martes, 10 de septiembre de 2019

INTERSUBJETIVIDAD POR PARTICIPACIÓN, LA EXPERIENCIA DEL HOMBRE QUE ACTÚA JUNTO CON OTROS EN LA OBRA “PERSONA Y ACTO” DE KAROL WOJTYLA

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Dr. Ricardo Montes Pérez


Resumen

La experiencia de la intersubjetividad como participación encuentra en el pensamiento wojtyliano una respuesta  concreta al problema del Otro que no logramos apreciar completamente  en la propuesta husserliana. En Wojtyla ésta no  tiene el carácter de conocimiento categorial sino una experiencia concreta del otro como un prójimo, en cuanto que, sólo desde la participación podemos reconocer con profundidad que el hombre actúa y que este actuar lo hace necesariamente junto con otros. Esta dimensión comunitaria de la persona nos señala lo genuinamente humano de la misma, que va más allá de ciertas vinculaciones externas, sino que está íntimamente relacionada con el yo,  entendiéndose como partícipe de una común humanidad con otros hombres.

Palabras Claves: Intersubjetividad, participación, Wojtyla, Bien Común, Persona.

Abstract

The experience of intersubjectivity as participation in the Wojtyla thought a concrete answer to the problem of the Other that we fail to fully appreciate the Husserlian proposal. In Wojtyla it does not have the character of categorial knowledge but a concrete experience of the other as a neighbor , as that only through participation can deeply recognize that man acts and that this act does necessarily with others. This communal dimension of the person tells us what genuinely human of it, that goes beyond certain external links , but is closely related to the self, understood as a participant in a common humanity with men.

 Keywords: Intersubjectivity , participation, Wojtyla , Common Good Person


Introducción

El Capítulo VII de su libro “Persona y acción”, Wojtyla, establece que la acción corresponde a un momento especial en el que podemos comprender a la persona en su totalidad e integralidad. En la experiencia del hombre que actúa, nos damos cuenta que cuando éste actúa no lo hace solo sino que junto con otros.[1]

Sin lugar a dudas,  que estamos frente al problema de la intersubjetividad del que el mismo Husserl, en las meditaciones cartesianas, no terminó por clarificar. Aunque para él este asunto resultaba ser un problema más bien cognoscitivo, es decir, un problema acerca de cómo conocemos al otro más que un problema ético o antropológico. Para nuestro filósofo, será más adecuado hablar  de participación[2] que de intersubjetividad pues, ello se hace evidente, al momento de describir la experiencia del hombre que actúa y lo hace junto con otros.

Participación se entiende aquí de dos modos. En primer lugar, como una propiedad de la persona que le otorga un dinamismo personal al existir y al actuar de la misma, es decir, la participación es el hecho ineludible que la acción humana se realiza junto con otros; toda persona se realiza en comunión con otras personas. Es decir, el hombre es y existe con otros hombres, vive con otros y son los otros los que condicionan sus actos y confirman su existencia. En palabras de Wojtyla: “El sello de la característica comunitaria  – o social – está firmemente impreso en la misma existencia.”[3] Ello nos lleva a entender la existencia humana como una existencia cooperativa en la que se dan diversos niveles de interacción cooperativas.[4]

“La expresión ‘junto con otras personas’ no tiene la precisión necesaria ni describe suficientemente la realidad a que se refiere, pero de momento es la más adecuada, pues llama la atención sobre las diferentes relaciones comunitarias o sociales en que se ven inmersas generalmente las acciones humanas.” [5]

En segundo lugar, se entiende por participación a la relación positiva con la humanidad que el hombre posee. No se concibe aquí por humanidad como una idea abstracta del hombre sino como “el yo personal es, en cada caso, único e irrepetible.”[6] Con ello quiere afirmar, que la idea de humanidad no tiene una connotación universal sino que, muy por el contrario, la humanidad se da en cada sujeto concreto y en cada hombre se da esta importancia específica del ser personal.[7]

“Humanidad no es un término abstracto o universal, sino que posee en cada hombre la importancia especifica del ser personal (como se ve, esta importancia especifica no deriva, en este caso, del concepto mismo de género) Participar en la humanidad de otro hombre significa permanecer en relación viva con el hecho de que es hombre y no solo una relación con lo que (en abstracto) es el hombre. Sobre esto se basa lo específico del concepto evangélico de prójimo.”[8]

La participación tiene la particularidad que permite que el hombre en ella se perfeccione a sí mismo, existiendo y actuando junto con los otros. Mediante el existir y  actuar del hombre junto a los otros, éste se realiza a sí mismo. Esto lo expresa Wojtyla de la siguiente manera:

“Las acciones que el hombre realiza en todos sus compromisos sociales y en cuanto miembro de diferentes grupos sociales o comunidades sigue siendo la acción de la persona. Su naturaleza social o comunitaria está arraigada en la naturaleza de la persona, y no al revés. Por otra parte, parece que para explicar la naturaleza personal de la acciones humanas es absolutamente necesario comprender las consecuencias del hecho de que se puede realizar ‘junto con Otros’”[9]

Este carácter subjetivo de la acción humana es un valor antropológico fundamental que permea todas las manifestaciones humanas y es, por otro lado, intrínseco a la acción misma y a la propia realización de la persona como persona. El tema de la intersubjetividad del hombre es, ante todo, una realidad óntica que nos permite relacionarnos con los demás hombres, tanto en el ser como en el actuar. Esta experiencia óntica nos une con otros, es más nos atrae a otros.

“Cuando decimos que la ‘participación es una propiedad de la persona, no nos estamos refiriendo a la persona en abstracto, sino a una persona concreta en su correlación dinámica con su acción. En esta correlación, participación significa, por una parte, la capacidad de actuar junto con otros, que hace posible la realización de todo lo que es consecuencia de la actuación en común y al mismo tiempo permite al que está actuando realizar con ello el valor personalista de su acción. Por otra parte, esta capacidad va seguida de su actualización. Por eso, la noción de participación incluye aquí tanto dicha capacidad como su realización”[10]

            Por lo tanto, la participación es, en palabras de nuestro filósofo:

“aquella característica en virtud de la cual el hombre, existiendo y obrando en común con los otros – y por consiguiente en diversas situaciones de las relaciones interpersonales o sociales – es capaz de ser él mismo y de perfeccionarse, realizarse a sí mismo. La participación es, en cierto sentido, la antítesis de la alienación. Si en Persona y acción se dice que la participación es la propiedad peculiar del hombre-persona, o sea, que el hombre aspira a participar, defendiéndose  de la alienación, entonces el fundamento de una y otra no es solo la esencia específica del hombre, sino la subjetividad personal.”[11]

            1..        El hombre que actúa junto con otros

            Wojtyla afirma en su escrito Persona, sujeto y comunidad, texto que forma parte de  sus escritos de madurez filosófica, que; “construyendo la imagen de la persona-sujeto sobre la base de la experiencia del hombre, alcanzaré muchas cosas de la experiencia de mi ‘yo’, pero nunca separado de los otros o en contraposición a ellos.”[12]

            Aquí radica uno de los temas que ha sido reiterativo en la historia del pensamiento occidental acerca de las relaciones interpersonales y que lo muestra como un hecho “insustituible en la existencia de las personas.”[13] Este carácter social de la persona y la dimensión comunitaria de ésta, ha sido descrito de muchas maneras, baste señalar que, tanto Platón como Aristóteles en la antigua Grecia, consideraban al hombre como un ser cuya naturaleza es político.

