miércoles, 21 de noviembre de 2012

LA FILOSOFÍA CRISTIANA COMO ACONTECIMIENTO

(texto presentado en el  XVII Coloquio filosofía  educación y sociedad, del Departamento de Teología de la Universidad Católica del Norte)

Ricardo Montes Pérez
Profesor de Filosofía y Religión
Magister en Ética Social y Desarrollo Humano
Doctor en Filosofía

He querido plantear en este coloquio una reflexión no ajena al quehacer mismo de este departamento; la cuestión del cómo hablar de una filosofía cristiana hoy Pero me permito una reflexión inconclusa hecha desde la vivencia que no tiene nada por acabado, citando, sólo cuando sea el caso, a aquellos que me siguen el juego de la reflexión o mejor dicho, a aquellos que llenan de pretexto esta improvisada exposición que se vuelve pretenciosa e insensata al decir algo del hecho cristiano sólo aconteciendo en mi lo cristiano de manera particular. Me perdonarán mis amigos filósofos por intentar  decir filosofía, desde mi perspectiva particular siempre insospechada y hasta ilógica , y que pueda herir sus más profundas convicciones o investigaciones,  y mis amigos teólogos que diga en términos extraños algo que no es tan evidente o que incluso pueda ser acusado de herejía.

He querido plantear esta problemática de hablar de una filosofía cristiana hoy. Asunto medular en el contexto de una sociedad secularizada, traspasada por la afirmación Nietzscheana de la muerte de Dios  ubicándola como uno de los orígenes del declive de occidente y  ciertas corrientes racionalistas que señalan la. que la noción de filosofía cristiana resulta en sí misma contradictoria y suponen una incongruencia de alguna reflexión filosófica  que dice relación con otra dimensión que es la de la dimensión religiosa  O de aquellos que dicen que afirmar la mera posibilidad de una filosofía cristiana no es otra cosa que un fin meramente apologético que usa a la filosofía para poder defender el dogma cristiano.  Ese fue por ejemplo, el intento tomista de construir una filosofía que utilice a la vez la razón natural y la fe como dos fuentes de conocimiento, o la realidad histórica de la filosofía desarrollada en la edad media en cuanto reflexión con supuestos cristianos. Gilson ha mostrado que la expresión “filosofía cristiana”  no ha estado excenta de críticas en primer lugar, desde la perspectiva de los historiadores, entendiendo que nunca ha habido algo de tal naturaleza sino una mezcla disonante de doctrinas griegas con teología, la cual no ha enriquecido el patrimonio filosófico de la humanidad. O la postura de Stein que afirma que la fe cristiana no es otra cosa que una obra de la razón, pero que reconoce y acoge las verdades de la revelación cristiana como necesarias para una comprensión profunda y cabal del ser y de los entes.  En fin, comencemos:

1.                  ¿PUEDE UN FILÓSOFO SER CRISTIANO?

Hablar de la filosofía cristiana es, en primer lugar, unir dos dimensiones y realidades humanas que desde el pensamiento moderno deben ser relegadas a reflexiones casi antagónicas, la fe y la razón.  ¿Puede un filósofo ser cristiano? Me preguntaba en una ocasión un alumno de una de las facultades de esta Universidad,  como queriendo invalidar la vivencia cristiana de todo esfuerzo de pensar la realidad y la misma fe desde los reductos de la razón. Estoy cierto que una de las condiciones especiales de toda filosofía es no quedarse con explicaciones provisorias de la realidad, sino como bien dice, Pamela Chávez, profesora de ética de la Universidad de Chile “aspira a la claridad última y hasta el último elemento comprensible, hasta el ser mismo y la estructura del ente”.  Es la labor que en su momento hizo Aristóteles para la filosofía primera, que se complementa con los sectores de la filosofía que tratan diversos aspectos del ente.  La filosofía cristiana, creo, no niega este aspecto, al contrario, lo profundiza, lo hace patente. Tampoco podemos negar que no hay vivencia humana que no sea un intento por encontrar la verdad y tratar de vivirla, errada o no, pero se esfuerza en ello. Ya decía Sócrates que nadie podía vivir su vida, con algo de sentido, sin previo examen acerca de ella. La existencia humana está tejida de acciones, que siempre vienen a ser consecuencias de opciones generales, las cuales, a su vez, derivan de actitudes globales ante sectores de la vida y, finalmente, de un modo básico de hallarse el hombre instalado en ésta. Una opción o el adoptar una actitud, una acción o una postura general que tomemos ante la vida son, además, acciones y procesos, afirmaciones o tesis. Porque creemos determinada presunta verdad es por lo que decimos hacer lo que hacemos. En el fondo de las actitudes hay creencias y los contenidos de las creencias son siempre susceptibles de verdad o falsedad. En palabras más sencillas, sin verdad no hay existencia humana y el filósofo que es Cristiano ha dado fe en su postura de una ellas por las cuales da sentido a su existencia.

