a establecer su verdad con todo rigor y necesidad.

La experiencia humana más cercana a las fe cristiana es la experiencia de las relaciones interpersonales. Dos personas que se enamoran creen en su amor mutuo y deciden fiados en ese amor, ante la ausencia de certificados que demuestren claramente el éxito de su empresa. Precisamente es en los aspectos más vitales y trascendentales de la vida donde más fe se nos pide y menos demostración racional (matrimonio, profesión, amistades, etc.)

Por otro lado, el mensaje de Jesús de Nazaret conecta fácilmente con la aspiración de amor y de esperanza solidaria que anida en el interior de la persona humana. Y éste también es un elemento importante de la racionalidad de la fe como respuesta a esa invitación constante que Dios hace por medio del mensaje evangélico.

Pero la fe no es objeto de demostración científica. Querer dar una razón de necesidad de la fe en Dios sería como matar en su raíz su carácter de encuentro interpersonal. Esta cierta oscuridad que acompaña siempre a la experiencia de fe es, en su lado positivo, manifestación y prueba de la libertad de la fe. Al final, más allá de todo, razonamiento o consideración, queda la opción personal y libre que se manifiesta en la respuesta confiada a la llamada de Dios. Y donde hay necesidad racional no hay libertad.

Por ello, la fe cristiana será siempre un misterio en el que confluyen el misterio mismo de la libertad del hombre y el misterio de la gracia de Dios. En el fondo, al misterio del encuentro interpersonal

B)           LA INVITACIÓN A LA FE

a)           La Experiencia de la fe: Itinerario del Apóstol Pedro.

La fe cristiana es una experiencia radical de amor y de adhesión a Jesucristo. Es una religión distinta de las demás pues radica en el hecho central de la encarnación del mismo Dios, el anonadamiento o kénosis del hijo de Dios.

Analizaremos esta novedad y radicalidad de la fe cristiana desde la figura del Apóstol Pedro, quien desde su llamado hasta su muerte en Roma ha ido evolucionando su experiencia de fe. A lo largo de la vida de este apóstol se hizo una experiencia radical de la fe y al análisis de éste nos permitirá esquematizar esta misma experiencia. Luego plantearemos la problemática de la racionalidad de la fe.

>    Jn. 1,40-42:          Juan Bautista dice a sus discípulos que Jesús es el cordero de Dios, el Mesías esperado. Frente a este anuncio, hay algunos que no dudan en seguir. Entre ellos está Andrés, hermano de Simón Pedro el pescador. La premura con que Andrés acude a informar a su hermano nos da la idea de la inquietud y la actitud de búsqueda y esperanza que anidaban en el corazón de ambos hermanos; esperaban al Mesías, el salvador.

>    Jn. 1, 42b:             Simón Pedro es presentado a Jesús por Andrés. El primer encuentro. Una mirada y una propuesta. En la cultura judía, el nombre podía representar el ser más profundo de la persona. Jesús, al proponer a Simón un nuevo nombre, le está llamando a una nueva vida, a una nueva misión. Simón acepto desde este momento agregarse al grupo de los seguidores de Jesús. Es evidente que en este momento no comprendía demasiado lo que aquello podía significar, pero realizó un primer acto de confianza en Jesús.

>    Mt. 3, 13-19:        Jesús escoge a doce para hacerlos sus compañeros y para una misión. La iniciativa es de Jesús. Nadie es apóstol por méritos propios. Es la segunda vez que Jesús propone a Simón algo nuevo. Pedro vuelve a fiarse de su maestro y se embarca en esta nueva aventura. El contacto con Jesús se va a hacer mucho más intenso. Simón Pedro, casi sin darse cuenta, ha abandonado su trabajo, su vida anterior, para estar con él.

>    Mt. 15,15-18; MT. 18,21-22; Mt. 19,27-29:        Son muchas las horas que Pedro comparte con Jesús. Escucha sus enseñanzas, pero no duda en preguntar a Jesús. Quiere saber, pero no para acumular sabiduría intelectual, sino para orientar su vida y su existencia según las palabras de Jesús. Es así como poco a poco Pedro va descubriendo un nuevo mensaje y lo va asimilando en su propia vida. Sólo el tiempo junto a él, con confianzas y sin prisas, le va abriendo las perspectivas de esa nueva vida que anuncia el maestro.

>    Mt. 16,13-18:       Dice con palabras lo que está experimentando en su vida, y es que vivir con él salva su vida, es decir, la plenifica, le da sentido. El comentario de Jesús es importante, eso no lo ha descubierto por ninguna demostración humana sino por revelación del Padre. La experiencia de fe no es únicamente fruto del esfuerzo humano, sino un encuentro entre la iniciativa de Dios y rl proceso de respuesta del hombre.

>    Mt. 17, 1-4:                      En todo este tiempo de vivir junto a él no le faltaron a Pedro momentos de euforia, de estar a gusto con Jesús, de disfrutar de su cercanía y de su presencia.

