lunes, 29 de septiembre de 2014

LA CENTRALIDAD DE LA PERSONA COMO CAMINO A LA SANTIDAD EN WOJTYLA/JUAN PABLO II


            En primer lugar quisiera agradecer a mis colegas del Departamento de Teología por invitarme a esta XVI Jornada Teológica que pretende reflexionar sobre los desafíos que tiene la experiencia cristiana para los hombres y mujeres de hoy. No puedo negar que es un tema que apasiona e involucra la vivencia misma de mi experiencia cristiana y que, de seguro, podría ser analizada desde diferentes perspectivas, la mía,  intenta ser una mirada antropológica que bebe de su inspiración en el pensamiento de Karol Wojtyla - Juan Pablo II; un hombre que ha marcado la historia de la Iglesia y del mundo a fines del siglo pasado y cuyo legado filosófico se está comenzado a desentrañar y valorar.

En mi acercamiento al pensamiento filosófico de Wojtyla y el discurso magisterial del mismo siendo sucesor de Pedro,  he notado elementos de continuidad en relación a algunos temas, entre ellos el de la centralidad de la Persona humana. Lo que hoy deseo hacer es intentar mirar teológicamente, no sé si lo alcance,  la relación que existe entre el respeto ineludible a la dignidad de la persona y el llamado que tiene ésta a su realización personal y cristiana. Para ello, dividiré mi exposición en tres grandes temáticas, a saber:

1.      El Carácter irreductible de la persona.
2.      La dignidad de la persona y la norma personalista de la acción.
3.      El respeto a la dignidad de la persona como camino de santidad.

En el libro “Cruzando el umbral de la esperanza” nos señalaba Juan Pablo II
 «El interés por e! hombre como persona estaba presente en mí desde hacía mucho tiempo. Quizá dependía también de! hecho de que no había tenido nunca una especial predilección por las ciencias de la naturaleza. Siempre me ha apasionado más e! hombre ... Estábamos en la postguerra, y la polémica con e! marxismo estaba en su apogeo.
De mi relación con los jóvenes nació e! libro Amor y Responsabilidad. El ensayo sobre la persona y acción vino luego .. Por tanto, e! origen de mis estudios centrados en e! hombre, en la persona humana es, en primer lugar, pastoral. Y es desde e! ángulo de lo pastoral cómo formulé e! concepto de norma personalista, es decir, la tentativa por traducir e! mandamiento de! amor al lenguaje de la ética filosófica. La persona es un ser para e! que la única dimensión adecuada es e! amor ... La persona se realiza mediante e! amor ... El hombre se afirma a sí mismo de manera más completa dándose ... Si no se acepta la perspectiva de! don de sí mismo, subsistirá siempre e! peligro de una libertad
egoísta. Peligro contra e! que luchó Kant, Max Scheler y todos los que después de él han compartido la ética de valores. Una expresión completa de esto lo encontramos sencillamente en el! Evangelio. En e! Evangelio se contiene una coherente declaración de todos los derechos de! hombre».

1.                  El Carácter irreductible de la persona.

Karol Wojtyla, le otorga a la experiencia un carácter central en el acercamiento al modo como comprendemos a la persona humana, ésta (la experiencia) es base y fundamento de todo conocimiento sobre los objetos y sobre nuestro propio yo, pero la experiencia sensible no es la única forma de experiencia cognoscible, existen otros tipos de experiencias que se dan de manera inmediata a la conciencia[1]. Pero es en ella donde el hombre se descubre como yo y otro fuera de mí.[2] Es decir, como sujeto y objeto. Pues, en toda experiencia se da un grado de comprensión de lo que se experimenta, pero esta comprensión se da en una unidad que la otorga la acción misma del hombre. Por medio de esta unidad en la acción es que descubrimos a la persona. La experiencia nos dice que el hombre actúa y que en esa misma acción el hombre se revela como persona. No hay acción sin una persona que la realice y no hay persona que no comporte un conjunto de acciones.[3]

Es, por tanto, la experiencia del actuar del hombre la que nos permite entrar en su esencia y nos permite un conocimiento más profundo de él, es decir, por medio de la experiencia podemos alcanzar el conocimiento de la persona como un todo dinámico y no estático.

