miércoles, 4 de septiembre de 2019

PRESENTACIÓN LIBRO DE SERGIO MICCO" LA POLITICA SIN LOS INTELECTUALES"

(Presentación del libro de Sergio Micco, "La política sin los intelectuales", Abril de 2017.)

Me han pedido reseñar la obra de Sergio Micco “La política sin los intelectuales, de la deserción al reencuentro” en el que Sergio se plantea algunas interrogantes al inicio que nos parecen fundamentales para comprender el objetivo del texto, su sentido y la importancia de estar aquí reseñándolo. La primera de las preguntas es por qué y para qué escribo, desde donde escribo y por qué recurrir a los orígenes espirituales de occidente para poder resolver el problema al que se enfrenta; comprender las causas, los desafíos y los peligros de una política sin políticos, o mejor dicho, una filosofía que se aleja de la política para “concentrarse mejor” en aquellas cosas que perennemente tienen importancia. “La política sin los intelectuales” quiere llamar la atención acerca de la necesidad de repensar la relación entre pensamiento filosófico y política. Su intención es criticar la privatización de la vida ciudadana y la huída de lo público por parte de los intelectuales y religiosos. Este análisis es histórico, porque la historia siempre nos dice lo que hemos llegado a ser, se hace cargada de evidencias bibliográficas que permiten reafirmar su tesis Arendiana acerca de la desafección de los ciudadanos de la política y la negación de los intelectuales a contaminarse por ésta. La causa, a su juicio, se ubica en el paulatino desarraigo del hombre occidental con su ethos originario. Desarraigo que ha sido posibilitado por una forma dicotómica de comprensión de la realidad política y ética del que algunos aventuran es responsable cierto modo de comprender la filosofía y la política. Causa que vislumbramos cuando, desde la filosofía, nos hemos esforzado epistemológicamente en otorgarle validez al pensamiento racional, por ende, más puro, más elevado, menos pasional, en detrimento del pensamiento sensible que es contingente, subjetivo y fugaz. Separación que ha traspasado toda la reflexión moral y ha alcanzado la política y la religión. Con ello, nos encontramos en medio de una estructura que considera antagónicos dos modos de ser que debiesen ser considerados como únicos modos de acercarse a la realidad.

La pretensión de Micco es, por lo menos, titánica. Busca en su análisis de las ideas en occidente recobrar y reconstruir el legado de occidente, por ello, se lanza en picada en contra de la privatización de la vida ciudadana en la que son responsables inmediatos los intelectuales de nuestras sociedades y universidades. Ellos han demonizado de tal forma la vida pública y con ello la política que la han dejado en el limbo epistemológico. En el sentir ciudadano esta actividad suele estar más cerca en el juicio eterno de la condena que de la salvación. En este contexto, no resulta extraño que el Chile contemporáneo viva contradicciones y descuidos que pueden generar su propio debilitamiento moral y político, que en sus acentos y privilegios arriesgue su propia deriva como sociedad, su vaciamiento de sentido, el empobrecimiento de los imaginarios que podrían dotarle de mayor cohesión, vitalidad y proyección moral. Se espera que un juez sea íntegro, que un médico ejerza con abnegación, que un maestro se entregue dedicadamente a la promoción pedagógica de sus alumnos, que éstos amen el estudio y se entusiasmen con la aventura de aprender, que el funcionario público sea responsable y probo, que la escuela forme al ciudadano de la democracia por venir, etc. Sin embargo, hay muy poco en el sistema que promueva decididamente estos valores y estas integridades. Los dados de la estimación y el reconocimiento social están cargados: apuntan a la privatización de la existencia, a la indiferencia frente a la suerte de los otros, a desembarazarse del compromiso con la construcción y corrección de la sociedad, a la competencia y el éxito económico como objetivo existencial individual. El modelo identificatorio general que se nos propone es el del individuo que gana lo más posible y disfruta lo más posible, en una sociedad en la que uno no gana por lo que vale, sino que uno vale por lo que gana.

Vivimos en una cultura donde el tener configura a la persona en un eterno competidor y a los otros como rivales. Se da una necesidad de tener y quien carece parece esfumarse en el profundo espacio de la frustración existencial; es un perdedor, un indigente, un enfermo, un desadaptado social. Esta experiencia del egoísmo permite permear todas las realidades humanas, Egoísmo, o centralidad del tener, que hace que los gobernantes antepongan sus intereses personales a su responsabilidad social[1]. Que hace que las personas se vean sometidas al capricho del endeudamiento que los aliena; consumir viene a ser el nuevo nombre de la paz, hasta que no puedas seguir solventando ese consumo. Quien no tiene no merece un trato digno, una educación digna, una salud digna. Merece, desde esta lectura, ser invisibilizado.

Vemos con patética indiferencia los rostros de millones de personas  a quienes les falta lo mínimo para sobrevivir. El egoísmo individualista, propiciado por una ideología economicista, que nos condena a privatizar los espacios de encuentro y colaboración mutua que necesitamos para reconocernos miembros de una gran familia; la familia humana. Hemos preferido la seguridad ciudadana  a la convivencia comunitaria, el miedo, expresado en detalles tan obvios como la proliferación de alarmas y sistemas de seguridad en nuestras casas) al diálogo, la policía a la mesa de diálogo para no dañar mis intereses, el engaño a la verdad, etc[2]. Los datos estadísticos son patéticos y no podemos abstraernos de ellos; se hace urgente propiciar una nueva cultura, una nueva economía, una nueva manera de concebir un ethos, ajeno a la indiferencia e individualismo que nos acecha. Se hace necesario reconstruir lo más original que hay en el hombre, sus fundamentos últimos que nos devuelva la confianza y por sobre todo, la empatía y la simpatía, ante y frente al otro. Sólo si somos capaces de recuperar ese “Ser junto a otro”, propio de la condición humana,  podremos llamar al corazón humano sin el miedo a no ser escuchados.

