jueves, 5 de septiembre de 2019

MEDELLÍN COMO MEMORIA HISTÓRICA DEL SEGUIMIENTO DE JESÚS EN SU PUEBLO





Dr. ricardo Montes Pérez

Esta semana hemos recogido reflexiones de carácter objetivo y subjetivo acerca del Acontecimiento que significó para la Iglesia latinoamericana y Mundial y para los cristianos en particular, la realización de la II° Conferencia de Medellín, Nuestro Arzobispo, don Ignacio nos señalaba, la validez de este acto; Hacer memoria, traer al presente, hacer presente el legado que se abrió en ese acontecer histórico. Por lo mismo, creo que mi exposición será un esfuerzo por recoger, en una apresurada síntesis, lo que visualicé como los pilares o hilos conductores de esta reflexión. La lectura que propongo de éstos la dividiré en:

1.         Algunas consideraciones de “Medellín como Acontecimiento histórico”
2.         Medellín como consecuencia histórica del Seguimiento de Jesucristo
3.         El Nacimiento de un nuevo modo que la Iglesia Latinoamericana tiene de entenderse a sí misma; la Teología de la Liberación
4.         Pensar Medellín es agradecer lo que somos.

1.         Algunas consideraciones de “Medellín como Acontecimiento histórico”

             Mucho se ha dicho aquí sobre la importancia histórica de Medellín, y si volvemos a Medellín, por otro lado, es porque hay algo en ello que nos obliga a su vuelta. Por lo mismo, y como introducción, me parece que es preciso explicitar lo que, de manera diversa y en su conjunto, hemos denominado; “Medellín un Acontecimiento histórico”  Siguiendo a Gadamer,  el pasado no existe primero en el recuerdo sino en el olvido. El pasado es, un aspecto central porque nos permite darnos cuenta de que la historia está compuesta por “rupturas”, que no hay continuidad en la historia si se la entiende como un fluir incesante del tiempo.[1] La “Conciencia Histórica” entonces hace referencia a la posesión de una comprensión histórica, tener conciencia de los hechos a partir de la distancia que nos tomamos de ellos. Es un intento por reconstruir el mundo del objeto histórico para obtener su significación y tratar de identificar su origen y su génesis. Por medio de la conciencia histórica, no podemos regresar al tiempo original por nuestras propias limitaciones como especie humana, pero si nos permite comprender esos momentos de nuestra posición y de los condicionamientos propios del proceder hermenéutico y de los prejuicios.[2]

            Gadamer, como a todo estudioso de la historia, lo que le interesa es el modo de estar en la historia, de cómo conocer y expresar un hecho histórico, es por ello que  se centra en el concepto de historicidad más que historiografía, ya que este concepto está en directa relación con el concepto de instante en la medida en que “no designa un punto temporal históricamente significativo, decisivo, sino el momento en el que se vive la historicidad de la existencia humana.” La historia se da en el tiempo pero no pertenece al tiempo. Mi vida, la vivo en el transcurrir del tiempo en mi, pero contar el tiempo no es otra cosa que contar mi historia, para decirlo de alguna forma contar el tiempo es contar mi historia de manera consciente, relatar aquellos acontecimientos que me afectaron, que marcaron un momento importante de mi vida, pues el tiempo cuando adquiere significado y sentido, cuando se hace consciente, se convierte en historia. El niño tiene vida pero no historia, no hay conciencia de su propia vida, por eso la historia o historicidad es la conciencia de un pueblo, o de toda la humanidad.