“entonces afirmamos que toda la experiencia del hombre lo muestra como aquel que existe, mora en el mundo y actúa, y nos permite e impone pensarlo habitualmente como el sujeto de la propia existencia y de la propia acción. Este es precisamente el contenido de suppositum. Tal concepto sirve para afirmar la subjetividad del hombre en sentido metafísico, (…) En efecto, a través de los fenómenos que concurren en la experiencia para formar la totalidad del hombre como aquel que existe y actúa, nosotros vislumbramos – estamos casi obligados a vislumbrar – el sujeto de este existir y de este actuar.”[4]

La experiencia del hombre no es, por tanto, la experiencia de algo que es, sino la experiencia de alguien que es[5] El yo que percibe no sólo se percibe corporalmente, poseyendo un cuerpo, sino que va más allá  de la mera percepción física y alcanza  la corpórea y sensible que denominamos interioridad subjetiva[6]. Por lo tanto, establecer la experiencia como punto de partida implica establecer, en el estudio del hombre, a éste como sujeto de su conocimiento y de su acción, es decir, como una experiencia de la intersubjetividad; “La experiencia inicial que todo ser humano posee al conocer algo y en la que se manifiesta que el ser humano es alguien, es decir, un sujeto que vive desde dentro la experiencia de ser sí mismo.”[7]

“En la medida en que crece la necesidad de comprender al hombre como persona única en sí e irrepetible, y sobre todo (…) en la medida en que crece la necesidad de comprender la subjetividad personal del hombre, la categoría de la experiencia adquiere su pleno significado, y éste es un significado-clave. Se trata, en efecto, de realizar no sólo la objetivación metafísica del hombre como sujeto agente, o sea, como autor de sus actos; se trata de mostrar la persona como sujeto que tiene experiencia de sus actos, de sus sentimientos, y en todo esto de su subjetividad. Desde el momento en que se ve esta necesidad en la interpretación del hombre agente, la categoría de la experiencia deberá encontrar el lugar propio en la antropología y en la ética, es más, deberá situarse hasta cierto punto en el centro de las distintas interpretaciones”[8].

Por medio de la experiencia el hombre se reconoce como un yo distinto de otros yo, un sí mismo que se distingue del mundo y de todo lo que le rodea. La persona se ubica como un ser que siendo en el mundo se distancia  de éste “que sólo es acortada cuando la acción consciente y libre las hace suyas de acuerdo a las modalidades que le son propias”,[9]pero, por sobre todo, viviendo en el mundo se separa y se destaca de él, pues, el hombre se encuentra remitido a sí mismo, es decir, el hombre se remite esencialmente a su yo que lo distingue y separa del mundo.

Entonces, la experiencia es la que nos ofrece el modo más propicio para acceder a la esencia misma de la persona y un mayor conocimiento de ésta. Por medio de ella, podemos comprender que es la acción la que revela la persona.  En cuanto que, en la praxis, el hombre se evidencia como sujeto y objeto. Este acceso por la experiencia a la Persona nos revela el carácter de irreductibilidad que posee el hombre, es decir, nos revela el lugar original y fundamentalmente humano que posee el hombre en relación con el mundo . En ella, se anula, según nuestro autor, la dicotomía presente en la historia de la filosofía entre lo subjetivo y lo objetivo. Así lo afirma en su texto la subjetividad y lo irreductible en el hombre:

“Quien escribe esto está convencido de que la línea de demarcación entre la aproximación subjetiva (de modo idealista) y la objetiva (realista) en antropología y en ética debe ir desapareciendo y de hecho se está anulando a consecuencias del concepto de experiencia del hombre, que necesariamente nos hace salir de la conciencia pura como sujeto pensado y fundado a priori y nos introduce en la existencia concretísima del hombre, es decir, en la realidad del sujeto cognoscente.”

