sábado, 23 de octubre de 2010

EL PROBLEMA DE LA EMPATÍA EN EDITH STEIN


INTRODUCCIÓN

Los acontecimientos sucedidos en el presente año han motivado, espontáneamente, inusitadas muestras de solidaridad. Muchas de esas expresiones se ubicaron en un plano de donación de sí mismo que ha movido a diversas interpretaciones y manifestaciones. Las experiencias de voluntariado, por otra parte, constantemente pasan de una ética de la Justicia, centrada en la búsqueda constante de la igualdad y la dignidad, a una ética del cuidado, centrada en el amor desinteresado y planificado, que los lleva a arriesgar libremente sus vidas en pos del otro.

¿Qué mueve a que las personas tengan este tipo de manifestaciones, al parecer muy propias de nosotros? ¿Cómo podemos comprender mejor este carácter intencional de ser para los otros, de manera tal, que nos permita una cabal comprensión de este tipo de fenómenos? ¿Cómo explicamos esta renuncia al yo que se vivencia en las personas para aproximarse a la vivencia de los otros?¿Es posible que suceda esta renuncia? ¿Cómo explicamos este movimiento que va del yo al otro?

UNA MIRADA DESDE LA FENOMENOLOGIA REALISTA DE EDITH STEÍN

Husserl había establecido que la forma en la que podemos tener acceso a los demás es por medio de la empatía (Einfühlung). Sin embargo, creemos que el planteamiento husserliano necesita ser complementado y enriquecido para comprender en profundidad la problemática de la intersubjetividad y la forma en la cual el otro se me presenta como una realidad objetiva exterior al yo cognoscente.

Para Edith Stein, discípula y asistente de Husserl, al que conoce en 1913 y quien fuera su director de tesis doctoral, con un trabajo donde precisamente desarrolla el problema de la empatía . Para ella, la propuesta de Husserl para resolver las aporías de la intersubjetividad, por medio de la empatía, requería ser precisada. Su trabajo doctoral versará sobre el lugar que ocupa la empatía en el entramado fenomenológico trascendental, es decir, “no se trataba de describir un fenómeno entre otros, sino de fundamentar intersubjetivamente la objetividad del mundo real.”

El tema de la empatía nace de un problema fundamental anterior que es el problema de la constitución de las objetividades del mundo, es decir, de cómo están constituidas las realidades en mi conciencia. Esto quiere decir que no podemos comprender a cabalidad el problema de la empatía sino comprendemos primero el problema de la constitución que, Stein, define como aquella que está unida al acto de síntesis, mediante la cual, la conciencia se representa un objeto a partir de un conjunto de datos diversos. Ahora bien, este acto no es unívoco, en la medida en que existen diversos datos de la existencia que implican diversas síntesis que puede realizar la conciencia. La primera preocupación de la filósofa será la de determinar la constitución de los objetos del mundo real o del mundo de la naturaleza. Stein compartirá con su maestro que el mundo real no puede constituirse sino por medio de una conciencia y si cancelamos la conciencia cancelamos el mundo. Por lo tanto, la realidad es asignada a una conciencia que la experimenta actualmente.

Por lo tanto, lo propio de lo real es ser experimentado, pues no hay realidad que no posea un carácter experienciable. Esta afirmación, según Stein, es válida en un sentido, pero sin embargo, no lo es en otro, en la medida en que lo real reclama para sí su carácter de independencia que, nuestra autora, sitúa más allá de nuestra experiencia. Para ello, es necesario analizar los datos de la sensación y el rol que ésta cumple en la percepción. La cuestión será determinar si la sensación es anterior a la unidad de la experiencia o posterior a ella o si acaso ésta es constituida como una síntesis de la conciencia.

A diferencia de Kant, Edith Stein, sostendrá que la sensación no surge del yo puro, “no asume ninguna forma de cogito con la que el yo se orienta hacia un objeto” , si bien ella se encuentra en el sujeto no encuentra su fundamento en él sino que refiere a una realidad que está más allá de la conciencia del mismo. Podemos decir, entonces, que es el sujeto quien padece de las sensaciones y no se orienta a ellas libremente . Por lo tanto, una de las características fundamentales de la sensación es que éstas carecen de intencionalidad, como no lo es en el caso de la percepción. Para Stein, el sujeto está “implicado de un modo particular y sordo” en ella. Esto pone en evidencia el carácter trascendente de la sensación en cuanto hace del sujeto un receptor de la misma. Por ello es posible tener una interpretación de las sensaciones, puesto que ella es permitida gracias a la síntesis producida por el esquema de nuestra conciencia y el objeto de la sensación.