En otra parte del texto, señala Wojtyla, que la afirmación sobre la naturaleza social del hombre no puede establecerse sino que por medio de la experiencia de que el hombre existe, vive y actúa junto con otros hombres.[14]

“La locución ‘naturaleza social’ parece significar, fundamentalmente, la realidad de existir y actuar ‘junto con otros’ que se atribuye a todo ser humano a modo de consecuencia; evidentemente, este atributo es consecuencia de la misma realidad, y no al revés.” [15]

            El hecho de que el ser humano existe y actúa junto con otros, indica que el ser humano, en cuanto persona, existe y obra según él mismo, perfeccionándose a sí mismo. En  resumidas cuentas la participación se opone a la alienación, ya que, el actuar junto con otros define el carácter social de la existencia humana, en el que notamos que las personas que existen y obran como sujetos personales de manera íntegra y la alienación, en todas sus manifestaciones,  no considera tal condición.

            Esta participación del hombre, junto con otros hombres, hace referencia a la particular propiedad del hombre a realizarse junto con otros hombres, ya que, es en esta participación donde el mismo hombre expone o manifiesta toda su subjetividad, es decir, el fundamento de la participación (como también de la alienación) es la subjetividad personal.[16] Por lo que, resulta necesario establecer que el vivir y obrar del hombre junto con otros hombres de manera común no es una realidad solamente material, aunque sí accidental. El hecho de con-vivir supone la importancia del carácter comunitario de la persona, pues en la comunidad, que es la multiplicidad y unidad de los sujetos, surge una nueva relación que nace de la suma de las relaciones entre los sujetos entre sí.[17]

“La comunidad no es sólo el hecho material del existir y obrar en común de muchos hombres o bien- como resulta del análisis de Persona y acción- del hombre en común con los otros. Por comunidad entendemos no sólo la multiplicidad de sujetos, sino la unidad propia de tal multiplicidad. Esta unidad es accidental en relación a cada uno y a todos. Surge como relación o también como suma de las relaciones existentes entre ellos.”[18]

            Este con-vivir y co-actuar junto con otros lo manifestamos constantemente en las diversas relaciones en las que nos vemos enfrentados. En las experiencias de amistad, de compañía. Incluso en la soledad de este momento, me reconozco en relación con otros que me rodean y que hacen más humana la existencia. En otras palabras, mi humanidad es humanidad en la medida en que los otros me habilitan para la misma. Somos, de alguna manera, gracias a los otros. Rodrigo Guerra  lo expresará,  siguiendo la reflexión wojtyliana, afirmando:

“Si miramos con atención le es común a toda persona contemplar en su existencia real muchas uniones y vinculaciones humanas de diversa índole: vemos caminar a una pareja de novios, miramos a dos personas viajar juntas en un transporte público, escuchamos a un grupo musical que canta o una reunión de amigos donde todos hablan alegremente. Tenemos que abrirnos paso a través de congestionamientos causados por las muchedumbres que se cruzan o se reúnen con diversos fines, nos encontramos con ciertas personas “conocidas” al ir al trabajo o al pasear, establecemos familias, participamos en organizaciones, etcétera. En éstas y otras múltiples situaciones nos hallamos con vínculos de personas, con conductas humanas recíprocas que poseen distinta cualidad e intensidad. Con estas experiencias constatamos sencillamente que “fuera de mí” existen muchos seres humanos que se relacionan “conmigo” de alguna manera y que eventualmente ejercen alguna influencia sobre mi persona y yo sobre la de ellos. Más aún, el encuentro con los otros puede suscitar interés mutuo por diversas causas.”[19]

La alteridad, entonces, juega rol fundamental, en la medida en que ella, afirma el carácter relacional de toda acción humana. Este carácter relacional apunta a la identidad misma de la persona. Toda persona humana tiene una vocación solidaria, en la medida en que es apertura al otro y todo ella es un acontecer compartido; tiene una historia que lo refiere a otros y que lo define en relación con otros.  Junto a otros comparte un destino común; la humanidad.

El “yo” y el “tú” remiten sólo indirectamente a la multiplicidad de las personas vinculadas por la relación (uno + uno), y remiten directamente a las personas mismas; en cambio, el “nosotros” directamente manifiesta una multiplicidad, mientras indirectamente remite a las personas que pertenecen a esta multiplicidad. El “nosotros” indica, sobre todo, una colectividad; esta colectividad se compone de hombres, es decir, de personas. Esta colectividad, que podemos llamar sociedad, grupo social, etcétera, no posee en sí un ser sustancial, sin embargo [...] lo que deriva de la accidentalidad, de las relaciones entre los hombres-personas, se presenta como en un primer plano, suministrando la base de un juicio, en primer lugar, sobre todos, y, en segundo lugar, sobre cada uno en esta colectividad. Esto es cuanto está contenido en el pronombre “nosotros”.[20]

Lo expuesto aquí, indica que la subjetividad humana se encuentra proyectada en el nosotros, que constituye al mismo en un sujeto colectivo. El nosotros es aquel en el que las personas  “se identifican en la relación yo-tú y que reconocen su vinculación y su diferencia constitutiva simultáneamente.”[21]El nosotros no es tan sólo el ser y actuar junto a otros sino que es el ser y actuar junto con otros de manera común “en función de un valor descubierto al interior de la experiencia”[22]; el bien común.

El nosotros que, por medio de la participación perfecciona y realiza a los sujetos involucrados,  hace que éste se constituya en sujeto colectivo. Y que mediante la participación, la persona también se sienta y sea  responsable de este colectivo, es decir, en la medida en que la persona considere el valor del bien común, del que forma parte, como valioso por estar constituido por personas y no cosas, estará impidiendo la atomización y privatización de la vida social, eludiendo la esencial dimensión del nosotros del que formamos parte. Por lo tanto, el nosotros es un deber ineludible del ser persona.

Las relaciones con los otros se dan en un espacio y un tiempo propio, es decir, toda las relaciones humanas se juegan en una espacialidad propia que supera el ámbito de los fenómenos físicos y psíquicos a los cuales también incluye, Este es el espacio en que juega en mi yo el otro como otro,[23] favoreciendo o dificultando nuestro encuentro. También podemos notar que estas relaciones con los otros se dan en un tiempo determinado.

“Cuando un ser humano se “acerca” o se “aleja” respecto de otro, lo realiza en un “espacio” que ciertamente involucra una extensión física, pero principalmente comporta el “espacio” que se abre o se cierra en base a la disponibilidad a la entrega y a la acogida recíproca entre personas.”[24]

            También podemos notar que las relaciones con los otros se dan en un tiempo determinado que comportan dimensiones de tipo diacrónico y sincrónico. Esto implica que en mi relación con los otros se pueden dar de manera contemporánea, así como también pueden darse bajo la noción de anterior, posterior, antecesor y sucesor.[25] Esto es fundamental al momento de entender las relaciones sociales, ya que, la temporalidad de las personas en acción las puede introducir en una relación social o las puede separar de manera significativa.

