miércoles, 5 de junio de 2013

MI libro "Más allá de las diferencias"



Editado por Credo Ediciones, a fines de este mes aparecerá mi libro, fruto de mi tesis de Magister, denominado; " Más Allá de las diferencias: Teología de la Liberación y Doctrina Social de la Iglesia, un intento de Síntesis". Libro que se encuentra a la venta en el siguiente link. Aquí les dejo parte de la introducción al libro:

"La realidad de pobreza e injusticia que sufren muchos hombres y mujeres de nuestro continente, y del mundo entero, es un grave desafío a la conciencia de los creyentes, que interroga profundamente y llama a buscar alternativas de solución concretas, desde la perspectiva de la fe y de la acción cristiana militante. La necesaria promoción de la persona, inspirada en el mensaje evangélico, ha urgido diversas respuestas al acontecer socio, político y económico,  que buscan  liberar de la condición de opresión – negación, en la que viven millones de hermanos nuestros, que son, a la luz de la fe, “los rostros concretos de Cristo que nos cuestiona e interpela.” 

         Históricamente se han dado dos mediaciones que han intentado dar una respuesta de la problemática, antes descrita, desde el compromiso cristiano; la Doctrina Social de la Iglesia y la Teología de la Liberación.

         Las páginas que siguen a continuación, pretenden analizar los aportes que la Teología de la liberación ha realizado a la ética social Cristiana, expresada en la Doctrina Social de la Iglesia, en el contexto eclesial, y como respuesta a la realidad de pobreza e injusticia que sacudían el continente en las últimas décadas del siglo recién pasado.  Este análisis se hará siguiendo los principales temas que recogen la obra de uno de los exponentes de esta corriente teológica latinoamericana; Leonardo Boff. Nuestra intención es recoger, una vez aquietadas las aguas y decantada la controversia, los principales tópicos que esta disciplina teológica ha entregado a la reflexión social de la Iglesia y a la vivencia de la fe latinoamericana. Más que abordar las grandes diferencias, será nuestro propósito destacar la necesaria complementariedad y contribución de esta última a la Doctrina Social de la Iglesia, tratando de superar la comprensión de ambas como paralelas y antagónicas entre sí.

         Sabemos que la empresa que nos proponemos tiene muchas limitaciones. Pero queremos asumirlas por amor a la verdad y a la Iglesia. Como legado en el que las futuras generaciones  pueden ver la acción de Dios caminando en nuestra historia. Limitaciones que quieren ser asumidas por respeto al esfuerzo de muchos cristianos que, inspirados en una fe que se indigna ante la pobreza y humillación de tantas personas, es capaz de esbozar caminos de salida y concreciones del amor al prójimo en la práxis histórica.

En el transcurso de los acontecimientos hubo quienes afirmaron que ambas disciplinas eran antagónicas entre sí y las confrontaciones entre sus representantes se hizo cada vez más aguda y poco conciliadora. Sin embargo, creemos que la teología de la liberación, lejos de las interpretaciones mal intencionadas, ha sido un aporte real y concreto, a partir de la pastoral liberadora de la Iglesia latinoamericana, a la Doctrina moral social de la Iglesia católica universal, especialmente en lo que dice relación con el compromiso social concreto, en la reflexión de la experiencia creyente en diálogo permanente con las ciencias humanas y sociales, en la irrupción de los pobres como sujetos activos de su propia liberación, en la lucha por la justicia y la promoción humana, en el servicio y construcción del reinado de Dios en el ahora histórico como preludio del reino definitivo al que nos llama Jesús.

Creemos que la fe cristiana tiene mucho que decir en el quehacer sociopolítico y económico de América latina. Que las opciones que se realizan deben favorecer la promoción y liberación de los seres humanos  y deben estar iluminados por la justicia y la caridad cristiana, inspiradas en el Evangelio y la moral que nace de él.

En un primer momento de nuestra investigación, queremos situar el contexto histórico en el que surge la Teología de la Liberación, ya que ella se enmarca dentro de un entramado amplio y complejo, que es preciso recorrer para poder descubrir su originalidad y novedad en el acontecer histórico. En este capítulo nos podremos dar cuenta de la realidad de pobreza y marginación que vive el continente, así como los intentos por salir de el. Trataremos de ver cuáles han sido las principales dificultades económicas por las que atravesaba el continente. Veremos que, a pesar de las buenas intenciones, nuestros pueblos vivían una situación de explotación e iniquidad que se vieron agravadas por la imposición de políticas neoliberales de ajuste estructural, con escasa inversión social y el pago de millonarias deudas que relegaron a nuestros países a desigualdades sociales y económicas nunca antes vistas.

