Dr. Ricardo Montes Pérez
Resumen
La experiencia de la
intersubjetividad como participación encuentra en el pensamiento wojtyliano una
respuesta concreta al problema del Otro
que no logramos apreciar completamente
en la propuesta husserliana. En
Wojtyla ésta no tiene el carácter de
conocimiento categorial sino una experiencia concreta del otro como un prójimo,
en cuanto que, sólo desde la participación podemos reconocer con profundidad
que el hombre actúa y que este actuar lo hace necesariamente junto con otros.
Esta dimensión comunitaria de la persona nos señala lo genuinamente humano de
la misma, que va más allá de ciertas vinculaciones externas, sino que está
íntimamente relacionada con el yo,
entendiéndose como partícipe de una común humanidad con otros hombres.
Palabras Claves: Intersubjetividad, participación, Wojtyla, Bien
Común, Persona.
Abstract
The experience of
intersubjectivity as participation in the Wojtyla thought a concrete answer to
the problem of the Other that we fail to fully appreciate the Husserlian
proposal. In Wojtyla it does not have the character of categorial knowledge but
a concrete experience of the other as a neighbor , as that only through
participation can deeply recognize that man acts and that this act does
necessarily with others. This communal dimension of the person tells us what
genuinely human of it, that goes beyond certain external links , but is closely
related to the self, understood as a participant in a common humanity with men.
Keywords: Intersubjectivity ,
participation, Wojtyla , Common Good Person
Introducción
El Capítulo VII de su libro
“Persona y acción”, Wojtyla, establece que la acción corresponde a un
momento especial en el que podemos comprender a la persona en su totalidad e
integralidad. En la experiencia del hombre que actúa, nos damos cuenta que
cuando éste actúa no lo hace solo sino que junto
con otros.[1]
Sin lugar a dudas, que
estamos frente al problema de la intersubjetividad del que el mismo Husserl, en
las meditaciones cartesianas, no terminó por clarificar. Aunque para él este asunto
resultaba ser un problema más bien cognoscitivo, es decir, un problema acerca
de cómo conocemos al otro más que un problema ético o antropológico. Para
nuestro filósofo, será más adecuado hablar
de participación[2]
que de intersubjetividad pues, ello se hace evidente, al momento de describir
la experiencia del hombre que actúa y lo hace junto con otros.
Participación se entiende aquí de dos modos. En primer lugar, como
una propiedad de la persona que le otorga un dinamismo personal al existir y al
actuar de la misma, es decir, la participación es el hecho ineludible que la
acción humana se realiza junto con otros;
toda persona se realiza en comunión con otras personas. Es decir, el hombre es
y existe con otros hombres, vive con otros y son los otros los que condicionan
sus actos y confirman su existencia. En palabras de Wojtyla: “El sello de la
característica comunitaria – o social –
está firmemente impreso en la misma existencia.”[3]
Ello nos lleva a entender la existencia humana como una existencia cooperativa
en la que se dan diversos niveles de interacción cooperativas.[4]
“La expresión ‘junto con otras personas’ no tiene la precisión
necesaria ni describe suficientemente la realidad a que se refiere, pero de
momento es la más adecuada, pues llama la atención sobre las diferentes
relaciones comunitarias o sociales en que se ven inmersas generalmente las
acciones humanas.” [5]
En segundo lugar, se entiende por participación a la relación
positiva con la humanidad que el hombre posee. No se concibe aquí por humanidad
como una idea abstracta del hombre sino como “el yo personal es, en cada caso,
único e irrepetible.”[6]
Con ello quiere afirmar, que la idea de humanidad no tiene una connotación
universal sino que, muy por el contrario, la humanidad se da en cada sujeto
concreto y en cada hombre se da esta importancia específica del ser personal.[7]
“Humanidad no es un término abstracto o universal, sino que posee
en cada hombre la importancia especifica del ser personal (como se ve, esta
importancia especifica no deriva, en este caso, del concepto mismo de género)
Participar en la humanidad de otro hombre significa permanecer en relación viva
con el hecho de que es hombre y no solo una relación con lo que (en abstracto)
es el hombre. Sobre esto se basa lo específico del concepto evangélico de
prójimo.”[8]
La participación tiene la particularidad que permite que el hombre
en ella se perfeccione a sí mismo, existiendo y actuando junto con los otros.
Mediante el existir y actuar del hombre
junto a los otros, éste se realiza a sí mismo. Esto lo expresa Wojtyla de la
siguiente manera:
“Las acciones que el hombre realiza en todos sus
compromisos sociales y en cuanto miembro de diferentes grupos sociales o
comunidades sigue siendo la acción de la persona. Su naturaleza social o
comunitaria está arraigada en la naturaleza de la persona, y no al revés. Por
otra parte, parece que para explicar la naturaleza personal de la acciones
humanas es absolutamente necesario comprender las consecuencias del hecho de
que se puede realizar ‘junto con Otros’”[9]
Este carácter subjetivo de la acción humana es un valor
antropológico fundamental que permea todas las manifestaciones humanas y es,
por otro lado, intrínseco a la acción misma y a la propia realización de la
persona como persona. El tema de la intersubjetividad del hombre es, ante todo,
una realidad óntica que nos permite relacionarnos con los demás hombres, tanto
en el ser como en el actuar. Esta experiencia óntica nos une con otros, es más
nos atrae a otros.
“Cuando decimos que la ‘participación es una
propiedad de la persona, no nos estamos refiriendo a la persona en abstracto,
sino a una persona concreta en su correlación dinámica con su acción. En esta
correlación, participación significa, por una parte, la capacidad de actuar
junto con otros, que hace posible la realización de todo lo que es consecuencia
de la actuación en común y al mismo tiempo permite al que está actuando
realizar con ello el valor personalista de su acción. Por otra parte, esta
capacidad va seguida de su actualización. Por eso, la noción de participación
incluye aquí tanto dicha capacidad como su realización”[10]
Por lo tanto, la participación es,
en palabras de nuestro filósofo:
“aquella característica en virtud de la cual el hombre, existiendo
y obrando en común con los otros – y por consiguiente en diversas situaciones
de las relaciones interpersonales o sociales – es capaz de ser él mismo y de
perfeccionarse, realizarse a sí mismo. La participación es, en cierto sentido,
la antítesis de la alienación. Si en
Persona y acción se dice que la participación es la propiedad peculiar del
hombre-persona, o sea, que el hombre aspira a participar, defendiéndose de la alienación, entonces el fundamento de
una y otra no es solo la esencia específica del hombre, sino la subjetividad
personal.”[11]
1.. El hombre que actúa junto con otros
Wojtyla afirma en su escrito Persona,
sujeto y comunidad, texto que forma parte de sus escritos de madurez filosófica, que;
“construyendo la imagen de la persona-sujeto sobre la base de la experiencia
del hombre, alcanzaré muchas cosas de la experiencia de mi ‘yo’, pero nunca
separado de los otros o en contraposición a ellos.”[12]
Aquí radica uno de los temas que ha
sido reiterativo en la historia del pensamiento occidental acerca de las
relaciones interpersonales y que lo muestra como un hecho “insustituible en la
existencia de las personas.”[13]
Este carácter social de la persona y la dimensión comunitaria de ésta, ha sido
descrito de muchas maneras, baste señalar que, tanto Platón como Aristóteles en
la antigua Grecia, consideraban al hombre como un ser cuya naturaleza es político.