“Después de todo, en el origen de la afirmación sobre la naturaleza social del hombre no puede haber otra cosa  que la experiencia de que el hombre existe, vive y actúa junto con otros hombres – experiencia de la que también debemos dar cuenta en este estudio–. La locución ‘naturaleza social’ parece significar, fundamentalmente  la realidad de existir y actuar ‘junto con otros que se atribuye a todo ser humano a modo de consecuencia; evidentemente, este atributo es consecuencia de la misma realidad, y no al revés.”[26]

            Esta naturaleza social del hombre, nos dice Wojtyla, está arraigada en la naturaleza de la persona[27], ya que, existe una adecuación entre comunidad y subjetividad personal del hombre.[28] La relación del hombre que actúa junto con otros se fundamenta en  la norma personalista de la acción que indica que la persona es en sí misma un valor fundamental y éste es intrínseco a la misma realización de la persona en la acción. ¿Cómo se entiende esto?

“El valor personalista, que es esencialmente inherente a la misma realización de la acción por la persona, comprende una serie de valores que pertenecen al perfil o de la trascendencia o de la integración, pues todos ellos, a su propia manera, determinan la realización de la acción y, al mismo tiempo, cada uno de ellos es en sí mismo un valor.”[29]

                        El valor personalista de la acción[30] es anterior como valor al moral, y por lo tanto, condiciona la existencia de éstos, es decir, el valor de la persona es anterior a los demás valores, cuestión que evidencia la cercanía del pensamiento de Wojtyla con el de Von Hildebrand, quien afirma la diferencia entre los valores ontológicos y los valores morales. La Persona fundamenta todos los demás valores, pues requieren de ésta para su realización completa, pues si ésta no llegase a existir, la persona como valor, no habría realización de la acción del valor.[31] Por lo tanto, la persona no sólo realiza un valor ontológico sino que a su vez, en la realización de éste efectúa el valor axiológico, en cuanto que, por la misma realización del valor personalista de la acción se realiza ella misma en la acción de ese valor.

                        Lo anterior se puede formular de la siguiente forma; la persona es alguien que no debe ser tratado simplemente como medio que pueda ser utilizado con fines que lo hagan disponerse servilmente a otros fines que no sean ella misma. La persona debe ser considerada como fin en sí misma, con un valor superior y sublime, es decir, la persona debe ser afirmada por sí misma. Si bien, podemos establecer un grado de cercanía de esta norma con la segunda formulación del imperativo kantiano, está más bien cerca del mandamiento evangélico del amor que establece que “la persona es un bien respecto del cual sólo el amor constituye la actitud apropiada y valedera.”[32]

         “Al definir y recomendar una manera de tratar las personas, una cierta actitud para con ellas, la norma personalista, en cuanto mandamiento del amor, implica que estas relaciones y esta actitud sea no sólo honestas sino también equitativas o justas. Porque es justo aquello que es equitativamente debido al hombre. Ahora bien, es equitativamente debido a la persona el ser tratada como objeto de amor y no como objeto de placer. Puédase decir que la justicia exige que la persona sea amada, y que sería contrario a la justicia servirse de la persona como un medio.”[33]

                        El que la persona sea tratada como fin invita a considerar su dignidad. La persona no puede ser tenida como medio, porque es merecedora de un respeto inigualable, superior y sublime, no es algo sino alguien, es anterior a toda formulación positiva:

“Ya desde un punto de vista etimológico se advierte que el origen de la dignidad no es "positivo" por cuanto su índole misma implica que no es algo "puesto", sino algo que existe y subsiste con independencia de y previamente a cualquier intento de "ponerlo" o darle origen por parte de una voluntad. Si se pudiese "poner", con la misma razón se podría "quitar", y la especial relevancia de la dignidad consiste precisamente en no poder ser suprimida por voluntad alguna.”[34]

            Toda persona tiene una intuición de su dignidad, es decir, cada persona sabe del valor inapreciado que posee.  Esta autopercepción que la persona tiene de sí se debe a la experiencia de su humanidad, de lo humano en él.[35] Los derechos humanos tienen su justificación en esta nota fundamental; Toda persona es persona a pesar de no ejercer los atributos propios de su condición. Tal condición se afirma desde el momento mismo de la fecundación[36] y como tal es irrenunciable en cuanto es natural.

“En efecto, lo que tiene dignidad la posee de suyo, con independencia de y antes que alguien se la reconozca; si se olvida esto, se está ya atentando contra la dignidad formalmente, en el terreno de los principios, y se está facilitando el paso a atentados materiales, expresados en actos, contra la misma. Parece claro, así, que "sólo cuando el hombre es reconocido como persona con base en lo que es por naturaleza se dirige ese reconocimiento a él mismo, y no a él en su calidad de alguien que satisface un criterio que otros han establecido para su reconocimiento".[37]

            Podemos decir, entonces que, la persona en cuanto realizadora de actos, realiza éstos junto a otros, es decir, tomando las palabras de Wojtyla, la participación representa una propiedad de la misma persona, “esa propiedad interna y homogénea que determina que la persona que existe y actúa junto con otros siga existiendo y actuando como persona.”[38]

“La participación corresponde a la trascendencia e integración de la persona en la acción, pues es ésta propiedad la que hace posible que el hombre, cuando actúa junto con otros hombres, realice, al mismo tiempo, el valor auténticamente personalista, la ejecución de una acción y la autorrealización en la acción. El actuar junto con otros corresponde, por tanto, a la trascendencia e integración de la persona en la acción, cuando el hombre elige lo que otros eligen o incluso porque lo eligen otros.”[39]

            La experiencia de lo humano nos reafirma constantemente que somos esencialmente “gracias al concurso de los otros.”[40] De allí que, como hemos venido diciendo,  la importancia de los otros que nos son dados en la experiencia misma de nuestra acción (actuamos junto con otros) y éstos no nos pueden ser indiferentes en cuanto ellos contribuyen a la realización de nuestro propio yo.[41]

2.         La experiencia del Otro

            La pregunta que nos surge, entonces, es aquella que indaga acerca de la comprensión del otro que tiene Wojtyla. Todos sabemos de la importancia que tiene esta palabra en la actualidad del pensamiento filosófico. Ha sido recogida por varios autores contemporáneos, entre ellos Emanuel Levinás y Paul Ricoeur. Wojtyla establece que la experiencia del otro y al otro como alguien que se encuentra más allá de la esfera de la experiencia individual, pues, la autoconciencia y la autoposesión del sí mismo no son transferibles al otro, sino que sólo pueden responder al yo mismo que tiene experiencia de sí mismo “y, en consecuencia, se comprende a sí mismo de tal modo.”[42] Esta imposibilidad de comunicar desde mí mismo mi propio yo no implica una incapacidad de comprender “que el otro está constituido de modo semejante, que también él es un cierto yo.”[43]

            El otro es, por tanto, otro yo concreto con el cual entro en relación, en la medida en que este otro yo es diferente de mi. El otro es siempre un yo diferente de mí que siempre está en relación conmigo, y de esta relación, de la cual, de algún modo, tenemos experiencia.

            Debemos establecer, entonces, que el yo es, de algún modo, constituido por el tú.  Esto quiere decir que el tú es siempre igual que el yo, es decir, el otro es siempre alguien, o sea, otro yo[44]. La relación yo-tú de la que, Wojtyla, hace referencia en su escrito “La persona, sujeto y comunidad”, es siempre un encuentro personal. Esta unidad es fundamental para comprender el concepto de comunidad.

