Me han pedido reseñar la obra de Sergio Micco “La política sin los
intelectuales, de la deserción al reencuentro” en el que Sergio se plantea
algunas interrogantes al inicio que nos parecen fundamentales para comprender
el objetivo del texto, su sentido y la importancia de estar aquí reseñándolo.
La primera de las preguntas es por qué y para qué escribo, desde donde escribo
y por qué recurrir a los orígenes espirituales de occidente para poder resolver
el problema al que se enfrenta; comprender las causas, los desafíos y los
peligros de una política sin políticos, o mejor dicho, una filosofía que se
aleja de la política para “concentrarse mejor” en aquellas cosas que
perennemente tienen importancia. “La política sin los intelectuales” quiere
llamar la atención acerca de la necesidad de repensar la relación entre
pensamiento filosófico y política. Su intención es criticar la privatización de
la vida ciudadana y la huída de lo público por parte de los intelectuales y
religiosos. Este análisis es histórico, porque la historia siempre nos dice lo
que hemos llegado a ser, se hace cargada de evidencias bibliográficas que
permiten reafirmar su tesis Arendiana acerca de la desafección de los
ciudadanos de la política y la negación de los intelectuales a contaminarse por
ésta. La causa, a su juicio, se ubica en el paulatino desarraigo del hombre
occidental con su ethos originario. Desarraigo que ha sido posibilitado por una
forma dicotómica de comprensión de la realidad política y ética del que algunos
aventuran es responsable cierto modo de comprender la filosofía y la política.
Causa que vislumbramos cuando, desde la filosofía, nos hemos esforzado
epistemológicamente en otorgarle validez al pensamiento racional, por ende, más
puro, más elevado, menos pasional, en detrimento del pensamiento sensible que
es contingente, subjetivo y fugaz. Separación que ha traspasado toda la
reflexión moral y ha alcanzado la política y la religión. Con ello, nos
encontramos en medio de una estructura que considera antagónicos dos modos de
ser que debiesen ser considerados como únicos modos de acercarse a la realidad.
La pretensión de Micco es, por lo menos, titánica. Busca en su análisis
de las ideas en occidente recobrar y reconstruir el legado de occidente, por
ello, se lanza en picada en contra de la privatización de la vida ciudadana en
la que son responsables inmediatos los intelectuales de nuestras sociedades y
universidades. Ellos han demonizado de tal forma la vida pública y con ello la
política que la han dejado en el limbo epistemológico. En el sentir ciudadano
esta actividad suele estar más cerca en el juicio eterno de la condena que de
la salvación. En este
contexto, no resulta extraño que el Chile contemporáneo viva contradicciones y
descuidos que pueden generar su propio debilitamiento moral y político, que en
sus acentos y privilegios arriesgue su propia deriva como sociedad, su
vaciamiento de sentido, el empobrecimiento de los imaginarios que podrían
dotarle de mayor cohesión, vitalidad y proyección moral. Se espera que un juez
sea íntegro, que un médico ejerza con abnegación, que un maestro se entregue
dedicadamente a la promoción pedagógica de sus alumnos, que éstos amen el
estudio y se entusiasmen con la aventura de aprender, que el funcionario
público sea responsable y probo, que la escuela forme al ciudadano de la
democracia por venir, etc. Sin embargo, hay muy poco en el sistema que promueva
decididamente estos valores y estas integridades. Los dados de la estimación y
el reconocimiento social están cargados: apuntan a la privatización de la
existencia, a la indiferencia frente a la suerte de los otros, a desembarazarse
del compromiso con la construcción y corrección de la sociedad, a la
competencia y el éxito económico como objetivo existencial individual. El
modelo identificatorio general que se nos propone es el del individuo que gana
lo más posible y disfruta lo más posible, en una sociedad en la que uno no gana
por lo que vale, sino que uno vale por lo que gana.
Vivimos en una cultura donde el tener configura a
la persona en un eterno competidor y a los otros como rivales. Se da una
necesidad de tener y quien carece parece esfumarse en el profundo espacio de la
frustración existencial; es un perdedor, un indigente, un enfermo, un
desadaptado social. Esta experiencia del egoísmo permite permear todas las
realidades humanas, Egoísmo, o centralidad del tener, que hace que los
gobernantes antepongan sus intereses personales a su responsabilidad social[1].
Que hace que las personas se vean sometidas al capricho del endeudamiento que
los aliena; consumir viene a ser el nuevo nombre de la paz, hasta que no puedas
seguir solventando ese consumo. Quien no tiene no merece un trato digno, una
educación digna, una salud digna. Merece, desde esta lectura, ser
invisibilizado.
Vemos con patética indiferencia los rostros de
millones de personas a quienes les falta
lo mínimo para sobrevivir. El egoísmo individualista, propiciado por una
ideología economicista, que nos condena a privatizar los espacios de encuentro
y colaboración mutua que necesitamos para reconocernos miembros de una gran
familia; la familia humana. Hemos preferido la seguridad ciudadana a la convivencia comunitaria, el miedo,
expresado en detalles tan obvios como la proliferación de alarmas y sistemas de
seguridad en nuestras casas) al diálogo, la policía a la mesa de diálogo para
no dañar mis intereses, el engaño a la verdad, etc[2]. Los datos estadísticos son
patéticos y no podemos abstraernos de ellos; se hace urgente propiciar una
nueva cultura, una nueva economía, una nueva manera de concebir un ethos, ajeno
a la indiferencia e individualismo que nos acecha. Se hace necesario
reconstruir lo más original que hay en el hombre, sus fundamentos últimos que
nos devuelva la confianza y por sobre todo, la empatía y la simpatía, ante y
frente al otro. Sólo si somos capaces de recuperar ese “Ser junto a otro”, propio de la condición humana, podremos llamar al corazón humano sin el
miedo a no ser escuchados.
