domingo, 28 de marzo de 2010

¿Meritocracia o Nepotismo profesional?


En muchas de mis clases con alumnos de pre grado, cuando tratamos los cambios vertiginosos en el mundo moderno y cómo éstos afectan al mundo del trabajo, planteo la cuestión del necesario perfeccionamiento o de la educación continúa para poder dar respuesta a los requerimientos que el mercado globalizado y en permanente mutación exige de un profesional. En ellas planteo cómo este constante perfeccionamiento, aparte de contribuir a una formación personal, puede ser un aspecto decidor al momento de ser contratado en una empresa o institución, pues ello, le genera un valor agregado a las empresas, contar con personal especializado y que, sin lugar a dudas, puede ser un elemento fundamental al momento de consensuar algún aumento de sueldo.

En las pasadas elecciones se ha puesto en la discusión nacional el tema de la meritocracia; concepto que quiere expresar la idea de un gobierno en el que los profesionales excelentes que acceden al trabajo, no lo hacen por algún cuoteo político o “pituto” , sino por los méritos profesionales que se tiene para ello. Los candidatos compartieron la necesidad de cambiar este procedimiento que en nada ayuda a hacer de los cargos públicos, cargos ocupados por personas con méritos suficientes, que nadie puede poner un minuto en duda el profesionalismo de las mismas. Este ánimo de querer cambiar las cosas evidencia que nos encontramos frente a un tema que, de suyo, comporta un problema ético digno de ser analizado. Evidencian que se dan prácticas poco transparentes y carentes de toda objetividad profesional, que imposibilitan el necesario recambio profesional necesario y el acceso democrático y en iguales condiciones de todas las personas a un trabajo.

Si afirmo que esto conlleva un problema ético me refiero a que se dan ciertas prácticas que entorpecen, distorsionan y atentan contra la verdad, como veremos:

El acceso al trabajo es un derecho que tienen todas las personas, independientes de toda estirpe, condición socio política y religiosa. La sola objeción para acceder a éste pasa por situaciones de carácter objetivo que implican un atentado a los derechos fundamentales de las personas y que están preescritas en la ley. El trabajo es un deber que la sociedad debe preservar en todas las personas, independientes de toda otra condición. Es por ello, fundamental que la sociedad busque las instancias adecuadas para que todos puedan acceder a ello.

El trabajo es un derecho esencial y primario porque es la manera como los seres humanos obtienen los bienes y servicios necesarios para vivir y porque es un medio importante para el desarrollo y realización de la persona. Los seres humanos no suelen disponer de modo habitual de otros medios para eliminar los bienes y servicios sino por el trabajo, ya directamente (el que produce para su autoconsumo) ya a través del dinero que obtiene por su trabajo. Excepto pocos que disponen de bienes suficientes como para no trabajar, para casi todos es necesario disponer de ingresos que les permita obtener los bienes y servicios necesarios para la vida.

Además el trabajo suele ser un medio primordial e importante para el desarrollo y realización personal. A través de él se refleja lo propio de la persona: su capacidad de pensar, de resolver dificultades, de vencer obstáculos, de mejorar su conocimiento del mundo que lo rodea, de dominar y transformar el medio para ponerlo al servicio de las personas. Al transformar objetos la persona se transforma. Este es el sello humanizante del trabajo: la posibilidad de crecer como persona, de darle plusvalía humana, espiritual al hecho de trabajar. Por el hecho de ser el trabajo la forma normal de desarrollo y porque la persona no suele tener otra manera de satisfacer sus necesidades, el derecho a trabajar es esencial.

Por ello, que es imprescindible que las formas de acceso sean las más adecuadas para todas las personas. Ello implica que en las empresas, tanto públicas como privadas, se generen instancias de accesibilidad democráticas y que sólo consideren méritos inherentes y propios de un determinado cargo o profesión. No es recomendable éticamente que los llamados a concursos públicos que se realizan en determinadas empresas tengan un carácter esencialmente distractor o se plantee como una forma de engañar a la población en búsqueda de trabajo, siendo que los cupos ya están ocupados antes del llamado. Esta forma de engaño posibilita la corrupción, entendida como una falta de transparencia, y, por otro lado, la mentira, que genera ilusiones en otros profesionales, tal vez más competentes que los mismos que, por ciertos mecanismos poco transparentes, se sienten menoscabados en sus reales oportunidades de obtención de trabajo.

Esto es más grave, a mi juicio, si se da en instituciones de educación. Aunque lamentablemente es una práctica cotidiana que pasa por no pocas exanimaciones de conciencia. Por ejemplo, es cotidiano ver en nuestras instituciones educativas amigos de este u otro profesional quien ocupa el cargo, a veces sin merecerlo siquiera o no teniendo las competencias para ello. Los ejemplos son muchísimos que, a poco andar uno puede verlo en universidades, colegios, institutos. La excelencia parece ser un asunto presente en los grandes discursos y en las aulas, pero que de buenas intenciones parece quedarse.

Este fue mi caso en el colegio en el que ejerzo, donde motivos de extraña orientación provocaron que eligieran a un joven profesional, omitiendo todos mis méritos para acceder al cargo y que sobrepasaba a todos los concursables. Lo mismo sucede en una facultad de educación, que más vale no nombrar, que se elige a una amiga de la encargada de docencia, que no tiene ni práctica ni perfeccionamiento docente, en detrimento de excelentes profesionales, probados en excelencia, para ocupar la cátedra. En fin, en ambos casos no se cumplen los requisitos mínimos de transparencia, de estar actualizados con las exigencias de un mundo que busca la excelencia, es decir, el logro de la virtuosidad por sobre todas las cosas.

Estamos en una sociedad con un doble discurso, por un lado, fuertemente centrada en una nueva forma de nepotismo (que no necesariamente es familiar) que busca aventajar a los amigos, los miembros del mismo partido político o de la organización social, o aquellos que pagan antiguos favores, y por otro lado, un llamado urgente a acoger el mérito como forma privilegiada de igual acceso al trabajo.

Ojalá podamos caminar hacia la meritocracia al momento de reconstruir nuestras relaciones laborales, nuestras confianzas y nuestras miradas de futuro.

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