“El tú es otro yo distinto a mí. Pensando y diciendo tú, yo expreso a la vez una relación que de algún modo se proyecta fuera de mí, pero que al mismo tiempo retorna también a mí. El tú no es sólo la expresión de una separación, sino también la expresión de una unidad. En esta expresión está contenida siempre la delimitación clara de uno entre muchos.”[45]

En otra parte señala:

“La conciencia del hecho de que el otro yo es un yo diferente nos conduce hacia la capacidad de participar en la humanidad misma de los otros hombres y es el comienzo de esa misma participación. En consecuencia, cada uno puede ser para mí un prójimo. En efecto, el otro no indica sólo la igualdad de existencia conmigo o el actuar junto conmigo en algún tipo o clase de actividad.”[46]

            La relación interpersonal, es decir, siempre una relación particular y ella conlleva una novedad fascinante en el que descubrimos la irreductibilidad que tiene para nosotros el otro, es decir, el otro adviene un universo inédito y fascinante del cual siempre tengo una experiencia única e irrepetible.[47] El otro es un constante misterio que viene a la existencia y a mi existencia sin dejar de develarse completamente.[48]

“El “otro” no indica sólo cierta similitud lejana respecto del sí mismo, sino que el “otro” participa conmigo de la experiencia fundamental del humanum, enriqueciéndola e iluminándola continuamente. El “otro” no es una proyección más o menos arbitraria de mi propia experiencia del humanum, sino que la experiencia del humanum se construye con su concurso debido a que el “otro” aporta datos que sólo una subjetividad llena de valor puede ofrecer. El sí mismo no es un en sí, una subjetividad, que tras existir, luego se altere y se torne un ser-junto-con-otros”[49]

            El otro, por tanto, no es un conocimiento categorial sino la experiencia concreta de la humanidad. Afirma nuestro filósofo que “otro ser humano es prójimo no sólo en base a un genérico sentimiento de humanidad, sino primariamente en base a ser otro yo.”[50] Esto quiere decir que la persona no sólo puede ser comprendida conceptualmente sino que esencialmente en mi relación con otros entes concretos como yo, con los cuales actúo conjuntamente. Este ser-con de la persona le es connatural a su existencia y mediante esta relación el hombre, como ya lo veníamos afirmando, logra ser lo que es. Esta relación de participación que se da con los otros es consciente y experiencial en la que nos aproximamos a los otros desde nuestro propio yo.

“La participación en la humanidad de los otros seres humanos, de los otros y de los prójimos, no se forma primariamente a través de la comprensión del ser del hombre, que por su naturaleza es general y no se aproxima bastante al ser humano del yo concreto. La participación se forma a través de una aproximación consciente que deriva de la experiencia del otro.”[51]
           
            3.         La Dimensión comunitaria de la Persona

            Si bien, el libro Persona y acción, confiesa Wojtyla, no contiene una teoría de la comunidad sino, más bien, una reflexión sobre la condición elemental para el existir y el obrar de la persona junto a otros.[52] La comunidad no es sólo un hecho diverso sino que posee una estructura de hecho, un sentido axiológico y normativo distinto y diverso de la persona.[53]

            La relación actual del yo con más hombres deja de ser una relación interpersonal y se constituye en una relación comunitaria, es decir, que implica un nosotros. Al momento de actuar junto con otros corresponde la autorrealización y la integración de la persona  y en ese mismo actuar, pone en juego su libertad. La participación junto con otros implica, desde nuestra lectura, la responsabilidad personal del hombre, del yo, para con los otros yo. Esto es, entender que el ejercicio de mi libertad no puede permanecer indiferente frente al otro y que la libertad de los otros, por tanto, tampoco puede serla conmigo. Esto es lo que Wojtyla señala como relación de reciprocidad. En ella en la relación de reciprocidad  se da “al mismo tiempo que aquel tú que se hace para el yo otro, bien determinado, es decir, también otro hombre.”[54] Esto es lo que denominamos responsabilidad del yo para con los demás hombres como yo; es decir, en la ejecución de mi acción auto determinada, es decir, en el ejercicio de mi libertad yo también correspondo a la libertad de los demás.

“Las relaciones humanas que contemplamos poseen diversos niveles explicativos dependiendo del tipo de vinculación al que nos refiramos: no es lo mismo estar “uno al lado del otro” de manera más o menos anónima o tener un compromiso radical de corresponsabilidad en el que “uno es para el otro” de manera profunda. Existen muchas modalidades de vinculación y esta pluralidad de tipos y de intensidades enriquecen la vida humana de manera extraordinaria. Así, es posible decir que la experiencia del humanum no puede entenderse fuera de esta vivencia profunda en la que el “yo” se encuentra como sumergido en un complejo haz de relaciones sincrónicas y diacrónicas con “otros-como-yo”. Los otros nos revelan en nuestra identidad en cierto grado y nos ofrecen la posibilidad de ampliar nuestra vida a un nivel comunitario.”[55]

            Es importante recoger aquí el valor de la experiencia del otro en una sociedad donde se están perdiendo las relaciones de frontalidad. Donde experimentamos relaciones virtuales que no nos aseguran la reciprocidad de las mismas. Las redes sociales que generan mayor conexión entre las personas, pero pierden en vinculación entre las mismas.[56] El encuentro con otros en estas mismas redes virtuales pierden en tener una experiencia frontal del otro. Es particularmente extraño, por ejemplo, el hablar por Mensajería instantánea con otras personas que tienen un estado de ausente u ocupada, o en algunos casos apareciendo como desconectada. Este tipo de relaciones invita a poner en duda el carácter de receptividad de dichas conversaciones. Como también ponen en duda la reciprocidad de las mismas, el hecho de no experimentar las emociones y sentimientos que surgen espontáneamente en el encuentro cara a cara con los otros.

“Platón sostenía que es justamente aquí en este encuentro cara a cara, como diría Levinas, donde empieza el camino recto hacia la verdad del ser (…) Limitémonos a decir que pueden aducirse razones poderosas para sostener que esta experiencia  puede constituir, al menos, un punto legítimo de partida para el filosofar. Creo, además, que una opción semejante ofrece más de alguna ventaja a la reflexión que se proponga subrayar decididamente el problema ético. Y para marcar el rasgo distintivo de tal experiencia, más que experiencia del otro conviene denominarla experiencia ‘ante el otro o, lo que resultará ser lo mismo, experiencia moral.”[57]
                         
            Coincidimos con Guerra, al establecer que la experiencia del ser y actuar junto con otros no sólo es una relación de colaboración sino que, por sobre todo, la experiencia de los otros es la experiencia de lo genuinamente humano. El otro no implica sólo una vinculación externa a los demás sino que en ella se da íntimamente el yo. Como lo dice Wojtyla:

“La conciencia del hecho de que el otro es un yo diferente nos conduce hacia la capacidad de participar en la humanidad misma de los otros hombres y es el comienzo de esta participación. En consecuencia, cada uno puede ser para mí un prójimo. En efecto, el otro no indica sólo la igualdad de la existencia conmigo o el actuar junto conmigo en algún tipo o clase de actividad.”[58]

            En toda experiencia que tengo del otro se compromete necesariamente toda mi subjetividad que reconoce al otro como más allá de toda experiencia subjetiva. Por lo que, las demás personas están más allá de toda reducción a objeto por parte de mi yo, lo que exige que estas personas diferentes de mí, deban ser tratadas como irreductibles en sí mismas y consideradas en su mismicidad. Contraria a esta profunda consideración antropológica es la que sostienen ciertas corrientes políticas que defienden los derechos reproductivos o el aborto terapéutico, y otras muchas consideraciones, que escapan a la finalidad de esta investigación y que reducen a objeto a aquellos seres humanos que han iniciado un proceso vital que no concluirá sino hasta en la muerte natural.

