En nuestra sociedad, siempre muy preocupada por lo
inmediato, apenas nos queda tiempo y energías para plantearnos estas preguntas,
que se refieren al sentido, a la razón de ser de las cosas. Nos interesa más el
cómo que el para qué. Continuamente nos preguntamos cómo podemos sacar más
rentabilidad a nuestro trabajo, cómo podemos salir adelante ante una
reclamación que se nos hace, cómo podemos imponer nuestra autoridad más
efectivamente. Pero apenas nos paramos a pensar por qué nos interesan tales
cosas. Somos demasiado pragmáticos para entendernos en cuestiones que no sirven
para resolver ningún problema concreto e inmediato. Tales preguntas, por ende,
las consideramos inútiles.
Sin embargo,
por mucho que nos empeñemos en negarlos, esos para qué siempre funcionan en nuestra vida. Nuestra conducta tiene
una coherencia; nuestros actos, por muy aislados e inconexos que parezcan,
reflejan una orientación común.[1] Esta
orientación, esos para qué que constituyen el terreno de la ética. La
ética, por tanto, orienta la conducta humana desde los valores que nos interesa
hacer realidad en cada momento. En la ética de cada uno está formulado
qué es lo que cada persona aspira a ser.[2]
1.
LA ÉTICA COMO EJERCICIO DE LA LIBERTAD
A. LA
LIBERTAD HUMANA
Con frecuencia nos quejamos de vivir en una sociedad que,
bajo las apariencias de una gran tolerancia y un profundo respeto a la
libertad, continuamente nos agobia con sus imposiciones. Sin embargo, no
podemos negar que vivimos nuestra existencia como algo exclusivamente nuestro[3].
Somos los dueños de nuestra vida. En los momentos más cruciales de ella,
nosotros hemos decidido qué rumbo le íbamos a dar. Y si no hemos gozado todo el
margen de libertad que hubiéramos deseado, luego hemos sabido adaptarnos a esos
condicionamientos porque no tolerábamos vivir violentados por ellos. En el caso
límite de ausencia total de libertad – que también estos casos se dan
desgraciadamente – somos nosotros los primeros en rebelarnos ante algo que
considerábamos injusto para cualquier persona.
Dejemos sentado, por tanto, que la libertad es el primer ingrediente de una existencia humana digna de
ese nombre[4].
Pero no nos contentemos con hablar de libertad sin concretar un poco más el
contenido que damos a esa palabra. Ser
libre no es sólo poder escoger: es escoger de hecho. El que siempre está en
condiciones de optar por todo es porque nunca ha optado por nada: es libre,
pero nunca ha usado su libertad. Optar significa cerrarse caminos: porque
escoger un camino implica renunciar a otros muchos. Aquí se expresa, al mismo
tiempo, la grandeza y la limitación del ser humano: grandeza, porque uno es
dueño de sí mismo a medida que va haciendo opciones que configuran su persona;
limitación, porque el ser humano, si quiere hacer algo concreto, tiene que
decir no a otras posibilidades. En este juego de opción y renuncia la persona
se va haciendo. Porque la persona que somos cada uno de nosotros no es algo
terminado desde el principio e inamovible, es una realidad que se va haciendo
poco a poco, que está en continuo movimiento. La persona no es, se hace. Basta
que miremos con un cierto detenimiento hacia nuestro pasado para que nos
convenzamos de que no siempre hemos sido los mismos: que ha habido un
crecimiento, un desarrollo lento pero continuo.
Evidentemente la libertad de que gozamos los humanos no es
omnímoda. Esta sujeta a muchos condicionamientos. Algunos provienen de esa
misma libertad, en la medida en que ha sido ejercida, como acabábamos de ver.
Otros provienen del exterior, del entorno que nos rodea, o de la libertad de
los otros, como tendremos ocasión de ver.
En todo caso, la libertad es la condición indispensable para
que haya ética. Pero la libertad en ejercicio, es decir, la libertad que se
traduce en decisiones.
La decisión esta presente en todos los ámbitos de la
existencia, sin excluir desde luego la profesional. La vida humana nos pone en
situaciones en las que es necesario decidir. El empresario, sin ir más lejos, o
todo el que tiene algún tipo de responsabilidad, necesita tomar decisiones. El
empresario es, por excelencia, el hombre de las decisiones. Un hombre indeciso,
a quien le abruma el riesgo que tiene que correr cada vez que decide algo y que
resiste siempre a tomar una decisión, es lo más opuesto a un empresario. Optar
es determinar el camino por el que se va a seguir avanzando, por consiguiente,
no optar es permanecer parados. Pero optar es también correr el riesgo de
equivocarse.
