Ordenando mi biblioteca, cosa que
regularmente no hago, y mientras veía el debate presidencial, me encontré con
un artículo de un economista de la Universidad de Chile, Joseph Ramos, cuyo
título se enunciaba a modo de pregunta ¿Somos todos neoliberales? En él hacía
un balance macroeconómico de las políticas económicas neoliberales
implementadas desde el régimen de
Pinochet y profundizadas por los gobiernos de la concertación hasta Lagos. Un
artículo muy interesante, aunque de difícil comprensión para aquellos que de
economía sabemos, pero que no sabemos del modo en cómo saben los economistas
clásicos.
Ese artículo que provocó
emergiera de lo profundo de mi alma la agonística afirmación ¿Somos todos
neoliberales aún? Pregunta que, pensarán ustedes, es tan obvia como el gasto
austero en la publicidad política o la desinteresada cobertura a los candidatos
de los medios de comunicación. Y a propósito de ello, me recordé de la Sra Luz
quien me dijo que “las candidatas Mathei
y Bachelet representaban distintos modos
de ser lo mismo. Ninguna se entiende como oposición real de la otra, sólo son adversarias para la tele”.
Afirmación tal que produjo en mí la loca aventura de saber hasta qué punto
tendría razón, y sin pensarlo demasiado, tomé dos libros, que precisamente
estaban frente a mí y comencé mi interesada lectura. Lo que encontré es esto,
que de manera muy bosquejada y casi sin ediciones les quiero señalar, me
imagino, que habrá que depurar y analizar mucho más y que algún entendido en la
materia podría reprobar estas líneas por su poca seriedad sistemática.
1. La
idea de Justicia en Hayeck
En su texto “Derecho,
legislación y libertad” (1976) Hayeck plantea su rechazo a la idea de
justicia social, por entenderla como un resabio de culturas primitivas, pues, según
él, en las épocas pre-modernas es comprensible la preocupación por los otros. El hombre era más débil ante
la naturaleza ya que no poseía el apoyo y sustento que le daban la ciencia y la
tecnología. Mientras que el hombre moderno, más amigo de la ciencia y la
tecnología, es heredero de un nuevo tipo de sociedad en la que éste ha superado
la sociedad primitiva, debido a que alguno de sus miembros han triunfado en sus
empresas por haberse atrevido a prescindir de los principios antiguos. La
justicia social no es otra cosa, según Hayeck, que un mero sentimiento o lo que
es lo mismo, un concepto vacío. Para Hayeck, sólo las conductas humanas pueden
ser consideradas como justas e injustas, lo que significa que cuando hemos de
enunciar si una situación es justa e injusta se debe hacer en referencia
directa o indirecta a alguien que es responsable de este acto. Señala que un
mero hecho o un conjunto de circunstancias que nadie puede modificar podrían
ser buenas o malas, pero no justas e injustas. Aplicar estos términos a
realidades que no sean humanas o a las normas por las que el mismo se rige,
implicaría hacer uso de categorías erróneas. Ahora bien, aplicar estos conceptos de
justicia a las decisiones del mercado sería impropio porque estas decisiones no
pueden ser atribuibles a ninguna persona o personas sino que al juego del
mercado.[1]
En otra parte señala, en relación con la catalaxia o
el juego de la competencia del mercado “como cualquier otro juego, se
desarrolla según reglas que condicionan el comportamiento de cuántos en él
participan, pero cuyos propósitos, destrezas y conocimientos difieren entre sí.
Todo ello hace que el resultado sea impredecible y que existan siempre
ganadores y perdedores. Y aunque como sucede en cualquier juego, deba
insistirse en la necesidad de que todos los jugadores se comporten honestamente
y nadie haga trampas, sería dislate exigir que todos los jugadores alcanzarán
un resultado justo. Dichos resultados serán necesariamente en parte fruto de la
destreza y en parte consecuencia del azar.”[2]
Sin lugar a dudas que, desde esta perspectiva, debemos
hacer varias objeciones a esta discusión así como aquella del mismo autor que
señala que este concepto es peligroso (recuérdese el comercial de la candidata
de la derecha en radio donde señala que hay que poner cuidado con aquellos que
quieren mirar para atrás -entiéndase que buscan mayor justicia social- y habrá
que ir para adelante), porque esta formulación es caldo de cultivo del socialismo, en la
medida en que éste pretende distribuir de manera centralizada los bienes y
servicios. Es un concepto oscuro en la medida en que ha nacido de estas huestes
y se ha asentado en los movimientos políticos y confesiones cristianas cuando
éstas últimas iban debilitando su fe en las creencias sobrenaturales y fueron
poniendo su fe y su consuelo en esta nueva forma de religión natural basada en
la justicia no ya situada en el cielo sino en la tierra.
Para concluir este acápite, es interesante hacer notar
que para nuestro autor la justicia es producto de la mera emotividad, el
concepto de justicia no pasa más que ser
un concepto supersticioso casi religioso que habrá que respetar y tolerar por
aquellos que la entienden como un medio para alcanzar la felicidad, pero que es
una grave amenaza que pretende someter por coacción y restringir los valores de
una sociedad libre. Es decir, quienes buscan la justicia son poseedores de una
sensibilidad tal que entorpece y la hace incompatible con una sociedad libre y
desarrollada.
2.
