Editorial
Universitaria, Santiago de Chile, 2016. 163 págs.
El Banquete de Platón es, sin duda
alguna, una obra literaria de carácter superior, cuya perfección es un aliciente
para quien se arriesga a contemplar el mágico diálogo sobre el amor que
bellamente es descubierto en la entramada filosófica dispuesta por Sócrates y en
el cual se presenta al amor como aquel
que impulsa el alma y la dirige hacia lo bello. En él nos podemos elevar a
múltiples comprensiones del Eros que no terminan por agotarlo. Es precisamente
esa la intención del Profesor Velásquez, desempolvar estas múltiples
comprensiones que han sido tergiversadas o echadas al olvido por el paso del
tiempo y el vaivén de las culturas.
La obra de Velásquez es un esfuerzo
por volver a mirar las páginas de este diálogo con la intención de actualizar
muchos de los estudios sobre la filosofía del ateniense en esta materia, que se aprecian por la calidad y cantidad de
referencias bibliográficas que acompañan el texto y que el mismo autor señala
se vieron duplicadas. Una obra que en más de un centenar de páginas va
recogiendo profusamente los artículos especializados sobre el banquete y que
hacen que esta segunda edición sea una expresión de la seriedad y pulcritud,
fundamental para acercarse a la filosofía platónica.
En la primera parte de la obra el
autor señala que el objetivo central de ésta es recuperar lo esencial del carácter
mediador del eros y su conexión, casi necesaria con el lógos. Ese lógos que se
abre paso entre los siete discursos, del que Platón nos regala hermosas
evocaciones, que con múltiples comprensiones y sentidos que nos vienen dados
precisamente por su olvido, y así poder dar con su definición: “los discursos
del Banquete serán pronunciados en
alabanza de Eros, el dios aparentemente olvidado de los poetas. Eros es la
palabra griega que denota lo que específicamente (y supuestamente) llamamos
amor” (pág. 33). Eros, es el deseo de lo que no se tiene y que se desea poseer
por siempre, “como pasión íntima y personal que pierde fuerza frente a la
significación preferente que adquiere el objetivo de esa pasión: en otras
palabras, el ser amado.” (pág. 33) En el Banquete se trata del amor como “la
presencia y fortaleza del alma de los individuos y de la sociedad, de su
vigencia controvertida, de los bienes y males que reporta a unos y a otros”
pág. 37) En este sentido, el autor establece que la comprensión del eros es
tanto un asunto moral como político, en cuanto éste es una abertura
trascendental del individuo frente al otro.
En el segundo capítulo, el autor
expone cómo los cinco primeros discursos
del Banquete son un examen profundo y
cuidadoso de la condición social y política del amor. En ellos se establece una
conexión en el modo social en el que se da este modo de vivir la relación.
Aunque esto produce en el individuo una tensión espiritual, pues el enamorado
siente esta experiencia del eros como un estado personal que entronca con la
vivencia social de éste. Las costumbres eróticas de las sociedades responden a
patrones de la convivencia social, cuestión que desarrolla en el discurso de
Fedro.
A través de los restantes discursos
se va desglosando armónicamente las peculiaridades del amor, en cuanto éste es
capaz de tocar el alma humana y convertirse en el objeto supremo de ésta,
concebida como la belleza en sí misma, la que adviene de manera repentina e
invita al alma a situarse en un plano superior y con ello divinizarse, es
decir, hacerse amiga de los dioses. En este contexto, el autor, expresa la
dificultad que representa hoy la articulación entre el eros platónico y el ágape cristiano, pero que se hace, a su
vez, necesario para otorgarle a este último un sentido y significado a la idea
más fundamental de la experiencia cristiana que es la comprensión del Dios de
Jesucristo como Dios-amor. Sin embargo, en la obra platónica este amor-ágape no
se encuentra desarrollado.
El decurso de las intervenciones que
se pronuncian a propósito de Eros nos
permite conectar la relación estrecha entre la filosofía, el amor y la
retórica. La retórica de los discursos que anteceden al de Sócrates, comienzan
por alabar a eros como aquel nos invita a amar lo bello (discurso de Pausanías), por lo tanto, un dios grande y digno de
honor, el primero de los dioses concebido (Discurso
de Fedro), lo que nos abre a una
comprensión de lo erótico desde una cosmología del amor (Discurso de Eriximaco) que lo entienda como un remedio para el
alma que por él intenta volver a la perfección y a la felicidad originarias (discurso de Aristófanes) que nos permite
reconocerlo como el más excelso y hermoso de los dioses (Discurso de Agatón)
En el tercer capítulo del libro, el
autor desarrolla extensamente la intervención de Sócrates, quien comienza
negando el carácter divino de eros,
al recurrir al mito de su nacimiento. Según él, Eros es hijo de Poros y Penia, por lo tanto, es más bien
indigente y rico, carente y completo. Por la naturaleza de su concepción es
deseante de lo bello y lo bueno.
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