Esta situación se ve profundizada con la emergencia, en nuestro continente, de regímenes totalitarios que, inspirados en la Ideología de Seguridad nacional, llenaron a nuestros pueblos de hambre, horror y muerte sistemáticas. En la década de los noventa asistimos a la vuelta de la democracia, con un fuerte acento en lo económico, que provoca la apatía y el desencanto por los temas que son comunes a todos los ciudadanos y consensos cupulares que son característicos de los regímenes latinoamericanos.

En este mismo contexto nos detendremos a mirar la situación de los indígenas y campesinos y las políticas sociales que se implementaron en el continente en el período que hemos seleccionado. Veremos que aún queda mucho camino por recorrer para poder alcanzar el sueño de encontrarnos con una sociedad más justa y fraterna.

Por otro lado, nos detendremos en los cambios que ha provocado el binomio modernidad / modernización en la constitución social de nuestras sociedades. En lo cultural,  las nuevas transformaciones en la esfera económico social y  el auge de las tecnologías de la información que traen consigo una nueva forma de enfrentarse al mundo, serán los temas que intentaremos vislumbrar como principales cambios culturales que nos acontecen.

Para terminar el capítulo, y como introducción al tema que nos ocupa, haremos una mirada global a los cambios eclesiales. Desde la novedad y vuelta a las fuentes del Concilio Vaticano II, y su nueva manera de concebir la Iglesia abierta al mundo, y su concreción y adaptación a la realidad latinoamericana en las conferencias de Medellín y de Puebla respectivamente. En este mismo contexto introduciremos a la teología de la Liberación como expresión de esta nueva forma que tienen los cristianos de enfrentarse con el mundo y de responder a las inquietantes realidades que sufre el continente.

En el segundo capítulo, intentaremos definir lo específico de cada una de estas disciplinas. Ello nos permitirá determinar los campos de acción propios de cada una y las grandes líneas de reflexión y de interpretación que tienen de la realidad. Posteriormente, evaluaremos el estado de las relaciones entre los representantes de la misma y veremos si, en realidad, podemos hablar de una complementariedad entre ambas disciplinas o simplemente son antagónicas entre sí y sin ninguna posibilidad de convergencia.

El tercer capítulo es, más bien, propositivo. Pretende elaborar un elenco de posibles aportes que consideramos importantes y que han sido, o pueden ser, introducidos en la reflexión social de la DSI. Aportes que se hacen desde la lectura de Leonardo Boff y algunas de sus obras. No queremos agotar en ese análisis el tema, sólo pretendemos motivar la valoración que hace falta de esta corriente teológica y que tan bien le puede hacer a la memoria histórica de nuestra Madre Iglesia.
 

Concluiremos con la  síntesis de estos aportes y que nos permitirán dar cuenta de que más allá de las diferencias, hay algo mucho más profundo que une a estas dos formas de explicitar el mensaje evangélico, que nos llama a construir un mundo más justo, más fraterno, más solidario y en paz."

