sábado, 13 de marzo de 2010

Unas palabras que sobran


Hace unos días la madre naturaleza nos recordó la fragilidad de nuestra existencia. El orgullo humano de las posesiones que alcanzábamos y que se derrumbaban en segundos, hizo quiebre en nuestras mentes. Quedamos impávidos frente a tremenda calamidad. Las escenas de destrucción y muerte se iban sucediendo con desenfrenada inmediatez por los medios de comunicación. Todo lo sólido se desvanecía ya no en el aíre sino sobre la tierra y era arrastrada por la fuerza del agua.

Los rostros llenos de impacto de aquellos que vieron perderse en unos cuantos minutos todo lo que habían forjado con mucho esfuerzo por incontables años; casas, trabajo, caminos, se vino literalmente al suelo. Pero lo peor es que en unos minutos miles de familias vieron truncado su futuro y perderse tras los escombros y las aguas las vidas de aquellos que caminaban con ellos en esos sueños. Fuimos testigos sin quererlo, del llanto desconsolado de aquellos que, como sabuesos en busca de alimento, buscaban entre despojos recuerdos, vidas, anhelos. Nos parecía cada vez más contradictorio esa parte de nuestro himno que alababa el mar que tranquilo nos baña. Y nuestras ciudades, orgullo de la empresa humana, no lograron resistir la investida de la naturaleza con su furia descontrolada. Allí, todo se quedó en silencio, allí se apagó la luz del progreso y la seguridad de la vida. Allí temblaba nuestro cuerpo casi al son de los movimientos de la tierra. Allí estábamos desnudos de sueños, carentes de sentido, maltrechos de desgarros. No podíamos entender nada, porque nada era comprensible.

La luna llena fue testigo del miedo desbordante de los más incrédulos y de los más creyentes. Allí se confundió la oración que busca explicación y consuelo y la alarmante queja al cielo por tremendo dolor. Allí, madres suplicantes abrazaban a sus hijos con fuerza, como si en cada réplica una mano oscura quisiera arrancarlos de su lado. Allí estaba ceñido el destino de una patria, orgullosa de lo que había alcanzado, pero olvidadiza del suelo donde forja su futuro y del mar que la mira acallado. Allí el zarpazo de la tierra no tuvo discriminación, tal vez elección. Y como siempre, los golpeados de la historia fueron golpeados por la historia. Valdivia había quedado en el recuerdo de los viejos, ahora los nuevos vivían horrorizados las consecuencias de su geografía.

Allí, en el mar de constitución y Talcahuano, en el pedazo de Chile que no todos conocen. Allí quedó como una estepa ese hermoso pedazo de tierra llovido como cruel testigo de la muerte a rabales. Allí, Talca se arrodilla obligadamente ante los brazos crudos de la muerte y la miseria. Allí Parral y concepción, Curicó y Cauquenes, gritan desaforados por la historia común que una noche de verano tuvieron que compartir. Allí descansan familias enteras que dormían el sueño feliz de una noche de verano. Allí la apacible Rancagua llora amargamente los hijos que le despojaron. Allí, los nombres del ayer ya no se nombran. Allí la tierra y el mar coludidos en contra de los hombres, nos dejaron como legado a febrero como el mes más largo del año.

Y yo que escribo mientras otros lloran…

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