(Texto de estudio Evaluación Antropología Cristiana 27/06)
La religión sólo existe en la persona que se interroga. No
sólo determinados acontecimientos de la vida, como la muerte, el dolor, o el
ansia de la felicidad, sino la misma existencia humana provoca una
interrogación que necesita ir más allá de las posibilidades de lo demostrable y
que, en cierta medida, abre al misterio.
Esa trascendencia posible. ese misterio, aparece en la vida
del que se interroga en profundidad. Con mayor o menor intensidad, la persona
experimenta la presencia de esa alteridad
sobrenatural. Un encuentro, una persona, un lugar, un sentimiento, un
acontecimiento de la vida, un fuerte deseo de bondad, un rito... cualquier
motivo puede ser válido para iniciar la relación con el absoluto.
En este encuentro del hombre con el poder misterioso reside la salvación proclamada por las
religiones. El sentido de la vida viene dado por la nueva relación que se
establece. La persona religiosa determina su conducta o la modifica en virtud
de su experiencia con el poder misterioso trascendente.
A la luz de esta relación no sólo se modifica la conducta
moral, sino que se responden los porqués y para quién que la vida misma
personal va planteando. La vida se ilumina y adquiere sentido gracias a la
relación con la divinidad.
III: LA FE
CRISTIANA
A)
DISTINCIÓN ENTRE FE Y CREENCIA
Llamamos “creencia” a la
adhesión de un conjunto de principios, de valores y de ideas que la persona
acepta como expresión de la verdad, de su vida. Pertenece sobre todo, al
terreno del conocimiento. Por ejemplo, cuando uno lee un libro de un autor o
grupo de autores, afirmo que esta idea me identifica, me ha convencido. Esta
adhesión se produce porque lo que se ha encontrado razonable e importante para
la vida. Y se mantendrá la adhesión hasta que yo o alguien me convenza de lo
contrario o de su falsedad. Esta forma de sentirse identificado por algo se
llama “Creer”.
Llamamos “FE” a la adhesión personal a alguien en el
cual confiamos por su modo de ser y de comportarse con nosotros y a la aceptación
de su comunicación personal y verbal con nosotros. Pertenece al terreno de las
relaciones interpersonales. Yo tengo un
amigo íntimo. Me inspira toda la confianza, sé que no me va a fallar y me fío
de él. Entonces digo, yo creo a mi amigo. No sólo digo creo esto o aquello sino
creo en él. Esta adhesión se debe a la amistad, a la intimidad y a la seguridad
que me proporciona el amigo. No es una adhesión con cautelas, a veces no
entenderé del todo al amigo, pero sé que su fidelidad no me fallará. Por eso
tampoco falla mi adhesión a él. A esta forma de sentirse identificado con el
otro y de adherir al otro.
¿Demostrar la fe?
La
experiencia de fiarse de y confiar en
que supone la fe cristiana tiene muchos paralelismos con otras experiencias
humanas que realizamos las personas casi sin darnos cuenta. Cuando confiamos en
alguien, más allá de sus opiniones, y no sabríamos explicar muy bien por qué.
Cuando nos adherimos casi inmediatamente a lo que diga o haga tal otra persona,
porque confiamos en ella plenamente, estamos viviendo experiencias muy
similares a las que vive el creyente respecto a la llamada de Dios.
Así
pues, la experiencia de la fe no es una
experiencia ni antihumana ni sobrehumana sino que está al alcance de
nuestras posibilidades porque en nuestra vida constantemente ponemos en juego
nuestra fe en otras personas, cercanas o lejanas, y vivimos de su confianza.
Estas constataciones no prueban ni
demuestran la fe. Pero son muy
útiles para percatarse de que creer no es irracional.