>    Jn. 13,36-38; Jn. 13,6-9:             Y sin embargo, Pedro, todavía no acaba de comprender. Su admiración hacia Jesús es tal y su adhesión tan incondicional, que le impide a veces comprender el auténtico alcance de ñas palabras del maestro. En más de una ocasión Jesús le reprende y le proporciona curas de realismo. Pedro a través de esa cercanía y de ese contacto constante con el Señor, va corrigiendo y perfilando su propia experiencia de fe. Es todo un proceso de descubrimiento que le va llevando poco a poco a la auténtica comprensión de lo que Jesús es y de lo que Jesús le pide. Pedro, en efecto, dará su vida por Jesús, pero no ahora. Más tarde irá comprendiendo el verdadero alcance del compromiso de seguir a Jesús.

>    Mt. 14,24-32:       Pedro, lo henos visto, manifiesta en varias ocasiones su fe en Jesús entendida como adhesión a una persona que salva. Y sin embargo, los momentos de duda no faltan. El miedo nunca está ausente en semejante aventura. Siempre hay algún viento que lleva a la auténtica oración de la fe: “Señor Sálvame”.

>    Mc. 14,32-37; Mt. 26,69-75:       Y junto a las dudas tampoco faltan las infidelidades, los fallos, las caídas, las incongruencias. Jesús le pide a Pedro que le acompañe en el sufrimiento, y Pedro cae dormido. Del mismo modo, la euforia de seguidor incondicional de Jesús se ve derrumbada ante el temor de que también a él lo detengan como a Jesús. Pero todas estas situaciones no son ajenas a la experiencia de fe. Jesús no busca perfectos cumplidores, sino humildes seguidores que sean capaces de entusiasmarse, de irse con él y de levantarse cuando caen o se equivoquen.

>    Hechos 1,12-14:               Jesús ha muerto, ha resucitado y ha entrado en la gloria del Padre. Está entre ellos aunque no del mismo modo que antes. El resucitado vive en su comunidad y actúa en ella por su Espíritu. Pedro asume la misión que Jesús le había encomendado en el grupo de los Doce y guía la comunidad de los discípulos.

>    Hechos 2, 42-47:             Cuando Jesús estaba entre ellos, los que aceptaban su mensaje de salvación se agregaban al grupo de los seguidores. Ahora, los que se iban salvando se agregaban a la comunidad. En efecto, es la comunidad la que a partir de ahora hace presente a Jesús. La comunidad de los creyentes proporciona a los que se adhieren a ella aquella experiencia de fe que Pedro vivió junto al Señor. La proclamación de su palabra, la celebración de la fracción del pan (Eucaristía) y la vida en común perpetúan la presencia de Jesús.

>    Hech. 2,22-24ª.32.37-38;            La misma comunidad tiene la responsabilidad de predicar, de invitar a todo el que desee a unirse a esta nueva vida. Al explicar lo que ellos han visto y oído, necesariamente surgen algunas formulaciones de esa experiencia de fe. Dios Padre ha resucitado a Jesús y lo ha constituido Señor, y su presencia se hace viva por medio de su Espíritu enviado en Pentecostés. Así, poco a poco, van naciendo las profesiones de fe, que se manifiestan especialmente en el bautismo.

>    Hech. 4,1-3.5-12:             Pedro cumple el compromiso de predicar y de dar testimonio, pero esto no se hace sin dificultades ni persecuciones. Primero, la censura de las autoridades judías, más tarde, la persecución romana. Para Pedro, lo importante es comunicar el mensaje de Jesús y el modo de vivir propio de sus discípulos así como su experiencia de fe; “Sólo Jesús puede salvar”. No es una doctrina o una teoría, habla de su propia vida, aunque para hacerlo utilice expresiones formuladas de la fe. Desde aquel primer encuentro con Jesús en el que Pedro se fió  de él ha transcurrido mucho tiempo y el camino ha sido largo. No imaginaba él adónde le llevaría su experiencia de fe. No fue capaz de dar la cara por Jesús en la noche de la pasión, quizás porque no era el momento; le aguardaba la tarea de mantenerla vida de la comunidad. Pero al final de su vida sí que la entregó. Era el último capítulo de una historia de entrega y confianza cotidiana.

Esquema del proceso de experiencia de fe:

1.         BÚSQUEDA:    Inquietud por buscar la vida auténtica.
2.         INICIATIVA DIVINA: Dios llama.
3.                  PRIMERA RESPUESTA CONFIADA; que inicia todo un proceso.
4.                  VIVIR CON EL: Escuchar su palabra, buscar sus respuestas.
5.                  PROCESO DE CLARIFICACIÓN Y PURIFICACIÓN: dudas, fallos, euforias.
6.                  INTEGRACIÓN A LA COMUNIDAD:  como mediadora de la presencia por medio de la palabra, de la celebración, de la vida en común y de las expresiones de la fe.
7.                  COMPROMISO:  llevar la salvación a los demás, en medio de incomprensiones e incluso persecuciones.