La comprensión del hombre pasa por tratar el problema de la irreductibilidad del hombre, es decir, aquello que constituye la originalidad plena y fundamental del hombre en el mundo. Ella no puede ser una comprensión cosmológica del hombre o reducción cosmológica, tal y como se pueden expresar en el pensamiento de Aristóteles, donde el hombre viene siendo definido desde su proximidad a la especie; el hombre es un animal racional (zôon noétikon)  o como animal político (zôon politikón), ya que éstas no logran explicar este carácter irreductible.  La historia de la filosofía ha tendido a considerar, pues, al hombre como un animal racional, es decir, como una cosa o ente, que ha sido centro de muchas ciencias que lo reducen a objeto, perdiendo de vista, con ello, la originalidad primaria del hombre y reduciéndolo a un aspecto del mundo.

La subjetividad del hombre, en cambio, busca recoger lo esencial en el hombre que no puede ser reducido por el género más próximo y la diferencia de especie. Entonces, la subjetividad resulta ser, para Wojtyla, un sinónimo de la irreductibilidad de la persona. Y aquí radica la novedad de la definición de Persona dada por Boecio y cuya terminología es heredada de Aristóteles, ya que en ella, se da “un suppositum distinto (= sujeto del existir y del hacer)”  y por otro lado, esta definición resalta la individualidad de la persona  en cuanto ser sustancial, que posee una naturaleza racional o espiritual.  Entonces, cuando afirmamos la subjetividad de la persona estamos afirmando también el carácter objetivo de la misma realidad.

Wojtyla ha establecido incansablemente que en la experiencia podemos reconocer que la acción es lo que revela a la persona como un yo concreto, absolutamente único e irrepetible. Pero además, esta misma experiencia nos revela al hombre como un ser dinámico, es decir, no estático ni mucho menos atemporal. El acto es el momento particular de la experiencia de la persona. 

2.                  La persona es alguien y no algo; la norma personalista de la acción

      Un aspecto esencial de la consideración de la persona como suppositum nos invita a releer la formulación boeciana de persona como individua substancia, no ya sólo como un ser de naturaleza racional e individual, aspectos considerados en el concepto de persona, sino ir más allá de ella y llamarlo simplemente alguien.

En su obra Amor y Responsabilidad, Wojtyla desarrolla un estudio sobre la moral sexual, y en ella, se plantea la razón por la cual la persona no puede ser tratada como medio.

“La persona no debe ser meramente un medio respecto de un fin para otra persona. Esto está excluido por la misma naturaleza de la personalidad, por la que cualquier persona es. Los atributos que encontramos en el yo interno de una persona son aquellos por lo  que es un sujeto pensante y capaz de tomar decisiones. De modo que, cada persona  por naturaleza es capaz de determinar sus fines. Cualquiera que trata a una persona como el medio para un fin le hace violencia a la misma esencia del otro, a aquello que constituye su derecho natural.”

            La persona, considerada en sí misma, implica reconocer la importancia de la libertad al momento de comprender a la persona, “Sólo puede ser persona quien tenga la posesión de sí mismo y sea, al mismo tiempo, su propia, única y exclusiva posesión.”[10] La libertad en este sentido, es epifanía y continuidad de la perfección del ser personal.  En otra parte afirma; “Este principio (la norma personalista de la acción) posee una validez universal. Nadie puede usar a una persona como medio respecto de un fin, ningún ser humano lo puede hacer, ni siquiera Dios, su creador” [11]