“La libertad tiene
en la fe un papel que no lo tiene en la ciencia. Cuando ésta ha superado la
fase de las investigaciones y ha llegado a unos resultados ciertos, presenta
sus conclusiones como necesarias. Se las justifica por medio de una exposición
de sus constataciones y deducciones Cada uno puede entonces recorrer nuevamente
la cadena de demostraciones y verificar su valor. Si se las reconoce justas uno
se ve obligado a la adhesión. En cuanto a la fe, jamás ocurre de la misma
manera, un hombre dotado de un Espíritu vigoroso y sano puede siempre negarse a
franquear la última etapa y saltar de la credibilidad a la fe. Jamás la
exposición de una doctrina puede forzar el asentimiento. Por eso, resulta
imposible dar la fe a alguien mediante la vía meramente demostrativa,
multiplicando las exposiciones y los razonamientos. No se puede forzar a los
espíritus a pasar de una serie de argumentos al Dios Vivo ¿Puede decirse
entonces que la fe es irracional? No, pero posee un tipo de racionalidad
diferente al de las ciencias. Para comprenderlo, es necesario referirse a la
manera que tenemos de referirnos a las personas. Toda reflexión sobre Dios se hace por analogía.
Creer es razonable. Razonable es aquello a favor de lo cual encontramos
múltiples razones, pero sin que ninguna de ellas llegue a establecer su verdad
con todo rigor y necesidad.
La experiencia
humana más cercana a las fe cristiana es la experiencia de las relaciones
interpersonales. Dos personas que se enamoran creen en su amor mutuo y deciden
fiados en ese amor, ante la ausencia de certificados que demuestren claramente
el éxito de su empresa. Precisamente es en los aspectos más vitales y
trascendentales de la vida donde más fe se nos pide y menos demostración
racional (matrimonio, profesión, amistades, etc.)
Por
otro lado, el mensaje de Jesús de
Nazaret conecta fácilmente con la aspiración de amor y de esperanza solidaria
que anida en el interior de la persona humana. Y éste también es un
elemento importante de la racionalidad de la fe como respuesta a esa invitación
constante que Dios hace por medio del mensaje evangélico.
Pero la fe no es objeto de demostración
científica. Querer dar una razón de necesidad de
la fe en Dios sería como matar en su raíz su carácter de encuentro
interpersonal. Esta cierta oscuridad que acompaña siempre a la experiencia de
fe es, en su lado positivo, manifestación y prueba de la libertad de la fe. Al
final, más allá de todo, razonamiento o consideración, queda la opción personal
y libre que se manifiesta en la respuesta confiada a la llamada de Dios. Y
donde hay necesidad racional no hay libertad.
Por
ello, la fe cristiana será siempre un misterio en el que confluyen el misterio
mismo de la libertad del hombre y el
misterio de la gracia de Dios. En el
fondo, al misterio del encuentro interpersonal
B)
LA INVITACIÓN A LA FE
a)
La Experiencia de la fe: Itinerario del Apóstol Pedro.
La
fe cristiana es una experiencia radical de amor y de adhesión a Jesucristo. Es
una religión distinta de las demás pues radica en el hecho central de la
encarnación del mismo Dios, el anonadamiento o kénosis del hijo de Dios.
Analizaremos
esta novedad y radicalidad de la fe cristiana desde la figura del Apóstol
Pedro, quien desde su llamado hasta su muerte en Roma ha ido evolucionando su
experiencia de fe. A lo largo de la vida de este apóstol se hizo una
experiencia radical de la fe y al análisis de éste nos permitirá esquematizar
esta misma experiencia. Luego plantearemos la problemática de la racionalidad
de la fe.
> Jn. 1,40-42: Juan Bautista dice a sus discípulos
que Jesús es el cordero de Dios, el Mesías esperado. Frente a este anuncio, hay
algunos que no dudan en seguir. Entre ellos está Andrés, hermano de Simón Pedro
el pescador. La premura con que Andrés acude a informar a su hermano nos da la
idea de la inquietud y la actitud de
búsqueda y esperanza que anidaban en el corazón de ambos hermanos;
esperaban al Mesías, el salvador.
> Jn. 1, 42b: Simón
Pedro es presentado a Jesús por Andrés. El primer encuentro. Una mirada y una propuesta.