“Justamente lo aberrante de las acciones en las que la persona no es tratada de acuerdo a su condición de ente irreductible a las cosas consiste en que siempre el “otro” manifiesta con su presencia, con su modo de darse como objeto, su irreductible subjetividad. Aquí viene muy al caso traer a colación los estudios sobre el significado de la exterioridad desarrollados por Emmanuel Levinas. En ellos, más allá de aspectos particulares perfectamente discutibles, se constata la importancia que posee el cuerpo y, particularmente, el “rostro” como epifanía de la subjetividad propiamente personal e irreductible de la que goza el ser humano concreto.”[59]
           
            Por último, la experiencia que posee el hombre de actuar y ser junto con otros permite reconocer a los otros como otros iguales a mí, provistos de subjetividad e interioridad, pero que participan conmigo en el encuentro diario que se dan citas las personas. El otro es alguien particularmente singular e irreductible a nuestro propio ser. “De esta manera, la participación a la que nos referimos es una auténtica propiedad constitutiva de la persona, que muestra una estructura antropológica sutil pero importantísima, ya que, en ella gravita una parte esencial de la realización humana como tal.”[60]

“La participación en una común humanidad, entendida como la experiencia de ser y de actuar junto con otros es un fenómeno práctico que posee una dimensión normativa. ¿A qué nos referimos? El “otro” acontece en mi experiencia como parte del humanum, es decir, como momento en el que se revela la importancia específica del ser personal. Participar en la humanidad de otro hombre significa permanecer en una vinculación práctica en la que se vive intensamente la realidad del “yo” como autor de la acción y, por lo tanto, en la que se vive la responsabilidad personal del hombre ante la realidad del “otro” que también se manifiesta como libre. Esto implica entender que mi libertad no puede permanecer indiferente ante la presencia del “otro”. Aquí no hablamos de ningún problema especulativo, no nos referimos a que ciertas teorías puedan considerar “valioso” al “otro” por razones más o menos importantes. Nuestra mirada en este momento tiene que individuar que el ser y el actuar junto-con-otros en el terreno de la experiencia impone por sí mismo contenidos que exceden la consideración teorética y especulativa y que son propiamente prácticos.”[61]

            Cuanto más profunda e intensa  se hace la participación de las personas entre sí –continúa afirmando Guerra–, mayores niveles de confianza y pertenencia recíproca alcanzan las relaciones entre los sujetos, mayores grados de responsabilidad se dan entre ellos.

            4.         La Participación como un deber

            ¿Qué mueve a las personas a actuar? ¿Por qué las personas necesitamos participar junto con otros? Habíamos establecido más arriba, a propósito de la norma personalista de la acción que, mediante la acción consciente el hombre debe realizarse a sí mismo como persona y desde allí dar la debida respuesta a los valores. Esto, afirma nuestro autor, es un derecho básico y natural que deriva del hecho de ser personas. Por este derecho estamos todos obligados a ejecutar acciones con vistas a nuestra autorrealización.

            De la participación, es decir, del hecho de ser y de actuar junto con otros, derivan ciertas obligaciones, tales como el respeto al bien común y actitudes de cooperación y solidaridad. Esta obligación de participación, en sentido estricto, se debe a que toda persona requiere de la realización de formas de participación conscientes.  Esto es lo que nuestro autor señala como actualización de la participación. En ella se busca que las personas consideren a las demás como valiosas en sí mismas; “es una invitación a hacer la experiencia del otro ser humano como otro yo, es decir, una invitación a participar en su humanidad, concretada en su persona, precisamente como mi humanidad está concretada en mi persona.”[62]       

            Para poder realizar tal actualización es necesario, según nuestro filósofo, un impulso que viene dado, por lo que él considera, debiese ser el mandamiento del amor, tal y como lo expresa el evangelio, pues este mandamiento obliga a considerar constantemente como un deber “la participación actual en la humanidad de los otros hombres.”[63] El mandamiento del amor nos obliga a considerar al otro siempre como una persona tal como lo soy yo. Este impulso es lo que Scheler consideraba como valor, es decir, como una disposición de fondo a abrirse a los demás o lo que, según Wojtyla, Sartre parece negar.

            La participación en la humanidad del otro, si bien puede poseer un aspecto de deber, no es menos cierta que también posee un significado emocional que dice relación con una carga sentimental. Con todo, no podemos negar la importancia de la voluntad en la elección por participar. Las personas participan, porque al participar ejercen una elección de su voluntad y en esa elección aceptamos ser junto a otros yo que son como yo soy. En palabras de Wojtyla:

“La elección de que estamos hablando consiste en el hecho de que yo acepto su yo, es decir, afirmo la persona y así en una cierta medida, la elijo por mí mismo, esto es, en el propio sí mismo, porque no dispongo de otra aproximación a otro ser humano como yo, sino a través de mi mismidad”[64]

            La participación en la humanidad de los otros, es decir, la identificación con los otros como yo, a partir de la experiencia de mi mismo yo, puede ser realizada por medio de una libre elección de la persona, sin que ello signifique un largo examen de la voluntad, pero, ello no obsta que  la participación misma se constituya en un deber que yo tengo hacia otros como yo.[65]

            Debemos decir que la realización personal, subjetiva, es decir, el hecho que el hombre se realice a sí mismo se hace a través del otro, con el otro, junto a los otros, viviendo con los otros y no de manera solitaria. Esa es la principal fractura que tiene el individualismo y el totalitarismo, pues, como veremos, se considera al individuo como único y exclusivo referente de autorrealización y complementación o se niega que éste pueda desarrollar tal valor.

            5.         Las limitaciones a la participación

            Hemos venido insistiendo que la persona se realiza a sí misma cuando participa junto con otros y este actuar junto con otros se puede ver limitado o definitivamente frustrado cuando la realización no se ejecuta de manera genuina. Nuestro autor señala que, una falta de participación se puede deber a que exista poca motivación de la persona “en cuanto     sujeto-agente del actuar”[66] o por razones externas a la persona “y que son consecuencia de los defectos existentes en el sistema de acuerdo con el cual funciona la comunidad de actuación.”[67]

            Si hacemos referencia al segundo aspecto señalado, nos encontraremos con la limitante del individualismo o del totalitarismo objetivo[68]. Ambos tienen una significación axiológica y ética. En el caso del individualismo, éste ve al individuo como un “bien supremo y fundamental, al que se deben subordinar todos los intereses de la comunidad o sociedad.”[69]Mientras que, en el caso del totalitarismo, éste “se basa en el principio contrario, y subordina incondicionalmente el individuo a la comunidad o sociedad”.[70]

            Para el individualismo, el individuo posee carácter de finalidad con respecto a las comunidades y/o sociedades. Este planteamiento supone un encapsulamiento de la persona  que es considerada como un sujeto encerrado en sí mismo y en busca de su bien que se entiende de manera aislada del bien de los demás.[71]

“El bien del individuo se considera entonces como si estuviera en oposición o en contradicción con los demás individuos y su bien, o, en el mejor de los casos, se considera que implica, esencialmente, la autopreservación y la autodefensa”[72]

            Desde esta perspectiva individualista, el ser junto con otros o actuar con otros, es una necesidad a la que el individuo se debe someter, pero que no responde a ninguna de sus propiedades positivas.[73] Por ejemplo, el liberalismo económico, del que Hayek es uno de sus representantes modernos, nos ratifica elocuentemente esta afirmación wojtyliana, al establecer el reconocimiento del individuo mismo como juez supremo de sus fines,[74] el único gobernante de sus propios intereses. Lo que le permite sostener que sólo el bien social se alcanzará por una coincidencia de fines individuales.