Es por ello que  el pasado condiciona nuestra conciencia, ya que permite que ésta se efectúe y que seamos capaces de actualizar el pasado en la medida en la que éste nos afecta y en tal medida el pasado, en cuanto reconstrucción, es posible modificarlo (deconstruirlo), hacer de nuevo la historia en cuanto afección. Por lo mismo es posible encontrarnos con dos historias; la de los hechos acaecidos en el pasado temporal, que no puede ser realizado nuevamente, y la historia en cuanto que, nos afecta y ésta sí puede ser reconstruida. Es aquí donde entra en juego el papel de los prejuicios, que en nuestro autor, no tiene el carácter otorgado por la ilustración que los sentenció como juicios falsos a priori. Los prejuicios tienen un carácter positivo, en la medida en que ellos nos permiten tener una apertura a la tradición Por lo tanto, la conciencia histórica ha de contar con ellos y otorgarle un valor objetivo.  Cabe destacar, entonces, que la naturaleza humana está condicionada por ciertos prejuicios que, nos permiten hacer una mejor lectura hermenéutica de la  historia. Pertenecemos a una comunidad de personas que entienden para que nosotros empecemos a entender. La conciencia histórica se apoya de la tradición de la cual forma parte y se lleva  a cabo a partir de ella.  Por la tanto, la tradición ha de ser considerada, en la distancia hermenéutica, como algo familiar pero también algo extraño. La distancia hermenéutica nos permite tomar distancia interpretativa y temporal de los hechos y así nos permite entender el real significado de la situación y ella se ubica al centro de las cosas y hace valorar el fenómeno desde la distancia temporal y su significado para la comprensión, así en ella podemos encontrar algo muy nuestro, pues lo somos nosotros mismos,  y algo que es ajeno a nosotros. Esta lectura hermenéutica permite que “la conciencia histórica esté impregnada de alteridad y extrañamiento de mundo históricos ajenos, y aspira a mantener separados sus propios conceptos y los conceptos de esas épocas y mundos ajenos...”[3]

La distancia temporal significa una continuidad viva que la tradición requiere para ser ella misma[4], la Historia es historia en la medida en que está traspasada por elementos vivos, no es la historiografía de las historiadores, esta es letra muerta[5], la historia es la historia de la tradición que se muestra en nosotros y que, somos nosotros mismos, porque nos la llevamos en nosotros[6]. La historia no es el frío cálculo de los hechos objetivables que pretenden sacralizarse como hechos científicos, sino que en la historia deben existir elementos de prejuicio, que le otorguen sentido a nuestra manera de comprender la historia.

La Historia es un intento por descubrir y reconstruir la historia que hay en nosotros, los prejuicios que condicionan nuestra vida. Para poder descubrir lo que nosotros somos es preciso recurrir a la historia y develar la carga de tradición que hay en nosotros y en ellos se encuentra el sentido de nuestra existencia solo en nuestro pasado, en él se encuentra nuestra identidad. A su vez, el pensamiento de lo que fuimos está acompañado por la proyección de lo que queremos ser.

La identidad de un pueblo es el factor de continuidad histórica al prestarle sentido. Para ello tiene que existir coherencia entre nuestras proyecciones actuales y el pasado que fuimos. El proyecto de un horizonte, nos dice Gadamer, es “una fase o momento en la realización de la comprensión, y no se consolida en la autoenajenación de una conciencia pasada, sino que se recupera en el propio horizonte comprensivo del presente.”[7] Así la tradición adquiere el rostro que nuestro proyecto dibuja. Así el pasado se configura como la búsqueda de autenticidad y ve en él un anuncio de los sueños e ideales que deseamos. Porque la historia de cada pueblo nunca la encontramos, la forjamos, no está dada sino que la reconstruimos. Por ello, que hemos de entender el proceso histórico como un juego de diferenciación e identificación, de acogida y de separación, de negación y afirmación. No es sólo la afirmación porque ello significaría perdernos en la tradición y negación porque ello también significaría aislarnos de ella. En este punto el lenguaje juega un papel muy importante, pues nos permite recoger lo más preciado y de contenido que existe en otras culturas y conocer las cosmovisiones ajenas nos permite percibir la riqueza y la pobreza de nuestras propias cosmovisiones. En esto juega un papel muy importante la filosofía, pues ella, nos permite recoger la más original y propio de la cultura y ser puente de conciencia crítica sobre nuestra propia realidad.[8]

La distancia histórica de un texto no es pues obstáculo, sino una ventaja. No se trata de desplazarse mentalmente a otra época, sino que por medio de la tradición se vinculan texto e intérprete, en lo que el texto aparece, pues, como extraño y familiar. Extraño, porque es un texto lejano en el tiempo, familiar, en cuanto pertenece a la tradición.