La justicia como imparcialidad en John Rawls
Rawls, plantea por su parte, que
así como la verdad es el valor principal en los sistemas de pensamiento, la
justicia lo es en el ámbito de las instituciones sociales. A grandes trazos
podemos recordar que La concepción de Justicia que Rawls se
propone explicar es el de la justicia como equidad, es decir, una idea de
justicia pública que es propia de una sociedad bien ordenada, supone la
posibilidad que los sujetos, que son racionales, puedan darse unos principios
orientadores en una situación de igualdad inicial. Ya que, insiste nuestro
autor, sólo en un estado de igualdad los sujetos pueden acordar tales
principios y decidir imparcialmente. Esta imparcialidad es lo que define
propiamente la idea de justicia. Ya que sólo en una situación tal de igualdad y
libertad las normas que se den los sujetos tendrán validez universal e
incondicional.
Esto exige de seres racionales y
desinteresados que estén dispuestos a perseguir unos fines poniendo los medios
para alcanzarlos y que sean capaces de actuar sin buscar únicamente la
satisfacción de sus intereses particulares, capaces de comprometerse y cooperar
en la elaboración de un ideal de justicia. Pero nuestro autor es consciente que
este tipo de situación en la práctica no existe. Será necesario que hagamos
abstracción de nuestra realidad social en la que sólo existen sociedades
imperfectas y desordenadas y postular, un “estado
originario”[3] en el que se den los requisitos para que los
sujetos puedan elegir desinteresadamente.
Esta
posición
original busca que comprendamos mejor las condiciones de posibilidad de
toda forma de organización política y social en la que intervienen sujetos
libres e iguales y adoptar un tipo de
justicia que consideramos mejor racionalmente. Este estado originario es una situación
hipotética en la que podemos situarnos en cualquier momento; basta con que
razonemos conforme a ciertas restricciones y con que sólo consideremos
admisibles cierto tipo de razones.
Esto
lleva a nuestro autor a formular los dos principios fundamentales de la
justicia, las que a su juicio, escogerían inevitablemente los seres que
participan en la posición original. Estos son:
1. Toda
persona tiene igual derecho a un régimen plenamente suficiente de libertades
básicas iguales, que sean compatibles con un régimen similar de libertades para
todos.
2. Las
desigualdades sociales y económicas han de estar circunscritas a satisfacer dos
necesidades. Primero, deben estar asociadas a cargos y posiciones abiertos a
todos en las condiciones de equitativa igualdad de oportunidades y segundo,
deben procurar el máximo beneficio de los miembros menos aventajados de la
sociedad.
Estos
dos principios en la práctica, nos llevan a formular otros tres principios
fundamentales de toda teoría de la justicia, a saber:
1. El principio de la libertad.
2. El principio de la igualdad de oportunidades.
3. El principio de la diferencia que ordena
beneficiar a los miembros de una sociedad menos favorecidos.
Hasta aquí, resulta
más o menos sensato señalar que existe una tremenda distancia entre aquello que
señalaba Hayeck y lo que propone Rawls. Sin embargo, habrá que hacer notar que
para este último, la prioridad la tiene el principio de la libertad por sobre
los demás principios y que las demandas de libertad han de ser satisfechas en primer
lugar. Mientras éstas no se satisfagan ningún otro principio puede entrar en
juego. Esto nos lleva a constatar que para éste la justicia tiene primeramente
un carácter político y no ético, es decir, a Rawls le interesa la conformación
de una sociedad política en la que se resguarden primeramente los principios de
libertades políticas por sobre el de la distribución económica en esta
sociedad.
Entonces, para Rawls,
las principales libertades básicas están
por sobre los derechos económicos. Es decir, tienen prioridad el derecho a las
libertades políticas, luego las libertades de expresión y reunión, la de
conciencia y pensamiento, la libertad de agresiones psicológicas y físicas y el
desmembramiento, el derecho a la propiedad personal, la libertad frente al
arresto y detención arbitrarios, entre otros. Si estas libertades no están
“consagradas y resguardadas” no es posible avanzar en los restantes principios
como ya se dijo.
Para concluir esta
aburrida intervención, podríamos señalar que tanto Rawls como Hayeck estarían
de acuerdo en los siguientes aspectos:
a) El
mercado es la instancia que debe regular los intercambios económicos.
b) Que
deben estimularse las libertades políticas, sociales y económicas para
contrarrestar la existencia de un estado centralizado
c) La
libertad individual es un concepto básico que constituye a la sociedad.
No tan lejos de esta
postura encontramos el discurso de la candidata de la concertación + el partido
comunista que plantea en sus comerciales radiales que que ella sueña, como
todos soñamos, según ella, un país más justo, pero que primero defienda y
preserve los derechos de las personas. Me da la impresión, y como a veces suelo
tener malas impresiones, que este slogan de campaña tiene serias reminiscencias
del estado originario que hemos visto de parte de Rawls.
Hecho este antojadizo
y poco criterioso análisis podría llegar a concluir que aquella señora que me
dijo que ambas candidatas son dos modos de decir lo mismo, quizás no está tan
lejos de la verdad.
[1] HAYECK, Friedrick; “Derecho, legislación y Libertad”, 1979,págs.
50-51).
[2] Ibid, pa´g. 126.
[3] Este estado originario es una reproducción actual del denominado
estado de Naturaleza.
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