En otra parte del texto, señala Wojtyla, que la
afirmación sobre la naturaleza social del hombre no puede establecerse sino que
por medio de la experiencia de que el hombre existe, vive y actúa junto con
otros hombres.[14]
“La locución ‘naturaleza social’ parece significar,
fundamentalmente, la realidad de existir y actuar ‘junto con otros’ que se
atribuye a todo ser humano a modo de consecuencia; evidentemente, este atributo
es consecuencia de la misma realidad, y no al revés.” [15]
El hecho de que el ser humano existe
y actúa junto con otros, indica que el ser humano, en cuanto persona, existe y
obra según él mismo, perfeccionándose a sí mismo. En resumidas cuentas la participación se opone a
la alienación, ya que, el actuar junto con otros define el carácter social de
la existencia humana, en el que notamos que las personas que existen y obran
como sujetos personales de manera íntegra y la alienación, en todas sus
manifestaciones, no considera tal
condición.
Esta participación del hombre, junto
con otros hombres, hace referencia a la particular propiedad del hombre a
realizarse junto con otros hombres, ya que, es en esta participación donde el
mismo hombre expone o manifiesta toda su subjetividad, es decir, el fundamento
de la participación (como también de la alienación) es la subjetividad
personal.[16] Por
lo que, resulta necesario establecer que el vivir y obrar del hombre junto con
otros hombres de manera común no es una realidad solamente material, aunque sí
accidental. El hecho de con-vivir supone la importancia del carácter
comunitario de la persona, pues en la comunidad, que es la multiplicidad y
unidad de los sujetos, surge una nueva relación que nace de la suma de las
relaciones entre los sujetos entre sí.[17]
“La comunidad no es sólo el hecho material del existir y obrar en
común de muchos hombres o bien- como resulta del análisis de Persona y acción- del hombre en común
con los otros. Por comunidad entendemos no sólo la multiplicidad de sujetos,
sino la unidad propia de tal multiplicidad. Esta unidad es accidental en
relación a cada uno y a todos. Surge como relación o también como suma de las
relaciones existentes entre ellos.”[18]
Este con-vivir y co-actuar junto con
otros lo manifestamos constantemente en las diversas relaciones en las que nos
vemos enfrentados. En las experiencias de amistad, de compañía. Incluso en la
soledad de este momento, me reconozco en relación con otros que me rodean y que
hacen más humana la existencia. En otras palabras, mi humanidad es humanidad en
la medida en que los otros me habilitan para la misma. Somos, de alguna manera,
gracias a los otros. Rodrigo Guerra lo
expresará, siguiendo la reflexión
wojtyliana, afirmando:
“Si
miramos con atención le es común a toda persona contemplar en su existencia
real muchas uniones y vinculaciones humanas de diversa índole: vemos caminar a
una pareja de novios, miramos a dos personas viajar juntas en un transporte
público, escuchamos a un grupo musical que canta o una reunión de amigos donde
todos hablan alegremente. Tenemos que abrirnos paso a través de
congestionamientos causados por las muchedumbres que se cruzan o se reúnen con
diversos fines, nos encontramos con ciertas personas “conocidas” al ir al
trabajo o al pasear, establecemos familias, participamos en organizaciones,
etcétera. En éstas y otras múltiples situaciones nos hallamos con vínculos de
personas, con conductas humanas recíprocas que poseen distinta cualidad
e intensidad. Con estas experiencias constatamos sencillamente que “fuera de
mí” existen muchos seres humanos que se relacionan “conmigo” de alguna manera y
que eventualmente ejercen alguna influencia sobre mi persona y yo sobre la de
ellos. Más aún, el encuentro con los otros puede suscitar interés mutuo por
diversas causas.”[19]
La alteridad, entonces, juega rol fundamental, en la medida en que
ella, afirma el carácter relacional de toda acción humana. Este carácter
relacional apunta a la identidad misma de la persona. Toda persona humana tiene
una vocación solidaria, en la medida en que es apertura al otro y todo ella es
un acontecer compartido; tiene una historia que lo refiere a otros y que lo
define en relación con otros. Junto a
otros comparte un destino común; la humanidad.
El “yo” y el “tú” remiten sólo indirectamente a la multiplicidad de las
personas vinculadas por la relación (uno + uno), y remiten directamente a las
personas mismas; en cambio, el “nosotros” directamente manifiesta una
multiplicidad, mientras indirectamente remite a las personas que pertenecen a
esta multiplicidad. El “nosotros” indica, sobre todo, una colectividad; esta
colectividad se compone de hombres, es decir, de personas. Esta colectividad,
que podemos llamar sociedad, grupo social, etcétera, no posee en sí un ser
sustancial, sin embargo [...] lo que deriva de la accidentalidad, de las
relaciones entre los hombres-personas, se presenta como en un primer plano,
suministrando la base de un juicio, en primer lugar, sobre todos, y, en segundo
lugar, sobre cada uno en esta colectividad. Esto es cuanto está contenido en el
pronombre “nosotros”.[20]
Lo expuesto aquí, indica que la subjetividad humana se encuentra
proyectada en el nosotros, que constituye al mismo en un sujeto colectivo. El
nosotros es aquel en el que las personas
“se identifican en la relación yo-tú y que reconocen su vinculación y su
diferencia constitutiva simultáneamente.”[21]El
nosotros no es tan sólo el ser y actuar junto a otros sino que es el ser y
actuar junto con otros de manera común “en función de un valor descubierto al
interior de la experiencia”[22];
el bien común.
El nosotros que, por medio de la participación perfecciona y
realiza a los sujetos involucrados, hace
que éste se constituya en sujeto colectivo. Y que mediante la participación, la
persona también se sienta y sea
responsable de este colectivo, es decir, en la medida en que la persona
considere el valor del bien común, del que forma parte, como valioso por estar
constituido por personas y no cosas, estará impidiendo la atomización y
privatización de la vida social, eludiendo la esencial dimensión del nosotros
del que formamos parte. Por lo tanto, el nosotros es un deber ineludible del
ser persona.
Las relaciones con los otros se dan en un espacio y un tiempo
propio, es decir, toda las relaciones humanas se juegan en una espacialidad
propia que supera el ámbito de los fenómenos físicos y psíquicos a los cuales
también incluye, Este es el espacio en que juega en mi yo el otro como otro,[23]
favoreciendo o dificultando nuestro encuentro. También podemos notar que estas
relaciones con los otros se dan en un tiempo determinado.
“Cuando
un ser humano se “acerca” o se “aleja” respecto de otro, lo realiza en un
“espacio” que ciertamente involucra una extensión física, pero principalmente
comporta el “espacio” que se abre o se cierra en base a la
disponibilidad a la entrega y a la acogida recíproca entre personas.”[24]
También
podemos notar que las relaciones con los otros se dan en un tiempo determinado
que comportan dimensiones de tipo diacrónico y sincrónico. Esto implica que en
mi relación con los otros se pueden dar de manera contemporánea, así como
también pueden darse bajo la noción de anterior, posterior, antecesor y
sucesor.[25] Esto
es fundamental al momento de entender las relaciones sociales, ya que, la temporalidad de las personas
en acción las puede introducir en una relación social o las puede separar de
manera significativa.
“Después
de todo, en el origen de la afirmación sobre la naturaleza social del hombre no
puede haber otra cosa que la experiencia
de que el hombre existe, vive y actúa junto con otros hombres – experiencia de
la que también debemos dar cuenta en este estudio–. La locución ‘naturaleza
social’ parece significar, fundamentalmente
la realidad de existir y actuar ‘junto con otros que se atribuye a todo
ser humano a modo de consecuencia; evidentemente, este atributo es consecuencia
de la misma realidad, y no al revés.”[26]
Esta
naturaleza social del hombre, nos dice Wojtyla, está arraigada en la naturaleza
de la persona[27], ya
que, existe una adecuación entre comunidad y subjetividad personal del hombre.[28]
La relación del hombre que actúa junto con otros se fundamenta en la norma personalista de la acción que indica
que la persona es en sí misma un valor fundamental y éste es intrínseco a la
misma realización de la persona en la acción. ¿Cómo se entiende esto?