“Esta exposición no excluye, por lo demás, el reconocimiento de unos fines sociales, o mejor, de una coincidencia de fines individuales que aconseja a los hombres concertarse para su consecución. Pero limita esta acción común a los casos en que coinciden las opiniones individuales. Los que se llaman fines sociales son para ella simplemente fines idénticos de muchos individuos o fines a cuyo logro los individuos están dispuestos a contribuir, en pago de la asistencia que reciben para la satisfacción de sus propios deseos.”[75]

            Lo arriba expuesto, nos demuestra que para el individualismo, la participación junto con otros, es una sincera limitación de las propiedades exclusivas de la persona,[76] del que deriva una concepción sesgada de la libertad humana, según la cual, ésta es un estado del hombre que no se halla sujeto a ninguna coacción derivada de la voluntad de otros sujetos. Es decir, la libertad se comprende como independencia frente a la voluntad arbitraria de otros, de un tercero. Es necesario en todo sistema en el que el hombre se erija como protagonista que a éste se le asegure siempre un ámbito de actividad privada, un cierto conjunto de circunstancias en las que nadie puede intervenir. Esto quiere decir que la libertad es, para el individualismo, un  campo en el que debe existir ausencia de otro sujeto que restringa la libertad del individuo.[77]

            El totalitarismo, por su parte, que Wojtyla considera un individualismo invertido, también niega la participación junto con otros de la persona y su posibilidad de realización en ella. Para el totalitarismo lo fundamental es protegerse del individuo, quien es el principal enemigo de la sociedad y del bien común.[78] Los totalitarismos parten de la convicción que los individuos lo único que desean es su bien individual, por lo que el alcanzar el bien común sólo se consigue limitando las libertades  y el bien de los individuos.

“El bien propuesto por el totalitarismo no puede corresponder nunca a los deseos del individuo, al bien que es capaz de elegir independientemente y libremente de acuerdo con los principios de participación; se trata siempre de un bien que es incompatible con el individuo y supone siempre una limitación para él mismo. En consecuencia, la realización del bien común presupone, el recurso a la coerción.”[79]

            Como vemos, ambos sistemas, tanto el individualismo como el totalitarismo, están fundados en un rasgo distintivo similar que podríamos llamar de anti personalismo o impersonalista, que no considera al sujeto como ser capaz de realizarse en el actuar junto con otros.

“No es solamente que la naturaleza del hombre lo obliga a existir y a actuar junto con otros, sino que su actuación y existencia junto con otros hombres le permite conseguir su propio desarrollo, es decir, el desarrollo intrínseco de la persona.”[80]

            Estos sistemas comparten el hecho ineludible de privar a la persona de la propiedad de participación  que tiene alcances axiológicos, éticos y sociales ineludibles que hacen imposible que en ellos hablemos auténticamente de comunidad humana.[81]Afirma Wojtyla que la comunidad humana está estrechamente relacionada con la experiencia de la persona que existe y actúa junto con otros y que le permite, por tanto, realizarse a sí misma. Por ello, la participación es un factor que constituye la comunidad humana.

“Debido a esta propiedad, se puede decir que llegan a fundirse la persona y la comunidad: contrariamente a las implicaciones manifiestas en el pensamiento individualista y anti individualista sobre el hombre, no son extrañas entre sí ni se oponen mutuamente.”[82]

Conclusión

La experiencia de la intersubjetividad como participación encuentra en el pensamiento wojtyliano una respuesta  concreta al problema del Otro que no logramos apreciar completamente  en la propuesta husserliana. Hemos señalado que el problema de la intersubjetividad, en Husserl, resulta en un callejón sin salida, pretendiendo establecer desde la propia identidad del yo la existencia de otros. En Wojtyla ésta no  tiene el carácter de conocimiento categorial sino una experiencia concreta del otro como un prójimo, en cuanto que, sólo desde la participación podemos reconocer con profundidad que el hombre actúa y que este actuar lo hace necesariamente junto con otros. Desde aquí podemos tomar en consideración que la participación  uno de los elementos constitutivos de la persona como posibilidad fehaciente del reconocimiento de la dignidad de la persona y de todas las personas. Sin la necesaria referencia y el obligado reconocimiento de la persona como un ser único, irreductible y digno no es posible establecer un discurso que abarque en su integridad el problema del hombre y su entorno.

            Esta dimensión comunitaria de la persona nos señala lo genuinamente humano de la misma, que va más allá de ciertas vinculaciones externas, sino que está íntimamente relacionada con el yo,  entendiéndose como partícipe de una común humanidad con otros hombres. Recogemos lo que Wojtyla nos afirmaba acerca de la importancia de la participación de la persona como una propiedad interna y homogénea que determina a la misma, que actúa junto con otros, a que siga actuando y existiendo como persona. Por tanto, la participación, así entendida, nos reafirma la importancia de la intersubjetividad como aquella que nos es dada en la experiencia misma de nuestras acciones conscientes.