“Siempre que hay en juego
una decisión estamos en el terreno de la ética. Y esto es casi afirmar que siempre
estamos en el terreno de la ética. Más en concreto, todos los campos de la vida
profesional tienen una ineludible dimensión ética. Lo que habrá que preguntarse
en cada caso es ¿con qué criterios y en función de qué valores decide una
persona? Esta es la pregunta que nos sitúa de lleno en el terreno de la ética.
El que en la vida normal ni nos preocupemos de darle respuesta, ni siquiera de
formularla, no quiere decir ni que la pregunta no exista ni que estemos
actuando sin haberle dado de hecho una determinada respuesta, aunque nunca
hayamos llegado a explicitarla. Es tarea de la ética también el ayudarnos para
(o exigirnos) dar una respuesta a esas preguntas.”[5]
Pero volvamos al tema de la decisión ¿por qué es difícil
decidir? sencillamente, porque en la mayoría de los casos toda decisión se
enfrenta con un conflicto de valores. Es rarísima una decisión en la que todo
está a favor de una de las alternativas que se ofrecen. Lo corriente es que
cada una de ellas tenga sus pros y sus contras, y además que en la evaluación
de estos factores tengamos que habérnosla con un grado de probabilidad
limitado. Por ejemplo, ante la posibilidad de mejorar las condiciones de
trabajo en la empresa, son muchos los factores que entran en juego; el riesgo
que se corre dejando las cosas como están, el bienestar de los trabajadores, los
costes de operación y su repercusión sobre el sistema de precios, las
consecuencias del descontento que se pueda producir, etc. Son todos factores
difíciles de cuantificar y evaluar. Cualquiera que sea la decisión final, dando
la prioridad a unos valores y dejando en segundo término otros, habrá de
tomarse sin la seguridad de haber acertado y, por tanto, dejando abierta la
posibilidad de una ulterior rectificación.
Resumiendo, la ética implica el ejercicio de la libertad
humana, pero no de una libertad errática y caprichosa, sino que orientada por
unos valores que constituyen un cierto ideal personal con el que se identifica
cada sujeto. Y ese ejercicio de la libertad implica, por su parte, tomar
decisiones y asumir los riesgos que éstas siempre conllevan, en al medida en
que, por lo general, en todas ellas nos encontramos abocados a un conflicto de
valores.
B. ACCIÓN
HUMANA Y CONDUCTA
Como afirmábamos arriba la
importancia de la libertad es gravitante al momento de referirnos a la ética. El
sujeto de lo moral y de lo inmoral es la voluntad libre.[6]
Sólo los actos de la voluntad, y los actos
de otras facultades humanas (pensamientos, recuerdos, acción de
alimentase, etc.) en cuanto imperados o al menos consentidos por la voluntad,
pueden ser moralmente buenos o moralmente malos. Por eso la Ética se ocupa
únicamente de las acciones libres, es decir, de aquellas que el hombre es dueño
de hacer u omitir, de hacerlas de un modo o de otro.[7]
Quedan fuera del objeto de estudio de la Ética los procesos y movimientos que
no son libres, bien porque en el momento en que se realizan escapan al
conocimiento y a la voluntad (por ejemplo, el movimiento reflejo del brazo
cuando sufre inadvertidamente una quemadura), bien porque se trata de procesos
que no es posible dominar directamente y de la voluntad (desarrollo físico,
circulación de la sangre, etc.). Como lo propio del hombre en cuanto tal es ser
dueño de sus acciones, la Ética llama
actos humanos a los que proceden de
la voluntad deliberada, ya que el hombre ejerce el dominio sobre sus actos
a través de la razón práctica y de la voluntad, facultades que actúan en
estrecha unión. Las acciones no libres se
denominan actos del hombre.
Lo
moral, entendido genéricamente como opuesto a lo amoral (y no a lo
inmoral), designa el modo específicamente
humano de gobernar las acciones. Este modo específico de gobierno es
necesario por que, a diferencia de
lo que sucede con otros seres vivos, las
acciones humanas no se acomodan instintiva y automáticamente a la realidad en
que el hombre vive y a los objetivos que le convienen; tiene que ajustarlos
él mismo, prefijándose sus fines y proyectando el modo de conducta, porque con
ellos el hombre “se conduce a sí mismo”
hacia los objetivos que desea alcanzar. Ya el uso común del lenguaje evidencia
la estrecha relación existente entre e gobierno personal de la conducta y de la
moral: de la persona que renuncia a proyectar y organizar racionalmente su
conducta, abandonándose al vaivén de los estados emotivos o al curso de los
acontecimientos, decimos que está “desmoralizada” o, al menos, que “está baja
de moral”. A la capacidad de gobernar la propia conducta está ligada la
responsabilidad moral. El hombre puede “responder” (dar razón) de aquellas
acciones y sólo de aquellas que ha elegido, proyectado y organizado el mismo,
es decir, sólo puede responder de las
acciones de las que el es verdaderamente autor, causa y principio.