Toda experiencia, por tanto, posee dos dimensiones: una formal, dada por la conciencia y la material o real que es independiente de ésta. El hecho de que los esquemas estén dados en nuestra conciencia no implica que éstos sean producidos por ella, sino que sean independientes de la subjetividad y que gracias a este material externo a la conciencia.

“Ya en cualquier fase de lo vivido se puede distinguir entre el vivir y su contenido. El vivir es un modo de ser del sujeto. Los contenidos del vivir son el material que está a disposición del sujeto sin el cual es imposible cualquier vivir.”

La pregunta que surge es, entonces, ¿cómo es posible ir más allá de la experiencia subjetiva y defender la independencia de los objetos naturales? En resumidas cuentas ¿Cómo es posible constituir el otro ajeno? Para responder esta pregunta se hace necesario atenerse al carácter objetivo de las sensaciones y de la percepción que exige que éstas no sean un bien para un solo sujeto sino que lo sean para todos los individuos que las experimenten. Esta comunidad de experiencias hace posible que podamos experimentar varios sujetos la unidad del mundo que, a su vez, posibilite tener un conocimiento objetivo del mundo, sino también tierra de abono para la metafísica.

Afirma Edith Stein:

“Dos cosas están implicadas en la intersubjetividad de la experiencia (1) que la experiencia del mundo externo comprende el ser dado de otros sujetos que experimentan – al menos según la posibilidad; (2) que el contenido de la experiencia, a pesar de las experiencias individuales.”



LA EMPATÍA COMO RESPUESTA A LA INTERSUBJETIVIDAD

La Empatía resulta ser el conocimiento inmediato de la vivencia del yo ajeno, del otro, del alter ego del cual yo poseo una experiencia. Más que ser un sentimiento que nos pone en contacto con otra persona de manera afectiva, la empatía, para Stein, resulta ser un fenómeno cognoscitivo, es decir, es posible que se pueda dar la empatía, sin que necesariamente, pueda darse una afección sentimental. La empatía sería el fundamento cognoscitivo desde el cual es posible un conocimiento afectivo de la otra persona. Por lo tanto, “la empatía no se puede confundir ni con la memoria, ni con la imaginación ni con la percepción externa, aunque tenga que ver con ellas.”

A partir de lo anterior, podemos notar la trascendencia del problema de la empatía como posibilidad de conocimiento , sólo mi yo puro, producto de la reducción fenomenológica a la que ha sido sometido, ha podido constatar su mismisidad propia y sus propias vivencias, y por medio de la empatía, ha logrado reconocerse a partir del otro que resalta su originalidad.

El análisis de la empatía nos arrojará una diferenciación de grados en la misma,

“o provista de menciones tendentes a su cabal cumplimiento. Esto quiere decir que el conocimiento de la vivencia ajena contiene la tendencia al sentir con el otro, como si dijéramos que el hacerse cargo de la tristeza de alguien conduce, de por si, a sentir en uno mismo la tristeza que al otro embarga.”

La empatía como conocimiento inmediato del otro no puede entenderse como producto de un proceso deductivo que concluye en un modo o estado de ánimo. Por medio de la empatía percibo inmediatamente la vivencia del otro, se establece como un “apercibimiento del vivenciar del otro” Nuestra autora define tres momentos que constituyen la empatía:

1) La percepción de la situación del otro, su vivencia.

2) La interiorización de la vivencia del otro.

3) El momento en el que percibo la vivencia ajena como propia.

La cuestión central en nuestra autora, será determinar si la empatía resulta ser un acto originario, tal como lo es la experiencia del yo, entendiendo que son actos originarios aquellas vivencias propias como tales, mientras que no son actos originarios todas “aquellas vivencias que, en su contenido, no pueden ser un objeto presente, sino solamente presentificado. La empatía no puede ser sólo una comprensión externa (un mero conocimiento) algo que se vivencia espacio-temporalmente, de manera que, al ser ésta (la empatía) semejante al recuerdo, la espera y la fantasía, no puede ser entendida como un acto originario.