2.         Medellín como consecuencia histórica del Seguimiento de Jesucristo

La segunda mitad del siglo XX estuvo marcada por profundos cambios en todas las esferas del quehacer humano. Ello dio pie a que se generara una diversidad de transformaciones en el mundo entero y América latina, no estuvo exenta de ello. Es por ello que es necesario atender a los principales cambios que sufrió nuestro continente en las tres décadas de la segunda mitad del siglo anterior un paso ineludible si deseamos ubicar el impacto y el lugar que tuvo el acontecimiento de la II Conferencia de Medellín en nuestra América Latina y los elementos que nos señala son irrenunciables en el seguimiento histórico de Jesucristo.

1. Cambios Económicos: Al final de la segunda guerra mundial asistimos a lo que se ha llamado “la fase expansiva del capitalismo mundial,” que produce en los países más pobres una fuerte esperanza en que ahora sí ellos podrán acceder al desarrollo, esto unido a los procesos de autonomía e independencia de muchos países del tercer mundo, especialmente de Africa y Asia. Es así que a partir de la década del ‘50 en adelante, América Latina estuvo marcada por la  generación de  modelos de desarrollo, que se  caracterizaron principalmente por ser “proyectos socioeconómicos que tenían por finalidad la integración y el crecimiento económico del continente”. El gran impulso desarrollista alimentado en la década de los sesenta,  fue muy fecundo en teorías y proyectos socioeconómicos, que pretendían integrar a toda la sociedad. Debido a su fracaso histórico por múltiples causas, entre ellas la crisis del petróleo, la deuda externa, etc., a finales de los setenta y principios de los ochenta, en algunos países de nuestro continente latinoamericano, hicieron su entrada los modelos de ajuste y estabilización económica que fueron las consecuencias del grave escenario político social con países endeudados, con graves situaciones inflacionarias: [9]Por otro lado, en el campo social las grandes transformaciones estructurales que trajeron consigo un aumento en el desempleo y subempleo.[10] Esta desvalorización del empleo produjo altísimas tasas de desempleados en todo el continente, debido a la entrada en juego de la política neoliberal y al modelo de democracia como equilibrio que intentó articular un tipo de sociedad con altas tasas de indiferentismo político y con niveles excesivos de pobreza que lleva incluso a ser tenida como,  “el más devastador y humillante flagelo a la que se ven sometidos los seres humanos”.[11]

2. Cambios Políticos: También en este período, década del setenta y ochenta, se produjeron los desmoronamientos de los grandes proyectos revolucionarios de sociedad. Estos modelos de sociedad eran proyectos que iban unidos a cambios sociales revolucionarios, que, en algunos casos, como es el caso Chileno,  dieron paso a los regímenes autoritarios y sus devastadoras consecuencias; terrorismo de Estado,  políticas macroeconómicas de gran resultado pero muy deficientes en lo microeconómico. [12]Esto se puede apreciar en las sucesivas revoluciones que sacuden al continente, todas ellas caracterizadas por el afán de construir una sociedad más digna para poder vivir. Comenzando por Fidel castro en Cuba, en enero de1959, que asume al poder expulsando de la isla caribeña al dictador Fulgencio Batista y  a los norteamericanos que hacían de ella un mero lugar de diversión, hasta la revolución nicaragüense, en julio de 1979,  fecha en que el sandinismo asume el poder.

La década del 60 – 70 estuvo marcada por el avance de regímenes autoritarios que dejaron una marca imborrable en todos los países que la sufrieron. Desde Brasil en 1964, Argentina en 1966 y 1976, Uruguay y Chile en 1973. El continente se vio amenazado por una nueva ideología; la Ideología de Seguridad Nacional[13], que pretendía crear la cohesión y la mantención del poder, por medio del combate enérgico al “enemigo invisible” que habitaba dentro de las fronteras de la nación.  Instauraron  un nuevo tipo de relación entre fuerzas armadas y sociedad civil; “de la vida cotidiana, la redefinición de la política y la reconstrucción de sujetos sociales, las transformaciones estructurales.”[14] Basta recordar en el caso Chileno, que fue el régimen de Pinochet quien introdujo la política económica  neoliberal en su versión más ortodoxa, que aún predomina en el país.