La moral (en sentido genérico) y lo
libre tienen exactamente la misma extensión. Todas las acciones libres, y sólo ellas, son morales; todas las
acciones morales, y sólo ellas, son libres. Todo lo que el hombre libremente es
(justo o injusto, generoso o egoísta) y todo lo que deliberada y libremente se
proyecta y se realiza sea un comportamiento personal (privado), interpersonal
político no introduce ninguna diferencia sustancial al respecto: el uso o abuso
de bebidas alcohólicas que una persona hace en su propia casa, el cumplimiento
o incumpliendo de obligaciones profesionales, y los actos legislativos mediante
los cuales una comunidad política se da a sí misma una determinada estructura
jurídica, son realidades igualmente morales. Y la razón es bien sencilla: todo
lo que en el hombre no es determinado por e instinto o por algún tipo de
necesidad causal, ha de ser proyectado por la razón práctica y querido por la
voluntad, y esto es exactamente lo mismo que ser gobernado moralmente.
Manifiesta una notable incomprensión del punto ético, por ejemplo, quien,
refiriéndose a su vida privada, quisiera excusarse diciendo a su vida privada, quisiera excusarse diciendo: “en
mi casa soy libre de obrar como me parece”. La moral concierne a la persona
humana precisamente porque ella es libre de obrar como le parece. Quién se
excusa de esa manera está diciendo, en realidad, que es psicológicamente
posible- y, en algunos casos, que es además jurídicamente posible- evadir las
exigencias de lo razonable, lo que evidentemente es verdad. Pero para la Ética
lo decisivo es que, en el mismo instante en que la persona humana decide
apartarse de lo razonable, esa decisión merece desaprobación, lo que muestra
que su capacidad psicológica de “obrar como le parece”, lejos de ponerla fuera
del ámbito de la moral, es precisamente lo que incluye en él.
El concepto de conducta pone de
manifiesto una nota que la idea de libertad no explicita suficientemente, sobre
todo si esta última fuese entendida como simple libertad de coacción (como “poder hacer” lo que se desea hacer, sin
que nadie ni nada lo impida). Esa nota consiste en que la libertad es una cualidad
específica de la vida[8]. Y
así conducta significa también que las acciones libres- aún siendo muchas,
realizadas a lo largo del tiempo y en circunstancias muy diversas- constituyen
una forma de ser compleja, pero biográficamente unitaria ay dotada de sentido,
que podemos llamar “personalidad moral” o, sencillamente, “vida moral”, de la
que el hombre es autor responsable, porque él mismo la proyecta y la realiza
deliberadamente.
C. LA
ORDENACIÓN MORAL DE LA CONDUCTA
Todas las acciones libres son morales
en la acepción genérica empleada hasta ahora. Pero no todas las acciones libres son moralmente buenas. Es una
experiencia universalmente reconocida que algún as acciones libres merecen
alabanza moral y que otras, en cambio, merecen desaprobación. De aquellas nos
sentimos satisfechos; de éstas tarde o temprano nos arrepentimos. La Ética no
se limita a enseñar que las acciones voluntarias pertenecen al reino de lo
moral. Su misión es orientarnos para que sepamos ordenar nuestras acciones
voluntarias de modo que sean moralmente buenas. La Ética debe reflexionar, por
tanto, acerca de la bondad y de la maldad específica de las acciones libres.
Aristóteles inicia su Ética a
Nicómaco poniendo de manifiesto que acción y bien son términos correlativos: “Toda arte y toda investigación, y del
mismo modo toda acción y elección, parecen tender a algún bien; por esto se ha
dicho con razón que el bien es aquello a que todas las cosas tienden”[9]. No
hay acción humana sin tendencia consciente hacia un bien, y sólo se puede
hablar de bien en sentido práctico (que también recibe el nombre de fin) si se
trata de un bien realizado o realizable a través de la acción. Nadie obra para
hacer algo que bajo todo punto de vista es malo. Ningún hombre cuerdo actúa
para hacerse miserable o desgraciado. Pero como a la vez es indudable que los
hombres realizamos a veces acciones moralmente malas, que querríamos no haber
hecho nunca, es más exacto decir que la acción humana mira siempre a un bien o
a algo que nos parece un bien. Surge
así la distinción entre el bien
verdadero y el bien aparente, entre lo que en verdad es un bien y lo que parece
ser un bien sin serlo verdaderamente[10].