Ese es precisamente el error del socialismo que hace notar en la Centesimus Annus “Ahondando ahora en esta reflexión y haciendo referencia a lo que ya se ha dicho en las encíclicas Laborem exercens y Sollicitudo rei socialis, hay que añadir aquí que el error fundamental del socialismo es de carácter antropológico. Efectivamente, considera a todo hombre como un simple elemento y una molécula del organismo social, de manera que el bien del individuo se subordina al funcionamiento del mecanismo económico-social. Por otra parte, considera que este mismo bien puede ser alcanzado al margen de su opción autónoma, de su responsabilidad asumida, única y exclusiva, ante el bien o el mal. El hombre queda reducido así a una serie de relaciones sociales, desapareciendo el concepto de persona como sujeto autónomo de decisión moral, que es quien edifica el orden social, mediante tal decisión. De esta errónea concepción de la persona provienen la distorsión del derecho, que define el ámbito del ejercicio de la libertad, y la oposición a la propiedad privada. El hombre, en efecto, cuando carece de algo que pueda llamar "suyo" y no tiene posibilidad de ganar para vivir por su propia iniciativa, pasa a depender de la máquina social y de quienes la controlan, lo cual le crea dificultades mayores para reconocer su dignidad de persona y entorpece su camino para la constitución de una auténtica comunidad humana.”

      Esta norma personalista de la acción también es presentada en su  lo afirma en la Christifideles Laici:

“De aquí el extenderse cada vez más y el afirmarse siempre con mayor fuerza del sentido de la dignidad personal de cada ser humano. Una beneficiosa corriente atraviesa y penetra ya todos los pueblos de la tierra, cada vez más conscientes de la dignidad del hombre: éste no es una "cosa" o un "objeto" del cual servirse; sino que es siempre y sólo un "sujeto", dotado de conciencia y de libertad, llamado a vivir responsablemente en la sociedad y en la historia, ordenado a valores espirituales y religiosos.”

            Así la persona no puede vivir la experiencia del encuentro con el otro como si fuese un dato éticamente neutro. La experiencia de la persona como persona conlleva siempre un valor y una obligación implícita; el ser personal implica un deber ser. La persona que conocemos reclama por su propia naturaleza el ser afirmada en sí misma a través de nuestra acción.

3.                  El respeto a la dignidad de la persona como camino de santidad

En este apartado quisiera plantearme el desafío que implica teológicamente ahondar en estas reflexiones filosóficas que hemos hecho acerca de la persona.

Podríamos decir junto a A. Meis que impresiona ver en el pensamiento de Juan Pablo II la centralidad de la preocupación por el hombre concreto y sus problemática en el mundo moderno, la que es esclarecida por el misterio trinitario, por eso insiste en el sentido profundo de la encarnación del verbo, quien se abaja a los hombres a compartir su historia. El misterio del hombre sólo puede ser develado en Cristo quien nos permite reconocer en el hombre su carácter sagrado y señalarlo como fundamento. “Pero la sacralidad de la persona no puede ser aniquilada, por más que sea despreciada y violada tan a menudo. Al tener su indestructible fundamento en Dios Creador y Padre, la sacralidad de la persona vuelve a imponerse, de nuevo y siempre.” [12]

En este sentido, una de las  debilidades más vistosas de la civilización contemporánea es la inadecuada comprensión acerca del hombre y en la vivencia concreta de la violación de su dignidad, tal como afirma en la Christifideles Laici:

Pensamos, además, en las múltiples violaciones a las que hoy está sometida la persona humana. Cuando no es reconocido y amado en su dignidad de imagen viviente de Dios (cf. Gn. 1, 26), el ser humano queda expuesto a las formas más humillantes y aberrantes de "instrumentalización", que lo convierten miserablemente en esclavo del más fuerte. Y "el más fuerte" puede asumir diversos nombres: ideología, poder económico, sistemas políticos inhumanos, tecnocracia científica, avasallamiento por parte de los mass-media. De nuevo nos encontramos frente a una multitud de personas, hermanos y hermanas nuestras, cuyos derechos fundamentales son violados, también como consecuencia de la excesiva tolerancia y hasta de la patente injusticia de ciertas leyes civiles: el derecho a la vida y a la integridad física, el derecho a la casa y al trabajo, el derecho a la familia y a la procreación responsable, el derecho a la participación en la vida pública y política, el derecho a la libertad de conciencia y de profesión de fe religiosa.