            Las características  de estos regímenes militares en América Latina tuvieron los siguientes elementos:[15]
a)                  Su carácter represivo y violento: Eran las formas de relacionarse con la sociedad civil, es decir, su característica central era la de ser “autoritario”. Por ejemplo, en Chile, el régimen militar sostuvo una política sistemática de persecución, muerte y violación a los derechos fundamentales de sus opositores.
b)                 Su carácter capitalista, es decir, el esfuerzo de estos regímenes por consolidar una estructura capitalista o “capitalismo desde arriba”.
c)                  Su carácter contrario a la organización sindical o gremial.
d)                 El carácter militar de los regímenes, aunque ellos tuvieron la participación activa de civiles.[16]

            La matriz ideológica de transformación radical de la sociedad del período anterior, que en Chile, por ejemplo, llevó a Salvador Allende al poder el 4 de septiembre de 1970, con un claro esquema ideológico marxista,  dio paso a una matriz ideológica de combinación entre la doctrina de seguridad nacional y neoliberalismo, que tenían un fuerte acento de fundación de un nuevo orden social.

3. Cambios Sociales:         Según la CEPAL[17] en la década del 70 los países que contaban con algunos grados de concentración del ingreso, tales como, Argentina, Chile o Perú, sufren considerables aumentos en la desigualdad, así como aquellos cuyo crecimiento bordeaba el 2% o 3%, al comienzo de la década sufren un deterioro  en la distribución del ingreso. Sin embargo, los países de crecimiento elevado, tales como, Colombia, México o Venezuela (superiores al 3% anual) disminuyeron sus altos grados de concentración. Esos cambios en la distribución del ingreso inciden, como es lógico, en la variación de los índices de pobreza en estos países. Por ejemplo, Chile, Argentina y Perú, que se vieron sacudidas por graves perturbaciones económicas y alteraciones institucionales, tuvieron un crecimiento en los índices de pobreza desastrosos. En Chile, se produjo un aumento excesivo en la pobreza urbana y en la rural. En Perú, se apreció un aumento en la pobreza urbana y en Argentina, se produjo un aumento de la pobreza a nivel nacional. En los países de crecimiento moderado, la pobreza tendió a mantenerse y en algunos casos, como Uruguay, se incrementó. Pero la pobreza rural disminuyó considerablemente. Mientras que en los países de alto crecimiento se produjo una reducción en la pobreza absoluta, tanto en las áreas urbanas como rurales. En cambio, Brasil experimentó una disminución en los índices de pobreza, pero no así en la distribución de los ingresos.[18]

Especial mención nos merecen dos sectores que sufren las consecuencias de la pobreza y la marginación como consecuencia de los cambios vertiginosos ocurridos en el continente en el período que estudiamos. Por un lado, la situación del campesinado en América Latina sufrió mucho con la nueva política de industrialización que se ejecutó en el continente. Basta saber que a comienzos de siglo la mayoría de la población Latinoamericana era del sector rural, a mediados de siglo el continente era todavía, en gran medida, agrario. Esto se expresaba no solo en la cantidad de población rural sino también en las formas de expresión cultural y en la organización social e intelectual de las naciones de la región que tenían su raíz en el campo.[19] Esta estructura agraria y de tenencia de la tierra parecía ser eterna e inamovible. “De ella había surgido la clase política dominante durante el siglo XIX aquella oligarquía terrateniente que generaba generales, caudillos, presidentes, diplomáticos y prelados y que fincaba su legitimación en la acumulación de bienes terrenales (léase tierras) y en la explotación de la mano de obra campesina.”[20]

4. La Conferencia de Medellín; La toma de conciencia de las  exigencias sociales del Evangelio

El aggiornamiento que significó el Concilio para la Iglesia universal es lo que significó Medellín para la Iglesia latinoamericana.[21] Bajo el impulso de santos hombres, como nuestro querido Manuel Larraín, Obispo de Talca (Chile) y presidente del CELAM, fallecido dos años antes de la conferencia (+1966)  y A. Brandao Vilela, Arzobispo de Teresina (Brasil), quien luego de varias dificultades llevó a efecto la conferencia, Medellín se constituye en el primer hito de una Iglesia madura y capaz de responder a las exigencias de un nuevo mundo en gestación.