“El valor personalista, que es esencialmente
inherente a la misma realización de la acción por la persona, comprende una
serie de valores que pertenecen al perfil o de la trascendencia o de la
integración, pues todos ellos, a su propia manera, determinan la realización de
la acción y, al mismo tiempo, cada uno de ellos es en sí mismo un valor.”[29]
El
valor personalista de la acción[30]
es anterior como valor al moral, y por lo tanto, condiciona la existencia de
éstos, es decir, el valor de la persona es anterior a los demás valores,
cuestión que evidencia la cercanía del pensamiento de Wojtyla con el de Von
Hildebrand, quien afirma la diferencia entre los valores ontológicos y los
valores morales. La Persona
fundamenta todos los demás valores, pues requieren de ésta para su realización
completa, pues si ésta no llegase a existir, la persona como valor, no habría
realización de la acción del valor.[31]
Por lo tanto, la persona no sólo realiza un valor ontológico sino que a su vez,
en la realización de éste efectúa el valor axiológico, en cuanto que, por la
misma realización del valor personalista de la acción se realiza ella misma en
la acción de ese valor.
Lo
anterior se puede formular de la siguiente forma; la persona es alguien que no
debe ser tratado simplemente como medio que pueda ser utilizado con fines que
lo hagan disponerse servilmente a otros fines que no sean ella misma. La
persona debe ser considerada como fin en sí misma, con un valor superior y
sublime, es decir, la persona debe ser afirmada por sí misma. Si bien, podemos
establecer un grado de cercanía de esta norma con la segunda formulación del
imperativo kantiano, está más bien cerca del mandamiento evangélico del amor
que establece que “la persona es un bien respecto del cual sólo el amor
constituye la actitud apropiada y valedera.”[32]
“Al
definir y recomendar una manera de tratar las personas, una cierta actitud para
con ellas, la norma personalista, en cuanto mandamiento del amor, implica que
estas relaciones y esta actitud sea no sólo honestas sino también equitativas o
justas. Porque es justo aquello que es equitativamente debido al hombre. Ahora
bien, es equitativamente debido a la persona el ser tratada como objeto de amor
y no como objeto de placer. Puédase decir que la justicia exige que la persona
sea amada, y que sería contrario a la justicia servirse de la persona como un
medio.”[33]
El
que la persona sea tratada como fin invita a considerar su dignidad. La persona
no puede ser tenida como medio, porque es merecedora de un respeto inigualable,
superior y sublime, no es algo sino alguien,
es anterior a toda formulación positiva:
“Ya desde un punto de vista etimológico se advierte que el origen
de la dignidad no es "positivo" por cuanto su índole misma implica
que no es algo "puesto", sino algo que existe y subsiste con
independencia de y previamente a cualquier intento de "ponerlo" o
darle origen por parte de una voluntad. Si se pudiese "poner", con la
misma razón se podría "quitar", y la especial relevancia de la
dignidad consiste precisamente en no poder ser suprimida por voluntad alguna.”[34]
Toda persona tiene una intuición de
su dignidad, es decir, cada persona sabe del valor inapreciado que posee. Esta autopercepción que la persona tiene de
sí se debe a la experiencia de su humanidad, de lo humano en él.[35]
Los derechos humanos tienen su justificación en esta nota fundamental; Toda
persona es persona a pesar de no ejercer los atributos propios de su condición.
Tal condición se afirma desde el momento mismo de la fecundación[36]
y como tal es irrenunciable en cuanto es natural.
“En efecto, lo que tiene dignidad la posee de suyo, con
independencia de y antes que alguien se la reconozca; si se olvida esto, se
está ya atentando contra la dignidad formalmente, en el terreno de los
principios, y se está facilitando el paso a atentados materiales, expresados en
actos, contra la misma. Parece claro, así, que "sólo cuando el hombre es
reconocido como persona con base en lo que es por naturaleza se dirige ese
reconocimiento a él mismo, y no a él en su calidad de alguien que satisface un
criterio que otros han establecido para su reconocimiento".[37]
Podemos decir, entonces que, la
persona en cuanto realizadora de actos, realiza éstos junto a otros, es decir,
tomando las palabras de Wojtyla, la participación representa una propiedad de
la misma persona, “esa propiedad interna y homogénea que determina que la
persona que existe y actúa junto con otros siga existiendo y actuando como
persona.”[38]
“La participación corresponde a la trascendencia e integración de
la persona en la acción, pues es ésta propiedad la que hace posible que el
hombre, cuando actúa junto con otros hombres, realice, al mismo tiempo, el
valor auténticamente personalista, la ejecución de una acción y la
autorrealización en la acción. El actuar junto con otros corresponde, por
tanto, a la trascendencia e integración de la persona en la acción, cuando el
hombre elige lo que otros eligen o incluso porque lo eligen otros.”[39]
La experiencia de lo humano nos
reafirma constantemente que somos esencialmente “gracias al concurso de los
otros.”[40]
De allí que, como hemos venido diciendo,
la importancia de los otros que nos son dados en la experiencia misma de
nuestra acción (actuamos junto con otros) y éstos no nos pueden ser
indiferentes en cuanto ellos contribuyen a la realización de nuestro propio yo.[41]
2. La experiencia del Otro
La pregunta que nos surge, entonces,
es aquella que indaga acerca de la comprensión del otro que tiene Wojtyla.
Todos sabemos de la importancia que tiene esta palabra en la actualidad del
pensamiento filosófico. Ha sido recogida por varios autores contemporáneos,
entre ellos Emanuel Levinás y Paul Ricoeur. Wojtyla establece que la
experiencia del otro y al otro como alguien que se encuentra más allá de la
esfera de la experiencia individual, pues, la autoconciencia y la autoposesión
del sí mismo no son transferibles al otro, sino que sólo pueden responder al yo
mismo que tiene experiencia de sí mismo “y, en consecuencia, se comprende a sí
mismo de tal modo.”[42]
Esta imposibilidad de comunicar desde mí mismo mi propio yo no implica una
incapacidad de comprender “que el otro está constituido de modo semejante, que
también él es un cierto yo.”[43]
El otro es, por tanto, otro yo concreto con el cual entro en
relación, en la medida en que este otro yo es diferente de mi. El otro es
siempre un yo diferente de mí que siempre está en relación conmigo, y de esta
relación, de la cual, de algún modo, tenemos experiencia.
Debemos establecer, entonces, que el
yo es, de algún modo, constituido por el tú.
Esto quiere decir que el tú es siempre igual que el yo, es decir, el
otro es siempre alguien, o sea, otro yo[44].
La relación yo-tú de la que, Wojtyla, hace referencia en su escrito “La persona, sujeto y comunidad”, es
siempre un encuentro personal. Esta unidad es fundamental para comprender el
concepto de comunidad.
