lunes, 1 de febrero de 2010

El descanso como espacio de plenitud humana


Una vez escuché decir a una joven profesional de la psicología que una de las formas de superar el estrés era, sin lugar a dudas, “no hacer nada”. Afirmación que consideré en su momento digna de atención y que, luego de una detenida reflexión sobre ella, asentí en compartir sin previamente plantearme algunas interrogantes:

Hoy vuelvo a plantearme estas preguntas frente a la temática que nos reúne;¿Qué significa “no hacer nada”? ¿Es el descanso una oportunidad para “no hacer “lo que comúnmente hacemos? ¿Cuál es la importancia ontológica y antropológica de este “no hacer nada”? Aquí nos encontramos con el punto de partida de toda pretensión que quiera llamarse filosófica, pues, la filosofía nace del no hacer nada, en el sentido utilitario del término, es una actividad inútil, producto de la contemplación que se plantea hoy como antagónica de la acción (aunque en sentido estricto no lo es) y que conlleva una “pérdida de tiempo” que puede ser ocupada para trabajos más rentables.

Sin embargo, Ya Platón nos señalaba el origen ocioso de la filosofía:
“Este es Teodoro, el carácter de uno y otro. El primero, al que tú llamas filósofo, educado en el seno de la libertad y del ocio, no tiene por deshonra pasar por un hombre cándido e inútil para todo cuanto se trate de llenar ciertos ministerios serviles, por ejemplo, arreglar una maleta, sazonar viandas o hacer discursos. El otro por el contrario, desempeña perfectamente todas estas comisiones con destreza y prontitud, pero no sabe llevar su capa cuan conviene a una persona libre, no tiene ninguna idea de la armonía del discurso y es incapaz de ser el cantor de la verdadera vida de los dioses y de los hombres bienaventurados”

El descanso, el tiempo libre, es una oportunidad para la contemplación. Para detenerse a analizar aquello que cotidianamente no llama nuestra atención. Y es, sin dudas, el nacimiento mismo de todo conocimiento científico y filosófico, darse tiempo para contemplarse, pero es junto con ello, tiempo para la admiración y el asombro. Tiempo para la poesía y la reflexión, tiempo para conectarse con la historia y para mirarse hacia el interior y juzgar el camino recorrido (es decir, reflexionar; flexionarse sobre sí mismo) ¿No son acaso estos mismos argumentos los que utiliza Aristóteles para señalar el comienzo de la filosofía? ¿No es acaso este el mismo argumento que arguyen las religiones para descubrir la acción de Dios en la vida de los hombres?

Una de las causas de las atrocidades del mundo moderno, de la falta de atención a los signos de los tiempos es, entre otras muchas, este tiempo faltante para dárnoslo a nosotros mismos. Veamos por qué:

El hombre, heredero de la modernidad, se ha visto desarraigado de sus fundamentos más íntimos. Ha visto perdido sus raíces y ha roto sus vínculos que lo religaban con la tradición, las instituciones, los demás y con lo sagrado. Esto se ve graficado en la despreocupación de las herencias con el pasado; el hombre moderno vive un proceso continuo de olvido de la riqueza del pasado, en un permanente descuido de lo que ha dado lugar a su ethos, de lo que ha llegado a ser. Esta ruptura con el pasado , si bien ha traído progreso y bienestar, lo ha vuelto hacia fuera, lo ha trasplantado y condenado a ser un hombre que no tiene origen y que se esconde de todo; un constante fugitivo de sí mismo. Esto lo expresa Heidegger al afirmar la preeminencia de un pensamiento calculador . El hombre vive sometido al predominio de un cálculo “que se deja leer en esa búsqueda de usufructos y funcionalidad, de objetivación y de control, de rendimiento y de utilidad, que se verifica en casi todos los frentes de la sociedad contemporánea.”

Esta huída de sí mismo que lo ha hecho carente de interioridad, se verifica en la cultura de la vorágine y del ruido, que no deja espacio al silencio, a la meditación y a la comprensión de sí mismo. La sentencia dada a Sócrates en Delfos sigue siendo un desafío del hombre moderno para consigo mismo. Una deuda que sólo puede saldar si recupera los espacios de meditación, de recogimiento y de admiración hacia sí mismo. Esto lo apuntaba Juan Pablo II al afirmar en el discurso inaugural de la IIIª Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Puebla:
“Quizás una de las más vistosas debilidades de nuestra civilización actual esté en una inadecuada visión del hombre: La muestra es, sin duda, la época en que más se ha escrito y hablado sobre el hombre, la época de los humanismos y del antropocentrismo. Sin embargo, paradójicamente, es también la época de las más hondas angustias del hombre respecto de su identidad y destino, del rebajamiento del hombre a niveles antes insospechados, época de valores humanos conculcados como jamás lo fueron antes”

El hombre está alcanzando cimas insospechadas. Puede dar la vuelta al mundo en pocas horas. La luna y otros planetas están ya al alcance de sus manos. Poderosos computadores procesan en escasos segundos millones de informaciones. Las noticias circulan casi al mismo tiempo que los hechos. las ciencias se disparan en su desarrollo, se especializan, se tecnifican, se sofistican hasta lo inimaginable, pero sin embargo, el hombre ha perdido la capacidad de estar a solas consigo mismo, transformándose ello en un estilo de vida que carece de interioridad, que busca la diversión y la evasión como máximo deleite de su felicidad.


Esto es evidente en la forma en cómo llenamos nuestros espacios de recreación y descanso. Como lo afirmaba en otra oportunidad nuestras vacaciones se transforman en una forma nueva de consumir, de “hacer algo”. De distraernos, de ocuparnos, de calcular el tiempo, es decir, nuestro descanso se pierde en el cansancio que lo aturde.


Sin lugar a dudas que urge recuperar ese espacio hermoso de la existencia que nos permite ser plenamente personas. Tal vez, la acotación de la joven profesional sea la evidencia de un volver a contemplar la vida desde lo más pleno de ella misma y sea el punto de partida para recuperar el sentido de la misma que pasa por la contemplación, la admiración y el asombro por todo el misterio que se abre a nuestros ojos.

Feliz Descanso.

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