miércoles, 23 de enero de 2013

Educación, Mercaderes y valuadores


Tomado de "El Mostrador.c"
Autor: Juan Guillermo Tejeda, Académico U. de Chile
En un confuso y escandaloso artículo publicado sigilosamente en El Mercurio, José Joaquín Brunner, el paladín de las certificaciones, evaluaciones y rankings en educación, hace una loa abstracta del saber no certificado.
En realidad, la generación de conocimiento, que es la misión de las universidades, y sustancialmente de las universidades públicas, que por naturaleza identitaria no se casan ni con credos ni con intereses económicos, es la esencia del saber. Pero a menudo están infestadas de redes subterráneas, de usos burocráticos malignos cuya función es desesperanzar a los que tienen esperanza.
Pero no podemos saber de antemano aquello que está por saberse, y esa es una de las paradojas de nuestra miseria epistemológica: premiamos siempre a quienes no lo merecen, e ignoramos a los que amplían el escenario del saber. Lo normalizado es enemigo de lo nuevo, y lo nuevo es la salvación de la especie porque se adapta al contexto real, no al de las leyes, los formularios, las ceremonias o lo políticamente correcto.
La mayoría de los profesores basura explican conceptos basura que son basura porque el conocimiento siempre se mueve, y ellos están inmóviles. Suerte que los jóvenes vienen de revolcarse por internet, y allí hay un mundo que es a veces más real que el de cada día.
Pero Brunner, sociólogo (según el malvado Jocelyn-Holt, carente este sociólogo de títulos universitarios de esos que el propio Brunner evalúa, certifica y traduce a indicadores) no quiere saber lo que vendrá, sino que se conforma con graficar sociológicamente lo que hay. Su ciencia, dirían las mentes más chatas de nuestra sociedad, es describir con cierta elegancia incomprensible eso conocido como “es lo que hay”.
El conocimiento, sin embargo, nunca es lo que hay: es por naturaleza inquieto, imprevisible, vivo como el amor humano. Las universidades chilenas, plagadas de ‘Brunners’, de evaluadoras puntudas de proyectos Fondecyt que ahora son casi todas de la Universidad Católica, de fondartistas, de publicadores de papersmuertos antes de empezar a buscar vida, parecen ir siempre a la zaga de lo que la existencia lúgubre e irradiante nos trae como presa y como banquete.
La Revolución Francesa se convino en los salones de damas aristocráticas deseosas de vivir intensamente que acogían a pensadores que jamás fueron académicos. Poco antes Spinoza, que establecería la ética del amor propio y del bien como mejora en el perseverar del propio ser, declinó amablemente una invitación alemana que pese a un buen sueldo (¡atención, académicos prostitutos, ratas del saber!) contenía ciertas limitaciones letales a su libertad de pensamiento. Hobbes, el teórico de las dictaduras de derecha laica que tanto hemos conocido, tenía la peor opinión de sus profesores y condiscípulos de Oxford, empeñados en ecuaciones aristotélicas cuando se estaba pariendo, en ese siglo XVII, la peligrosa y maravillosa democracia.
Chile es un basural empresarial de universidades chatarra que venden y compran conocimiento. Brunner pesa y mide las partículas elementales de ese conocimiento, que así dividido resulta combinable y transable aunque no sea nada, porque el saber auténtico, lo señala Fernando Flores, es aquel donde irrumpe la danza del aprendizaje, señal de una dialéctica que une a espíritu y cuerpo en una sola perfomance triunfante, la del que aprende. El saber es transformación, no una suma muerta de indicadores muertos.
Cuando escucho hablar de “educación” me sobreviene una náusea parecida a cuando escucho hablar de “cultura”. Se trata de implementar con pinzas asépticas recursos para una cosa que los que implementan no tienen idea de qué es. Se trata de sectorizar lo que debiese ser un hábito cotidiano. Cotidianamente aprendemos, porque el hombre, como señala John Holt, es un animal que aprende. Cotidianamente participamos de la cultura cuando comemos, nos vestimos, elegimos un medio de transporte, hablamos o bailamos, no sólo cuando vamos a ver una película de Fellini.
La señora Thatcher fue estudiante en Oxford, y lo único que sacó en claro de su inmersión en esa universidad fundacional fue odiarla. Más tarde le devolvieron los oxfordianos su sentimiento al privarla de una distinción, aunque eso, para ella, no fue nada. Durante los años ochenta, la gestión thatcheriana consistió, en este aspecto de la vida social, en destruir a las universidades como espacios de libertad, de curiosidad, de conversación y de humanismo. Y reemplazar aquellas nobles tradiciones de la pérdida del tiempo por la adquisición ávida de indicadores basura que debieran demostrar que se está haciendo algo útil, como por ejemplo, preparar gente para ir a servir en empresas como Coca-Cola o Colchones Rosen (que son muy buenos) o bancos atroces que esquilman a la gente, o bares que venden comida congelada y con bacterias, todo eso que constituye el éxito económico lejos de la duda, la charla, la polémica, la humanidad, la vida. La vida, para esos seres miedosos como Thatcher o Brunner, es una insensatez que debemos vivir como si fuera algo sensato, y a través de indicadores.