[1] Según Juan Manuel Burgos el tema de la intersubjetividad y de las relaciones sociales es un tema que Wojtyla no desarrolla extensamente por lo que se ha generado un debate sobre si corresponde incluirlo dentro del movimiento personalista. BURGOS, Juan Manuel, “La filosofía personalista de Karol Wojtyla”, en Revista del personalismo, en http://www.personalismo.net/persona/sites/default/files/karolwoj.pdf, Consultado el día 25/04/2016.
[2] El concepto de participación aplicado aquí por nuestro autor no tiene la consideración que se le ha dado en la historia de la filosofía. Para Platón, por ejemplo, la participación hace referencia a la relación entre las cosas sensibles y las ideas; afirma que las cosas participan de las ideas, posteriormente, en el Parménides, entenderá la participación como imitación. Mientras que para los medievales  se distinguió entre el ser por esencia y el ser por participación. El primero corresponde exclusivamente a Dios y el segundo pertenece a las creaturas. Karol Wojtyla no utilizará la expresión bajo este enfoque metafísico, sin más bien, como aquella estructura fundamental de la persona en la acción junto con otros.
[3] WOJTYLA, Karol; Persona y acción, BAC, España,  Pág. 306.
[4] Gabriel Marcel lo establece de manera semejante cuando afirma que “para el yo humano el ascenso hasta el tú divino va aparejado al encuentro con el tú de los otros hombres. Pues también aquí la forma intersubjetiva de la participación está unida con la encarnación del yo. Al igual que el yo no se separa de su cuerpo, sino que sabe que en el fondo son uno y el mismo, el cuerpo del prójimo no es un objeto para el yo, algo que se le opone como un tercero, sino que el yo personal también se encarna en aquél como un yo que para mí es un tú. El encuentro con el yo sólo es posible en segunda persona, es decir, en forma dialógica. Si se aprehende a la persona del prójimo como algo tercero, como una cosa, se la pierde, pero al mismo tiempo se corre el peligro de perderse a sí mismo” BERNING, Vincent; Gabriel Marcel, en, La filosofía Cristiana en el pensamiento católico de los siglo XIX y XX, Tomo III, Ediciones encuentro, España, pág. 408.
[5] WOJTYLA, Karol; Persona y acción, óp. Cit. pág. 306.
[6] WOJTYLA, Karol; La persona, sujeto y comunidad, en  WOJTYLA, El hombre y su destino, Ensayos de antropología, Editorial Palabra, Tercera edición, Madrid, 2005. pág. 73.
[7] Cfr. Ibíd. Pág. 73.
[8] WOJTYLA, Karol; “La persona, sujeto y comunidad”, óp. Cit. Pág. 73.
[9] Ibíd. Pág. 308.
[10] WOJTYLA, Karol; Persona y Acción, óp. Cit. Pág. 317.
[11] WOJTYLA, Karol; “La persona, sujeto y comunidad”, en El hombre y su destino, óp. Cit. Pág. 75.
[12] WOJTYLA, Karol; La persona, sujeto y comunidad, en El hombre y su destino, pág. 47.
[13] GUERRA, Rodrigo; Afirmar la persona por sí misma; la dignidad como fundamento de los derechos de la persona, Comisión Nacional de Derechos Humanos, México, 2003. Pág. 60.
[14] “El hombre, en efecto, es un ser social. Por consiguiente, lleva en sí una inclinación interior, no sólo a las relaciones interhumanas, sino a la creación de sociedades y de comunidades. Este es el resultado del derecho natural elemental que, sin embargo, en el caso del hombre no actúa según una necesidad ciega, sino que admite la conciencia  y la libertad.”WOJTYLA, Karol; “El personalismo tomista”, en Mi visión del Hombre, editorial Palabra, España, 2006, pág. 317.
[15]WOJTYLA; Op. Cit. Pág. 313.
[16] WOJTYLA, Karol; “La persona, sujeto y Comunidad”, en El hombre y su destino, Óp. Cit. Pág. 75.
[17] Ibíd.
[18] Ibíd.
[19] GUERRA LOPEZ, Rodrigo; Volver a la Persona. El Método filosófico de Karol Wojtyla, Editorial Caparrós, México, 2002.pág. 63.
[20] WOJTYLA, Karol; “La persona, sujeto y comunidad”, óp. Cit. Pág. 90.
[21] GUERRA, Rodrigo; Afirmar la persona por sí misma, öp. Cit. Pág. 79
[22] Ibíd.
[23] Entendemos por espacio aquí no sólo a la ubicación física sino que por sobre todo a ese movimiento de disponibilidad que se abre o se cierra en la relación con el otro. Como bien lo afirma Guerra: “Cuando un ser humano se “acerca” o se “aleja” respecto de otro, lo realiza en un “espacio” que ciertamente involucra una extensión física, pero principalmente comporta el “espacio” que se abre o se cierra en base a la disponibilidad a la entrega y a la acogida recíproca entre personas. Este “espacio” no es fundamentalmente de índole corpórea, sino que posee las características de un fenómeno propiamente personal.”Ibíd. pág. 64.
[24] Ibíd. Pág. 64.
[25] GUERRA; Volver a la persona…Óp. Cit. Pág. 65.
[26] WOJTYLA, Karol; Persona y Acción; Óp. Cit. Pág. 313.
[27] El hecho de asociarse con otros hombres no depende de la decisión arbitraria o de la acción de cada hombre, ya que la tendencia social del hombre es independiente de su voluntad. El hombre no es libre de quererla o no quererla, como tampoco lo es de querer o no querer el instinto de conservación de la especie. El hombre encuentra en sí una cierta necesidad de coexistir con los otros, y esta necesidad la lleva en sí mismo y consigo, aún cuando se separe de los hombres (…) El hombre puede en cierta medida, escoger las personas con las cuales se asociará más estrechamente, pero la misma tendencia a asociarse está ya inscrita en su naturaleza; no puede escogerla o rechazarla. WOJTYLA, Karol; Introducción a la ética, en Mi visión del hombre, editorial Palabra, España, 20




305, págs. 94-95
[28] WOJTYLA, Karol; “La persona, sujeto y comunidad”, en El hombre y su destino, óp. Cit. Pág. 77
[29] WOJTYLA, Karol; Persona y Acción, óp. Cit. Pág. 309.
[30] Este aspecto ya lo hemos analizado en el segundo capítulo del presente trabajo, pero consideramos atingente ahondar en algunos elementos que no fueron retratados en el capítulo anterior, pues consideramos que la norma personalista de la acción  se realiza en el actuar junto con otros que ejecuta  la persona.
[31] Cfr. Ibíd., pág. 310.
[32] WOJTYLA, Karol; Amor y responsabilidad, óp. Cit. Pág. 38.
[33] Ibíd., Pág. 39.
[34]“En efecto, lo que tiene dignidad la posee de suyo, con independencia de y antes que alguien se la reconozca; si se olvida esto, se está ya atentando contra la dignidad formalmente, en el terreno de los principios, y se está facilitando el paso a atentados materiales, expresados en actos, contra la misma. Parece claro, así, que "sólo cuando el hombre es reconocido como persona con base en lo que es por naturaleza se dirige ese reconocimiento a él mismo, y no a él en su calidad de alguien que satisface un criterio que otros han establecido para su reconocimiento". MARDOMINGO, José; “La doble dimensión de la Dignidad Humana” en http://www.bioeticaweb.com/la-doble-dimensiasn-natural-de-la-dignidad-humana-j-mardomingo/ recuperado el 26 de Abril de 2016.
[35] GUERRA, Rodrigo; “Bioética y norma personalista de la acción. Elementos para una fundamentación personalista de la bioética” en , www.celam.org/documentos_celam/181.doc
[36] Guerra afirma que podemos hablar de vida humana desde el momento mismo de la fecundación pues desde ese mismo momento el recién concebido “tiene fenotipo de cigoto porque éste se encuentra como ser en acto y esta condición permite que en cada instante sucesivo – y con el concurso del contexto- el plan estructurante y originario del embrión humano conduzca el proceso de desarrollo.” GUERRA, Rodrigo; “Nuevos elementos para una ontología del embrión humano”, en Congreso  BIOS, organizado por la Pontificia universidad de la Santa Cruz, Italia, febrero de 2006.
[37] MARDOMINGO, José; Ibíd.
[38] WOJTYLA, Karol; Persona y Acción, óp. Cit. Pág. 315.
[39] Ibíd. Pág. 317.
[40] GUERRA, Rodrigo; Afirmar la persona por sí misma, óp. Cit. Pág. 67.
[41] “De hecho, descubrir esta apertura en la imbricación que posee con la mencionada participación en la humanidad del “otro” revela precisamente que una dimensión fundamental de la estructura a través de la cual el hombre se realiza es precisamente el “otro”: “El hombre se realiza a sí mismo ‘a través del otro’, alcanza la propia perfección ‘viviendo para el otro’, y en ello, sobre todo, llega a expresarse no sólo el trascenderse de sí hacia el otro, sino también el hacerse más grande que sí mismo” GUERRA, Rodrigo; Afirmar la persona en sí misma, Óp., cit. Pág. 76.
[42] WOJTYLA, Karol; “¿Participación o alienación?” En El hombre y su destino, óp. Cit. Pág. 115.
[43] Ibíd. En otra parte, “El presente análisis confirma al autor en la convicción  de que la participación debe ser entendida como una propiedad del hombre que corresponde a su subjetividad personal. Esta subjetividad no encierra al hombre en sí mismo, no hace de él una morada impenetrable, al contrario, lo abre e una manera particular a la otra persona. Se puede y se debe ver en la participación – tanto en la dimensión interpersonal de la comunidad ‘yo-tú’ como en la dimensión social del nosotros- una auténtica expresión de la trascendencia personal y su confirmación subjetiva en la persona.” WOJTYLA, Karol; “La persona, sujeto y comunidad”, Ibid. Pág. 103.


