lunes, 29 de marzo de 2010

LA FENOMENOLOGÍA SCHELERIANA Y SU SISTEMA DE VALORES

(Investigación incluida en el proyecto de Tesis doctoral)


Scheler puede ser considerado uno de los exponentes más fecundos de la fenomenología del siglo pasado. De Husserl recoge la idea de intuición como el principio de todos los principios . Esta intuición es eidética, esto quiere decir, que tiene como objetivo las esencias o las leyes esenciales y no solamente las contingentes y particulares. “De esta suerte, viene a ser un modo de conocimiento esencial, cuya validez es independiente de las variaciones circunstanciales y existenciales” . Estableciendo que este contacto sólo se puede dar en la vivencia y que requiere de la inmediatez necesaria para entrar en contacto con la realidad. Ese contacto, con el mundo, es el rasgo fundamental por el que una filosofía pueda ser considerada fenomenológica o no. Pero éste, afirma nuestro autor, ha de ser vivo, inmediato en sumo grado .


“Debe poseer, en primer lugar, y como característica fundamental, un contacto vivencial con el mundo mismo, o sea con los objetos en cuestión. Este contacto ha de ser vivo, intensivo e inmediato en sumo grado y se realiza con respecto a los objetos tal y como se ofrecen de forma muy inmediata en la vivencia, o sea en el acto de la vivencia, y tal como ellos mismos existen en ese acto y sólo en él. Sediento de hallar el ser contenido en la vivencia el filósofo fenomenológico en todas partes tratará de beber en las fuentes mismas en las que se revela el fondo del mundo. Al hacerlo, su mirada reflexiva se detiene sólo en el punto de contacto entre la vivencia y el mundo como objeto, y no importa si se trata de cosas físicas o psíquicas, de números, de Dios o de otro “algo”. El rayo de la reflexión habrá de recaer solo sobre aquello que existe en este contacto más estrecho y vivo, y en cuanto existe en él.”


Como vemos, para Scheler, es necesario que la experiencia de un determinado objeto sea fenomenológica, es decir, sea completamente independiente de todo elemento sensorial. Por ello, plantea se hace necesario plantear la reducción fenomenológica, es decir, la suspensión de todo juicio que puedan manipular las vivencias. Desde esta perspectiva, afirma nuestro autor:


“La pregunta acerca del criterio es la pregunta hecha por el eterno otro que no desea encontrar en la vivencia y en la investigación de los hechos lo verdadero y lo falso o los valores de lo bueno o lo malo, etc. Sino que se coloca por encima de todo ello en carácter de juez. Pero semejante persona no se da cuenta de que todos los criterios sólo se deducen al tomarse contacto con las cosas mismas, y de que también los criterios se deben deducir de este modo. Por lo tanto, hace falta una aclaración fenomenológica del sentido propio de las oposiciones: real-irreal, verdadero-falso, así como de todas las oposiciones de valor. El auto don de algo mentado en la inmediata evidencia de la contemplación es lo único, con el mismo significado de la palabra verdadero, que se eleva por encima de la oposición verdadero- falso, perteneciente sólo al ámbito de las proposiciones.”


A diferencia de Husserl, Scheler, parte de la percepción natural, para luego dejar fuera los impulsos y apetitos por medio de las cuales tendemos al dominio de las cosas. “De esta manera, aparece un amor desinteresado que aprecia y capta la esencia y el valor de las cosas en sí mismas sin restricción. Así se capta la intuición de las esencias.” Para él no sólo hay intuición de lo categorial sino también de las esencias. En su libro el formalismo en la Ética y la ética material de los valores, aparecida en 1913 , realiza una crítica a Kant al establecer que éste hace descansar la bondad o la maldad de un acto en la conformidad o disconformidad con la ley . Scheler se propone superar la formalidad del pensamiento kantiano, conservando con ello la necesidad de mantener los a priori como fundamento de la moralidad.