“El tú es otro yo distinto a mí. Pensando y diciendo tú, yo
expreso a la vez una relación que de algún modo se proyecta fuera de mí, pero
que al mismo tiempo retorna también a mí. El tú no es sólo la expresión de una
separación, sino también la expresión de una unidad. En esta expresión está
contenida siempre la delimitación clara de uno entre muchos.”[45]
En otra parte
señala:
“La conciencia del hecho de que el otro yo es un yo diferente nos
conduce hacia la capacidad de participar en la humanidad misma de los otros
hombres y es el comienzo de esa misma participación. En consecuencia, cada uno
puede ser para mí un prójimo. En efecto, el otro no indica sólo la igualdad de
existencia conmigo o el actuar junto conmigo en algún tipo o clase de
actividad.”[46]
La relación interpersonal, es decir,
siempre una relación particular y ella conlleva una novedad fascinante en el
que descubrimos la irreductibilidad que tiene para nosotros el otro, es decir,
el otro adviene un universo inédito y fascinante del cual siempre tengo una
experiencia única e irrepetible.[47]
El otro es un constante misterio que viene a la existencia y a mi existencia
sin dejar de develarse completamente.[48]
“El “otro” no indica sólo
cierta similitud lejana respecto del sí mismo, sino que el “otro”
participa conmigo de la experiencia fundamental del humanum,
enriqueciéndola e iluminándola continuamente. El “otro” no es una proyección
más o menos arbitraria de mi propia experiencia del humanum, sino que la
experiencia del humanum se construye con su concurso debido a que el
“otro” aporta datos que sólo una subjetividad llena de valor puede ofrecer. El sí
mismo no es un en sí, una subjetividad, que tras existir,
luego se altere y se torne un ser-junto-con-otros”[49]
El otro, por tanto, no es un
conocimiento categorial sino la experiencia concreta de la humanidad. Afirma
nuestro filósofo que “otro ser humano es prójimo no sólo en base a un genérico
sentimiento de humanidad, sino primariamente en base a ser otro yo.”[50]
Esto quiere decir que la persona no sólo puede ser comprendida conceptualmente
sino que esencialmente en mi relación con otros entes concretos como yo, con
los cuales actúo conjuntamente. Este ser-con de la persona le es connatural a
su existencia y mediante esta relación el hombre, como ya lo veníamos
afirmando, logra ser lo que es. Esta relación de participación que se da con
los otros es consciente y experiencial en la que nos aproximamos a los otros
desde nuestro propio yo.
“La participación en la humanidad de los otros seres humanos, de
los otros y de los prójimos, no se forma primariamente a través de la
comprensión del ser del hombre, que por su naturaleza es general y no se
aproxima bastante al ser humano del yo concreto. La participación se forma a
través de una aproximación consciente que deriva de la experiencia del otro.”[51]
3. La
Dimensión comunitaria de la Persona
Si bien, el libro Persona y acción, confiesa Wojtyla, no
contiene una teoría de la comunidad sino, más bien, una reflexión sobre la
condición elemental para el existir y el obrar de la persona junto a otros.[52]
La comunidad no es sólo un hecho diverso sino que posee una estructura de
hecho, un sentido axiológico y normativo distinto y diverso de la persona.[53]
La relación actual del yo con más
hombres deja de ser una relación interpersonal y se constituye en una relación
comunitaria, es decir, que implica un nosotros. Al momento de actuar junto con
otros corresponde la autorrealización y la integración de la persona y en ese mismo actuar, pone en juego su
libertad. La participación junto con otros implica, desde nuestra lectura, la
responsabilidad personal del hombre, del yo, para con los otros yo. Esto es,
entender que el ejercicio de mi libertad no puede permanecer indiferente frente
al otro y que la libertad de los otros, por tanto, tampoco puede serla conmigo.
Esto es lo que Wojtyla señala como relación
de reciprocidad. En ella –en la relación de reciprocidad– se da “al mismo tiempo que aquel tú que se
hace para el yo otro, bien
determinado, es decir, también otro hombre.”[54]
Esto es lo que denominamos responsabilidad del yo para con los demás hombres
como yo; es decir, en la ejecución de mi acción auto determinada, es decir, en
el ejercicio de mi libertad yo también correspondo a la libertad de los demás.
“Las
relaciones humanas que contemplamos poseen diversos niveles explicativos
dependiendo del tipo de vinculación al que nos refiramos: no es lo mismo estar
“uno al lado del otro” de manera más o menos anónima o tener un compromiso
radical de corresponsabilidad en el que “uno es para el otro” de manera profunda.
Existen muchas modalidades de vinculación y esta pluralidad de tipos y de
intensidades enriquecen la vida humana de manera extraordinaria. Así, es
posible decir que la experiencia del humanum no puede entenderse fuera
de esta vivencia profunda en la que el “yo” se encuentra como sumergido en un
complejo haz de relaciones sincrónicas y diacrónicas con “otros-como-yo”. Los
otros nos revelan en nuestra identidad en cierto grado y nos ofrecen la
posibilidad de ampliar nuestra vida a un nivel comunitario.”[55]
Es importante recoger aquí el valor
de la experiencia del otro en una sociedad donde se están perdiendo las
relaciones de frontalidad. Donde experimentamos relaciones virtuales que no nos
aseguran la reciprocidad de las mismas. Las redes sociales que generan mayor
conexión entre las personas, pero pierden en vinculación entre las mismas.[56]
El encuentro con otros en estas mismas redes virtuales pierden en tener una
experiencia frontal del otro. Es particularmente extraño, por ejemplo, el
hablar por Mensajería instantánea con otras personas que tienen un estado de
ausente u ocupada, o en algunos casos apareciendo como desconectada. Este tipo
de relaciones invita a poner en duda el carácter de receptividad de dichas
conversaciones. Como también ponen en duda la reciprocidad de las mismas, el
hecho de no experimentar las emociones y sentimientos que surgen
espontáneamente en el encuentro cara a cara con los otros.
“Platón
sostenía que es justamente aquí en este encuentro cara a cara, como diría
Levinas, donde empieza el camino recto hacia la verdad del ser (…) Limitémonos
a decir que pueden aducirse razones poderosas para sostener que esta
experiencia puede constituir, al menos,
un punto legítimo de partida para el filosofar. Creo, además, que una opción
semejante ofrece más de alguna ventaja a la reflexión que se proponga subrayar
decididamente el problema ético. Y para marcar el rasgo distintivo de tal
experiencia, más que experiencia del otro conviene denominarla experiencia
‘ante el otro o, lo que resultará ser lo mismo, experiencia moral.”[57]
Coincidimos con Guerra, al
establecer que la experiencia del ser y actuar junto con otros no sólo es una
relación de colaboración sino que, por sobre todo, la experiencia de los otros
es la experiencia de lo genuinamente humano. El otro no implica sólo una
vinculación externa a los demás sino que en ella se da íntimamente el yo. Como
lo dice Wojtyla:
“La conciencia del hecho de que el otro es un yo diferente nos
conduce hacia la capacidad de participar en la humanidad misma de los otros
hombres y es el comienzo de esta participación. En consecuencia, cada uno puede
ser para mí un prójimo. En efecto, el otro no indica sólo la igualdad de la
existencia conmigo o el actuar junto conmigo en algún tipo o clase de actividad.”[58]
En toda experiencia que tengo del
otro se compromete necesariamente toda mi subjetividad que reconoce al otro
como más allá de toda experiencia subjetiva. Por lo que, las demás personas
están más allá de toda reducción a objeto por parte de mi yo, lo que exige que
estas personas diferentes de mí, deban ser tratadas como irreductibles en sí
mismas y consideradas en su mismicidad. Contraria a esta profunda consideración
antropológica es la que sostienen ciertas corrientes políticas que defienden
los derechos reproductivos o el aborto terapéutico, y otras muchas
consideraciones, que escapan a la finalidad de esta investigación y que reducen
a objeto a aquellos seres humanos que han iniciado un proceso vital que no
concluirá sino hasta en la muerte natural.