La conferencia de Medellín significó para la Iglesia Latinoamericana una toma de conciencia de la  realidad inmerecida de pobreza y de la injusticia social que vivía el continente, lo que audazmente llamó  “La violencia institucionalizada.” [22]Y por primera vez se describe la situación de subdesarrollo como una situación de injusticia que es una clara conspiración contra la paz.[23] Ya que no hay verdadera paz sin justicia. Y va más allá cuando afirma;

“La paz en América Latina no es, por lo tanto, la simple ausencia de violencia y derramamiento de sangre. La opresión ejercida por los grupos de poder puede dar la impresión de mantener la paz y el orden, pero en realidad no es sino “el germen continuo e inevitable de rebeliones y guerras.” [24]

            Por sobre todo hay una denuncia de la miseria inmerecida en la que se encuentran muchas personas y que, para nuestros obispos,  se transforma en una súplica que clama al cielo[25] y que genera, como consecuencia, una frustración universal al no cumplirse las expectativas de los más pobres y de todos los hombres. Y esta realidad de pobreza es descrita como una realidad de pecado.

“El Episcopado latinoamericano no puede quedar indiferente ante las tremendas injusticias sociales existentes en América latina, que mantienen a la mayoría de nuestros pueblos en una dolorosa pobreza cercana en muchísimos casos a la inhumana miseria. Un sordo clamor brota de millones de hombres, pidiendo a sus pastores una liberación que no les llega.”[26]

 Medellín se presenta como la forma de concretizar las conclusiones del Concilio para América Latina y se transforma en un llamado de la Iglesia a asumir los procesos de cambios que se producen en el continente,[27]y a ser promotora de los procesos de  liberación que tienen como exigencia la conversión personal, de justicia social y de una Iglesia cercana a los pobres. Con ello, se asume abiertamente una actitud de pastoral profética, es decir, se denuncian las estructuras de injusticia y los atropellos a la dignidad humana.

Medellín plantea un nuevo estilo de Magisterio, un enfoque unitario y real de la realidad latinoamericana, el futuro de la personalidad y autonomía de la Iglesia en América latina. Se hacen uso de las ciencias sociales para realizar un diagnóstico de la situación latinoamericana. Se opta por el método  Ver, Juzgar y Actuar. La Iglesia, deja de tener una postura cercana a las estructuras oficiales y hace una opción por los más necesitados. Ellos son los protagonistas privilegiados de su mensaje y a ellos debe ir dirigida su atención particular:

“Por todo eso queremos que la Iglesia de América latina sea evangelizadora de los pobres y solidaria con ellos, testigo del valor de los bienes del reino y humilde servidora de todos los hombres de nuestros pueblos. Sus pastores y demás miembros del Pueblo de Dios han de dar a su vida y sus palabras, a sus actitudes y su acción, la coherencia necesaria con las exigencias evangélicas y las necesidades de los hombres latinoamericanos.”

“El particular mandato del Señor de Evangelizar a los pobres, debe llevarnos a una distribución de los esfuerzos y del personal apostólico que dé preferencia efectiva a los sectores más pobres y necesitados y a los segregados por cualquier causa, atentando y acelerando las iniciativas y estudios que con ese fin se hacen.”[28]

            Medellín es muy claro al afirmar que no es posible seguir predicando la pobreza como una actitud cristiana sino tenemos claro algunas consideraciones acerca de ella:
1)                 La pobreza es un mal, una carencia de bienes. Es un pecado que hay que combatir.
2)                 La pobreza espiritual debe ser entendida como una infancia espiritual y de apertura al Señor de la Vida.
3)                 La pobreza como compromiso que asumen algunos como condición para el servicio de los más necesitados y de la fidelidad al Evangelio.[29]

3.         El Nacimiento de un nuevo modo que la Iglesia Latinoamericana tiene de entenderse a sí misma; la Teología de la Liberación

Desde 1927 la pastoral de la Iglesia se regía por un estilo conocido como “nueva cristiandad”. Este estilo, pretendía imprimir de valores cristianos toda la sociedad. En palabras de Pío X se pretendía “hacer de Cristo el centro de todo” , es decir, se quiere recuperar la influencias que la Iglesia había perdido en América latina en el siglo XIX, luego de la independencia de España y en el siglo XVI en Europa con el surgimiento de la modernidad. Esta actitud de marcado tinte monárquico le trajo bastantes críticas del mundo liberal.