2.                  LA EXPERIENCIA CRISTIANA COMO AQUELLO QUE SE DA, COMO ACONTECER

La experiencia cristiana es la experiencia de un acontecimiento. El acontecimiento en la vida de las personas que se llama Jesucristo. Es decir, la experiencia cristiana es la experiencia de un encuentro personal con una persona. Hemos dicho un acontecimiento que, siguiendo a Heidegger,  podríamos señalar como aquel darse fundamental de aquello que está por pensar. Es una tentativa a pensar aquello que está en lo originario, en aquello que rebalsa las expectativas de la razón y se recubre de misterio. Decimos misterio en el sentido aquí, no como aquel artículo que se considera como algo indemostrable o como un problema que se considera insoluble. El misterio lo entiendo como aquella manifestación que sobrepasa toda aquella mostración empírica y nos conecta con aquello que no tiene posibilidad de decirse; el Misterio se contempla, se vivencia, se puede justificar como aquello más íntimo que recubre de sentido la existencia. El misterio que, ajeno a las visiones mistéricas propias de la antigüedad, no es susceptible de recubrirse de un aura de oscurantismo y hermetismo. El misterio para el  cristiano es una vivencia inefable que se abre en el acontecer.

Dicho lo anterior, volvamos al acontecer. Cuando en la vida cotidiana hablamos de que algo ha acontecido o algo está por acontecer o está aconteciendo. Estamos dando cuentas de que hay algo que se dio, se ha dado o se dará y que no está acabado por completo. Así cuando hacemos referencia que el acontecimiento de la revolución francesa abrió nuevas posibilidades para una nueva vivencia de lo político en la modernidad, por ejemplo,  estamos diciendo que aquello sucedido (revolución francesa) sigue siendo en la medida en que ha posibilitado por ella, o a partir de ella, aspectos o situaciones nuevas que se están desenvolviendo. Es algo que se ha dado y que sigue dándose de manera “misteriosa” en aquello que consideramos su consecuencia. Por lo tanto, el acontecer es algo de lo cual no nos hemos apropiado, es decir, no es algo propio que nos permita sostener que lo manejamos con incruenta autoridad. Lo acontecido no se posee, se da. Lo que se da no puede ser necesariamente algo que alguien pueda poseer en su origen. Sólo puede ser, en términos Heideggerianos, a-propiado. Lo acontecido no puede describirse, ni explicarse, ni enseñarse, tal vez proclamarse, si se me permite el término. ¿Qué se proclama cuando se proclama? Algo acontecido. Algo que ha sido y que merece ser conocido (misterio), algo que se recubre de sentido y que está traspasado de lo  “invisto” como gusta decir a Jean Luc Marión. Lo invisto no es lo invisble sino algo que estando en la esfera de lo invisible está en íntima relación con lo visible, incluso lo explica y le otorga significación. Se proclama una paradoja, es decir, una indicación de lo visible pero separándose de él, discreta pero radicalmente. Si el cristianismo dejase de ser esencialmente algo que se da tendríamos la lamentable experiencia, ya varias veces repetida en la historia, de quedarnos prisionero de una imagen de éste determinando un modo específico de hacerse y ser cristiano que hegemónicamente pretende constituirse en molde explicativo de todos los modos de ser cristiano y de pensar la fe cristiana.

Como afirma Hans Küng en su libro;  El cristianismo, esencia e historia, “Estamos ciertos  que cada época tiene su propia imagen del cristianismo, nacida de una determinada situación, vivida y configurada por unas concretas fuerzas sociales y comunidades eclesiales, preformada o pos formada en el plano conceptual por figuras y teologías concretas que dejan huella en el plano mental” (pág. 23) Es decir, podemos decir que la experiencia cristiana acontece en cada época acogiendo de ella lo más originario, pero que tiende a escaparse de una conceptualización que la haga definible, per se. La experiencia cristiana se piensa a cada instante, en cada época acontece de manera distinta pero sin perder su identidad, es más, en cada cristiano acontece de manera distinta; lo que se da en cada vivencia de lo cristiano es una vivencia que excede lo que se ha visto anteriormente y lo que se verá posteriormente, es decir, siguiendo nuevamente a Marión, cada creyente tendrá su propia perspectiva de lo cristiano que cruza lo visible; la Iglesia, la trasciende.

3.              ¿CÓMO HACER FILOSOFIA DESDE EL ACONTECER DE LO CRISTIANO?

