jueves, 24 de diciembre de 2015

Hoy nos ha nacido un niño, un hijo se nos ha dado…


Esas hermosas y sencillas palabras del evangelista nos recuerdan un acontecimiento esencial de nuestra vivencia humana y cristiana. En Belén de Judá, la tierra de la promesa, y por tanto, de la esperanza, Dios nos tenía preparado un humilde encuentro con nuestro interior. Nos hizo palpable la profundidad humana que llega a tornarse divina. En una pesebrera, de aquellas en las que no es posible el derroche y la magnanimidad, Dios se ha derrochado y engrandecido en el rostro de luz de un pequeño. Tal vez, como evidenciando los rostros de luces de millones de niños que hacen profunda la mirada triste de sus vidas.


Esta noche me pregunto ¿cuántos niños no tienen ese rostro de luz que ilumina el pesebre? ¿Cuántos niños esperan la hermosa noticia que los ángeles le trajeron a los pastores de Belén? ¿Cuántas caritas llenas de tierra acudirán jubilosas a entonar el gloria a Dios en el cielo? ¿Cuántos niños habrán celebrado una hermosa cena y jugarán con algún regalo que sus padres han podido otorgar? Esta Nochebuena me pregunto cuantos niños llorarán por no tener a un padre que abrazar porque se lo llevó la envidia, las ansias de poder, las garras de la muerte provocada por la maldad de los hombres. Esta noche, tranquila en Belén, sin que supiera Herodes o en Roma se enterasen, se yergue el misterio inconmensurable de la historia; Dios se ha hecho hombre y se ha vuelto vulnerable en un niño. Sólo Dios pudo aguantar ese receptáculo de miseria como queriendo preludir la miseria en la que nacerán millones de niños, lejos de la riqueza y la grandeza de unos pocos. Jesús, el mismo del madero traspasado, nace humilde por esfuerzo de una familia joven que buscaba afanosamente un instante de tranquilidad para ver nacer a su hijo, como tantas familias que buscan afanosamente un momento de tranquilidad para reposar de sus cansancios y depresiones constantes al sentir como de llagas la pobreza en sus hombros.


Vienes a nacer, Jesús, en medio de las incomprensiones, de los malestares y de las nulas proyecciones que puede traer el nacer en la morada donde duermen los animales. ¡Qué feliz coincidencia! con la de aquellas mujeres valientes que no sienten a sus hijos como un peso, como una carga de la que habrá que deshacerse rápidamente. ¡Qué feliz contradicción!! Con la de aquellos jóvenes y no tantos que viven del momento y de la falta de compromiso. Que hacen de la mujer un objeto barato de sus instintos pseudo viriles y que ven el nacimiento de un futuro hijo como una maldición y un obstáculo para sus nobles ideales. Vienes a nacer, Jesús, en tu pobreza querida atendida por el amor compasivo y cautivante de tus jóvenes padres distinta de aquellos que violentan tempranamente a sus hijos con golpes y gritos, insultos y parámales.


Esta noche un hijo se nos ha dado para mirarlo fijamente a los ojos y vayamos humildes a adorarlo porque en él se nos ha revelado lo más hermoso del rostro de Dios.



¡Feliz Navidad!

(texto escrito y publicado el 26-12-2009)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu comentario.