Estos idiotas empeñados en hacer de la aventura del conocimiento un repositorio de indicadores,papers publicados, ponencias en congresos, artículos de libros, citaciones ISI y toda esa basura accesoria, han logrando hacerse cargo del sistema para corromperlo y destruirlo desde dentro.
Brunner habla de los valores humanos, aquellos que destruye con su práctica. Apela al conocimiento socrático, pero lo balancea con la necesidad de que sea para todos, lo que no se ve por qué razón no podría ser así.
Thatcher, Reagan, Pinochet, Harald Beyer, Juan José Ugarte y José Joaquín Brunner quieren hacer del conocimiento un mercadillo de indicadores que beneficien a los beneficiados de siempre, incorporando en calidad de deudores a los demás, y de eso no va a salir nada bueno. El conocimiento es otra cosa. Se trata de amar los libros o el vagabundeo por la red, que la mayoría de los paperistas odia. Se trata de mantenerse en la estupefacción, en la duda, de flotar libremente en los múltiples lenguajes que componen nuestra existencia.
Pero Brunner y sus secuaces (a lo mejor no son tan malos, los pobres) sólo piensan en formularios. Hay que llenar casilleros, obtener puntajes y, como anhelaba Thatcher, que nunca leyó un libro y estuvo unos días en Zapallar en la casa de Ricardo Claro, y defendió a Pinochet en Londres, finalmente ser capaces de decidir qué es útil y qué no lo es en el conocimiento. No es posible saberlo, señores y señoras. Lo nuevo siempre irrumpe, pero jamás por el escenario donde está anunciado.
Las universidades públicas chilenas, y la Universidad de Chile, gloriosa entre todas ellas, se encuentran hoy atrapadas entre dos fuerzas basurientas, aquella del mercado, y aquella de los indicadores. No va a negar uno que en las universidades se pierde el tiempo: para eso fueron hechas, para sacar a los jóvenes de la imbecilidad de los colegios con sus notas, y para darles un poco de protección y de libertad antes de entrar a la máquina de moler carne del mercado. Ya me dirán ustedes qué haríamos con un millón de jóvenes buscando trabajo o merodeando por las calles. Pero curiosamente si hace unos años los únicos que sufrían la humillación absurda de las notas eran los estudiantes, hoy gracias a Thatcher, Brunner, Beyer y compañía tenemos notas para todos: alumnos, profesores, investigadores, departamentos, escuelas, universidades, todo lleva una puntuación mezquina dictada por el esfínter mental de los profesores judicializados, que son los que la llevan.
Yo, francamente, creo que lo mejor de la vida está en lo que bulle en las personas, no en lo que unos burócratas redactando formularios creen que debieran ser, sino en lo que gozosa o dolorosamente son. No sé qué es esta vida ni a qué conduce, pero he experimentado el deseo, el placer, la curiosidad, la compasión, la sensación deliciosa de existir, y me parece que toda esta faramalla de fondos concursables y convenios de desempeño lo que hace es devaluar y finalmente sepultar nuestra humanidad.
Las universidades chilenas, así llamadas aunque la mayoría son basura, están extraviadas hoy en el reemplazo del saber por los indicadores, en un mundo turbio de notas, informes, formularios, certificaciones, exámenes, pruebas, titulaciones, calificaciones, evaluaciones, puntajes, cada una de las cuales genera su propia red corrupta de trucos y ardides. Estamos enseñando astucia, no conocimiento, estamos imprimiendo en los jóvenes desconfianza, no amor por la vida.
Así es que yo les digo, no a Brunner, no a Beyer, no a Ugarte, y sí a ustedes los aún humanos, joven universitario insurrecto, viejo académico deprimido. No a las notas, sí al buen ambiente. Aprendemos en ambientes gratos, en cambio con las notas aprendemos a mentir. Las evaluaciones continuas nos humillan, una bonita conversación nos ilumina. Los rankings nos convierten en mercadería, un campus a escala humana nos da un espacio para convivir.
Nos conviene decir no a la basura burocrática, y sí al espíritu humano con sus contradictorios deseos. Y nos urge sobre todo decir sí a una actitud de honestidad radical, volver a ser capaces de sentir nuestra verdad y decirla en un mundo que es finalmente nuestro mundo, el que habitamos, el único que tenemos.