Pero estos a prioris schelerianos, se diferencian de los kantianos en cuanto que éstos son para este último producto de la actividad sintética, por la cual el entendimiento impone unas formas y da estructura a los datos caóticos de los objetos sensibles, es decir, tiene un carácter exclusivamente formal, ahora bien, cuando en fenomenología se afirma la necesidad de lo apriorístico del mundo de las esencias no se está formulando, tal y como lo hace Kant, sino que se está afirmando la subsistencia de este mundo independiente de toda percepción particular y, por otro lado, este mismo mundo es objeto de una intuición, por lo que éste constituye una materia de conocimiento.


En la construcción de su sistema ético, Scheler busca distanciarse de los fundamentos kantianos de la pura forma y basarse en la materia ética. Para Kant el valor moral de un acto no proviene de ningún bien o fin extrínseco al que tienda el acto. Por lo que el sistema ético kantiano no considera que el valor moral proceda de materia alguna, ya que eso nos llevaría a una moral material y heterónoma, pues no está claro que el hacer bien me conceda felicidad, sino que sólo lo debo realizar en cumplimiento de una ley moral en mí.


Para Scheler, lo mismo que para Wojtyla Posteriormente, la centralidad de la ley en la moralidad es una arbitrariedad. Es considerada por este mismo como una ética del resentimiento que termina desconfiando de la vida y del sentido de lo que el hombre desea realizar en ella, resaltando el sacrificio como criterio de bondad moral. En cambio, Scheler, hace descansar la centralidad de su planteamiento moral en los valores, en palabras de Wojtyla, éste
“Al basar su sistema en la materia ética revela ya, por ese mismo hecho, una fundamental tendencia objetiva: el origen del valor ético de un acto ha de buscarse en el objeto(…) Scheler intenta reducir al mínimo, la importancia del deber y recuperar, en cambio, para la vida moral del hombre la esfera emocional. De este modo, y en contraposición a la ética kantiana de la pura forma, desarrolla el sistema ético de los valores objetivos.”


Esta primacía del valor para Scheler se debe a que éste posee, como ya habíamos dicho, una realidad a priori y material . Las emociones representan en Scheler una nueva actitud frente al mundo, rechazando con ello la dualidad razón – sensibilidad. Esta superación del idealismo y el realismo que impedía establecer que la sensibilidad podía acceder al conocimiento de las esencias, tal y como lo hace la razón o la lógica realmente no corresponde y será preciso comprender que lo emocional también puede acceder a ellas.


“La determinación genuina del saber no puede encontrarse separadamente ni en la inmanencia de la conciencia (in mente, idealismo) ni en la trascendencia (in re, realismo), sino en el acto de conocimiento que abarca inmanencia y trascendencia, conciencia y realidad. Si el error del idealismo estriba en considerar que la esencia es inmanente a la conciencia (y tiende a tragarse la existencia), para el realismo la existencia es trascendente (y tiende a negar toda verdadera inmanencia)”.


Desde esta perspectiva, Scheler, ve en el carácter intencional de lo afectivo que tiene como objeto a los valores, una dimensión de la cual se había desconocido o no se había profundizado ni en las ciencias positivas como en la fenomenología, ya que estos, son ciegos para la razón, “pero la intuición emocional los revela como realidades absolutas, objetivas y a priori,” y por lo tanto, son irreductibles a la luz del entendimiento lógico formal.


Como lo afirma Wojtyla estos valores son para Scheler, objeto de experiencia fenomenológica.
“El nombre – afirma Wojtyla – le viene del hecho de que los valores, objeto de la experiencia, se manifiestan en el contenido de la vida emocional humana. Según Scheler, los valores constituyen los datos originarios de aquellas experiencias emotivas que pueden constatarse y determinarse por vía experimental. Scheler lo demuestra a través del análisis del acto humano, toda vez que las fases particulares del acto se distinguen por su orientación hacia el valor objetivo.”


El que los valores respondan a una dimensión de la experiencia, no quiere decir, que éstos se puedan identificar sin más con la introspección, o experiencia interna, que es el modelo que utiliza la psicología . Por ello, la experiencia fenomenológica no separa el contenido de la experiencia – el valor- y la experiencia emocional misma. Desde esta perspectiva, el valor se convierte en el elemento fundamental de las experiencias emocionales.


