miércoles, 4 de septiembre de 2019

MICHELLE RAWLS Y EVELYN HAYECK, DOS MODOS DE DECIR LO MISMO


Ordenando mi biblioteca, cosa que regularmente no hago, y mientras veía el debate presidencial, me encontré con un artículo de un economista de la Universidad de Chile, Joseph Ramos, cuyo título se enunciaba a modo de pregunta ¿Somos todos neoliberales? En él hacía un balance macroeconómico de las políticas económicas neoliberales implementadas desde el  régimen de Pinochet y profundizadas por los gobiernos de la concertación hasta Lagos. Un artículo muy interesante, aunque de difícil comprensión para aquellos que de economía sabemos, pero que no sabemos del modo en cómo saben los economistas clásicos.

Ese artículo que provocó emergiera de lo profundo de mi alma la agonística afirmación ¿Somos todos neoliberales aún? Pregunta que, pensarán ustedes, es tan obvia como el gasto austero en la publicidad política o la desinteresada cobertura a los candidatos de los medios de comunicación. Y a propósito de ello, me recordé de la Sra Luz quien me dijo que “las candidatas Mathei y Bachelet representaban  distintos modos de ser lo mismo. Ninguna se entiende como oposición real  de la otra, sólo son adversarias para la tele”. Afirmación tal que produjo en mí la loca aventura de saber hasta qué punto tendría razón, y sin pensarlo demasiado, tomé dos libros, que precisamente estaban frente a mí y comencé mi interesada lectura. Lo que encontré es esto, que de manera muy bosquejada y casi sin ediciones les quiero señalar, me imagino, que habrá que depurar y analizar mucho más y que algún entendido en la materia podría reprobar estas líneas por su poca seriedad sistemática.

1.    La idea de Justicia en Hayeck

En su texto “Derecho, legislación y libertad” (1976) Hayeck plantea su rechazo a la idea de justicia social, por entenderla como un resabio de culturas primitivas, pues, según él, en las épocas pre-modernas es comprensible la preocupación  por los otros. El hombre era más débil ante la naturaleza ya que no poseía el apoyo y sustento que le daban la ciencia y la tecnología. Mientras que el hombre moderno, más amigo de la ciencia y la tecnología, es heredero de un nuevo tipo de sociedad en la que éste ha superado la sociedad primitiva, debido a que alguno de sus miembros han triunfado en sus empresas por haberse atrevido a prescindir de los principios antiguos. La justicia social no es otra cosa, según Hayeck, que un mero sentimiento o lo que es lo mismo, un concepto vacío. Para Hayeck, sólo las conductas humanas pueden ser consideradas como justas e injustas, lo que significa que cuando hemos de enunciar si una situación es justa e injusta se debe hacer en referencia directa o indirecta a alguien que es responsable de este acto. Señala que un mero hecho o un conjunto de circunstancias que nadie puede modificar podrían ser buenas o malas, pero no justas e injustas. Aplicar estos términos a realidades que no sean humanas o a las normas por las que el mismo se rige, implicaría hacer uso de categorías erróneas.  Ahora bien, aplicar estos conceptos de justicia a las decisiones del mercado sería impropio porque estas decisiones no pueden ser atribuibles a ninguna persona o personas sino que al juego del mercado.[1]

En otra parte señala, en relación con la catalaxia o el juego de la competencia del mercado “como cualquier otro juego, se desarrolla según reglas que condicionan el comportamiento de cuántos en él participan, pero cuyos propósitos, destrezas y conocimientos difieren entre sí. Todo ello hace que el resultado sea impredecible y que existan siempre ganadores y perdedores. Y aunque como sucede en cualquier juego, deba insistirse en la necesidad de que todos los jugadores se comporten honestamente y nadie haga trampas, sería dislate exigir que todos los jugadores alcanzarán un resultado justo. Dichos resultados serán necesariamente en parte fruto de la destreza y en parte consecuencia del azar.”[2]

Sin lugar a dudas que, desde esta perspectiva, debemos hacer varias objeciones a esta discusión así como aquella del mismo autor que señala que este concepto es peligroso (recuérdese el comercial de la candidata de la derecha en radio donde señala que hay que poner cuidado con aquellos que quieren mirar para atrás -entiéndase que buscan mayor justicia social- y habrá que ir para adelante), porque esta formulación  es caldo de cultivo del socialismo, en la medida en que éste pretende distribuir de manera centralizada los bienes y servicios. Es un concepto oscuro en la medida en que ha nacido de estas huestes y se ha asentado en los movimientos políticos y confesiones cristianas cuando éstas últimas iban debilitando su fe en las creencias sobrenaturales y fueron poniendo su fe y su consuelo en esta nueva forma de religión natural basada en la justicia no ya situada en el cielo sino en la tierra.

Para concluir este acápite, es interesante hacer notar que para nuestro autor la justicia es producto de la mera emotividad, el concepto de justicia no pasa más que  ser un concepto supersticioso casi religioso que habrá que respetar y tolerar por aquellos que la entienden como un medio para alcanzar la felicidad, pero que es una grave amenaza que pretende someter por coacción y restringir los valores de una sociedad libre. Es decir, quienes buscan la justicia son poseedores de una sensibilidad tal que entorpece y la hace incompatible con una sociedad libre y desarrollada.