“Justamente
lo aberrante de las acciones en las que la persona no es tratada de acuerdo a
su condición de ente irreductible a las cosas consiste en que siempre el “otro”
manifiesta con su presencia, con su modo de darse como objeto, su irreductible subjetividad.
Aquí viene muy al caso traer a colación los estudios sobre el significado
de la exterioridad desarrollados por Emmanuel Levinas. En ellos, más allá de
aspectos particulares perfectamente discutibles, se constata la importancia que
posee el cuerpo y, particularmente, el “rostro” como epifanía de la
subjetividad propiamente personal e irreductible de la que goza el ser humano
concreto.”[59]
Por último, la experiencia que posee
el hombre de actuar y ser junto con otros permite reconocer a los otros como
otros iguales a mí, provistos de subjetividad e interioridad, pero que
participan conmigo en el encuentro diario que se dan citas las personas. El
otro es alguien particularmente singular e irreductible a nuestro propio ser. “De esta manera, la participación
a la que nos referimos es una auténtica propiedad constitutiva de la
persona, que muestra una estructura antropológica sutil pero importantísima, ya
que, en ella gravita una parte esencial de la realización humana como tal.”[60]
“La
participación en una común humanidad, entendida como la experiencia de ser y
de actuar junto con otros es un fenómeno práctico que posee una
dimensión normativa. ¿A qué nos referimos? El “otro” acontece en mi experiencia
como parte del humanum, es decir, como momento en el que se revela la
importancia específica del ser personal. Participar en la humanidad de otro
hombre significa permanecer en una vinculación práctica en la que se vive
intensamente la realidad del “yo” como autor de la acción y, por lo tanto, en
la que se vive la responsabilidad personal del hombre ante la realidad del
“otro” que también se manifiesta como libre. Esto implica entender que mi
libertad no puede permanecer indiferente ante la presencia del “otro”. Aquí no
hablamos de ningún problema especulativo, no nos referimos a que ciertas
teorías puedan considerar “valioso” al “otro” por razones más o menos
importantes. Nuestra mirada en este momento tiene que individuar que el ser y
el actuar junto-con-otros en el terreno de la experiencia impone por sí mismo
contenidos que exceden la consideración teorética y especulativa y que son
propiamente prácticos.”[61]
Cuanto más profunda e intensa se hace la participación de las personas
entre sí –continúa afirmando Guerra–, mayores niveles de confianza y pertenencia
recíproca alcanzan las relaciones entre los sujetos, mayores grados de
responsabilidad se dan entre ellos.
4. La
Participación como un deber
¿Qué mueve a las personas a actuar?
¿Por qué las personas necesitamos participar junto con otros? Habíamos
establecido más arriba, a propósito de la norma personalista de la acción que,
mediante la acción consciente el hombre debe realizarse a sí mismo como persona
y desde allí dar la debida respuesta a los valores. Esto, afirma nuestro autor,
es un derecho básico y natural que deriva del hecho de ser personas. Por este
derecho estamos todos obligados a ejecutar acciones con vistas a nuestra
autorrealización.
De la participación, es decir, del
hecho de ser y de actuar junto con otros, derivan ciertas obligaciones, tales
como el respeto al bien común y actitudes de cooperación y solidaridad. Esta
obligación de participación, en sentido estricto, se debe a que toda persona
requiere de la realización de formas de participación conscientes. Esto es lo que nuestro autor señala como actualización de la participación. En
ella se busca que las personas consideren a las demás como valiosas en sí
mismas; “es una invitación a hacer la experiencia del otro ser humano como otro
yo, es decir, una invitación a participar en su humanidad, concretada en su
persona, precisamente como mi humanidad está concretada en mi persona.”[62]
Para poder realizar tal
actualización es necesario, según nuestro filósofo, un impulso que viene dado,
por lo que él considera, debiese ser el mandamiento
del amor, tal y como lo expresa el evangelio, pues este mandamiento obliga
a considerar constantemente como un deber “la participación actual en la
humanidad de los otros hombres.”[63]
El mandamiento del amor nos obliga a considerar al otro siempre como una
persona tal como lo soy yo. Este impulso es lo que Scheler consideraba como
valor, es decir, como una disposición de fondo a abrirse a los demás o lo que,
según Wojtyla, Sartre parece negar.
La participación en la humanidad del
otro, si bien puede poseer un aspecto de deber, no es menos cierta que también
posee un significado emocional que dice relación con una carga sentimental. Con
todo, no podemos negar la importancia de la voluntad en la elección por
participar. Las personas participan, porque al participar ejercen una elección
de su voluntad y en esa elección aceptamos ser junto a otros yo que son como yo
soy. En palabras de Wojtyla:
“La elección de que estamos hablando consiste en el hecho de que
yo acepto su yo, es decir, afirmo la persona y así en una cierta medida, la
elijo por mí mismo, esto es, en el propio sí mismo, porque no dispongo de otra
aproximación a otro ser humano como yo, sino a través de mi mismidad”[64]
La participación en la humanidad de
los otros, es decir, la identificación con los otros como yo, a partir de la
experiencia de mi mismo yo, puede ser realizada por medio de una libre elección
de la persona, sin que ello signifique un largo examen de la voluntad, pero,
ello no obsta que la participación misma
se constituya en un deber que yo tengo hacia otros como yo.[65]
Debemos decir que la realización
personal, subjetiva, es decir, el hecho que el hombre se realice a sí mismo se
hace a través del otro, con el otro, junto a los otros, viviendo con los otros
y no de manera solitaria. Esa es la principal fractura que tiene el
individualismo y el totalitarismo, pues, como veremos, se considera al
individuo como único y exclusivo referente de autorrealización y
complementación o se niega que éste pueda desarrollar tal valor.
5. Las
limitaciones a la participación
Hemos venido insistiendo que la
persona se realiza a sí misma cuando participa junto con otros y este actuar
junto con otros se puede ver limitado o definitivamente frustrado cuando la
realización no se ejecuta de manera genuina. Nuestro autor señala que, una
falta de participación se puede deber a que exista poca motivación de la
persona “en cuanto sujeto-agente del
actuar”[66]
o por razones externas a la persona “y que son consecuencia de los defectos
existentes en el sistema de acuerdo con el cual funciona la comunidad de
actuación.”[67]
Si hacemos referencia al segundo
aspecto señalado, nos encontraremos con la limitante del individualismo o del
totalitarismo objetivo[68].
Ambos tienen una significación axiológica y ética. En el caso del
individualismo, éste ve al individuo como un “bien supremo y fundamental, al
que se deben subordinar todos los intereses de la comunidad o sociedad.”[69]Mientras
que, en el caso del totalitarismo, éste “se basa en el principio contrario, y
subordina incondicionalmente el individuo a la comunidad o sociedad”.[70]
Para el individualismo, el individuo
posee carácter de finalidad con respecto a las comunidades y/o sociedades. Este
planteamiento supone un encapsulamiento de la persona que es considerada como un sujeto encerrado
en sí mismo y en busca de su bien que se entiende de manera aislada del bien de
los demás.[71]
“El bien del individuo se considera entonces como si estuviera en
oposición o en contradicción con los demás individuos y su bien, o, en el mejor
de los casos, se considera que implica, esencialmente, la autopreservación y la
autodefensa”[72]
Desde esta perspectiva
individualista, el ser junto con otros o actuar con otros, es una necesidad a
la que el individuo se debe someter, pero que no responde a ninguna de sus
propiedades positivas.[73]
Por ejemplo, el liberalismo económico, del que Hayek es uno de sus
representantes modernos, nos ratifica elocuentemente esta afirmación
wojtyliana, al establecer el reconocimiento del individuo mismo como juez
supremo de sus fines,[74]
el único gobernante de sus propios intereses. Lo que le permite sostener que
sólo el bien social se alcanzará por una coincidencia de fines individuales.