La experiencia, por tanto, se constituye en la mejor instancia para poder captar el valor de manera inmediata e intuitivamente


“Las unidades significativas ideales y las proposiciones que, prescindiendo de toda clase de posición de los sujetos que las piensan y de su real configuración natural, así como toda índole de posición de un objeto sobre el que sean aplicables, llegan a ser dadas mediante el contenido de una intuición inmediata.”


De este modo, la fenomenología en Scheler es una de las mejores formas de atender a la finalidad misma de la ética, por su carácter experimental, y porque es capaz de determinar aquellos contenidos que forman parte de la esencia misma de la ética vivida que son los valores.


Los Valores son pues, comprendidos no teóricamente, sino de forma práctica y ellos no pueden separarse de la experiencia vivida de los hombres, pero no nos entrega, nuestro autor ninguna definición de ellos que esté ajena a la experiencia de los sujetos. Wojtyla señala que si se puede aventurar alguna definición, sólo se puede plantear de manera negativa; el valor no constituye un atributo de la cosa, ni tampoco es una potencia o disposición visible de la cosa sino que es dado de forma nueva al conocimiento.


Esto quiere decir que los valores no están en las cosas sino que son independientes de ellas. Si bien, los valores se encuentran encarnados en los bienes y se manifiestan en ellos, siempre los trascienden. “Del mismo modo, el valor que descansa en un depositario con el que constituye un bien es independiente del depositario.” Y de toda la estructura psicofísica. Los valores son independientes, tanto de los bienes como de los fines a los cuales se dirige la voluntad. Podríamos decir, que los bienes y los fines se fundan en los valores. El conocimiento de los valores se da porque hay un estadio en el que se nos da clara y evidentemente el valor de una cosa, sin que nos estén aún los depositarios de ese valor.


Los valores son captados por la intuición emocional que los revela como realidades absolutas, obetivas y a priori. Es decir, los valores se perciben en los bienes pero su existencia no acaba ni comienza allí sino que se sitúan en un plano anterior ideal


“Las cualidades de valor representan un dominio propio de objetos que tienen sus particulares relaciones y conexiones independientes de la existencia de un mundo de bienes (Güterwelt) en el que se manifiesten (…) Respecto a la existencia de ese mundo de bienes, los valores son a priori. Esto se debe a que el valor mismo es independiente de todo el orden de la existencia: su objetividad es de índole radicalmente distinta de la objetividad del ser. Aún más, para llegar al puro contenido esencial del valor, es preciso eliminar de la experiencia fenomenológica todo resto de existencia contingente.”


Esta separación entre el Ser y el Valor, es resaltado por Max Scheler, llegando a establecer que el valor no es en absoluto, es decir, los valores no son una identidad, que si bien son propiedades que afectan al ser último de las cosas no se pueden identificar con ellas. El Ser y el Valor no pueden ser deducidos el uno del otro. Por lo tanto, la percepción de los valores sólo se puede dar en el ámbito de las experiencias vividas, pertenecen al ámbito de las emociones cognoscitivas llega a decir Wojtyla. Esto no significa caer en el subjetivismo sino más bien afirmar que la objetividad de los valores es independiente de toda opinión y deseos individuales.


Habíamos establecido más arriba, que los valores morales no se pueden definir sólo pueden darse las condiciones particulares en que los valores se manifiestan como contenido de la percepción afectiva y aunque se manifestasen en actos de la voluntad nunca llegarían a constituirse en objetos de los actos de la misma. “Podrán manifestarse colateralmente (auf dem Rücken) sólo con ocasión de otros valores objetivos” . Así los objetos que tienen una presencia de valor adquieren por el mismo hecho de manifestarlos el carácter de bienes.