“Más el sujeto de la vivencia empatizada –y ésta es la novedad fundamental frente al recuerdo, la espera, la fantasía de las propias vivencias– no es el mismo que realiza la empatía, sino otro. Ambos están separados, no ligados como allí por una conciencia de la mismidad, por una continuidad de vivencia. Y mientras vivo aquella alegría del otro no siento ninguna alegría originaria, ella no brota viva de mi yo, tampoco tiene el carácter del haber estado viva antes como la alegría recordada. Pero mucho menos aún es mera fantasía sin vida real, sino que aquel otro sujeto tiene originariedad, aunque yo no vivencio esa originariedad; la alegría que brota de él es alegría originaria, aunque yo no la vivencio como originaria. En mi vivenciar no originario me siento, en cierto modo, conducido por uno originario que no es vivenciado por mí y que empero está ahí, se manifiesta en mi vivenciar no originario. Así tenemos en la empatía, un tipo sui géneris de actos experienciales”

Esto quiere decir que la empatía no es una experiencia originaria en cuanto a su contenido, en la medida en que no es propia del sujeto, sino que la vivencia le pertenece a otro y es a él al que concerniría de modo originario y además porque ésta no es un acto donde su objeto se manifiesta de un modo presente y todo acto originario requiere la manifestación de un acto presente. Pero sin embargo, la empatía es una experiencia originaria en la medida en que lo es para el sujeto con el cual empatizo. Incluso es más, la empatía sería la condición necesaria de la propia posibilidad de conocimiento, en la medida en que sólo a través de ella es posible que yo me reconozca como otro, distinto de los otros, y que es por medio de los otros en los cuales posibilito mi propio conocimiento y puedo percibirme como ellos me perciben.

“La empatía es, como tal, un fenómeno originario sin el que no sería posible siquiera el conocimiento del propio cuerpo o de la propia alma (puesto que el conocimiento del propio cuerpo o de la propia alma supone ya la transferencia empática) Esto es: me conozco como yo real también en cuanto me transfiero a los otros y me percibo como ellos me perciben.”

La empatía se entiende como aquel vivenciar desde dentro la vivencia del otro. Es decir, la empatía busca la comprensión del otro como otro, no perturba la vivencia originaria que éste tiene de sí. Significa tener la capacidad de vivir la alegría y la tristeza que el otro sujeto está viviendo en su experiencia originaria; sentir la alegría y la tristeza que él está sintiendo o viviendo y no porque él la esté viviendo o sintiendo. Este modo de vivir la experiencia originaria del otro implica un modo propio que tiene el yo de acercarse al mundo más allá de su propio yo.

“Ahora la empatía, en cuanto presentificación, es una vivencia originaria, una realidad presente. Aquello que presentica, sin embargo, no es una impresión propia, pasada o futura, sino un movimiento vital, presente y originario de otro que no se encuentra en ninguna relación continua con mi vivir y no se le puede hacer coincidir con éste.”

Este vivenciar al otro, nos dirá nuestra autora, lo hacemos siempre primeramente, a través de nuestro cuerpo. Es la corporalidad el medio para poder aprehender al otro como un objeto real, pero esta percepción no es todo lo que el otro me puede mostrar de si, pues hay en el otro un sentido de irreductibilidad que no permite mi apropiación de su experiencia y objetividad.

Ahora bien, el cuerpo que vivenciamos del otro no es solamente un cuerpo físico, pues, entonces, sería algo que sólo podemos percibir por medio de la percepción externa. Lo que corresponde será percibirlo como un cuerpo vivo, es decir, como una realidad espiritual, psicofísica, que trasciende el cuerpo físico, cuestión que hace posible la empatía en cuanto hace posible que tome en conciencia las realidades más profundas del ser del otro, pues ésta tiene la capacidad de entrar en el otro y así se transforma en una realidad constitutiva de la vivencia originaria más propia del otro y al tomar conciencia del otro tomo conciencia de mi mismo.

El hombre es un ser abierto, capaz de interactuar en su entorno y con sus semejantes. Desde esta perspectiva podemos notar la referencia obligatoria a la estructura de la persona a la que nos abre el problema de la empatía. La Persona no es una estructura cerrada en sí misma sino que, más bien, es una estructura bidimensional que posee interioridad y exterioridad, que le permite exteriorizar pensamiento, ideas y sentimientos propios, pero, por otro lado, le permite interiorizar vivencias y sentimientos ajenos.

CONCLUSIÓN

A partir de lo expuesto, quisiera complementar humildemente que esta visión de la empatía como movimiento cognoscitivo que reconoce la vivencia del otro como originaria debe terminar en un movimiento de simpatía, es decir, en un modo de “sentir junto con otros”. Tal y como lo expone Wojtyla en su libro “Amor y Responsabilidad”. Sólo la simpatía nos permite recoger la vivencia empática no originaria y volcarse afectiva y moralmente al otro, dar el paso del asentimiento empático al sentimiento simpático que nos mueve a ser solidarios.

Sólo en esta dialéctica empatía-simpatía podemos explicarnos las experiencias de voluntariado y de lucha por ideales de dignificación en la que muchos se ven llamados a realizar.

Muchas Gracias.