 Sin embargo, en la época de los sesenta se erige en el continente una nueva forma de hacer teología. Una teología que nace como “reflexión critica sobre la práxis a la luz de la fe.” La teología de la Liberación hace una afirmación radical; el mundo de pobreza y miseria que soportamos no es querido por Dios. Esta constatación de “pecado social” en la que la brecha entre pobres y ricos es abismante y donde unos  pocos tienen mucho y muchos tienen poco o nada para subsistir, donde los pobres mueren antes de tiempo, es un insulto y una interpelación a la fe.[30]   La teología de la Liberación emerge así como una lectura crítica que busca el diálogo directo con la realidad con la mediación de las ciencias sociales, eso les permite ver que la situación del continente es de dependencia y esa es la causa profunda de su empobrecimiento.  Esta teología se presenta como una radicalización y profundización de Medellín[31] y tiene una especial recepción en muchos sacerdotes, obispos y laicos que buscan en ella una explicación más certera de la pobreza, injusticia y sufrimiento de un continente golpeado.

La génesis de esta teología se produce en Chimbote, donde Gustavo Gutiérrez expone las ideas maestras de una posible teología de la liberación, que dé el salto de una concepción de desarrollo a una de liberación, por su carácter más bíblico e integral que la anterior. Su libro, aparecido en 1971[32], marcará un hito, ya que en ella trazan los lineamientos centrales de esta teología en gestación. 

Sin lugar a dudas, es lo más nuestro que ha surgido en América latina. Ha sido el producto de una reflexión profunda y madura de la pastoral y de la realidad de nuestro continente y de nuestra Iglesia. La teología de la Liberación se fue perfilando como una respuesta, desde la fe,  a las preguntas centrales de la vida cotidiana. Y responde a un nuevo contexto donde los pobres irrumpen en la historia, una historia que es, a la vez, historia de salvación. Por eso se invita a releer la Biblia desde la perspectiva de los predilectos de Dios; los pobres y desposeídos.

Ella, la Teología de la Liberación,  ha marcado el quehacer teológico, no sólo de América Latina, en estos períodos, sino que fue un aporte real a la teología universal. Así aparecen teologías de la Liberación en Africa, en Asia. Y se profundizan en los megaausentes de la historia; Las mujeres, los indígenas, los discapacitados, el problema ecológico, etc.

La palabra “Liberación” se asume así en esta teología no como un mero genitivo, sino como la explicación más clara de la experiencia cristiana que traspasa toda la revelación, desde el éxodo hasta el Apocalipsis. En este sentido, la palabra “liberación” supera la mera explicación socio - política y adquiere un carácter teológico central. Se descubre su significación bíblica más honda y su riqueza histórica más radical.  Ella, junto a la palabra salvación, forman parte integral del mensaje de salvación de Jesús que se nos presentan en los Evangelios. La Teologia de la Liberación otorgó a la teología un modo propio de lectura de la Palabra de Dios; desde la óptica de los pobres. Aunque están conscientes de que no es la única lectura de la Biblia que se puede realizar, Ellos, desean resaltar este tipo de lectura por ser la más cercana a la realidad que sufre el continente.[33] Se trata de una lectura privilegiada y comprometida con la causa de los pobres. Se trata de rescatar los temas que interesan para iluminar y animar el caminar de los que sufren. Se trata de leer y de experimentar profundamente, desde la perspectiva de la fe, el mismo caminar del pueblo elegido por Dios, desde su esclavitud en Egipto   hasta su liberación. Se trata de entusiasmarse por el proyecto histórico de Jesús, que retó la estabilidad de su tiempo y llamó a construir un mundo más justo y más humano. Se intenta rescatar el rostro verdadero de Dios, revelado en Jesús, como un Dios Padre cercano a las necesidades de los que sufren. Un Dios que no permanece indiferente ante el dolor de la gente de su pueblo; un Dios que resucita a Jesús y resucitándolo aprueba su proyecto histórico.