En la cultura judía, el nombre podía representar el ser más profundo de la
persona. Jesús, al proponer a Simón un nuevo nombre, le está llamando a una nueva vida, a una nueva misión. Simón acepto desde este
momento agregarse al grupo de los seguidores
de Jesús. Es evidente que en este momento no comprendía demasiado lo que
aquello podía significar, pero realizó un primer acto de confianza en Jesús.
> Mt.
3, 13-19: Jesús escoge a
doce para hacerlos sus compañeros y para una misión. La iniciativa es de
Jesús. Nadie es apóstol por méritos propios. Es la segunda vez que Jesús
propone a Simón algo nuevo. Pedro vuelve a fiarse de su maestro y se embarca en
esta nueva aventura. El contacto con Jesús se va a hacer mucho más intenso.
Simón Pedro, casi sin darse cuenta, ha abandonado su trabajo, su vida anterior,
para estar con él.
> Mt. 15,15-18; MT. 18,21-22; Mt.
19,27-29: Son
muchas las horas que Pedro comparte con Jesús. Escucha sus enseñanzas, pero no duda en preguntar a Jesús. Quiere
saber, pero no para acumular sabiduría intelectual, sino para orientar su vida y su existencia según las palabras de Jesús.
Es así como poco a poco Pedro va descubriendo un nuevo mensaje y lo va
asimilando en su propia vida. Sólo el tiempo junto a él, con confianzas y sin
prisas, le va abriendo las perspectivas de esa nueva vida que anuncia el
maestro.
> Mt. 16,13-18: Dice con palabras lo que está
experimentando en su vida, y es que vivir con él salva su vida, es decir, la
plenifica, le da sentido. El
comentario de Jesús es importante, eso no
lo ha descubierto por ninguna demostración humana sino por revelación del
Padre. La experiencia de fe no es únicamente fruto del esfuerzo humano,
sino un encuentro entre la iniciativa de
Dios y rl proceso de respuesta del hombre.
> Mt. 17, 1-4: En
todo este tiempo de vivir junto a él no
le faltaron a Pedro momentos de euforia, de estar a gusto con Jesús, de disfrutar de su cercanía y de su
presencia.
> Jn. 13,36-38; Jn. 13,6-9: Y
sin embargo, Pedro, todavía no acaba de comprender. Su admiración hacia Jesús
es tal y su adhesión tan incondicional, que le impide a veces comprender el
auténtico alcance de ñas palabras del maestro. En más de una ocasión Jesús le
reprende y le proporciona curas de realismo. Pedro a través de esa cercanía y
de ese contacto constante con el Señor, va
corrigiendo y perfilando su propia experiencia de fe. Es todo un proceso de
descubrimiento que le va llevando poco a poco a la auténtica comprensión de
lo que Jesús es y de lo que Jesús le pide. Pedro, en efecto, dará su vida por
Jesús, pero no ahora. Más tarde irá comprendiendo el verdadero alcance del
compromiso de seguir a Jesús.
> Mt. 14,24-32: Pedro, lo henos visto, manifiesta en
varias ocasiones su fe en Jesús
entendida como adhesión a una persona que salva. Y sin embargo, los
momentos de duda no faltan. El miedo nunca está ausente en semejante aventura.
Siempre hay algún viento que lleva a la auténtica oración de la fe: “Señor Sálvame”.
> Mc. 14,32-37; Mt. 26,69-75: Y
junto a las dudas tampoco faltan las
infidelidades, los fallos, las caídas, las incongruencias. Jesús le pide a
Pedro que le acompañe en el sufrimiento, y Pedro cae dormido. Del mismo modo,
la euforia de seguidor incondicional de Jesús se ve derrumbada ante el temor de
que también a él lo detengan como a Jesús. Pero todas estas situaciones no son
ajenas a la experiencia de fe. Jesús no busca perfectos cumplidores, sino humildes seguidores que sean capaces de
entusiasmarse, de irse con él y de levantarse cuando caen o se equivoquen.
> Hechos 1,12-14: Jesús
ha muerto, ha resucitado y ha entrado en la gloria del Padre. Está entre ellos
aunque no del mismo modo que antes. El resucitado vive en su comunidad y actúa
en ella por su Espíritu. Pedro asume la
misión que Jesús le había encomendado en el grupo de los Doce y guía la
comunidad de los discípulos.