Este contexto ha sido reafirmado por la separación entre los intelectuales y los políticos, los que han negado la posibilidad del reencuentro entre lo contemplativo y la acción.  Afirma Micco; “El filósofo moderno, si no quiere morir apaleado como Boecio, debe abandonar los avatares de la labor, del trabajo y de la acción. Incluso si logra huir del tirano, si vive pendiente de sus negocios, no tendrá tiempo para el ocio, y sin éste no habrá filosofía. La vida privada le aportará mil tentaciones que lo apartarán de la estrecha senda asumida”. Los intelectuales hoy han dejado de lado esa estrecha relación que existe entre la ética y la política. Recuerdo el hermoso texto del joven rico que muchas presento a mis estudiantes para reseñar que la ética tiene su telos en la política, como lo dice Aristóteles. Nos cuenta Marcos en la perìcopa del joven rico que éste se le acerca y la pregunta cuál es el camino de la perfección. A lo que Jesús responde que para poder ser bueno es necesario cumplir los mandamientos de la ley de Dios. El joven, sin salir de sí, responde que ha cumplido cada uno de ellos. Pero lo que viene es desconcertante para quien vive desde su centro, para quien no es capaz de volverse a mirar nuevamente, para quien, desde nuestra lectura no puede salir de su lugar que le ha costado mucho sufrimiento alcanzar. Seguir a Jesús implica volver a mirar:“ Jesús, mirándolo, lo amó y le dijo: “Una cosa te falta: ve y vende cuanto tienes y da a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; entonces vienes y Me sigues.”

La pregunta que traspasa la lectura de los primeros capítulos del libro de Sergio sólo logra ser respondida, de manera desafiante y desde el lugar intelectual en el que se piensa Chile; sólo es posible recuperar el dinamismo propio de aquello heredado de occidente, pensándolo desde la situación vital en la que nos encontramos. Por lo mismo, es necesario volver a la herencia griega, al desiderátum helénico que entendía al hombre como un llamado a ser junto con otros, que es complementado y puesto en marcha por los romanos, quienes le otorgaron consistencia, normatividad y universalidad. Al que el judeo cristianismo le otorgó un carácter de mesianismo, un carácter esperanzador. El compromiso con el otro mundo debe ceñirse a la escatología actual y no ser reducida exclusivamente a su sentido futuro; Dios actúa y lo hace con su pueblo a quien él se ha elegido.

El hombre, heredero de la modernidad, se ha visto desarraigado de sus fundamentos más íntimos. Ha visto perdido sus raíces y ha roto sus vínculos que lo religaban con la tradición, las instituciones, los demás y con lo sagrado. Esto se ve graficado en la despreocupación de las herencias con el pasado; el hombre moderno vive un proceso continuo de olvido  de la riqueza del pasado, en un permanente descuido de lo que ha dado lugar a su ethos, de lo que ha llegado a ser. Esta ruptura con el pasado, si bien ha traído progreso y bienestar, lo ha vuelto hacia fuera, lo ha trasplantado y condenado a ser un hombre que no tiene origen y que se esconde de todo; un constante fugitivo de sí mismo.  Esto lo expresa Heidegger al afirmar la preeminencia de un pensamiento calculador. El hombre vive sometido al predominio de un cálculo “que se deja leer en esa búsqueda de usufructos y funcionalidad, de objetivación y de control, de rendimiento y de utilidad, que se verifica en casi todos los frentes de la sociedad contemporánea.”  Olvidando que el hombre vive su historia en diálogo con la realidad histórica ya existente, y que no puede hacerse sin historia, se ve continuamente afectado por ella.  Zubiri ha hecho notar la importancia del pasado: “Somos el pasado, porque somos el conjunto de posibilidades de ser que nos otorgó al pasar de la realidad a la no realidad. Por esto, estudiar el presente es estudiar el pasado, no porque éste prolongue su existencia en aquél, sino porque el presente es el conjunto de posibilidades a que se redujo el pasado al desrealizarse.”

Cómo es posible salvar este desencuentro del que Micco nos habla, él propone un nuevo tipo de intelectual activo. Señala que éste debe ser
·         Crítico:
·         Veraces
·         Cívicos
·         Comprometidos
·         Independientes
·         Responsables
En síntesis, lo que nos llama a concluir la necesidad de un nuevo intelectual que pueda compatibilizar la contemplación y la acción. “se trata de entender, nos dice, que existen caminos, por intercalados que sean, que unen Atenas, Roma y Jerusalen. No se trata de huellas en el bosque. Por el contrario, han sido transitados por hombres y mujeres que en tiempos de oscuridad jamás entendieron que su talante contemplativo se oponía a su compromiso activo.





[1] Ya Macquiavelo nos reseñaba esos tan impropios modos de entender la política.
[2] Por ejemplo, uno de los argumentos que cierta clase empresarial y dirigente en nuestro país tiene para oponerse a una “Asamblea constituyente” se basa en el miedo al caos, como si construir un diálogo entre todos los afectados puede resultar peligroso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu comentario.