A la luz de esta distinción, de importancia capital, se podría decir que la
misión de la Ética es ayudarnos a distinguir el bien verdadero del bien
aparente, para que la voluntad pueda dirigirse al primero y evitar el segundo,
que en realidad es un mal.[11]
Al explicar de este modo la misión
de la Ética, conviene precisar que hablamos
del bien verdadero y del bien aparente refiriéndonos siempre a la voluntad o a
obras humanas en cuanto movidas por la voluntad. Esta advertencia es
necesaria para distinguir el bien y el mal del que se ocupa la Ética, que
podemos llamar también virtud y vicio, de otras acepciones secundarias que el
bien y el mal tienen en el lenguaje. Cuando nos quedamos admirados de la
inteligencia con que se ha realizado un robo o un homicidio, hasta el punto de
pensar que se trata de un crimen prácticamente “perfecto”, advertimos que en
esa acción hay algo “bueno” y “admirable”, pero la bondad a la que nos
referimos no es una cualidad positiva de la voluntad de los criminales, que es
sin duda una voluntad moralmente mala, sino una cualidad positiva de su
inteligencia, de su capacidad técnica, de su temperamento (sangre fría,
decisión, etc.). Algo parecido sucede cuando hablamos de un buen temático o de
un buen zapatero. No nos referimos a la bondad de su voluntad, sino al dominio
de una ciencia en el primer caso, y al dominio de una técnica en el segundo. Al
hablar de bien y mal con relación a las cualidades naturales de una persona
(inteligencia, sangre fría, etc.) o a las cualidades técnicas de la acción
humana, se alude a un bien o a un mal relativos; en ese contexto bueno y malo
significan algo así como “bueno o malo bajo un determinado aspecto o en cierto
sentido”: en virtud de sus cualidades intelectuales o técnicas alguien es
“bueno” como ladrón (en el sentido experto, hábil), como matemático, como
músico, como artesano, como militar, etc., pero no como persona. Por el
contrario, el bien y el mal propios de la orientación de la voluntad, es decir,
la virtud y el vicio, son el bien y el mal quelas acciones humanas poseen en
cuanto humanas en cuanto tal, en su totalidad: hacen al hombre bueno o malo en
sentido absoluto, sin restricciones. La injusticia o la hipocresía, por
ejemplo, hacen malo al hombre en cuanto hombre, y no en cuanto matemático o en
cuanto zapatero. Un hombre hipócrita o deshonesto puede ser, sin embargo, un
estupendo matemático o saber fabricar óptimos zapatos.
El
bien del que se ocupa la Ética es bien integral de la persona considerada en su
unidad y totalidad; con palabras de Spaemann, “el punto de vista moral”
juzga la acción como buena o mala en orden a la vida como u todo; el “técnico”,
teniendo presente la consecución de fines particulares, como pueden ser la
comprensión de las matemáticas o la construcción de zapatos. Dentro de esta
perspectiva del bien en sentido total y absoluto, la Ética nos ayuda a
distinguir entre lo que en verdad es bueno y lo que sólo lo es aparentemente,
entre la virtud y el vicio. ¿Cómo puede afrontar la Ética esta tarea?
La perspectiva del bien total o
absoluto se alcanza considerando que las acciones voluntarias no son hechos
aislados, sino que están entrelazadas entre sí formando una conducta o, si se
prefiere, una vida. Ese entrelazamiento se explica mediante la finalidad, a la
que ya hemos aludido. Toda acción mira a un bien o a un fin, pero ese fin
normalmente es querido no absolutamente por sí mismo, sino en orden a otro fin,
y así sucesivamente hasta llegar a “un fin que sea deseado más que los otros y
por sí mismo; sin este fin, el más propio y último de todos, no habría fuerza
propulsora y tendríamos el absurdo de una aspiración sin objeto”.[12]
Hay que prestar atención para no
entender mal el razonamiento que estamos haciendo. No quiere decir que para
saber si una acción es moralmente buena o mala haya que preguntarse si la vida
de su autor es en conjunto buena o mala. El homicidio y el fraude son acciones
moralmente malas independientemente de cualquier otra consideración. Lo que se
quiere afirmar es que el bien real o aparente por que se realiza una acción
singular no es querido absolutamente por sí mismo, sino en vista de otros fines
y, definitiva, en vista de un fin último querido por sí mismo, con el cual esa
acción es objetivamente solidaria, y que la acción, aquí y ahora, de la acción
singular presupone la volición, aquí y ahora, de ese fin último. Pensemos, por
ejemplo, en una persona que un día incumple sus obligaciones laborales porque
no le apetece trabajar; al día siguiente abusa de la bebida porque tiene ganas
de beber; el tercer día descuida sus obligaciones familiares porque está
haciendo un trabajo que le gusta mucho y su mujer y sus hijos en ese momento
representan para él una molestia. El fin último de esta persona no es el
trabajar; ni la bebida; ni el trabajar mucho. Su fin último es el placer, y por
ello hace en cada momento lo que le presenta como más placentero, que un día es
no trabajar; otro, entregarse sin límites a un trabajo que le apasiona. Otros
hombres buscan en cada situación lo que puede enriquecerles más, o darles más
poder, o hacerles famosos, etc., y así el género de vida que han elegido para
ellos (su fin último) es, respectivamente, la riqueza, el poder, la fama, etc.