Con Scheler asistimos a la afirmación de la importancia del sentimiento como dinamismo intencional privilegiado que tiende hacia el valor y con un rechazo del deber como constitutivo de la experiencia ética. Con ello, Scheler, se opone nuevamente al formalismo kantiano. Para Kant, el punto de partida para la reflexión es un hecho de razón: el hecho de que todos los humanos tenemos conciencia de ciertos mandatos que experimentamos como incondicionados, esto es, como imperativos categóricos, todos somos conscientes del deber de cumplir algún conjunto de reglas, por más que no siempre nos acompañen las ganas de cumplirlas, las inclinaciones naturales, como todos sabemos por propia experiencia, pueden ser tanto un buen aliado como un obstáculo, según los casos, para cumplir aquello que la razón nos presenta como un deber. Para Scheler, el deber (la norma) tiene como consecuencia el entender la ética como el cumplimiento del puro deber y es ciego a la percepción afectiva. El valor le confiere a la vida moral un carácter positivo y creativo que no lo otorga el deber, pues, este último nos pone por delante una realización de un determinado valor como necesario, lo que atenta contra la misma esencia del valor que se entiende a sí mismo como indiferente a toda realización o no. El deber supone un valor y se transforma en un deber ser del valor o no valor que pone por delante. Por eso, será preocupación central de Scheler eliminarlo de su sistema ético . Si bien el deber tiene cierta importancia esta es secundaria en relación a la importancia que el valor adquiere por su fuerza de atracción emocional en el ámbito de la ética.

domingo, 28 de marzo de 2010

¿Meritocracia o Nepotismo profesional?


En muchas de mis clases con alumnos de pre grado, cuando tratamos los cambios vertiginosos en el mundo moderno y cómo éstos afectan al mundo del trabajo, planteo la cuestión del necesario perfeccionamiento o de la educación continúa para poder dar respuesta a los requerimientos que el mercado globalizado y en permanente mutación exige de un profesional. En ellas planteo cómo este constante perfeccionamiento, aparte de contribuir a una formación personal, puede ser un aspecto decidor al momento de ser contratado en una empresa o institución, pues ello, le genera un valor agregado a las empresas, contar con personal especializado y que, sin lugar a dudas, puede ser un elemento fundamental al momento de consensuar algún aumento de sueldo.

En las pasadas elecciones se ha puesto en la discusión nacional el tema de la meritocracia; concepto que quiere expresar la idea de un gobierno en el que los profesionales excelentes que acceden al trabajo, no lo hacen por algún cuoteo político o “pituto” , sino por los méritos profesionales que se tiene para ello. Los candidatos compartieron la necesidad de cambiar este procedimiento que en nada ayuda a hacer de los cargos públicos, cargos ocupados por personas con méritos suficientes, que nadie puede poner un minuto en duda el profesionalismo de las mismas. Este ánimo de querer cambiar las cosas evidencia que nos encontramos frente a un tema que, de suyo, comporta un problema ético digno de ser analizado. Evidencian que se dan prácticas poco transparentes y carentes de toda objetividad profesional, que imposibilitan el necesario recambio profesional necesario y el acceso democrático y en iguales condiciones de todas las personas a un trabajo.

Si afirmo que esto conlleva un problema ético me refiero a que se dan ciertas prácticas que entorpecen, distorsionan y atentan contra la verdad, como veremos:

El acceso al trabajo es un derecho que tienen todas las personas, independientes de toda estirpe, condición socio política y religiosa. La sola objeción para acceder a éste pasa por situaciones de carácter objetivo que implican un atentado a los derechos fundamentales de las personas y que están preescritas en la ley. El trabajo es un deber que la sociedad debe preservar en todas las personas, independientes de toda otra condición. Es por ello, fundamental que la sociedad busque las instancias adecuadas para que todos puedan acceder a ello.

El trabajo es un derecho esencial y primario porque es la manera como los seres humanos obtienen los bienes y servicios necesarios para vivir y porque es un medio importante para el desarrollo y realización de la persona. Los seres humanos no suelen disponer de modo habitual de otros medios para eliminar los bienes y servicios sino por el trabajo, ya directamente (el que produce para su autoconsumo) ya a través del dinero que obtiene por su trabajo. Excepto pocos que disponen de bienes suficientes como para no trabajar, para casi todos es necesario disponer de ingresos que les permita obtener los bienes y servicios necesarios para la vida.