2.            La justicia como imparcialidad en John Rawls

Rawls, plantea por su parte, que así como la verdad es el valor principal en los sistemas de pensamiento, la justicia lo es en el ámbito de las instituciones sociales. A grandes trazos podemos recordar que La concepción de Justicia que Rawls se propone explicar es el de la justicia como equidad, es decir, una idea de justicia pública que es propia de una sociedad bien ordenada, supone la posibilidad que los sujetos, que son racionales, puedan darse unos principios orientadores en una situación de igualdad inicial. Ya que, insiste nuestro autor, sólo en un estado de igualdad los sujetos pueden acordar tales principios y decidir imparcialmente. Esta imparcialidad es lo que define propiamente la idea de justicia. Ya que sólo en una situación tal de igualdad y libertad las normas que se den los sujetos tendrán validez universal e incondicional.

            Esto exige de seres racionales y desinteresados que estén dispuestos a perseguir unos fines poniendo los medios para alcanzarlos y que sean capaces de actuar sin buscar únicamente la satisfacción de sus intereses particulares, capaces de comprometerse y cooperar en la elaboración de un ideal de justicia. Pero nuestro autor es consciente que este tipo de situación en la práctica no existe. Será necesario que hagamos abstracción de nuestra realidad social en la que sólo existen sociedades imperfectas y desordenadas y postular, un “estado originario”[3]  en el que se den los requisitos para que los sujetos puedan elegir desinteresadamente.
Esta posición original busca que comprendamos mejor las condiciones de posibilidad de toda forma de organización política y social en la que intervienen sujetos libres e iguales  y adoptar un tipo de justicia que consideramos mejor racionalmente. Este estado originario es una situación hipotética en la que podemos situarnos en cualquier momento; basta con que razonemos conforme a ciertas restricciones y con que sólo consideremos admisibles cierto tipo de razones.

Esto lleva a nuestro autor a formular los dos principios fundamentales de la justicia, las que a su juicio, escogerían inevitablemente los seres que participan en la posición original. Estos son:

1.    Toda persona tiene igual derecho a un régimen plenamente suficiente de libertades básicas iguales, que sean compatibles con un régimen similar de libertades para todos.

2.    Las desigualdades sociales y económicas han de estar circunscritas a satisfacer dos necesidades. Primero, deben estar asociadas a cargos y posiciones abiertos a todos en las condiciones de equitativa igualdad de oportunidades y segundo, deben procurar el máximo beneficio de los miembros menos aventajados de la sociedad.

Estos dos principios en la práctica, nos llevan a formular otros tres principios fundamentales de toda teoría de la justicia, a saber:
1.   El principio de la libertad.
2.   El principio de la igualdad de oportunidades.
3.   El principio de la diferencia que ordena beneficiar a los miembros de una sociedad menos favorecidos.

Hasta aquí, resulta más o menos sensato señalar que existe una tremenda distancia entre aquello que señalaba Hayeck y lo que propone Rawls. Sin embargo, habrá que hacer notar que para este último, la prioridad la tiene el principio de la libertad por sobre los demás principios y que las demandas de libertad han de ser satisfechas en primer lugar. Mientras éstas no se satisfagan ningún otro principio puede entrar en juego. Esto nos lleva a constatar que para éste la justicia tiene primeramente un carácter político y no ético, es decir, a Rawls le interesa la conformación de una sociedad política en la que se resguarden primeramente los principios de libertades políticas por sobre el de la distribución económica en esta sociedad.

Entonces, para Rawls, las principales libertades básicas  están por sobre los derechos económicos. Es decir, tienen prioridad el derecho a las libertades políticas, luego las libertades de expresión y reunión, la de conciencia y pensamiento, la libertad de agresiones psicológicas y físicas y el desmembramiento, el derecho a la propiedad personal, la libertad frente al arresto y detención arbitrarios, entre otros. Si estas libertades no están “consagradas y resguardadas” no es posible avanzar en los restantes principios como ya se dijo.

Para concluir esta aburrida intervención, podríamos señalar que tanto Rawls como Hayeck estarían de acuerdo en los siguientes aspectos:
a)    El mercado es la instancia que debe regular los intercambios económicos.
b)    Que deben estimularse las libertades políticas, sociales y económicas para contrarrestar la existencia de un estado centralizado
c)    La libertad individual es un concepto básico que constituye a la sociedad.

No tan lejos de esta postura encontramos el discurso de la candidata de la concertación + el partido comunista que plantea en sus comerciales radiales que que ella sueña, como todos soñamos, según ella, un país más justo, pero que primero defienda y preserve los derechos de las personas. Me da la impresión, y como a veces suelo tener malas impresiones, que este slogan de campaña tiene serias reminiscencias del estado originario que hemos visto de parte de Rawls.

Hecho este antojadizo y poco criterioso análisis podría llegar a concluir que aquella señora que me dijo que ambas candidatas son dos modos de decir lo mismo, quizás no está tan lejos de la verdad.



[1] HAYECK, Friedrick; “Derecho, legislación y Libertad”, 1979,págs. 50-51).
[2] Ibid, pa´g. 126.
[3] Este estado originario es una reproducción actual del denominado estado de Naturaleza.

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