O como también señala en la misma conferencia arriba citada:

Ante los dicho hasta aquí, la Iglesia ve con profundo dolor “el aumento masivo, a veces, de violaciones de derechos humanos en muchas partes del mundo... ¿Quién puede negar que hoy día hay personas individuales y poderes civiles que violan impunemente derechos fundamentales de la persona humana, tales como el derecho a nacer, el derecho a la vida, el derecho a la procreación responsable, al trabajo, a la paz, a la libertad y a la justicia social; el derecho a participar en las decisiones que conciernen al pueblo y a las naciones? ¿Y qué decir cuando nos encontramos ante formas variadas de violencia colectiva, como la discriminación racial de individuos y grupos, la tortura física y sicológica de prisioneros y disidentes políticos? Crece el elenco cuando miramos los ejemplos de secuestros de personas, los raptos motivados por afán de lucro material que embisten con tanto dramatismo contra la vida familiar y trama social” (Mensaje del Papa Juan Pablo II a la ONU; L'Osservatore Romano, Edición en lengua Española, 24 de diciembre de 1978, pág. 13).Clamamos nuevamente: ¡Respetad al hombre! ¡El es imagen de Dios! ¡Evangelizad para que esto sea una realidad! Para que el Señor transforme los corazones y humanice los sistemas políticos y económicos, partiendo del empeño responsable del hombre.

Tremenda contradicción ésta, afirma el mismo pontífice, pues,

 “Quizás una de las más vistosas debilidades de nuestra civilización actual esté en una inadecuada visión del hombre: La nuestra es, sin duda, la época en que más se ha escrito y hablado sobre el hombre, la época de los humanismos y del antropocentrismo. Sin embargo, paradójicamente, es también la época de las más hondas angustias del hombre respecto de su identidad y destino, del rebajamiento del hombre a niveles antes insospechados, época de valores humanos conculcados como jamás lo fueron antes” (Puebla, Discurso Inaugural, 1,9)

El llamado que Juan Pablo II hace a los cristianos es, por tanto,  a reconocer en cada persona a alguien que es irreductible, digno y finalidad en sí misma.  Este reconocimiento de la centralidad de la persona es tarea especial de todos, pero que, sin embargo, se debe evidenciar en el actuar de los cristianos en el mundo. Papel fundamental juegan los fieles laicos -al igual que todos los miembros de la Iglesia- dirá Juan Pablo II, son sarmientos radicados en Cristo, la verdadera vid, convertidos por El en una realidad viva y vivificante. Los cristianos, quienes viven en el mundo y desarrollan allí su vocación cristiana. “De este modo, el ser y el actuar en el mundo son para los fieles laicos no sólo una realidad antropológica y sociológica, sino también, y específicamente, una realidad teológica y eclesial. En efecto, Dios les manifiesta su designio en su situación intramundana, y les comunica la particular vocación de "buscar el Reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios””

En el número 16 de la misma exhortación el papa señala la vocación a la santidad de los fieles “La dignidad de los fieles laicos se nos revela en plenitud cuando consideramos esa primera y fundamental vocación, que el Padre dirige a todos ellos en Jesucristo por medio del Espíritu: la vocación a la santidad, o sea a la perfección de la caridad. El santo es el testimonio más espléndido de la dignidad conferida al discípulo de Cristo.

"La unidad de vida de los fieles laicos tiene una gran importancia. Ellos, en efecto, deben santificarse en la vida profesional y social ordinaria. Por tanto, para que puedan responder a su vocación, los fieles laicos deben considerar las actividades de la vida cotidiana como ocasión de unión con Dios y de cumplimiento de su voluntad, así como también de servicio a los demás hombres, llevándoles a la comunión con Dios en Cristo"

Entonces, el desafío que nos presenta la fe, desde la lectura de Juan Pablo II, es lograr tener una experiencia del hombre  en su carácter de irreductibilidad, de subjetividad y dignidad que le han sido dadas en cuanto ser substancial, pero por sobre todo, como persona, creada a imagen de Dios. Los cristianos podrán hacer la experiencia de la santidad en la medida en que puedan hacer la experiencia de lo humano, en cuanto  sea capaz de descubrir en la persona, es decir en sí mismo y en los demás,  aquello que lo encamina a considerarse y considerar a los otros, como fines en sí mismos y nunca como medio. Esta consideración sólo es posible si se entiende la dignidad humana desde un fundamento trinitario; Dios ha venido a salvar al hombre en la persona de su hijo y permanece fiel a él.