Además el trabajo suele ser un medio primordial e importante para el desarrollo y realización personal. A través de él se refleja lo propio de la persona: su capacidad de pensar, de resolver dificultades, de vencer obstáculos, de mejorar su conocimiento del mundo que lo rodea, de dominar y transformar el medio para ponerlo al servicio de las personas. Al transformar objetos la persona se transforma. Este es el sello humanizante del trabajo: la posibilidad de crecer como persona, de darle plusvalía humana, espiritual al hecho de trabajar. Por el hecho de ser el trabajo la forma normal de desarrollo y porque la persona no suele tener otra manera de satisfacer sus necesidades, el derecho a trabajar es esencial.

Por ello, que es imprescindible que las formas de acceso sean las más adecuadas para todas las personas. Ello implica que en las empresas, tanto públicas como privadas, se generen instancias de accesibilidad democráticas y que sólo consideren méritos inherentes y propios de un determinado cargo o profesión. No es recomendable éticamente que los llamados a concursos públicos que se realizan en determinadas empresas tengan un carácter esencialmente distractor o se plantee como una forma de engañar a la población en búsqueda de trabajo, siendo que los cupos ya están ocupados antes del llamado. Esta forma de engaño posibilita la corrupción, entendida como una falta de transparencia, y, por otro lado, la mentira, que genera ilusiones en otros profesionales, tal vez más competentes que los mismos que, por ciertos mecanismos poco transparentes, se sienten menoscabados en sus reales oportunidades de obtención de trabajo.

Esto es más grave, a mi juicio, si se da en instituciones de educación. Aunque lamentablemente es una práctica cotidiana que pasa por no pocas exanimaciones de conciencia. Por ejemplo, es cotidiano ver en nuestras instituciones educativas amigos de este u otro profesional quien ocupa el cargo, a veces sin merecerlo siquiera o no teniendo las competencias para ello. Los ejemplos son muchísimos que, a poco andar uno puede verlo en universidades, colegios, institutos. La excelencia parece ser un asunto presente en los grandes discursos y en las aulas, pero que de buenas intenciones parece quedarse.

Este fue mi caso en el colegio en el que ejerzo, donde motivos de extraña orientación provocaron que eligieran a un joven profesional, omitiendo todos mis méritos para acceder al cargo y que sobrepasaba a todos los concursables. Lo mismo sucede en una facultad de educación, que más vale no nombrar, que se elige a una amiga de la encargada de docencia, que no tiene ni práctica ni perfeccionamiento docente, en detrimento de excelentes profesionales, probados en excelencia, para ocupar la cátedra. En fin, en ambos casos no se cumplen los requisitos mínimos de transparencia, de estar actualizados con las exigencias de un mundo que busca la excelencia, es decir, el logro de la virtuosidad por sobre todas las cosas.

Estamos en una sociedad con un doble discurso, por un lado, fuertemente centrada en una nueva forma de nepotismo (que no necesariamente es familiar) que busca aventajar a los amigos, los miembros del mismo partido político o de la organización social, o aquellos que pagan antiguos favores, y por otro lado, un llamado urgente a acoger el mérito como forma privilegiada de igual acceso al trabajo.

Ojalá podamos caminar hacia la meritocracia al momento de reconstruir nuestras relaciones laborales, nuestras confianzas y nuestras miradas de futuro.

martes, 16 de marzo de 2010

Terremoto moral ¿Responsabilidad personal o colectiva?


RESUMEN


Las escenas de saqueo de las que fuimos testigos luego del Terremoto. Nos plantean la interrogante acerca de las causas que llevan a una sociedad como la nuestra a realizar este tipo de actos. El presente artículo indaga propedéuticamente sobre estas desde una mirada ética.