La apertura a la trascendencia es una de las condiciones para la fe. Si todo tiene justificación en nosotros mismos, si la realidad que vivimos se agota en sí misma, es imposible la fe. Aquel que no se pregunta, que no aspira a una vida más plena y profundamente humana porque vive en mundo cerrado y suficiente en sí mismo, no está en disposición de iniciar la aventura de la fe.

Dios toma la iniciativa y llama. La revelación de Dios es una invitación y una manifestación de sí mismo que invita a vivir cerca de él. Los signos de la revelación de Dios acontecen en la historia. Desde la creación, la historia de la salvación es la historia de los signos reveladores de Dios: signos de presencia salvadora en la vida del hombre. Estos signos no se imponen, son una invitación.

Jesús es la cumbre de la manifestación de Dios en la historia, su llamada definitiva. Dios llama por medio de Jesús porque su vida interpela al hombre, le está pidiendo una respuesta ya que no puede dejar indiferente.

Cuando la persona responde afirmativamente a esta llamada poniendo su confianza en Dios, se inicia el camino de la experiencia de la fe. El primer fruto de esta respuesta es la conversión. El corazón convertido es el abierto a la entrada de Jesús en su vida. No se trata de conocer a Jesús desde fuera, sino de “morar con él” y así dejar que sea quien cambie tu vida.

Cuando el creyente, ayudado por el Espíritu Santo, decide libremente dar el paso de la fe, no lo hace sólo movido por la fuerza de los razonamientos sino, principalmente, fiado y confiado en el apoyo de Dios, que inspira y sostiene su experiencia. De este modo se inicia un camino no exento de dificultades y de fallos porque la fe no es ningún tranquilizante, sino que requiere audacia y fortaleza, tiempo de victoria y tiempo de derrota, certezas y dudas.

Esta fe se vive en comunidad. No es un asunto privado. La comunidad, la Iglesia, mantiene la presencia viva de Jesús que sigue llamando. En ella se encuentran los creyentes como hermanos y viven la fraternidad que Jesús instauró.

Esa misma comunidad dice su fe, la expresa para poder transmitirla. Y lo hace por medio de sus confesiones de fe o credos. Este lenguaje, por ser expresión humana, puede estar sujeta a evolución, pero las formulaciones encierran siempre, sustancialmente, la misma realidad y los mimos contenidos.

Y esa misma comunidad celebra su fe. Por medio de la celebración cristiana, la liturgia actualiza la presencia de Jesús y el don de su gracia.

La prueba de autenticidad de la fe es su acción, su obrar, su compromiso. El creyente es llevado por su fe a un compromiso de justicia y liberación de los hombres. (Santiago 2, 14-17)

C)           LO ESPECÍFICO DEL HECHO CRISTIANO: JESÚS DE NAZARET

a)    Lo específico de la Fe cristiana.

El cristianismo es una religión, pero no lo es exactamente como las demás. Jesús de Nazaret, fundador del cristianismo, con su vida y con su mensaje, pretendió una purificación de ciertas actitudes y conductas religiosas y sociales de su tiempo, como lo veremos a continuación, invitando más bien a la transformación interior del corazón.

Todas las religiones suponen que el hombre busca a Dios y todas ellas son una muestra del esfuerzo auténtico del hombre para relacionarse con él. Pero el cristianismo va más allá. Cree que Dios sale al encuentro del hombre, le busca, le llama, establece un diálogo con él. En ese diálogo, Dios le propone un camino de liberación y salvación.

El Dios cristiano sale al encuentro del hombre, no a través de fenómenos extraños o apariciones maravillosas, sino simplemente, sencillamente, haciéndose hombre como un hombre cualquiera, viviendo en un momento determinado en un país determinado, muriendo realmente como hombre.

Pero sobre todo, el cristianismo cree que ese Jesús resucitado, vive hoy en medio de nosotros. esto es lo que caracteriza al cristianismo y lo distingue de las demás religiones; su fe en un hecho, en un acontecimiento, en la encarnación, muerte y resurrección de Cristo.

A partir de este acontecimiento, la religión deja de ser un sistema para pasar a ser un encuentro y una relación con una persona concreta; JESÜS. Es llamativo que, entre todos los libros sagrados de la humanidad, sólo el de los cristianos sea una historia y no una exposición de doctrinas. Jesús no es un mero intermediario, es Dios mismo. Ni Moisés, ni Buda, ni Mahoma, ni nadie antes o después de Jesucristo ha reivindicado tal cosa.

“A diferencia de otros cultos en los que predomina el pavor frente a lo inefable, el misterio cristiano es un misterio de amor: Dios es caridad. Desde que el Verbo se encarnó, el hombre puede decir que Dios ya no es “completamente Otro”. Lo sagrado cristiano separa algo, pero para elevarlo a Dios, para ennoblecerlo, para dignificarlo con una plenitud suprema. La sacralidad cristiana implica menos una prohibición que una comunión”.