Jesucristo es el camino principal de la Iglesia. Él mismo es nuestro camino " hacia la casa del Padre " y es también el camino hacia cada hombre. En este camino que conduce de Cristo al hombre, en este camino por el que Cristo se une a todo hombre, la Iglesia no puede ser detenida por nadie. Esta es la exigencia del bien temporal y del bien eterno del hombre.

                                                           Muchas Gracias.




[1] “Percibir lo concreto no es igual que comprender lo concreto. Esta última operación es necesaria en la dinámica del conocimiento debido a que sería imposible referirnos a una persona en concreto o disponer de cosas concretas a través de la acción si fuese imposible entenderlas en su singularidad (…) Wojtyla ´parece darse cuenta que si el conocimiento intelectual fuese mediato la fundamentación realista del conocimiento entraría en una contradicción irresoluble al detenerse el entendimiento en el límite de su propia representación” GUERRA LÓPEZ, Rodrigo; Volver a la Persona, Óp. Cit. Pág. 223.
[2] WOJTYLA, “La persona, sujeto y comunidad”, en El hombre y su destino, Ediciones Palabra, 2005, Madrid España, pág. 46. “El mundo en que vivimos está compuesto de muchos objetos. La palabra objeto aquí significa más o menos lo mismo que ente. Este no es el sentido propio de la palabra, desde que un objeto estrictamente hablando, es algo relacionado a un objeto. Un sujeto es también un ente – un ente que existe y actúa en un cierto modo. Es posible, entonces, decir que el mundo en que vivimos está compuesto de muchos objetos. Sería verdaderamente propio hablar de sujeto antes que de objeto. Si el orden ha sido invertido aquí, la intención fue poner énfasis precisamente al inicio de este libro en su objetivismo, en su realismo. Debido a que si comenzamos con un sujeto, especialmente cuando ese sujeto es el hombre, es fácil tratar a todo lo que está fuera del sujeto, esto es, a la totalidad de objetos, de una manera puramente subjetiva, tratar con él solo en tanto que entra dentro de la consciencia de un sujeto, se establece a sí mismo y habita en esa conciencia. Debemos, por lo tanto,  aclarar desde el inicio que cada sujeto también existe como objeto, como un algo o alguien objetivo.” WOJTYLA, Amor y Responsabilidad, pág. 13.
[3] Cfr.WOJTYLA, K. Persona y Acción,  pág. 12.”Para nosotros, la acción revela a la persona, y miramos a la persona a través de la acción”
[4] WOJTYLA, Karol;  El hombre y su destino, pág. 49.
[5] Distinción fundamental que recogemos en la antropología Wojtyliana.
[6] GUERRA, Rodrigo, Afirmar la persona por sí misma, Óp. Cit. Pág. 40.
[7] GUERRA, “Repensar la moral. Experiencia moral, teoría de la moralidad y antropología normativa en la filosofía de Karol Wojtyla”, en www.celam.org/documentos_celam/178.doc, pág. 3
[8] WOJTYLA, Karol; “La subjetividad y lo irreductible en el hombre”, pág. 32, en WOJTYLA, El hombre y su destino, Ediciones Palabra, España, 3° Edición, 2005.
[9] GUERRA, Rodrigo; Afirmar la persona por sí misma, Óp. Cit. Pág. 48.
[10] JUAN PABLO II; Catequesis 22 de agosto de 1984 ”Efectivamente, el dominio de sí corresponde a la constitución fundamental de la persona: es precisamente un método "natural". En cambio, la transferencia de los "medios artificiales" rompe la dimensión constitutiva de la persona, priva al hombre de la subjetividad que le es propia y hace de él un objeto de manipulación.
[11] Wojtyla; Libertad y Responsabilidad, pág. 27.  JUAN PABLO II; Centesimus Annus N° 13)
[12] JUAN PABLO II, Christifideles Laici N° 5.