Se transforman en paradigmas de esta teología los acontecimientos del éxodo y del seguimiento radical de Jesús (imitación de Cristo) y la pascua  del mismo Jesús, ya que, la realidad de Latinoamérica es una realidad de éxodo, de sentirse extraños en su propia tierra, y de pascua, porque la sangre de muchos mártires ha hecho surgir una nueva esperanza, en la que se lucha porque aquellos que sufren la marginación, el hambre y la injusticia sean considerados en la convivencia humana, que es otra forma de pretender lo mismo que Jesús. Creo que Leonardo Boff lo expresa claramente cuando se refiere a los acentos que ha propiciado la TdeL;

“Todo lo que es relevante en la dimensión de la liberación queda subrayado y tematizado; el mismo pueblo productor de los textos escriturísticos, como pueblo oprimido y explotado por las grandes potencias de Medio oriente y de Egipto, el tema del éxodo, del destierro, de la liberación mesiánica, la figura de Jesús de Nazaret como liberador al mismo tiempo histórico y trans histórico, su mensaje del reino de Dios como total liberación de los hombres y de la creación, la cruz y la resurrección como misterio pascual paradigmático de todo el proceso de liberación auténtica, la opción preferencial por los pobres por parte del Jesús histórico y de los apóstoles, la conversión como ruptura con un mundo que se basta a sí mismo y abertura a la novedad del reino.”[34]

Esta relectura de la Biblia se vuelve una de las expresiones más propias en las comunidades de base de América latina, que intentan interpretar desde su vivencia, llámese espiritualidad de liberación, interpretan la Escritura.

4.         Pensar Medellín es agradecer lo que somos.

Deseo terminar estas largas palabras, retomando aquellas de Don Ignacio en su discurso inaugural de esta Semana. Hablar de Medellín es hacer memoria y como bien lo señalaba Heidegger en su célebre obra dedicada a la pregunta por el pensar;  la memoria es aquello que nos mantiene en el ser, en el pensamiento. La memoria nos permite tener en consideración aquello que de por sí es preocupante, aquello que dio que pensar, que da que pensar y que dará que pensar. Hacer memoria es la posibilidad misma de agradecer, de conmemorar, es decir, de actualizar aquello que pudo haber quedado en el olvido. Por ejemplo, es necesario recordar que Medellín es una respuesta de la Iglesia a los tiempos de transformación compleja que vive en A. L. que no es otra que la respuesta  de Jesús que provoca su ruptura histórica (indignación y Misericordia)y que genera en nosotros, en nuestra práctica pastoral, una ruptura que nos ha llevado a mirar al otro y a los otros, los pobres de Medellín y de Aparecida, como los predilectos de nuestra acción pastoral, no porque lo merezcan sino porque Dios los ha elegido a ellos.

Recordar los 50 años de Medellín es recordar la actualidad del Actuar de Jesús en un continente cuyas venas sangran y por medio de una Iglesia que debe entender que el epicentro del sentido de su ser es anunciar al crucificado desde los crucificados de la Historia.