[45] WOJTYLA, Karol; “La persona, sujeto y comunidad”, óp. Cit. Pág. 81.
[46] WOJTYLA, Karol; “¿Participación o alienación?”, Óp. Cit. , pág. 116.
[47] La relación con el tú es en su estructura esencialmente siempre una relación con un yo distinto, pero único en esta relación.”WOJTYLA, Karol;  La persona, sujeto y comunidad”, Óp. Cit.   Pág. 82.
[48] Guillot en la introducción a “Totalidad e infinito” señala algo parecido: “El otro es precisamente lo que no se puede neutralizar en un contenido conceptual. El concepto lo pondría a mi disposición y sufriría así la violencia de la conversión del Otro en sí Mismo. La idea de lo infinito expresa esta imposibilidad de encontrar un término medio –un concepto– que pueda amortiguar la alteridad del Otro. El Otro como lo absoluto es una trascendencia anterior a toda razón y a lo universal, porque es, precisamente, la fuente de toda racionalidad y de toda universalidad. GUILLOT, Daniel; Introducción a la primera edición de Totalidad e infinito en LEVINAS, Emmanuel; Totalidad e infinito, Ediciones Sígueme, Salamanca, 1961, pág. 25.
[49] GUERRA, Rodrigo; Afirmar la persona por sí misma, Óp. Cit. Pág. 70.
[50] Ibíd. Pág. 117.
[51] Ibíd.
[52] Ibíd. Pág. 72.
[53] Ibíd. Pág. 79.
[54] WOJTYLA, Karol; “La persona, sujeto y comunidad”, óp. Cit. Pág. 84.
[55] GUERRA, Rodrigo; Afirmar la persona por sí misma, óp. Cit. Pág. 65.
[56] Afirmamos que las redes sociales promueven una relación de conexión o de interconexión entre las personas, ya que, es esencial a éstas ese carácter. Sin embargo. desarrollan menos el sentido de vinculación, es decir, el carácter obligante, que desde nuestra perspectiva, sí poseen las relaciones cara a cara. En esta última, me veo obligado, moralmente, a expresar o manifestar, con mayor o menor elocuencia, qué grado de profundidad, compromiso  o sensibilidad produce en mi o en el otro cierto tipo de acto relacional. La profunda responsabilidad de estar “ante el otro”, difícilmente puede ser equiparada con la virtualidad del otro, propio de las relaciones en las redes sociales o mensajerías instantáneas.
[57]GIANNINI, Humberto; “Ética de la Proximidad”, en https://archive.org/stream/LaEticaDeLaProximidad/giannini_djvu.txt.
[58] WOJTYLA, Karol; “¿Participación o alienación?”, óp. Cit. Pág. 116.
[59] GUERRA, Rodrigo; Afirmar la persona por sí misma, öp. Cit. Pág. 71-72.
[60] Ibíd. . Pág. 73.
[61] Ibíd. Pág.74.
[62] WOJTYLA, Karol; ¿Participación o alienación?  Óp. Cit. Pág. 120.
[63] Ibíd. Pág. 121.
[64] Ibíd. Pág. 122.
[65] “No altera de ningún modo el hecho de que aquí tengamos que hablar ciertamente de una elección, y también que la participación  en la humanidad del otro ser humano constituye un preciso deber.” WOJTYLA, Karol; “¿Participación o alienación?”,  Óp. Cit. pág. 123.
[66] WOJTYLA, Karol; Persona y acción, Óp. Cit. Pág. 319.
[67] Ibíd.
[68] Ibíd. Wojtyla también lo denomina antiindividualismo. Este totalitarismo tiene el objetivo de proteger un bien común colectivo en contra o por sobre el individuo.
[69] Ibíd. En su visita a Chile Wojtyla, ya instalado en la cátedra de Pedro, establece: “Este individualismo egoísta, que es un desorden fruto del pecado, impide la creación de lazos de humanidad y fraternidad que hagan sentirse al hombre miembro de una comunidad, parte solidaria de un pueblo unido.” JUAN PABLO II, Discurso a los pobladores de la zona sur de Santiago, Santiago de Chile,  02 de abril de 1987.
[70] Ibíd. Sin lugar a dudas que en este caso, Wojtyla está pensando en el colectivismo, especialmente el marxista que considerará posteriormente como opresor de la dignidad de la persona.  Ver por ejemplo, la carta encíclica C.A. donde extensamente se detiene a hablar del colectivismo marxista.
[71] Ibid.
[72] Ibid.
[73] Ibíd. Pág. 320. Es por tanto, una necesidad externa.
[74] WOJTYLA, Karol; Persona y Acción. Óp. Cit. Pág. 319. Este reconocimiento del individuo como juez supremo de sus propios fines no debe confundirse con lo expresado por el mismo Karol Wojtyla sobre la persona como sui juris, es decir, como juez de sus propios actos. La persona es aquella capaz de escoger los fines únicos de su acción consciente y desde esa perspectiva puede responder a los motivos que la llevaron a actuar. Por ello, “cuando alguien trata a una persona como medio lastima al otro no sólo en su libertad sino en su misma esencia, en lo que le corresponde a ella primariamente como «suum», como suyo en el sentido más íntimo y estricto del término.” GUERRA, Rodrigo; Bioética y norma personalista de la acción Elementos para una fundamentación personalista de la Bioética, www.celam.org/documentos_celam/179.doc Consultado el 26 de abril de 2016.
[75] HAYEK Friedrich; Camino de servidumbre, Editorial Alianza, tercera reimpresión, Madrid, 1995, pág. 90. En otra parte señala: “No hay otra forma para llegar a una comprensión de los fenómenos sociales sino es a través de nuestro entendimiento de las acciones individuales dirigidas hacia otras personas y guiadas por un comportamiento adecuado” HAYEK; El individualismo, el verdadero y el falso; Revista  Estudios Públicos, número 22, otoño de 1986.
[76] “Basta tan solo que los individuos sean capaces de alcanzar sus propios fines mediante su esfuerzo personal; este se constituye en el valor más importante. Debemos afirmar que el individualismo no sólo limita la participación del hombre junto con otros sino que necesariamente la niega”. WOJTYLA, Karol; Persona y acción, Óp. Cit. Pág. 321.
[77] “Si se forma una comunidad, su propósito es proteger el bien del individuo del peligro de los otros.” WOJTYLA, karol; Persona y acción, Óp. Cit. Pág. 321. Consideramos que una atenta mirada a esta sesgada comprensión de la persona permite el debilitamiento de la sociabilidad humana, encuadrándola bajo cánones de una absoluta libertad individual que conlleva necesariamente a desigualdades sociales, alta exclusión y generando discriminación en la visión del hombre. Esto permite que en el plano económico, por ejemplo, se considere al mercado como el mejor instrumento para satisfacer las necesidades humanas y para garantizar la libertad y el ejercicio de los derechos individuales de acceso a los recursos necesarios para la obtención de mayores beneficios, pues en el   mercado existe una transparencia total.
[78] Ibíd., pág. 321.
[79] Ibíd.
[80] Ibíd. Pág. 322
[81] WOJTYLA, Karol; Persona y Acción, Óp. Cit. Pág. 323.
[82] Ibíd.

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