La voluntad de esas personas está orientada hacia esos bienes, y en vista de
ellos ordenan en cada momento sus acciones libres
Para poder ayudar a que las personas
ordenen la propia conducta de modo moralmente bueno, la Ética plantea
explícitamente un problema que con mucha frecuencia la gente resuelve de modo
implícito y no suficientemente reflexivo. Una persona, por ejemplo, puede
dedicar casi todas sus energías al trabajo, que ve como la actividad más
importante, y por descuida su familia, su formación cultural y su salud. Puede
suceder, y de hecho sucede, que sólo al cabo de muchos años advierte con
claridad que el trabajo no le he dado lo que en él buscaba, y que ahora tiene
que afrontar la soledad, una salud seriamente dañada y un profundo sentido de
vacío y de frustración. Ya desde sus inicios en la Grecia clásica la Ética ha
reflexionado sobre estas experiencias de satisfacción, y ha considerado que su
principal misión consiste en evitar a los hombres estos fracasos globales o,
diciéndolo positivamente, en orientar la libre determinación de los objetivos y
prioridades a fin de proyectar y vivir una idea llena de valor de la que no
haya que arrepentirse más tarde. Para ello la Ética trata de llevar al hombre
hasta un nivel de reflexión que le permita elevarse por encima de las
necesidades y circunstancias inmediatas, para indagar racionalmente acerca del
bien de la vida humana en su conjunto. Se trata, por tanto, de afrontar
explícitamente y de modo reflexivo lo que para los filósofos griegos era el
problema del fin último, preguntándose: ¿qué es razonable desear como bien
último querido por sí mismo, y en vista del cual ordenar todo lo demás?, ¿cuál
es el verdadero bien de la vida humana considerada en su conjunto?, ¿qué es la
felicidad?, ¿qué tipo de persona es justo ser y qué tipo de vida es justo
vivir?. Una vez que se ha logrado distinguir entre lo que es el bien verdadero
para la entera vida humana y lo que es sólo aparentemente, es posible saber lo
que es preciso revisar o modificar para realizar día tras día una conducta
buena.
Únicamente en el marco de una reflexión sobre la vida humana
considerada como un todo se hace comprensible el concepto clásico de fin
último, felicidad o bien perfecto del hombre. Estos términos designan
simplemente el bien de la vida humana considerada en su totalidad. Desde esa
perspectiva podemos corregir la noción preliminar de Ética propuesta al inicio
de este capítulo, proponiendo otra más exacta: la Ética es el saber filosófico cuya misión es dirigir la conducta
hacia el bien perfecto o fin último de la persona.[13]
Esta nueva definición pone de manifiesto que el elemento nuclear de la
regulación moral de la conducta consiste en la orientación de la voluntad libre
hacia el verdadero bien perfecto del hombre, que desde el punto de vista
normativo concreto se traduce en obrar según las virtudes. También permite
entender con más rigor la distinción entre el bien y el mal del que se ocupa la
Ética (las virtudes y los vicios), y las cualidades naturales, intelectuales y
técnicas. Todas estas realizar el bien humano global como para lesionarlo o
destruirlo. Una cosa es ser inteligente, o hábil y otra es ser bueno. Sólo la
orientación de la voluntad libre hacia el bien humano es intrínsecamente buena
en sentido moral, es decir, sólo ella es virtuosa.[14]
1.
LA FUNDAMENTACIÓN ONTOLÓGICA DE LA
LIBERTAD ÉTICA
“La pregunta moral (...) no puede
prescindir del problema de la libertad, es más, lo considera central, porque no
existe moral sin libertad”.[15]
Como venimos diciendo la libertad
es una de las características esenciales del ser humano, una libertad que da
significado a la existencia humana (condición antropológica) y, a la vez,
caracteriza el comportamiento humano como un obrar ético (estructura ética de
lo humano). Es decir, en cuanto libre el ser humano es un sujeto ético; su
obrar, por ser libre, se hace moral.
El concepto de libertad tiene dos niveles relacionados y complementarios:
a)
La
capacidad de asumir el rumbo de la propia vida, de auto- determinarse (la
estructura de la persona humana)
b)
La
posibilidad real de poner en práctica esta capacidad, de realización
efectiva (los condicionamientos bio- psíquicos y socio- culturales que influyen
en la persona humana).
“La libertad moral se sitúa entre
la afirmación abstracta de la libertad en sentido ontológico y la posibilidad
concreta de exteriorizarla en las opciones diarias, vinculadas siempre
necesariamente a situaciones particulares y contingentes que delimitan el campo
de aquélla.”[16]
Por tanto, la libertad constituye
el horizonte de posibilidad (en oposición a necesidad) que da significado a la
existencia humana (un ser libre), y a la vez, dice relación a la posibilidad
efectiva del ejercicio de la libertad del individuo real en las situaciones
concretas (ejercer la libertad).