“Esta exposición no excluye, por lo demás, el reconocimiento de unos
fines sociales, o mejor, de una coincidencia de fines individuales que aconseja
a los hombres concertarse para su consecución. Pero limita esta acción común a
los casos en que coinciden las opiniones individuales. Los que se llaman fines
sociales son para ella simplemente fines idénticos de muchos individuos o fines
a cuyo logro los individuos están dispuestos a contribuir, en pago de la
asistencia que reciben para la satisfacción de sus propios deseos.”[75]
Lo arriba expuesto, nos demuestra
que para el individualismo, la participación junto con otros, es una sincera
limitación de las propiedades exclusivas de la persona,[76]
del que deriva una concepción sesgada de la libertad humana, según la cual, ésta
es un estado del hombre que no se halla sujeto a ninguna coacción derivada de
la voluntad de otros sujetos. Es decir, la libertad se comprende como
independencia frente a la voluntad arbitraria de otros, de un tercero. Es
necesario en todo sistema en el que el hombre se erija como protagonista que a
éste se le asegure siempre un ámbito de actividad privada, un cierto conjunto
de circunstancias en las que nadie puede intervenir. Esto quiere decir que la
libertad es, para el individualismo, un
campo en el que debe existir ausencia de otro sujeto que restringa la
libertad del individuo.[77]
El totalitarismo, por su parte, que
Wojtyla considera un individualismo invertido, también niega la participación
junto con otros de la persona y su posibilidad de realización en ella. Para el
totalitarismo lo fundamental es protegerse del individuo, quien es el principal
enemigo de la sociedad y del bien común.[78]
Los totalitarismos parten de la convicción que los individuos lo único que
desean es su bien individual, por lo que el alcanzar el bien común sólo se
consigue limitando las libertades y el
bien de los individuos.
“El bien propuesto por el totalitarismo no puede corresponder
nunca a los deseos del individuo, al bien que es capaz de elegir
independientemente y libremente de acuerdo con los principios de participación;
se trata siempre de un bien que es incompatible con el individuo y supone
siempre una limitación para él mismo. En consecuencia, la realización del bien
común presupone, el recurso a la coerción.”[79]
Como vemos, ambos sistemas, tanto el
individualismo como el totalitarismo, están fundados en un rasgo distintivo
similar que podríamos llamar de anti personalismo o impersonalista, que no
considera al sujeto como ser capaz de realizarse en el actuar junto con otros.
“No es solamente que la naturaleza del hombre lo obliga a existir
y a actuar junto con otros, sino que su actuación y existencia junto con otros
hombres le permite conseguir su propio desarrollo, es decir, el desarrollo
intrínseco de la persona.”[80]
Estos sistemas comparten el hecho ineludible de privar a la
persona de la propiedad de participación
que tiene alcances axiológicos, éticos y sociales ineludibles que hacen
imposible que en ellos hablemos auténticamente de comunidad humana.[81]Afirma
Wojtyla que la comunidad humana está estrechamente relacionada con la
experiencia de la persona que existe y actúa junto con otros y que le permite,
por tanto, realizarse a sí misma. Por ello, la participación es un factor que
constituye la comunidad humana.
“Debido a esta propiedad, se puede decir que llegan a fundirse la
persona y la comunidad: contrariamente a las implicaciones manifiestas en el
pensamiento individualista y anti individualista sobre el hombre, no son
extrañas entre sí ni se oponen mutuamente.”[82]
Conclusión
La experiencia de la intersubjetividad como
participación encuentra en el pensamiento wojtyliano una respuesta concreta al problema del Otro que no logramos
apreciar completamente en la propuesta
husserliana. Hemos señalado que el problema de la
intersubjetividad, en Husserl, resulta en un callejón sin salida, pretendiendo
establecer desde la propia identidad del yo la existencia de otros. En Wojtyla ésta no tiene el carácter de conocimiento categorial
sino una experiencia concreta del otro como un prójimo, en cuanto que, sólo
desde la participación podemos reconocer con profundidad que el hombre actúa y
que este actuar lo hace necesariamente junto con otros. Desde aquí podemos
tomar en consideración que la participación uno de los elementos constitutivos de la persona
como posibilidad fehaciente del reconocimiento de la dignidad de la persona y
de todas las personas. Sin la necesaria referencia y el obligado reconocimiento
de la persona como un ser único, irreductible y digno no es posible establecer
un discurso que abarque en su integridad el problema del hombre y su entorno.
Esta dimensión
comunitaria de la persona nos señala lo genuinamente humano de la misma, que va
más allá de ciertas vinculaciones externas, sino que está íntimamente
relacionada con el yo, entendiéndose
como partícipe de una común humanidad con otros hombres. Recogemos lo que
Wojtyla nos afirmaba acerca de la importancia de la participación de la persona
como una propiedad interna y homogénea que determina a la misma, que actúa
junto con otros, a que siga actuando y existiendo como persona. Por tanto, la
participación, así entendida, nos reafirma la importancia de la
intersubjetividad como aquella que nos es dada en la experiencia misma de
nuestras acciones conscientes.
[1] Según Juan Manuel Burgos
el tema de la intersubjetividad y de las relaciones sociales es un tema que
Wojtyla no desarrolla extensamente por lo que se ha generado un debate sobre si
corresponde incluirlo dentro del movimiento personalista. BURGOS, Juan Manuel,
“La filosofía personalista de Karol
Wojtyla”, en Revista del
personalismo, en http://www.personalismo.net/persona/sites/default/files/karolwoj.pdf, Consultado el día 25/04/2016.
[2] El concepto de participación aplicado aquí por nuestro
autor no tiene la consideración que se le ha dado en la historia de la
filosofía. Para Platón, por ejemplo, la participación hace referencia a la
relación entre las cosas sensibles y las ideas; afirma que las cosas participan
de las ideas, posteriormente, en el Parménides,
entenderá la participación como imitación. Mientras que para los
medievales se distinguió entre el ser
por esencia y el ser por participación. El primero corresponde exclusivamente a
Dios y el segundo pertenece a las creaturas. Karol Wojtyla no utilizará la
expresión bajo este enfoque metafísico, sin más bien, como aquella estructura
fundamental de la persona en la acción junto con otros.
[3] WOJTYLA, Karol; Persona y acción, BAC, España, Pág. 306.
[4] Gabriel Marcel lo
establece de manera semejante cuando afirma que “para el yo humano el ascenso
hasta el tú divino va aparejado al encuentro con el tú de los otros hombres.
Pues también aquí la forma intersubjetiva de la participación está unida con la
encarnación del yo. Al igual que el yo no se separa de su cuerpo, sino que sabe
que en el fondo son uno y el mismo, el cuerpo del prójimo no es un objeto para
el yo, algo que se le opone como un tercero, sino que el yo personal también se
encarna en aquél como un yo que para mí es un tú. El encuentro con el yo sólo
es posible en segunda persona, es decir, en forma dialógica. Si se aprehende a
la persona del prójimo como algo tercero, como una cosa, se la pierde, pero al
mismo tiempo se corre el peligro de perderse a sí mismo” BERNING, Vincent; Gabriel Marcel, en, La filosofía Cristiana en el pensamiento católico de los siglo XIX y
XX, Tomo III, Ediciones encuentro, España, pág. 408.
[5] WOJTYLA, Karol; Persona y acción, óp. Cit. pág. 306.