[1] GADAMER, H.G.; Verdad y método, Capítulo II, Ediciones Sígueme, Salamanca, 1994, p. 143.
[2] Gadamer afirma que “Desde el romanticismo esa forma de conciencia nos hace contemplar el conjunto del pasado y sus tradiciones como si fuésemos extraños a él.” GADAMER,.H.G, “Acotaciones Hermenéuticas”, Editorial Trotta, Madrid, 2002, pág. 125.
[3] Ibíd., Pág. 141.
[4] Ibid. Pág. 349.”Aún la tradición más auténtica y venerable no se realiza, naturalmente, en virtud de la capacidad de permanencia de lo que, de algún modo, ya está dado, sino que necesita ser reafirmada, asumida y cultivada.”
[5] Ibid. Pág. 367.
[6] Ibid. Pág. 350.
[7] Ibid. Pág. 377.
[8] GADAMER,  Acotaciones hermenéuticas, Op. Cit. Pág. 91 y ss.
[9]              Ver el interesante artículo de Gonzalo Arroyo s.j. en la revista “Persona y Sociedad”, volumen XIII, Nº 2, agosto de 1999.Este número está dedicado al neoliberalismo.
[10]             Ver infra  apartado III de este mismo capítulo.
[11]             CELAM, “La Evangelización en el presente y en el futuro de América Latina”, Documento de Puebla, Nª 30.
[12]             Como quedó demostrado en el apartado anterior acerca de los cambios económicos en América latina. (Ver apartado I)
[13]             Muy propia de América latina, según nuestros Obispos en Puebla, esta ideología entiende a la persona humana al servicio de una supuesta guerra total contra los conflictos tanto culturales, sociales, políticos y económicos. Ve en estos conflictos una amenaza del comunismo. Frente a este peligro que es permanente, real o posible, se limitan como en toda situación de emergencia, las libertades individuales y la voluntad del estado se confunden con la voluntad de la nación. El desarrollo económico y el potencial bélico son más importantes que las necesidades sociales reales de la población. Suprimió la participación del pueblo y se justificaba como defensora de la civilización occidental y cristiana. (Puebla Nº 314, 549)
[14]             GARRETÓN, M. ANTONIO; “Dictadura y Democratización”, FLACSO, Santiago de Chile, 1984, pág. 21.
[15]             Sigo la exposición de M. GARRETÓN; “Dictadura y democratización”, Op. cit. Pág. 22.
[16]             Esto se pudo notar en la forma cómo es presentado el régimen militar en Chile por los integrantes uniformados participantes en la mesa de diálogo, instaurada por el Presidente Eduardo Frei para dialogar en torno al tema de la violación a los Derechos Humanos en Chile y el destino de los detenidos desaparecidos. Según la opinión  de éstos, el régimen en Chile debía ser concebido, más propiamente, como cívico – militar y no exclusivamente militar.
[17]             ALTIMIR, OSCAR; “Distribución del ingreso e incidencia de la pobreza a lo largo del ajuste”, en Revista de la CEPAL, Número 52, año 1994, Santiago de Chile, pág. 16.
[18]             Ibid.
[19]             STAVENHAGEN, RODOLFO; “A la sombra del desarrollo: Campesinos e indígenas en la crisis” en José Luis Reyna (compilador) América Latina a fines de siglo, Ed. Fondo de Cultura económica, s/f., pág. 309.
[20]             Ibid, pág. 311.
[21]             RIVAS, E; Op. cit. pág. 11.
[22]             MEDELLÍN, Paz, Nº 16.
[23]             MEDELLÍN, Paz, Nº 1.
[24]             MEDELLÍN, Paz, Nº 14.
[25]             MEDELLÍN, Justicia, Nº 1
[26]             MEDELLÍN, pobreza de la Iglesia, Nº 1 y 2.
[27]             RIVAS, EZEQUIEL; “De Río de Janeiro a Santo Domingo”, en “Río de Janeiro, Medellín, Puebla, Santo Domingo”, CELAM,  Ediciones San Pablo.1993, pág. 14.
[28]             MEDELLÍN, La pobreza de la Iglesia, Nº 8 y 9.
[29]             MEDELLÍN, Pobreza en la Iglesia, Nº 4.
[30]             GUTIÉRREZ, GUSTAVO; Prólogo al libro de RICHARD, PABLO· “La Iglesia latinoamericana entre el temor y la esperanza, apuntes teológicos para la década de los años 80”, Departamento Ecuménico de Investigación,. Costa Rica, s/f, pág. 9.
[31]             RICHARD, PABLO; “Op. cit. pág. 57.
[32]             GUTIERREZ, GUSTAVO; “Teología de la Liberación, perspectivas”, Ed. Sígueme, España,  1971.
[33]             JUAN CARLOS SCANNONE; “Teología de la Liberación y práxis popular”, Ed. Sígueme, Salamanca España, 1976,  pág. 17.
[34]             BOFF, LEONARDO Y BOFF, CLODOVIS; “Libertad y liberación”; Op. cit. pág. 45.

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