Ambos componentes de la libertad
son esenciales para la moral en cuanto la fundamentan como instancia
constitutiva del ser humano (la posibilidad de la auto- determinación introduce
lo ético como parte esencial del discurso sobre lo humano) y la configuran como
una realidad humana (una libertad que busca expresarse en medio de las
limitaciones del propio sujeto y las condiciones reales de la situación
concreta).
A. DETERMINISMOS
Y MITIFICACIONES DE LA LIBERTAD:
Sin embargo, también advierte
contra dos posturas extremas: su negación y su mitificación.[17]
@ La mitificación de la libertad: cuando llega
el extremo de considerarla como un absoluto y, entonces, como la fuente de los
valores. Es decir, se le atribuye al ser humano el privilegio de fijar, de modo
autónomo, los criterios del bien y del mal. Esta visión:
a)
Niega la realidad teológica de la persona humana
como criatura,
b)
Conduce a una ética individualista en el momento que
cada cual crea su propia verdad en la ausencia de una verdad común a todos.
@ La negación de la libertad: al entender
los condicionamientos de orden psicológico y social que pesan sobre la libertad
humana como una negación de ella. Además, se llega a definir a la persona humana
como simple y exclusivamente un reflejo de las costumbres y hábitos
culturales. La adquisición moderna a
favor de la libertad no ha escapado de una situación que se presenta a la vez
como ambivalente y contradictoria.
@ Por una
parte, asistimos a procesos sociales que abren nuevas posibilidades de
expresión de la libertad (mayores cuotas de participación en lo social, el
predominio del sistema democrático en lo político, y la creciente autogestión
mediante la pequeña empresa en lo
económico); pero, por otra parte, existen signos de limitación de la libertad
en los fenómenos de la masificación social y homologación cultural que tienden
a ahogar el espíritu crítico y la capacidad creativa del ser humano.
@ En la cultura
moderna la búsqueda de la propia identidad (a nivel personal, social,
étnico, etc.) está acompañada por una mayor conciencia de los condicionamientos
de índole biológica, psicológica, social, política, económica y cultural del
sujeto.
@ El concepto
mismo de libertad se encuentra fuertemente distorsionado por la presencia de
algunas ideologías. Así, por ejemplo:
a)
Un concepto utópico que identifica la
libertad con la mera proclamación
abstracta y formal de los derechos individuales sin la mediación e
implementación de las condiciones sociales necesarias para hacer posible el
ejercicio efectivo de estos derechos;
b)
Un concepto liberal- capitalista que reduce la comprensión de la libertad humana
a la libre iniciativa del individuo en la sociedad sin prestar atención a las
exigencias objetivas de la justicia[18]
que sitúa el bien individual dentro del marco del bien común;
c)
Un concepto privado de la libertad que le
otorga un poder limitado en algunos temas
que se consideran de exclusiva responsabilidad de los individuos sin referencia
a la sociedad, y aceptando restricciones de lo que se estima como esfera
pública, sin relacionar adecuadamente lo privado con lo público y la
interdependencia entre ambas esferas.[19]
Una comprensión correcta de la
libertad humana, evitando los extremos de negación y mitificación, implica la
necesidad de afirmar “por un lado, el fundamento y la posibilidad de ejercicio
de la misma y haga suyo, por otro, el límite vinculado a la precariedad de la
condición humana, a su estar situada en el espacio y en el tiempo y,
consiguientemente, a la presión inevitable de los condicionamientos que sobre
ella se ejercen. Se trata, en definitiva, de hacer sitio a una visión de
libertad que, sin negar su consistencia, no encubra su densidad real y,
consiguientemente, los inevitables aspectos de limitación que la connotan y la
circunscriben.[20]
La posibilidad de ejercicio no
niega- ni es negado- el límite; a la vez que una limitación no puede entenderse
como negación sino como un situar en la realidad una posibilidad para hacerla
efectiva.
La libertad humana es una realidad compleja y es preciso
comprenderla dentro de algunas distinciones:
p;
La
libertad humana no es absoluta, sino que está condicionada. Sin embargo, esto
significa que el ser humano carece de libertad por estar totalmente determinado
por factores biopsicológicos y socioculturales. Una libertad condicionada pero
no determinada (ya que en este caso se negaría la misma libertad) denota una
libertad humana.
p;
La
libertad es un medio y no un fin, porque dice relación a un
objetivo o una meta. La capacidad de elección frente a distintas alternativas
establece a la libertad como un medio en función de una meta. Por tanto, el ser
libre de y el ser libre para constituyen dos momentos
dialécticos de una misma realidad ya que el ejercicio de la libertad implica el
ser libre de... para poder auto- determinarse frente a las alternativas.
p;
Sólo
en la capacidad de renuncia y la madurez de la auto- disciplina en función de
un valor superior se descubre el significado de la libertad y su ejercicio. “Nadie
tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos”. La libertad madura
significa el ser libre frente a la propia libertad para poder justamente
ejercerla libremente. Así, es preciso no confundir una manera de ejercer la
libertad (mediante una renuncia consciente, libre y por un valor superior) con
un límite impositivo y coercitivo a la libertad.
p;
Lo principal es ser libre ya que la libertad es
ante todo un modo de ser, un estilo de vida, una actitud frente a la misma vida.