"Aquí hubo víctimas y victimarios. La pregunta es por qué tanto victimario.”
(Locutor relatando los saqueos en Concepción)




Los acontecimientos que marcaron el mes de febrero de 2010, difícilmente podrán ser borrados de la memoria colectiva de los habitantes de nuestra patria. La tierra y el mar nos robaron la tranquilidad y el sosiego del que descansa despreocupado y casi seguro de lo que ha conseguido. Las imágenes que cubrían nuestras retinas golpeaban una y otra vez nuestro pecho, queriendo creer que todo era una pesadilla. Vimos en el suelo y arrasados por el mar, el fruto añoso de los sacrificios y progresos. Todo era desconsuelo, llanto, muerte, agobio. Nada parecía tener sentido y cada réplica aturdía pesadamente nuestros hombros, ante el miedo de que algo peor podría asomarse.


Las escenas de saqueo que los medios de comunicación nos hicieron testigos, y que más de algún creativo periodista, de los que nunca faltan, denominó terremoto moral, significó un acontecimiento inesperado para muchos de los televidentes que veíamos anonadados cómo inescrupulosos aprovechaban el desorden para hacerse de utensilios que de primera necesidad no tenían mucho. Uno de los tantos buscadores de noticia preguntaba a un saqueador una cuestión que tal vez ni siquiera él mismo se había preguntado nunca ¿dónde está su conciencia? Pregunta compleja en la medida en que la interrogación versaba sobre un asunto que, desde hace tiempo, está fuera de nuestra convivencia social.


Los ejemplos son variados pero, creo que es bueno volver sobre alguno de ellos. El legado que orgulloso llevamos de nuestro crecimiento económico está fundado en el egoísmo económico. Lo que nos interesa es aumentar nuestros beneficios y aminorar nuestros riesgos. Este aumento se hace sobre la base de la libre competencia, que no es otra cosa que el aprovecharse de las condiciones dadas para sacar crédito de las mismas; los medios pueden ser fácilmente transformados en fines y los otros, las personas, no son más que competidores a los cuales habrá que apabullar si se desea obtener el éxito que se espera.


En el medio educativo también esto es palmario: Educamos a nuestros hijos como unos vencedores, lo que menos tienen que experimentar es el fracaso y si para vencer hay que humillar al otro, mejor. Hemos tomado una nomenclatura del mundo económico y se la hemos aplicado al ámbito educativo, todo con el afán de sensibilizar a nuestros hijos que lo único que importa es el éxito en la vida.


El meollo de esta problemática, a mi entender, radica en el hecho de que no hemos fomentado un espíritu lo suficientemente templado, moralmente hablando, que nos permita mirar más allá de nuestros hombros la vida. Es decir, nos falta carácter suficiente para enfrentar los grandes desafíos que nos presenta la existencia. No estoy afirmando con esto, que nuestra sociedad sea menos moral que la anterior , lo que estoy afirmando es algo aún más punzante; hace falta educar el carácter de las personas para que, en momentos difíciles, actúen sencillamente como personas. Esto quiere decir que no basta con educar en la competencia o en el éxito como finalidad del proceso educativo sino educarlos con la mentalidad puesta en que entre todos seremos capaces de lograr los éxitos y anhelos deseados y que solos no podremos alcanzar nada. Que el consumo sólo es un medio para poder servir a otros y no para servirme de los otros.


Significa, al fin de cuentas, educar en la conciencia. Esa que parece una palabra ausente en nuestro vocabulario. Pero no es sólo el darnos cuenta del que bien podría atender un psicólogo en su consulta , sino que un darme cuenta responsablemente de que lo que estoy haciendo siempre va a tener consecuencias y que las debo enfrentar desde la más profunda humanidad. Educar la conciencia significa atender a mis actitudes fundamentales más originarias , tanto a nivel personal como social. No podemos insultar la miseria de unos con la opulencia de algunos, no podemos rehuir del sufrimiento de los otros mostrando mis éxitos, a veces obtenido con dudosa mecánica. Debemos acoger solidariamente el destino común que nos hermana.