> Hechos 2, 42-47: Cuando Jesús estaba entre ellos, los
que aceptaban su mensaje de salvación se agregaban al grupo de los seguidores.
Ahora, los que se iban salvando se
agregaban a la comunidad. En efecto, es la comunidad la que a partir de ahora
hace presente a Jesús. La comunidad de los creyentes proporciona a los que
se adhieren a ella aquella experiencia de fe que Pedro vivió junto al Señor. La
proclamación de su palabra, la celebración de la fracción del pan (Eucaristía)
y la vida en común perpetúan la
presencia de Jesús.
> Hech. 2,22-24ª.32.37-38; La
misma comunidad tiene la responsabilidad
de predicar, de invitar a todo el que desee a unirse a esta nueva vida. Al explicar lo que ellos han visto y oído,
necesariamente surgen algunas
formulaciones de esa experiencia de fe. Dios Padre ha resucitado a Jesús y lo ha constituido Señor, y su presencia se hace viva por
medio de su Espíritu enviado en
Pentecostés. Así, poco a poco, van naciendo las profesiones de fe, que se manifiestan especialmente en el bautismo.
> Hech. 4,1-3.5-12: Pedro
cumple el compromiso de predicar y de dar testimonio, pero esto no se hace sin
dificultades ni persecuciones. Primero, la censura de las autoridades judías,
más tarde, la persecución romana. Para Pedro, lo importante es comunicar el mensaje de Jesús y el modo de
vivir propio de sus discípulos así como su experiencia de fe; “Sólo Jesús puede
salvar”. No es una doctrina o una teoría, habla de su propia vida, aunque
para hacerlo utilice expresiones
formuladas de la fe. Desde aquel primer encuentro con Jesús en el que Pedro
se fió de él ha transcurrido mucho
tiempo y el camino ha sido largo. No imaginaba él adónde le llevaría su
experiencia de fe. No fue capaz de dar la cara por Jesús en la noche de la
pasión, quizás porque no era el momento; le aguardaba la tarea de mantenerla
vida de la comunidad. Pero al final de su vida sí que la entregó. Era el último
capítulo de una historia de entrega y
confianza cotidiana.
Esquema del proceso de experiencia de fe:
1. BÚSQUEDA: Inquietud por buscar la vida auténtica.
2. INICIATIVA
DIVINA: Dios llama.
3.
PRIMERA
RESPUESTA CONFIADA; que inicia todo un proceso.
4.
VIVIR
CON EL: Escuchar su palabra, buscar sus
respuestas.
5.
PROCESO
DE CLARIFICACIÓN Y PURIFICACIÓN: dudas, fallos,
euforias.
6.
INTEGRACIÓN
A LA COMUNIDAD:
como mediadora de la presencia por medio de la palabra, de la
celebración, de la vida en común y de las expresiones de la fe.
7.
COMPROMISO: llevar la salvación a los demás, en medio de
incomprensiones e incluso persecuciones.
La apertura a la trascendencia
es una de las condiciones para la fe. Si todo tiene justificación en nosotros
mismos, si la realidad que vivimos se agota en sí misma, es imposible la fe.
Aquel que no se pregunta, que no aspira a una vida más plena y profundamente
humana porque vive en mundo cerrado y suficiente en sí mismo, no está en
disposición de iniciar la aventura de la fe.
Dios toma la iniciativa y llama.
La revelación de Dios es una invitación y una manifestación de sí mismo que
invita a vivir cerca de él. Los signos de la revelación de Dios acontecen en la
historia. Desde la creación, la historia de la salvación es la historia de los
signos reveladores de Dios: signos de presencia salvadora en la vida del hombre.
Estos signos no se imponen, son una invitación.
Jesús es la cumbre de la manifestación de Dios en la
historia, su llamada definitiva. Dios llama por
medio de Jesús porque su vida interpela al hombre, le está pidiendo una
respuesta ya que no puede dejar indiferente.