[6] WOJTYLA, Karol; La persona, sujeto y comunidad, en
WOJTYLA, El hombre y su destino,
Ensayos de antropología, Editorial Palabra, Tercera edición, Madrid, 2005. pág. 73.
[7] Cfr. Ibíd. Pág. 73.
[8] WOJTYLA, Karol; “La persona, sujeto y comunidad”, óp.
Cit. Pág. 73.
[9] Ibíd. Pág. 308.
[10] WOJTYLA, Karol; Persona y Acción, óp. Cit. Pág. 317.
[11] WOJTYLA, Karol; “La
persona, sujeto y comunidad”, en El
hombre y su destino, óp. Cit. Pág. 75.
[12] WOJTYLA, Karol; La persona, sujeto y comunidad, en El hombre y su destino, pág. 47.
[13] GUERRA, Rodrigo; Afirmar la persona por sí misma; la dignidad como fundamento de los derechos de la persona, Comisión
Nacional de Derechos Humanos, México, 2003. Pág. 60.
[14] “El
hombre, en efecto, es un ser social. Por consiguiente, lleva en sí una
inclinación interior, no sólo a las relaciones interhumanas, sino a la creación
de sociedades y de comunidades. Este es el resultado del derecho natural
elemental que, sin embargo, en el caso del hombre no actúa según una necesidad ciega,
sino que admite la conciencia y la
libertad.”WOJTYLA, Karol; “El
personalismo tomista”, en Mi visión
del Hombre, editorial Palabra, España, 2006, pág. 317.
[15]WOJTYLA; Op. Cit. Pág.
313.
[16] WOJTYLA, Karol; “La persona, sujeto y Comunidad”, en El hombre y su destino, Óp. Cit. Pág.
75.
[17] Ibíd.
[18] Ibíd.
[19] GUERRA
LOPEZ, Rodrigo; Volver a la Persona. El Método
filosófico de Karol Wojtyla, Editorial Caparrós, México, 2002.pág. 63.
[21] GUERRA, Rodrigo; Afirmar
la persona por sí misma, öp. Cit. Pág. 79
[23] Entendemos
por espacio aquí no sólo a la ubicación física sino que por sobre todo a ese
movimiento de disponibilidad que se abre o se cierra en la relación con el
otro. Como bien lo afirma Guerra: “Cuando un ser humano se “acerca” o se
“aleja” respecto de otro, lo realiza en un “espacio” que ciertamente involucra
una extensión física, pero principalmente comporta el “espacio” que se abre o
se cierra en base a la disponibilidad a la entrega y a la acogida
recíproca entre personas. Este “espacio” no es fundamentalmente de índole
corpórea, sino que posee las características de un fenómeno propiamente personal.”Ibíd.
pág. 64.
[24] Ibíd. Pág. 64.
[25] GUERRA; Volver a la persona…Óp. Cit. Pág. 65.
[26] WOJTYLA, Karol; Persona y Acción; Óp. Cit. Pág. 313.
[27] El hecho de asociarse
con otros hombres no depende de la decisión arbitraria o de la acción de cada
hombre, ya que la tendencia social del hombre es independiente de su voluntad.
El hombre no es libre de quererla o no quererla, como tampoco lo es de querer o
no querer el instinto de conservación de la especie. El hombre encuentra en sí
una cierta necesidad de coexistir con los otros, y esta necesidad la lleva en
sí mismo y consigo, aún cuando se separe de los hombres (…) El hombre puede en
cierta medida, escoger las personas con las cuales se asociará más
estrechamente, pero la misma tendencia a asociarse está ya inscrita en su
naturaleza; no puede escogerla o rechazarla. WOJTYLA, Karol; Introducción a la ética, en Mi visión del hombre, editorial Palabra,
España, 20
305, págs. 94-95
[28] WOJTYLA, Karol; “La persona, sujeto y comunidad”, en El hombre y su destino, óp. Cit. Pág.
77
[29] WOJTYLA, Karol; Persona y Acción, óp. Cit. Pág. 309.
[30] Este aspecto ya lo hemos
analizado en el segundo capítulo del presente trabajo, pero consideramos
atingente ahondar en algunos elementos que no fueron retratados en el capítulo
anterior, pues consideramos que la norma personalista de la acción se realiza en el actuar junto con otros que
ejecuta la persona.
[31] Cfr. Ibíd., pág. 310.
[32] WOJTYLA, Karol; Amor y responsabilidad, óp. Cit. Pág.
38.
[33] Ibíd., Pág. 39.
[34]“En efecto, lo que tiene
dignidad la posee de suyo, con independencia de y antes que alguien se la
reconozca; si se olvida esto, se está ya atentando contra la dignidad
formalmente, en el terreno de los principios, y se está facilitando el paso a
atentados materiales, expresados en actos, contra la misma. Parece claro, así,
que "sólo cuando el hombre es reconocido como persona con base en lo que
es por naturaleza se dirige ese reconocimiento a él mismo, y no a él en su
calidad de alguien que satisface un criterio que otros han establecido para su
reconocimiento". MARDOMINGO, José; “La doble dimensión de la Dignidad Humana”
en http://www.bioeticaweb.com/la-doble-dimensiasn-natural-de-la-dignidad-humana-j-mardomingo/ recuperado el 26 de
Abril de 2016.
[35] GUERRA, Rodrigo; “Bioética y norma personalista de la acción.
Elementos para una fundamentación personalista de la bioética” en , www.celam.org/documentos_celam/181.doc
[36] Guerra afirma que
podemos hablar de vida humana desde el momento mismo de la fecundación pues
desde ese mismo momento el recién concebido “tiene fenotipo de cigoto porque
éste se encuentra como ser en acto y esta condición permite que en cada
instante sucesivo – y con el concurso del contexto- el plan estructurante y
originario del embrión humano conduzca el proceso de desarrollo.” GUERRA,
Rodrigo; “Nuevos elementos para una
ontología del embrión humano”, en Congreso
BIOS, organizado por la
Pontificia universidad de la Santa Cruz , Italia,
febrero de 2006.
[37] MARDOMINGO, José; Ibíd.
[38] WOJTYLA, Karol; Persona y Acción, óp. Cit. Pág. 315.
[39] Ibíd. Pág. 317.
[40] GUERRA, Rodrigo; Afirmar la persona por sí misma, óp.
Cit. Pág. 67.
[41] “De hecho, descubrir
esta apertura en la imbricación que posee con la mencionada participación en la
humanidad del “otro” revela precisamente que una dimensión fundamental de la
estructura a través de la cual el hombre se realiza es precisamente el “otro”:
“El hombre se realiza a sí mismo ‘a través del otro’, alcanza la propia
perfección ‘viviendo para el otro’, y en ello, sobre todo, llega a expresarse
no sólo el trascenderse de sí hacia el otro, sino también el hacerse más grande
que sí mismo” GUERRA, Rodrigo; Afirmar la persona en sí misma, Óp., cit. Pág.
76.
[42] WOJTYLA, Karol; “¿Participación o alienación?” En El hombre y su destino, óp. Cit. Pág.
115.
[43] Ibíd. En otra parte, “El
presente análisis confirma al autor en la convicción de que la participación debe ser entendida
como una propiedad del hombre que corresponde a su subjetividad personal. Esta
subjetividad no encierra al hombre en sí mismo, no hace de él una morada
impenetrable, al contrario, lo abre e una manera particular a la otra persona.