Sin embargo, el hecho de ser libre implica el tener libertades (religiosas,
económicas, políticas, etc.), ya que de otro modo el ser libre sería una
vaciedad. Estas libertades no son concesiones (desde afuera) sino exigencias
(desde dentro del ser libre); lo cual implica que sean ilimitadas ya que tienen
que entrar en el universo de otras libertades para construir juntos una
convivencia respetuosa de la dignidad de cada cual.
p;
El ejercicio de la libertad constituye un proceso,
porque la libertad es un don y una tarea, un elemento constitutivo de lo
humano y un quehacer. Uno se hace libre liberándose. Las malas elecciones en el
ejercicio de la liberad restringen, mientras las buenas la desarrollan y las
hacen crecer.
B.
LA RELACIÓN ENTRE LIBERTAD Y
RESPONSABILIDAD
Libertad humana significa responsabilidad del sujeto. La presencia
de la libertad en la persona implica la responsabilidad, que- su vez- supone la
libertad. Es decir, existe una relación directa entre libertad y
responsabilidad: a mayor libertad
corresponde una mayor responsabilidad, mientras que a menor libertad cabe menor
responsabilidad.
Podemos definir la responsabilidad
como: la capacidad
de las personas para responder de sus actos. Esta capacidad exige la obligación
de reparar los daños ocasionados y de soportar el castigo previsto para la
infracción cometida.
Sin desconocer la importancia
decisiva de la responsabilidad personal, ya que este desconocimiento
equivaldría a la negación de la individualidad de la persona, también es
preciso tomar en cuenta la responsabilidad colectiva.
“En una sociedad compleja y con
elevados niveles de estructuración institucional las decisiones humanas no
tienen nunca un carácter puramente individual; son, más bien y de manera cada
vez más fuerte, fruto del peso decisivo de factores sociales y culturales que
influyen en el sujeto y que, a su vez, producen resultados que van más allá del
sujeto y llegan a adquirir categorías de valores sociales y culturales.
Responsabilidad personal y responsabilidad colectiva terminan, pues, por
estructurarse e interactuar de forma cada vez más articulada y compleja”.[21]
RESUMIENDO
PODEMOS DECIR QUE:
p;
La libertad es el poder, radicado en la razón y en
la voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar
así mismo acciones deliberadas.
p;
Por el libre arbitrio cada uno dispone de sí mismo.
La libertad es en la persona una fuerza de crecimiento y de maduración en la
verdad y la bondad; y alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios.[22]
p;
La libertad caracteriza los actos propiamente
humanos. La libertad implica la posibilidad de elegir entre el bien y el mal,
y, por tanto, de crecer o de debilitarse. En la medida en que la persona hace
más el bien, se va haciendo también más libre.
p;
No hay verdadera libertad sino en el servicio del
bien y de la justicia. La elección de la desobediencia y del mal es un abuso de
la libertad y conduce a “la esclavitud del pecado”.
p;
La libertad hace a la persona responsable de sus
actos en la medida en que éstos son voluntarios.
p;
La imputabilidad y la responsabilidad de una acción
pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la
inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, las afecciones desordenadas
y otros factores psíquicos o sociales.
p;
Todo acto directamente querido es imputable a su
autor. Una acción puede ser indirectamente voluntaria: cuando resulta de una
negligencia respecto a lo que se habría debido conocer o hacer (como, por
ejemplo, en el caso de un accidente provocado debido a la ignorancia del código
de tránsito).
p;
Un efecto puede ser tolerado sin ser querido por el
que actúa (como, por ejemplo, en el caso del agotamiento de una madre debido al
cuidado de su hijo enfermo). El efecto malo no es imputable si no ha sido
querido ni como medio de la acción (como, por ejemplo, en el caso de una muerte
acontecida al ayudar a otra persona en peligro).
p;
Un efecto malo es imputable cuando es previsible y
cuando el que actúa tiene la posibilidad de evitarlo (como, por ejemplo, en el
caso de un homicidio cometido por un conductor en estado de embriaguez).
p;
La libertad se ejercita en las relaciones
interhumanas. El derecho al ejercicio de la libertad es una exigencia
inseparable de la dignidad de la persona humana.
p;
Este derecho debe ser reconocido y protegido
civilmente dentro de los límites del bien común y del orden público.