Esto es aún más radical cuando desde la ética se nos llama a educar en la reciprocidad, en la relacionalidad, en el encuentro con el otro en un contexto histórico social determinado. La vida humana es un proceso dialéctico que va desde la originalidad personal hasta la confrontación con el otro (entiéndase confrontación como estar frente al otro, con el otro) Pero aún más esta confrontación nos exige una mirada socialmente responsable de compromiso con el otro, buscando estructuras cada vez más humanizadoras. Significa educar en valores. Pero no es sólo una tarea de la escuela sino que esencialmente de la familia y, por sobre todo, un desafío de la sociedad.


No podemos continuar inventándonos necesidades que no son tales. Ya Maslow nos advertía del hecho que la invención de necesidades nos hace infelices. Debemos apostar por la candidez del que se conforma con lo necesario para la vida. Tal vez, si el crecimiento económico estuviese aparejado con el crecimiento moral, las noticias lamentables que tuvimos ocasión de atender, no serían tales.

sábado, 13 de marzo de 2010

Unas palabras que sobran


Hace unos días la madre naturaleza nos recordó la fragilidad de nuestra existencia. El orgullo humano de las posesiones que alcanzábamos y que se derrumbaban en segundos, hizo quiebre en nuestras mentes. Quedamos impávidos frente a tremenda calamidad. Las escenas de destrucción y muerte se iban sucediendo con desenfrenada inmediatez por los medios de comunicación. Todo lo sólido se desvanecía ya no en el aíre sino sobre la tierra y era arrastrada por la fuerza del agua.

Los rostros llenos de impacto de aquellos que vieron perderse en unos cuantos minutos todo lo que habían forjado con mucho esfuerzo por incontables años; casas, trabajo, caminos, se vino literalmente al suelo. Pero lo peor es que en unos minutos miles de familias vieron truncado su futuro y perderse tras los escombros y las aguas las vidas de aquellos que caminaban con ellos en esos sueños. Fuimos testigos sin quererlo, del llanto desconsolado de aquellos que, como sabuesos en busca de alimento, buscaban entre despojos recuerdos, vidas, anhelos. Nos parecía cada vez más contradictorio esa parte de nuestro himno que alababa el mar que tranquilo nos baña. Y nuestras ciudades, orgullo de la empresa humana, no lograron resistir la investida de la naturaleza con su furia descontrolada. Allí, todo se quedó en silencio, allí se apagó la luz del progreso y la seguridad de la vida. Allí temblaba nuestro cuerpo casi al son de los movimientos de la tierra. Allí estábamos desnudos de sueños, carentes de sentido, maltrechos de desgarros. No podíamos entender nada, porque nada era comprensible.

La luna llena fue testigo del miedo desbordante de los más incrédulos y de los más creyentes. Allí se confundió la oración que busca explicación y consuelo y la alarmante queja al cielo por tremendo dolor. Allí, madres suplicantes abrazaban a sus hijos con fuerza, como si en cada réplica una mano oscura quisiera arrancarlos de su lado. Allí estaba ceñido el destino de una patria, orgullosa de lo que había alcanzado, pero olvidadiza del suelo donde forja su futuro y del mar que la mira acallado. Allí el zarpazo de la tierra no tuvo discriminación, tal vez elección. Y como siempre, los golpeados de la historia fueron golpeados por la historia. Valdivia había quedado en el recuerdo de los viejos, ahora los nuevos vivían horrorizados las consecuencias de su geografía.

Allí, en el mar de constitución y Talcahuano, en el pedazo de Chile que no todos conocen. Allí quedó como una estepa ese hermoso pedazo de tierra llovido como cruel testigo de la muerte a rabales. Allí, Talca se arrodilla obligadamente ante los brazos crudos de la muerte y la miseria. Allí Parral y concepción, Curicó y Cauquenes, gritan desaforados por la historia común que una noche de verano tuvieron que compartir. Allí descansan familias enteras que dormían el sueño feliz de una noche de verano. Allí la apacible Rancagua llora amargamente los hijos que le despojaron. Allí, los nombres del ayer ya no se nombran. Allí la tierra y el mar coludidos en contra de los hombres, nos dejaron como legado a febrero como el mes más largo del año.

Y yo que escribo mientras otros lloran…