Se puede y se debe ver en la participación – tanto en la dimensión
interpersonal de la comunidad ‘yo-tú’ como en la dimensión social del nosotros-
una auténtica expresión de la trascendencia personal y su confirmación
subjetiva en la persona.” WOJTYLA, Karol; “La
persona, sujeto y comunidad”, Ibid. Pág. 103.
[45] WOJTYLA, Karol; “La persona, sujeto y comunidad”, óp.
Cit. Pág. 81.
[46] WOJTYLA, Karol; “¿Participación o alienación?”, Óp.
Cit. , pág. 116.
[47] La relación con el tú es
en su estructura esencialmente siempre una relación con un yo distinto, pero
único en esta relación.”WOJTYLA, Karol;
“La persona, sujeto y comunidad”,
Óp. Cit. Pág. 82.
[48] Guillot en la
introducción a “Totalidad e infinito” señala algo parecido: “El otro es
precisamente lo que no se puede neutralizar en un contenido conceptual. El
concepto lo pondría a mi disposición y sufriría así la violencia de la
conversión del Otro en sí Mismo. La idea de lo infinito expresa esta
imposibilidad de encontrar un término medio –un concepto– que pueda amortiguar
la alteridad del Otro. El Otro como lo absoluto es una trascendencia anterior a
toda razón y a lo universal, porque es, precisamente, la fuente de toda
racionalidad y de toda universalidad. GUILLOT, Daniel; Introducción a la primera edición de Totalidad e infinito en
LEVINAS, Emmanuel; Totalidad e infinito,
Ediciones Sígueme, Salamanca, 1961, pág. 25.
[49] GUERRA, Rodrigo; Afirmar
la persona por sí misma, Óp. Cit. Pág. 70.
[50] Ibíd. Pág. 117.
[51] Ibíd.
[52] Ibíd. Pág. 72.
[53] Ibíd. Pág. 79.
[54] WOJTYLA, Karol; “La persona, sujeto y comunidad”, óp.
Cit. Pág. 84.
[55] GUERRA, Rodrigo; Afirmar la persona por sí misma, óp.
Cit. Pág. 65.
[56] Afirmamos que las redes
sociales promueven una relación de conexión o de interconexión entre las
personas, ya que, es esencial a éstas ese carácter. Sin embargo. desarrollan
menos el sentido de vinculación, es decir, el carácter obligante, que desde nuestra
perspectiva, sí poseen las relaciones cara a cara. En esta última, me veo
obligado, moralmente, a expresar o manifestar, con mayor o menor elocuencia,
qué grado de profundidad, compromiso o
sensibilidad produce en mi o en el otro cierto tipo de acto relacional. La
profunda responsabilidad de estar “ante el otro”, difícilmente puede ser
equiparada con la virtualidad del otro, propio de las relaciones en las redes
sociales o mensajerías instantáneas.
[57]GIANNINI, Humberto; “Ética de la Proximidad”, en https://archive.org/stream/LaEticaDeLaProximidad/giannini_djvu.txt.
[58] WOJTYLA, Karol; “¿Participación o alienación?”, óp. Cit.
Pág. 116.
[59] GUERRA, Rodrigo; Afirmar la persona por sí misma, öp.
Cit. Pág. 71-72.
[60] Ibíd. . Pág. 73.
[61] Ibíd. Pág.74.
[62] WOJTYLA, Karol; ¿Participación o alienación? Óp. Cit. Pág. 120.
[63] Ibíd. Pág. 121.
[64] Ibíd. Pág. 122.
[65] “No altera de ningún
modo el hecho de que aquí tengamos que hablar ciertamente de una elección, y
también que la participación en la
humanidad del otro ser humano constituye un preciso deber.” WOJTYLA, Karol;
“¿Participación o alienación?”, Óp. Cit.
pág. 123.
[66] WOJTYLA, Karol; Persona
y acción, Óp. Cit. Pág. 319.
[67] Ibíd.
[68] Ibíd. Wojtyla también lo
denomina antiindividualismo. Este totalitarismo tiene el objetivo de proteger
un bien común colectivo en contra o por sobre el individuo.
[69] Ibíd. En su visita a
Chile Wojtyla, ya instalado en la cátedra de Pedro, establece: “Este
individualismo egoísta, que es un desorden fruto del pecado, impide la creación
de lazos de humanidad y fraternidad que hagan sentirse al hombre miembro de una
comunidad, parte solidaria de un pueblo unido.” JUAN PABLO II, Discurso a los pobladores de la zona sur de
Santiago, Santiago de Chile, 02 de
abril de 1987.
[70] Ibíd. Sin lugar a dudas
que en este caso, Wojtyla está pensando en el colectivismo, especialmente el
marxista que considerará posteriormente como opresor de la dignidad de la
persona. Ver por ejemplo, la carta
encíclica C.A. donde extensamente se
detiene a hablar del colectivismo marxista.
[71] Ibid.
[72] Ibid.
[73] Ibíd. Pág. 320. Es por
tanto, una necesidad externa.
[74] WOJTYLA, Karol; Persona y Acción. Óp. Cit. Pág. 319.
Este reconocimiento del individuo como juez supremo de sus propios fines no
debe confundirse con lo expresado por el mismo Karol Wojtyla sobre la persona
como sui juris, es decir, como juez
de sus propios actos. La persona es aquella capaz de escoger los fines únicos
de su acción consciente y desde esa perspectiva puede responder a los motivos
que la llevaron a actuar. Por ello, “cuando alguien
trata a una persona como medio lastima al otro no sólo en su libertad sino en
su misma esencia, en lo que le corresponde a ella primariamente como «suum»,
como suyo en el sentido más íntimo y estricto del término.”
GUERRA, Rodrigo; Bioética y norma personalista de la acción Elementos para una
fundamentación personalista de la Bioética, www.celam.org/documentos_celam/179.doc Consultado
el 26 de abril de 2016.
[75] HAYEK Friedrich; Camino de servidumbre, Editorial
Alianza, tercera reimpresión, Madrid, 1995, pág. 90. En otra parte señala: “No hay
otra forma para llegar a una comprensión de los fenómenos sociales sino es a
través de nuestro entendimiento de las acciones individuales dirigidas hacia
otras personas y guiadas por un comportamiento adecuado” HAYEK; El individualismo, el verdadero y el falso;
Revista Estudios Públicos, número 22, otoño de 1986.
[76] “Basta tan solo que los
individuos sean capaces de alcanzar sus propios fines mediante su esfuerzo
personal; este se constituye en el valor más importante. Debemos afirmar que el
individualismo no sólo limita la participación del hombre junto con otros sino
que necesariamente la niega”. WOJTYLA, Karol; Persona y acción, Óp. Cit. Pág. 321.
[77] “Si se forma una
comunidad, su propósito es proteger el bien del individuo del peligro de los
otros.” WOJTYLA, karol; Persona y acción,
Óp. Cit. Pág. 321. Consideramos que una atenta mirada a esta sesgada
comprensión de la persona permite el debilitamiento de la sociabilidad humana,
encuadrándola bajo cánones de una absoluta libertad individual que conlleva
necesariamente a desigualdades sociales, alta exclusión y generando
discriminación en la visión del hombre. Esto permite que en el plano económico,
por ejemplo, se considere al mercado como el mejor instrumento para satisfacer
las necesidades humanas y para garantizar la libertad y el ejercicio de los
derechos individuales de acceso a los recursos necesarios para la obtención de
mayores beneficios, pues en el mercado
existe una transparencia total.
[78] Ibíd., pág. 321.
[79] Ibíd.
[80] Ibíd. Pág. 322
[81] WOJTYLA, Karol; Persona y Acción, Óp. Cit. Pág. 323.
[82] Ibíd.
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