[1] Es lo que Aranguren denomina Moral
como Estructura. Todos los hombres poseemos un anclaje que posibilita la
realidad moral. Esta estructura moral del hombre está dada por el hecho de que
el hombre tiene que habérselas consigo mismo, conducirse en su vida, y la moral
será la manera en la que el hombre se conduzca en la vida.”No sólo la
actualidad de esa conducción sino, en las posibilidades de sí mismo que haya
preferido”. ARANGUREN; Ética, pág. 69.
[2] Desde esta perspectiva nuestro curso dará el salto de la ética
normativa (en la que importan las normas por sobre todo) a la ética de los
valores, en la que se establece la realidad antropológica de la existencia
humana como fundamento de la realidad moral.
[3] Ya los existencialistas nos hacían notar esta realidad cuando
afirmaban que el existir humano estaba condicionado por una característica
fundamental; el habérnoslo con nuestra
libertad. J.P. Sartre en “El existencialismo
es un humanismo” llega a afirmar que estamos arrojados a la existencia y
condenados a ser libres.
[4] A diferencia de los demás animales el Hombre no viene con una
estructura específica que le otorga su especie. Su capacidad instintiva y de
sobrevivencia es menor que la del resto de las especies. El hombre debe
adecuarse a la realidad para sobrevivir; una adecuación que, en contra del
resto de los seres vivos, exige un mayor sacrificio y apropiación.
[5] CAMACHO; Ildefonso; Doble
Dimensión de la Ética; UCA, 1997.
[6] RODRÍGUEZ; Angel; Ética General,
Eunsa, España, pág. 20.
[7] Establezcamos que las acciones libres son aquellas que tienen una finalidad, es decir, con ellas
pretendemos alcanzar ciertos objetivos o
fines (en el caso de un profesional que ejerce la ingeniería será la de
entregar un bien a la sociedad), tienen
un carácter intencional, es decir, las acciones humanas libres son aquellas que
están motivadas o a las cuales les otorgamos ciertas razones para realizarlas,
(las hacemos por el bien de algo o de alguien), son proyectadas, es decir, se enmarcan dentro de un plan, un proyecto
personal o social, en el que realizarlas se adecúa a las finalidades
anteriormente establecidas. Y por último, las acciones libres se atribuyen a un autor.
[8] Como veremos más adelante la Libertad responde a la estructura
antropológica del Ser Humano.
[9] ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco,
Capítulo I, Libro I.
[10] RODRIGUEZ, Op. Cit. Pág. 23.
[11] Ibid.
[12] BRONTANO, f; El Origen del
Conocimiento, Real Sociedad Económica Matritense de Amigos de París,
Madrid, 1990, Pág. 25.
[13] AQUINO, Sto Tomás; Comentario a la ética a Nicómaco, Ciafic, B. Aires,
1983.
[14] RODRÍGUEZ, Op. Cit. Pág. 30.
[15] VIDAL, Marciano; Ética Personal, Ediciones San Pablo, España, 1993.
[16] Ibid. Pág. 55.
[17] En la carta encíclica sobre
algunas cuestiones fundamentales de la enseñanza moral de la Iglesia, Veritatis Splendor (1993), Juan Pablo II destaca la particular
sensibilidad contemporánea con respecto a la libertad como fundamento de los
derechos humanos y expresión de la dignidad de toda persona humana.
[18] Resalta, por ejemplo, en la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, aprobada por las Naciones Unidas en 1948, que se expongan de manera
detallada las libertades individuales y colectivas y no se haga hincapié en los
deberes de las personas para con el uso de esas libertades.
[19] Es el caso de los derechos reproductivos en el que se afirma la
absoluta autonomía de las mujeres en el uso de su cuerpo que puede llevar a la
aplicación de abortos, cuando se piense que el embarazo no concuerda con el proyecto vital de
determinadas mujeres, dejando de lado el derecho inviolable a la vida de los
seres humanos en gestación.
[20] “Por tanto, la libertad de
elección no lo es todo ya que más importante aun es elegir bien. “La auténtica
libertad humana no consiste tanto en la posibilidad de elegir cuanto en elegir
lo que corresponda a un crecimiento verdadero de la persona, de acuerdo con sus
potencialidades y su irrepetible vocación”. VIDAL, M; Op. Cit.
[21] Ibid.
[22] Desde una perspectiva ética,
la persona humana se comprende básicamente como un ser para el encuentro, ya
que es en el encuentro consigo mismo, con lo trascendente, con los demás y con
el mundo (estructuras, instituciones, naturaleza) que la persona se va
descubriendo frente a sí misma y frente a los otros. Idea en la que nos
detendremos más adelante.
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