Este contexto ha sido reafirmado por la separación
entre los intelectuales y los políticos, los que han negado la posibilidad del
reencuentro entre lo contemplativo y la acción.
Afirma Micco; “El filósofo moderno, si no quiere morir apaleado como
Boecio, debe abandonar los avatares de la labor, del trabajo y de la acción. Incluso
si logra huir del tirano, si vive pendiente de sus negocios, no tendrá tiempo
para el ocio, y sin éste no habrá filosofía. La vida privada le aportará mil
tentaciones que lo apartarán de la estrecha senda asumida”. Los intelectuales
hoy han dejado de lado esa estrecha relación que existe entre la ética y la
política. Recuerdo el hermoso texto del joven rico que muchas presento a mis
estudiantes para reseñar que la ética tiene su telos en la política, como lo
dice Aristóteles. Nos cuenta Marcos en la perìcopa del
joven rico que éste se le acerca y la pregunta cuál es el camino de la
perfección. A lo que Jesús responde que para poder ser bueno es necesario
cumplir los mandamientos de la ley de Dios. El joven, sin salir de sí, responde
que ha cumplido cada uno de ellos. Pero lo que viene es desconcertante para
quien vive desde su centro, para quien no es capaz de volverse a mirar
nuevamente, para quien, desde nuestra lectura no puede salir de su lugar que le
ha costado mucho sufrimiento alcanzar. Seguir a Jesús implica volver a mirar:“
Jesús, mirándolo, lo amó y le dijo: “Una cosa te falta: ve y vende cuanto
tienes y da a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; entonces vienes y Me
sigues.”
La pregunta que traspasa la lectura de los primeros capítulos del libro
de Sergio sólo logra ser respondida, de manera desafiante y desde el lugar
intelectual en el que se piensa Chile; sólo es posible recuperar el dinamismo
propio de aquello heredado de occidente, pensándolo desde la situación vital en
la que nos encontramos. Por lo mismo, es necesario volver a la herencia griega,
al desiderátum helénico que entendía al hombre como un llamado a ser junto con
otros, que es complementado y puesto en marcha por los romanos, quienes le otorgaron
consistencia, normatividad y universalidad. Al que el judeo cristianismo le
otorgó un carácter de mesianismo, un carácter esperanzador. El compromiso con
el otro mundo debe ceñirse a la escatología actual y no ser reducida
exclusivamente a su sentido futuro; Dios actúa y lo hace con su pueblo a quien
él se ha elegido.
El hombre, heredero de la modernidad, se ha visto
desarraigado de sus fundamentos más íntimos. Ha visto perdido sus raíces y ha
roto sus vínculos que lo religaban con la tradición, las instituciones, los
demás y con lo sagrado. Esto se ve graficado en la despreocupación de las
herencias con el pasado; el hombre moderno vive un proceso continuo de
olvido de la riqueza del pasado, en un
permanente descuido de lo que ha dado lugar a su ethos, de lo que ha llegado a
ser. Esta ruptura con el pasado, si bien ha traído progreso y bienestar, lo ha
vuelto hacia fuera, lo ha trasplantado y condenado a ser un hombre que no tiene
origen y que se esconde de todo; un constante fugitivo de sí mismo. Esto lo expresa Heidegger al afirmar la
preeminencia de un pensamiento calculador. El hombre vive sometido al
predominio de un cálculo “que se deja leer en esa búsqueda de usufructos y
funcionalidad, de objetivación y de control, de rendimiento y de utilidad, que
se verifica en casi todos los frentes de la sociedad contemporánea.” Olvidando que el hombre vive su historia en
diálogo con la realidad histórica ya existente, y que no puede hacerse sin
historia, se ve continuamente afectado por ella. Zubiri ha hecho notar la importancia
del pasado: “Somos el
pasado, porque somos el conjunto de posibilidades de ser que nos otorgó al
pasar de la realidad a la no realidad. Por esto, estudiar el presente es
estudiar el pasado, no porque éste prolongue su existencia en aquél, sino
porque el presente es el conjunto de
posibilidades a que se redujo el pasado al desrealizarse.”
Cómo es posible salvar este desencuentro del que
Micco nos habla, él propone un nuevo tipo de intelectual activo. Señala que
éste debe ser
·
Crítico:
·
Veraces
·
Cívicos
·
Comprometidos
·
Independientes
·
Responsables
En síntesis, lo que nos llama a concluir la
necesidad de un nuevo intelectual que pueda compatibilizar la contemplación y
la acción. “se trata de entender, nos dice, que existen caminos, por
intercalados que sean, que unen Atenas, Roma y Jerusalen. No se trata de
huellas en el bosque. Por el contrario, han sido transitados por hombres y
mujeres que en tiempos de oscuridad jamás entendieron que su talante
contemplativo se oponía a su compromiso activo.
[1]
Ya Macquiavelo nos reseñaba
esos tan impropios modos de entender la política.
[2]
Por ejemplo, uno de los argumentos que cierta clase empresarial y dirigente en
nuestro país tiene para oponerse a una “Asamblea constituyente” se basa en el
miedo al caos, como si construir un diálogo entre todos los afectados puede
resultar peligroso.
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