Llegados aquí es preciso decir que para el filósofo cristiano, la filosofía acontece en la reflexión de lo que se da. Lo que se da es el modo originario y personal de mostrarse el misterio en la persona de Jesucristo. Lo que se da es la constatación de que la premisa del Dios cristiano es la de un Dios que se da a sí mismo, la vivencia de Dios como don, como rebajamiento, como vivencia. El Dios que proclama el cristianismo es la de un Dios que deja de ser para que otros (sus criaturas) sean. Es desde aquí desde donde se puede y se debe hacer filosofía. Se debe reflexionar en el cómo se puede dar razón de ese don que la excede, en cómo se manifiesta coherentemente esta absoluta donación en la experiencia viva de una comunidad que se sabe en constante donación. Es lo que mis amigos teólogos presentes denominarán “la presencia del Espíritu”.  Implica una mirada abierta a la diversidad y a la posibilidad de que acontezca en la comunidad aquello de lo cual no podremos reducir a mera explicación, lo nuevo que siempre saca ronchas por ser nuevo. La donación, como emergencia de lo que me sobrepasa, es un apostar por dejarse amar por aquel que nos ha amado primero y que se ha donado en totalidad sin perder por ello su ser esencialmente donado. El filósofo que, trae tras de si todo el peso de ser cristiano, es capaz de abrirse a lo que Stein denominaba “la luz oscura de la fe”, es decir, extender sus reflexiones más allá de lo que es accesible a la razón natural. El quehacer del filósofo se enriquece en la vivencia del acontecer de lo divino en la realidad, pero es bien sabido, por aquel que hace filosofía desde esta condición especial, y desde todas las condiciones, que habrá espacio siempre para decir algo del acontecimiento llamado cristianismo que no esté agotado en las formulaciones dogmáticas. En esto quiero  sostener que pensar el devenir cristiano es pensar en aquello que no está dicho y que malamente puede ser dicho desde la cárcel de los conceptos. Creo que es uno de los secretos por los cuales el cristianismo no ha muerto; El acontecimiento cristiano está siempre dándose de manera completamente nueva en la experiencia y perspectiva particular del cristiano que dibuja, a la luz de lo invisto, que busca responder a la manifestación de lo  visible. Es la experiencia del pintor que en su pintura siquiera puede retratar los miles de motivos, las perspectivas variables, los juegos de luces, los trazos, las miradas.

¿Cómo puede la filosofía cristiana resguardar esta cualidad fundamental de pensar el acontecimiento? Será cuestión del filósofo que se debe plantar en el acontecer no sellando lo acontecido. ¿Cómo podemos hacer filosofía del misterio cristiano que se revela en Jesucristo? ¿Cómo pensar la ética desde la reflexión del cristianismo como acontecimiento? Preguntas que, deberán ser respondidas en otro momento o que tal vez hayan sido respondidas quizás desde qué perspectivas, de las muchas que llenan los estantes de las bibliotecas de los filósofos. Preguntas que un ensayo como este no puede pretender responder.

¿Qué es lo que acontece hoy y que es digno de tomar en consideración para el cristiano?


1.      Lo primero que acontece es el otro, debemos rescatar este acontecer de lo cristiano, en la filosofía, pero especialmente en la ética, volviendo nuestras miradas “al otro”. Eso implica, y lo enuncio con algo de cautela, pensar lo cristiano como un regalo que se da en todos de manera particular que la experiencia comunitaria sólo puede flanquear de manera parcial. El acontecer cristiano implica sobrepasar las barreras conceptuales de la ética aristotélica del ser que subsiste y que es motor inmóvil  y especialmente la  kantiana de la autonomía. Implica pasar del ego trascendental moderno que no puede salir del yo, y por lo tanto, no puede abrirse a la intersubjetividad. Debemos dar el salto a la heteronomía que reconoce en el otro a un legítimo otro, Es lo que Gadamer decía, el otro no es una analogón, algo analógico a mi, semejante. El otro es constante apertura y su reconocimiento implica estar dispuesto a dejar de valer  en mi algo en contra mi, aunque no haya ningún otro que lo vaya a ser valer contra mí” La fe cristiana y particularmente ética cristiana debe entenderse a sí misma como un constante estar en camino al otro, ir al encuentro, señalar, sólo eso, señalar.

2.      Implica pensar la filosofía, como dice Heidegger, desde otro inicio, este otro inicio es el de la inapropiación, ya que el mismo Dios cristiano es el totalmente otro, que resiste a ser idolatrado y que se esconde en lo invisto. El Dios cristiano es el Dios de la donación por el otro, aquel que incluso sufre la experiencia de la muerte, absoluta negación de uno mismo, para poder redimir. El otro inicio es romper con las miradas miopes y empequeñecedoras de los que pretenden religiosamente desde la filosofía negarle a la misma experiencia cristiana condiciones mínimas de racionalidad como si la filosofía que religiosamente profesan es la única digna de ser considerada.

3.      La fe cristiana no debe renunciar nunca a ser un testimonio de la Verdad. Una verdad que está en el corazón de todo hombre  que anhela esperanzado alguna vez poseerla en plenitud. Pero también implica la mirada crítica a sellar conceptualmente cierto modo de mirar lo cristiano. Debe seguir el camino de la fenomenología de volver a las cosas mismas que Husserl entendía como un método genuinamente filosófico. Este  volver a las cosas mismas que nos permita volver al sentido originario del quehacer filosófico y no descansar en las opiniones filosóficas que se han dado, sino más bien, retomar como punto de partida la realidad misma, es decir, ver en la experiencia misma, accesible a todos, rasgos de inteligibilidad, no quedarse en las visiones de mundo que terminan por dar razones interpretativas de la realidad.