Cuando
la persona responde afirmativamente a
esta llamada poniendo su confianza en Dios, se inicia el camino de la
experiencia de la fe. El primer fruto de esta respuesta es la conversión.
El corazón convertido es el abierto a la entrada de Jesús en su vida. No se
trata de conocer a Jesús desde fuera, sino de “morar con él” y así dejar que
sea quien cambie tu vida.
Cuando
el creyente, ayudado por el Espíritu Santo, decide libremente dar el paso de la fe, no lo hace sólo movido por
la fuerza de los razonamientos sino, principalmente, fiado y confiado en el apoyo de Dios, que inspira y sostiene su
experiencia. De este modo se inicia un camino no exento de dificultades y de
fallos porque la fe no es ningún tranquilizante, sino que requiere audacia y
fortaleza, tiempo de victoria y tiempo de derrota, certezas y dudas.
Esta fe se vive en comunidad.
No es un asunto privado. La comunidad,
la Iglesia, mantiene la presencia viva de Jesús que sigue llamando. En ella
se encuentran los creyentes como hermanos y viven la fraternidad que Jesús
instauró.
Esa
misma comunidad dice su fe, la
expresa para poder transmitirla. Y lo hace por medio de sus confesiones de fe o credos. Este
lenguaje, por ser expresión humana, puede estar sujeta a evolución, pero las
formulaciones encierran siempre, sustancialmente, la misma realidad y los mimos
contenidos.
Y
esa misma comunidad celebra su fe.
Por medio de la celebración cristiana, la liturgia actualiza la presencia de
Jesús y el don de su gracia.
La
prueba de autenticidad de la fe es su acción, su obrar, su compromiso. El
creyente es llevado por su fe a un compromiso de justicia y liberación de los
hombres. (Santiago 2, 14-17)
C)
LO ESPECÍFICO DEL HECHO CRISTIANO:
JESÚS DE NAZARET
a) Lo
específico de la Fe cristiana.
El
cristianismo es una religión, pero no lo
es exactamente como las demás. Jesús de Nazaret, fundador del cristianismo,
con su vida y con su mensaje, pretendió una purificación de ciertas actitudes y
conductas religiosas y sociales de su tiempo, como lo veremos a continuación,
invitando más bien a la transformación interior del corazón.
Todas
las religiones suponen que el hombre busca a Dios y todas ellas son una muestra
del esfuerzo auténtico del hombre para relacionarse con él. Pero el
cristianismo va más allá. Cree que Dios
sale al encuentro del hombre, le busca, le llama, establece un diálogo con
él. En ese diálogo, Dios le propone un camino de liberación y salvación.
El
Dios cristiano sale al encuentro del hombre, no a través de fenómenos extraños
o apariciones maravillosas, sino simplemente, sencillamente, haciéndose hombre como un hombre
cualquiera, viviendo en un momento determinado en un país determinado, muriendo
realmente como hombre.
Pero
sobre todo, el cristianismo cree que ese Jesús resucitado, vive hoy en medio de nosotros. esto es lo que caracteriza al
cristianismo y lo distingue de las demás religiones; su fe en un hecho, en un
acontecimiento, en la encarnación, muerte y resurrección de Cristo.
A
partir de este acontecimiento, la religión deja de ser un sistema para pasar a
ser un encuentro y una relación con una
persona concreta; JESÜS. Es llamativo que, entre todos los libros sagrados
de la humanidad, sólo el de los cristianos sea una historia y no una exposición
de doctrinas. Jesús no es un mero intermediario, es Dios mismo. Ni Moisés, ni
Buda, ni Mahoma, ni nadie antes o después de Jesucristo ha reivindicado tal
cosa.
“A diferencia de otros cultos en los
que predomina el pavor frente a lo inefable, el misterio cristiano es un
misterio de amor: Dios es caridad. Desde que el Verbo se encarnó, el hombre
puede decir que Dios ya no es “completamente Otro”. Lo sagrado cristiano separa
algo, pero para elevarlo a Dios, para ennoblecerlo, para dignificarlo con una
plenitud suprema. La sacralidad cristiana implica menos una prohibición que una
comunión”.
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